A través de los textos se muestra la trayectoria de un joven y brillante abogado con inquietudes culturales o sociales como aparece por ejemplo en el artículo dedicado a Moratín, o en el tratado que lleva por título La Filocalía o el arte de distinguir a los cursis de los que no lo son.
Más tarde llegan sus primeras incursiones políticas hasta su adscripción al partido conservador, a pesar de sus raíces liberales, su elección como diputado en 1869 y su vinculación con Cánovas, que descubre en él uno de sus nuevos valores. Sin embargo, Silvela prefiere mantenerse al margen de los cargos políticos durante el sexenio revolucionario, hasta la restauración de la monarquía borbónica.
Ministro de la Gobernación con Martínez Campos en 1879, ministro de Gracia y Justicia (1884-85) y de la Gobernación (1890-91) con Cánovas. Tras la ruptura definitiva con Cánovas en 1892, entre otras cosas por su desavenencia en el nombramiento de cargos públicos, y el asesinato de éste en 1897, Silvela es nombrado líder indiscutido del partido conservador, hasta ocupar la presidencia del gobierno en dos ocasiones (1899-1900 y 1902-03).
En las líneas del estudio introductorio encontramos un personaje vitalista y expresivo en sus intervenciones, pero sin la preparación intelectual y política para afrontar los problemas de un incipiente constitucionalismo español, con la grave crisis del 98 de por medio y unas tesis regeneracionistas más enzarzadas en el debate parlamentario que en la realidad social y política del país. «Breve, discontinua y atribulada », nos define Arranz el paso por el poder de los gobiernos de Silvela, marcados por un análisis preciso de la realidad en temas como el regionalismo, la hacienda pública, los jurados populares o la enseñanza religiosa, pero que se volvían brumosos y pesimistas planteados bajo una retórica regeneracionista.