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(En la cuarta sesión de El futuro del capitalismo, organizado por el Consejo Social de UNIR, que preside el exministro Jordi Sevilla, y dirige Rafael Pampillón, catedrático Emérito de Economía por la Universidad CEU-San Pablo, intervino como ponente Juan María Nin)

Hasta la fecha, el capitalismo es el sistema que más exitosamente ha logrado ofrecer a los individuos el que, como bien vio Unamuno en su Del Sentimiento trágico de la vida, es uno de sus objetivos vitales: la supervivencia.

Y la supervivencia no sólo se logra teniendo recursos para saciar las necesidades básicas; sino también pudiendo desarrollar otras facetas de la vida imprescindibles para el alma humana.

«La libertad sin apoyatura material que permita hacerla efectiva es una cualidad coartada»

Cuando me aproximo al capitalismo desde la ética, lo hago porque la Historia nos ha demostrado que la libre decisión, delimitada por la norma legal que debería a su vez incoordinarse en el Derecho Natural, es la base de cualquier ética generalizable en términos sociales; más en sociedades complejas como las nuestras porque éste toma como base de su dimensión social el hecho de la propiedad y la libertad individual. La libertad sin apoyatura material que permita hacerla efectiva es una cualidad coartada, incluso hay quienes sostendrían que no sería libertad. Por tanto hay que dar soporte al sistema que mejor promueve esta apoyatura.

En todo caso, el capitalismo ha sido una fuente de libertad. Basta con recurrir a la Historia, a la sociedad en la que nació del gran salto adelante del sistema capitalista a partir del siglo XVIII, cuando la revolución industrial potenció este sistema, las hambrunas, las muertes jóvenes y las enfermedades fueron suavizando sus dolorosas apariciones en la vida del hombre hasta alcanzar la situación en la que hoy vivimos.

El segundo punto que se añade a la supervivencia y que quiero esgrimir aquí es el de la igualdad. Y en este seré más breve, por lo evidente que resulta el hecho de que antes de la producción en masa, los productos culturales, por ejemplo, o de cualquier otro tipo, eran de circulación escasa y reducida a un sector minoritario de la sociedad, y después de la revolución industrial, pasaron a ser de uso común. Pensemos en nuestros propios días y en cómo hoy, los avances tecnológicos más punteros están al alcance de todas las capas sociales, o cómo las últimas tecnologías biomédicas podrán ser empleadas para la curación de todos los enfermos sin importar su condición social.

La industrialización primero, y ahora la transformación a un mundo de industrias inmateriales, informatizadas y algorítmicas, contribuyeron -y contribuyen- a la producción masiva de bienes que ofrecen enormes posibilidades económicas pero y no más importante: también espirituales, formativas, lúdicas.

Esta producción masiva que fomenta la igualdad de acceso a los bienes es y opera como si fuera un camino de ida y vuelta, proporciona herramientas materiales para ejercer la libertad. No de golpe…en lo que sería un escenario utópico pero sí de manera muy rápida y acelerada.

«Si algo nos ha demostrado la pandemia es que esa afición tan nuestra a la predicción ya sea económica, política o deportiva, no es más que eso: una afición»

Toda interrogación acerca del futuro, especialmente si éste es lejano, siempre corre el riesgo de caer dentro de los predios de la imaginación y la fantasía. ¿Por qué no? Es legítima. Si algo nos ha demostrado la pandemia es que esa afición tan nuestra a la predicción ya sea económica, política o deportiva, no es más que eso: una afición, un hobby y que la realidad es mucho más imprevisible de lo que pudiera pensarse.  El futuro se construye desde la libertad de cada persona, individual o colectivamente. Los cisnes negros nos salvan del determinismo. También la Física actual.

De hecho, la pandemia ha roto esa creencia casi religiosa que poco a poco iba tomando cuerpo: la de que la transformación tecnológica que desde hace algunos años estamos viviendo, y que conocemos como IV Revolución Industrial, iba a ser la panacea de la que obtener la solución a todos nuestros problemas, también los económicos.

Lo creíamos o lo empezábamos a creer, hasta que un virus desconocido llegó a nuestras casas, infectó a nuestros amigos, a nuestras familias y en muchos, muchísimos casos, les causó la muerte.

Ahora bien, ¿era irracional esa fe en el cambio tecnológico? Yo creo que no. Creo sinceramente que las nuevas fronteras de la técnica y la ciencia pueden llevarnos a descubrir nuevos horizontes económicos y de generación de riquezas y que, de hecho, son esos nuevos horizontes los que más certeramente pueden acercarnos a la respuesta que buscamos sobre el futuro del sistema capitalista.  Así lo he propuesto como punto de reflexión.

TRES BASES DEL SISTEMA CAPITALISTA

Tanto así, que sobre ese cambio tecnológico, creo que podemos identificar tres de los elementos sobre los que, a mi juicio, se asienta el crecimiento del sistema capitalista:

1) el conocimiento como nuevo factor de producción;

2) la innovación;

y 3) la capacidad de adaptación.

Los tres, como insistimos, en el marco de valores éticos que conducen a una sociedad justa.

1) Cuando hablo del conocimiento como nuevo factor de producción, me estoy refiriendo exactamente a la incorporación del conocimiento —que es esa mezcla entre experiencia, sabiduría e información— al proceso productivo que hasta ahora protagonizaban casi en exclusiva la maquinaria y el trabajo.

En las sociedades preindustriales la producción dependía fundamentalmente del trabajo y la tierra. Con la llegada de la Revolución Industrial, y la mecanización que trajo consigo, la maquinaria cobró protagonismo en el proceso productivo desplazando en importancia a la tierra. La llegada de los microprocesadores y el desarrollo de las telecomunicaciones producirá, está produciendo ya, algo similar con el conocimiento como factor de producción. Del mismo modo en el que el capital físico desplazó a la tierra en los orígenes del sistema capitalista, ahora será el capital humano el que desplazará a éste.

Y esto supondrá un enorme cambio que solo hemos empezado a ver: participar en el ámbito económico será cada vez más asequible. Piensen en lo que era necesario a principios del siglo XX para iniciar un proyecto empresarial y en lo que se necesita hoy en día. De hecho, hemos visto multinacionales por todos conocidas fundadas en garajes, algo impensable décadas atrás.

Esto será posible gracias a dos motivos con un origen común: el enorme crecimiento de la productividad industrial que, por una parte, ha generado una reducción sostenida del coste de la tecnología; y que, por otro lado, ha permitido que las economías reasignen sus recursos desde la industria hacia el sector de los servicios.

Los pesimistas, o quienes simplemente buscan una excusa para atacar al sistema capitalista, observan estos cambios con preocupación. A nadie le es ajeno el debate sobre cómo afectará el desarrollo tecnológico al empleo. Por citar a un conocido economista “estamos siendo afligidos por una nueva enfermedad, de la cual algunos lectores pueden no haber oído el nombre, pero de la cual oirán mucho en los años venideros, a saber, el desempleo tecnológico”.

Es una preocupación lógica, pero tampoco en esto es nueva esta IV Revolución Industrial. Sin ir más lejos, la cita que les acabo de leer pertenece ni más ni menos que a John Maynard Keynes. Pensemos, por ejemplo, en las preocupaciones de los artesanos durante la I Revolución Industrial que nos trajo la mecanización del proceso productivo; las de los criadores de caballos con la llegada del motor de combustión durante la II Revolución Industrial; o en las de las mecanógrafas con la llegada de los ordenadores personales durante la III Revolución Industrial.

EL DESARROLLO TECNOLÓGICO REASIGNA EL EMPLEO

La realidad, si observamos el pasado con la frialdad de los datos, es que el empleo no se ha reducido en los últimos 150 años pese al enorme avance tecnológico que la humanidad ha experimentado. El desarrollo tecnológico, en fin, no destruye empleo, sino que lo reasigna.

Pero todas las oportunidades tienen sus riesgo o si, como yo, son optimistas, sus retos. Y es que la IV Revolución Industrial implicará una creciente necesidad de formación que los Estados tienen que poder satisfacer. Es esta la mayor —y quizá única— diferencia sustancial con respecto a las revoluciones tecnológicas que hemos vivido en el pasado.

La mecanización permitió que los trabajadores poco cualificados formarán parte de un proceso productivo casi monopolizado hasta la fecha por los artesanos cualificados. Ya no era necesario saber fabricar una mesa, tan solo completar una de las etapas del proceso de fabricación.

«Es imprescindible que los sistemas educativos sean capaces de formar a los individuos en lo que los humanos tenemos una ventaja comparativa: encontrar soluciones para problemas nuevos»

En cambio, la IV Revolución Industrial traerá —está trayendo— una tecnología capaz de hacer muchas de las tareas que hoy en día llevan a cabo los trabajadores menos cualificados. Por ello es imprescindible que los sistemas educativos sean capaces de formar a los individuos en aquello en lo que los seres humanos tenemos una ventaja comparativa: encontrar soluciones para problemas nuevos.

2) En segundo lugar, la innovación. Claro está que este segundo punto está íntimamente relacionado con el primero, aunque no sea exactamente lo mismo. Podríamos decir que el primero es condición de posibilidad para el segundo.

La innovación -en los términos en los que la entiendo- no es más que la suma de la imaginación, el conocimiento y la experiencia aplicada a un fin económico: la transformación de los procesos de generación de riqueza para adaptarlos a las circunstancias en las que estos se dan; y garantizar, como siempre ha hecho el sistema capitalista, que la riqueza no tiene porqué ser redistribuida, porque no es finita, sino que depende directamente del ingenio humano y de la libre socialización de los individuos.

Hoy existe una brecha, que es perceptible en nuestro país, como en otros, en torno a la capacidad de innovación que tienen las empresas y los actores económicos. Las grandes compañías pueden invertir grandes presupuestos en transformar sus procesos; las medianas y pequeñas, no. Y esto, en un país cuyo sistema productivo está mayoritariamente protagonizado por pequeñas y medianas empresas, genera un problema más que relevante y que, como digo, es generalizable a otras naciones y regiones económicas.

Ahora bien; démosle la vuelta al argumento: las grandes empresas tienen sus propias dinámicas y aunque son importantes, no son representativas de la fuerza productiva de una sociedad occidental media, especialmente en Europa. Vayamos pues a las pymes: ¿no podrá solucionarse su problema de acceso a la innovación gracias a otras pymes cuyo negocio principal sea, precisamente, la prestación de servicios de esta clase? ¿Acaso la mecanización de la I Revolución Industrial no trajo consigo la creación de fábricas de fábricas?

La gran diferencia respecto a otras etapas del sistema capitalista es la naturaleza intangible de muchas de las innovaciones que protagonizarán la economía del futuro. El conocimiento, a diferencia de las máquinas o las herramientas, es lo que conocemos como un bien público: su uso por parte de un agente no impide su uso por parte de otro. Es fácil de replicar y prácticamente gratuito de distribuir. Además, cualquier conocimiento nuevo contribuye a la generación de nuevas ideas, a su vez replicables y fácilmente distribuibles.

Si, como hemos dicho antes, el nuevo factor de producción es el conocimiento, las innovaciones que cambiarán nuestra realidad también se basarán en él. Estamos, por tanto, ante una etapa en la que la innovación no se tratará tanto del qué sino del cómo.

Además la IA (Inteligencia Artificial) conduce a un crecimiento exponencial de innovación que harán las máquinas.

3) Finalmente, la capacidad de adaptación. Si el primer factor era condición para el segundo, el tercero es la consecución lógica de ambos.

Decíamos que la afición por la predicción es eso: una afición y nada más que eso; que la pandemia ha demostrado lo cambiante que puede llegar a ser la realidad en la que nos movemos. Y no solo me refiero a catástrofes o pandemias. Incluso aquello que a nosotros se nos presenta como una certeza puede luego no llegar a ser una realidad. Quizás todos compartamos la sensación de que el progreso tecnológico se ha acelerado en las últimas décadas y que continuará acelerándose en el futuro. Pero pensemos, por ejemplo, en la velocidad de la aviación comercial, que no ha variado desde la aparición del Boeing 707 en 1958.

Sin embargo hay motivos fundados para pensar, que la velocidad a la que acontecen los cambios económicos se está acelerando. Y las claves las acabamos de mencionar. Por un lado, que la distribución del conocimiento es (prácticamente) gratuita e inmediata. Por otro, que el conocimiento puede ser usado para producir nuevos conocimientos e ideas.

Es decir, el elemento fundamental para generar nuevas ideas —para innovar al fin y al cabo— estará disponible de forma inmediata y de manera global, llegando a más actores económicos y multiplicando así su capacidad de reproducción.

Todas las revoluciones tecnológicas que hemos vivido han traído consigo profundos cambios económicos y sociales. Las nuevas tecnologías desplazan a las tecnologías existentes, y con ellas, a quienes fundamentan su trabajo en ellas. Esto no es más que la idea de “destrucción creativa” de Schumpeter. Y aun siendo “creativa”, no deja de ser “destructiva”. Por eso, todas las Revoluciones Industriales se han caracterizado por épocas de tensión social que el poder político ha tenido que afrontar.

La mayor velocidad en los cambios que pronostico, pues, requerirá de una mayor capacidad de adaptación. Y ahí, de nuevo, el sistema educativo jugará un papel clave. Necesitaremos formar profesionales capaces de adaptarse a una realidad que cambiará a una velocidad desconocida hasta la fecha.

Voy terminando. Y querría hacerlo volviendo al inicio: a la libertad.

Para alertar sobre uno de las más graves amenazas que tiene la libertad, base para la creación de capital, de riqueza que el capitalismo necesita. Insisto, una vez más, en el marco de valores éticos, naturales subyacentes. Una relectura de Isaiah Berlin y su análisis conceptual de libertad negativa y positiva siempre ayuda.

DOS MODELOS DE GESTION. En el cuadro sinóptico aparecen el modelo de las políticas de demanda; y el modelo de las políticas de oferta. (Pinche en la imagen).

Desde la caída del Muro se creyó que allá donde germinara el capitalismo, tarde o temprano germinaría la libertad. La economía fue una herramienta principal en la lucha por la caída de regímenes liberticidas. Y en muchos, muchos casos, muy efectiva.

Daro Acemoglu y James A. Robinson, en su famoso Por qué fracasan los países hablan sobre cómo el capitalismo y la libertad individual generan los incentivos necesarios para construir buenas “instituciones” en algunos países, y cómo eso explica las diferencias que se ven hoy en día.

«Al final del siglo XX, Corea del Sur multiplicó su PIB per capita por 6, mientras que Corea del Norte lo redujo a la mitad»

Un ejemplo muy claro son las dos Coreas. Hasta mediados del siglo XX, Corea del Norte y Corea del Sur era prácticamente iguales en PIB per capita. Corea del Sur empezó a proteger la propiedad privada y la protección legal de los productores, y al final del siglo XX, Corea del Sur multiplicó su PIB per capita por 6, mientras que Corea del Norte lo redujo a la mitad. Todo ello pese a partir de circunstancias muy parecidas.

Otro ejemplo que mencionan es el de la localidad de Nogales, una ciudad partida por la mitad por la frontera de EEUU-México. Y exponen cómo la parte mexicana de dicha localidad es pobre y la parte estaodunidense es rica. La diferencia fundamental entre una y otra es la existencia de malas instituciones (falta de protección a la propiedad privada, discrecionalidad en las expropiaciones, concesión de permisos, etc.) en la primera; y de buenas en la segunda, con un origen histórico en la presencia británica, que estableció mecanismos de protección de la propiedad privada. Recuperemos el trazo grueso liberal que va de nuestra Escuela de Salamanca a los británicos y a los austriacos.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte esa creencia está en cuestión. China lo ha propuesto; el capitalismo de Estado promovido por un Gobierno que coarta las libertades civiles hace posible participar del mercado sin necesidad de libertades individuales. Por el momento…, la pregunta es quién es el propietario de los medios de producción, la élite gobernante ¿de facto? ¿Cuánto aguantará?

Y no sería extraño ni contrario a la experiencia histórica, que cundiera el ejemplo, sobre todo en países de Latinoamérica o África, con grandes recursos naturales que cada vez cobran una mayor importancia geoestratégica.

En cualquier caso, capitalismo, libre, individual o de Estado (unos pocos, élites) pero capitalismo.

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ANA M. LOPEZ: EFECTOS COLATERALES DEL CAPITALISMO

En la cuarta sesión del seminario Los futuros del capitalismo intervino como panelista, Ana M. López, profesora de Economía Aplicada en la Universidad Autónoma de Madrid, que indicó que el capitalismo se ha enfrentado en el siglo XXI a “una crisis inmensa (2008-2019), que ha supuesto una enorme desigualdad”; agravada por la pandemia. Y que en la etapa que se inicia ahora, importantes desafíos como el del medio ambiente vuelven a cuestionar el sistema capitalista”.

Ana M. López.

“El capitalismo tiene que evitar daños colaterales, como las desigualdades”, sostiene la profesora. La tecnología puede servir de ayuda: “una Inteligencia Artificial bien utilizada puede servir para anticiparse a situaciones de crisis”. “En el nuevo capitalismo de la era 4.0, las tecnologías juegan un papel muy importante. El paso de lo analógico a lo digital, de lo individual a lo colectivo, son las grandes enseñas de este cambio de modelo”.

López considera que “es posible un capitalismo sostenible, pero hace falta liderazgo y colaboración público-privada. Hay que apostar por la educación como palanca de cambio y fomentar la formación continua –reskilling y upskilling– [entrenamiento laboral para optimizar el desempeño o reciclarse en nuevos puestos respectivamente]”

BEATRIZ REGUERO: ¿CUANTA REGULACIÓN QUEREMOS?

Finalmente intervino en la sesión Beatriz Reguero, directora de Área de Cuenta del Estado en CESCE (Compañía Española de Seguros de Crédito a la Exportación)  y técnico comercial y economista del Estado. Subrayó que  “el capitalismo es el único sistema que es compatible con la democracia”.

Beatriz Reguero.

A la hora de definir los modelos de capitalismo, afirmó que “la regulación es un tema crucial. Hay que repensar cuál es el volumen de regulación necesario, si no nos hemos pasado de frenada en Europa” En consecuencia, agregó hay que plantear dos cuestiones: “¿Cuánta regulación queremos tener? y aprender a regular de forma diferente aspectos que son diferentes o nuevos”.

La economista del Estado puso el ejemplo de las criptomonedas, que no pueden ser “nichos de desregulación”. Añadió que “es necesario reducir la intervención del Estado, pero hacerla mucho más potente: digitalizar la Administración y conseguir un personal bien formado y remunerado. Un transvase entre el sector público o privado es claramente imprescindible. Se debe elegir en qué parcelas debe el Estado ser potente y en cuales no debe estar tan presente”.

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Abogado-economista por la Universidad de Deusto y Master in Laws and Political Sciences por la London School of Economics. Ex Vicepresidente y Consejero Delegado de Caixa, Consejero Delegado de Banco Sabadell, Director General del BSCH y, actualmente, miembro del Consejo de Administración de Société Générale de Banque, Vicepresidente del Círculo de Empresarios y Operating Partner de Corsair Capital.