Tras seguir el caudal de información que ha habido en los Estados Unidos sobre las elecciones primarias podemos presentar el siguiente panorama. Además de apostar por un ganador -por ejemplo, Bush diez a uno-, describiremos a grandes rasgos cómo ha quedado planteada la camera electoral de noviembre.
Los problemas de la economía americana han estado en todo momento en primer plano. Tras terminar la guerra fría, los asuntos internacionales ya no movilizan la opinión pública, salvo algunos slogans medioambientales y, por supuesto, la competencia comercial con Japón y la Comunidad Europea. Estados Unidos pasa por la recesión más larga de su historia y, en jerga periodística, la sensación de «resaca», ras la «euforia« financiera de los ochenta, ha hecho al país a volverse sobre sí mismo y reexaminar los porqués del relativo mal estado de su economía. Este pararse a pensar colectivo en principio favorecía a los demócratas, en un momento en que después de tres presidencias republicanas seguidas el desgaste del Ejecutivo conservadores grande. Este otoño, sólo la enorme popularidad de ia pasada guerra del Golfo parecía ayudar las aspiraciones de reelección de Bush. Sin embargo, los líderes demócratas más presidenciables no se decidieron entonces a presentarse a las primarias. El noventa por Por José M. de Areilza Carvajal George Bush ciento de aprobación popular a Bush en varios meses de 1991 parecía pesar en sus ánimos y proyecciones.
ecciones. Por otra parte, si en el pan ido republicano la división entre libertarios y conservadores tradicionales puede quitar fuerza al mensaje electoral de Bush, en el demócrata las diferencias programáticas son aún mayores, A pesar de usar unos conceptos de intervención pública en la economía formulados en lenguaje cada vez menos anticuado, los demócratas tienen una base electoral menos homogénea que la republicana, por sus esfuerzos de llegar al poder representando a una gran coalición de minorías, profesionales y trabajadores. La probada ineficacia y corrupción del Congreso americano, dominado por los demócratas, ha terminado de sembrar la desconfianza no sólo entre votantes sino entre potenciales candidatos presidenciales demócratas.
Sin embargo, la popularidad de Bush ha ido bajando en estos meses de elecciones primarias, a medida que la prensa y televisión reflejaban el descontento por los efectos del credit crunch, que es como se explica la presente y cada vez más suave recesión económica. Pero como señalábamos, cuando en la oposición se han dado cuenta de lo vulnerable que puede ser Bush, ha sido tarde para reaccionar y los pesos pesados demócratas -Cuomo, Gore, Nunn, Gephardt, Betsen- han quedado fuera de las primarias.
Bush
Bush ha intentado por todos los medios demostrar que no está demasiado volcado en asuntos de política exterior. A la vez, ha tratado el problema de 1a recesión económica como una epidemia internacional, a la que asegura estar atacando con decisión y paciencia, resistiendo la tentación proteccionista y sorteando los obstáculos que le pone el Congreso de mayoría demócrata. El presidente ha recibido también alguna crítica por no prestar suficiente ayuda y atención al cambio en la anterior Unión Soviética, pero en general su flanco débil es una supuesta falta de liderazgo económico doméstico, provocado por su pragmatismo a ultranza y su escepticismo sobre el papel del Estado como motor de cambios sociales.
Una ventaja de Bush ha sido la falta de un contrincante republicano serio. No es que Buchanan no haya influido haciendo que Bush afirmara sus posiciones conservadoras. Pero ha sido un desafio modesto y rápido, una actuación bien planeada, casi guerrillera, para asegurarse Buchanan un puesto destacado en la facción conservadora republi cana y desde-allí luchar contra los demócratas. El fratricidio se ha evitado tras varias escaramuzas serias y todos los políticos republicanos han cerrado filas en cuanto Bush y Buchanan pactaron la paz. El ahorro de recursos y la concentración de Bush en asuntos de gobierno mientras ¡os demócratas se peleaban entre ellos ha sido notable.
Ello no quiere decir que el electorado que ha votado en las últimas elecciones al partido republicano repita por fuerza. De hecho, hay un tercio de republicanos que en las encuestas afirma no sentirse representado por Bush. Y el voto de los independientes, en principio anti-establishment, podría ser decisivo para la reelección o no del presidente. A pesar de ello, el aparato republicano está preparado para ayudar a convencer en noviembre, no ahora, a ¡os desencantados que forman el llamado «voto de protesta». Sobre todo porque Bush siempre compite mejor contra otros que contra sí mismo. Y porque se espera que la bajada de los tipos de interés en diciembre junto a la aplicación de otros estimulantes macroeconómicos, produzca resultados positivos a más tardar para junio.
A pesar de que el indicador económico principal sobre el que se discuta en la contienda de noviembre puede ser la tasa de desempleo -un escandaloso 1%-, difícil de influir en el corto plazo, los republicanos esperan poder contar con un aumento de la productividad industrial, consumo individual, beneficios de las empresas e índices de bolsa.
Clinton
En el lado demócrata, Clinton parece que será el candidato a la presidencia, si la convención del partido en julio no resuelve de otra manera. El gobernador de Arkansas es una figura discutida. Los que le apoyan subrayan su astucia, buena imagen televisiva y capacidad organizativa. Su pro grama económico está dirigido al votante de clase media y propone una subida de impuestos para los que más ganan, una reducción de un 10% para los votantes de ingresos medios y aumentar el gasto en asuntos sociales, sobre todo en educación y programas de aprendizaje profesional. Clinton intenta representar, superando la tradición de New Deal del Partido, el cambio económico a través de un mercado levemente corregido por el sector público a la vez que se aleja del proteccionismo en asuntos de comercio internacional que predican otros demócratas menores.
Los que le critican señalan en primer lugar que desde que tenía uso de razón pensaba en ser presidente de los EEUU. Aunque esto no sea necesariamente malo o bueno, en el caso de Clinton parece haber reducido los escrúpulos del candidato a candidato. Por la manera con la que ha justificado cuatro o cinco «escándalos» que la prensa ha desenterrado en dos meses, sus críticos dentro del Partido hablan de «dudas sobre su carácter», un eufemismo en comparación de los variados términos que puede usar a partir de julio el establishment republicano para atacarlo. Su supuesta infidelidad matrimonial, artimañas para no luchar en Vietnam, tráfico de influencias desde su puesto de gobernador con el despacho de su mujer y juvenil uso de drogas no dañarían a ningún político en España, sino con toda probabilidad realzarían sus credenciales «progres». Sin embargo, en Estados Unidos el presidente tiene que parecer honrado antes y después del periodo electoral. Clinton ha reaccionado con arrojo ante acusaciones y chismes, controlando en lo posible el daño a su imagen y apoyándose en el partido demócrata y la prensa liberal que llevan intentado meses autoconvencerse para cerrar filas en tomo a este profesional de la política.
Los otros dos contendientes demócratas, Brown y Tsongas. aparte de estar enfrentados con el aparato del partido y faltarles financiación, tienen también lo que los líderes de opinión llaman en su jerga «problemas de elegibilidad» (Tsongas la falta de carísma. Brown el exceso de). Ambos han atacado con dureza a Clinton y conseguido ganar en importantes estados sólo por las dudas que el gobernador de Arkansas, según las encuestas, inspira en al menos la mitad del electorado demócrata. Tsongas podría ser a última hora un buen sustituto si la Convención demócrata decide por unanimidad reemplazarlo para la carrera electoral de noviembre. Asimismo, cualquiera de los pesos pesados demócratas podría entrar si se produce tal crisis de desconfianza.
Desde la Depresión de 1929, lo que más ha importado hasta ahora en las elecciones americanas no son tanto los programas y promesas como la predicción y el instinto, acertado o no, que los votantes desarrollan sobre la (labilidad de cada candidato. Clinton representa una nueva generación de políticos americanos, «óa by-boomers», jóvenes de los años sesenta, en lugar de veteranos de la Segunda Guerra Mundial, con contradicciones más aparentes que sus mayores. Pero el electorado de estas primarias podría resistirse al cambio generacional e inclinarse en noviembre, a falta de mejor opción, por la prudencia y experiencia del candidato republicano.