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«España no ha tenido ni feudalismo ni burguesía», dijo Sánchez Albornoz en célebre sentencia. España guerreó siete siglos de reconquista, y en el comienzo de la edad moderna, en lugar de construir la nación burguesa, próspera y rica en bienes, siguió conquistando remotas tierras de América y porfió en Europa en la anacrónica idea de Imperio. Mientras Europa preparaba los fundamentos económicos y políticos de la modernidad, España en el siglo XVIII contenía los muros de un bastión medieval que se desmoronaba. Europa se despojó de la tiranía de las confesiones religiosas y erigió su autonomía sobre la racionalidad pública y sobre el dogma del mercado: la alianza de ambos generaba imparable progreso, riqueza, bienestar, libertad y justicia. En cambio, España expulsó a los judíos, fermento de burguesía; no constituyó un Estado ni consiguió crear las condiciones de un mercado libre y competitivo; no hizo la revolución hacia la modernidad como Inglaterra, Francia o Italia, sino la Guerra Civil fratricida. La Iglesia católica, la Inquisición, privaron a España -se dice- de una cienciamoderna libre de prejuicios. La empresa caballeresca de una Españasupranacional y americana fue un mal sueño que se debe a la ausenciade la auténtica empresa moderna, la empresa de capital y trabajo. En España no existe el tipo del burguésque tan bien retrató Sombart en su famoso libro de 1913: asceta, racional, virtuoso, dominado por un anhelo de lucro incesante. El catolicismo nos arrebató el ethos protestante y la moral de los negocios.Los españoles perdimos las dos grandes industrializaciones europeas de los siglos XVII y XVIII. Y en el terreno cultural, «España no ha tenido Ilustración», Ortega y Gasset dixit. Una culpable minoría de edad intelectual nos convierte en pasto de supersticiones, folclore, mitologías. La especialidad de España es la decadencia de España. Hay que europeizar España.

Mientras tanto, Europa ha mudado su primera estampa. La Europa moderna, la Europa de la razón técnica-científica, la Europa de las luces y del progreso, se transfiguró de pronto en el teatro de las guerras mundiales, el laboratorio científico en cámaras de gas, el jardín renacentista en el campo de Auschwitz. Todo el pensamiento contemporáneo se resume en una crítica de la modernidad: detrás de la razón científico-técnica se descubre voluntad de dominio sobre la naturaleza y el hombre, se desenmascara la irracionalidad y la noche del espíritu; la Filosofía de la Historia es la historia del dolor y de las víctimas inmoladas en el altar del progreso. La modernidad naufraga en las riberas de la postmodernidad.

¿Qué es España, qué debe ser? En trance de sumarse a la proclamada integración europea, la opinión pública española siente la presión de una tremenda inercia generada por la ortodoxia de las autoridades públicas de todo signo. ¿Debe España esforzarse por entrar en la Unión Europea? Se dice que es del todo punto conveniente y un racimo de connotaciones apoya esta proposición: la España antimoderna o premoderna se moderniza al final, se desprende del estigma de especialidad y es admitida en una comunidad que durante centurias se reservó el derecho de admisión. Superamos una antigua decadencia.

Ahora bien, el club de Europa se asienta hoy sobre un camposanto. Quiere decirse que los cincuenta millones de muertos de la segunda Guerra Mundial proscribían una excesiva ideología en el levantamiento de los planos de la nueva Europa.Una vez disipado el humo de las bombas asesinas, arraigó en Europaun anhelo hondo de paz perpetua. Lo mejor era evitar las controversias ideológicas y crear una solidaridad de hecho. En cierto sentido, como ha explicado Joseph Weiler, la Comunidad Europea pretendió no tener ideología y profesar una pragmática neutralidad en este punto. Pero la ausencia de ideología o su estudiada neutralidad aseguraba-también de hecho- el triunfo de la ideología dominante, que se imponedonde nadie la contradice. Por ello la Unión Europea consagra el ídolo del Mercado y la ideología que lo sostiene. Mercado Único quiere decir que todo es mercado, nada fuera del mercado, mercado como orbe. Justamente la modernidad se caracteriza por la transformación de todo -cultura, razón, deseo, arte- en mercancía. La mercancía es el ombligo de la modernidad y la Unión Europea su emanación postrimera.

Nuevamente pregunto: ¿qué es España y qué deber ser? Hay quien proclama: «La Modernidad ha muerto. ¡Viva España!». La España premoderna o antimoderna que Europa menospreció, por no plegarse a su hechura, se transmuta en la España postmoderna que adviene después de la decadencia de la modernidad. Porque ¿quién decae? José Luis Abellán cree que la decadencia de Europa origina la reviviscencia de España: «Si esta línea histórica de crítica a los valores modernos se prolonga, ello traerá evidentemente -más aún, está trayendo ya- una nueva escala de valores según la cual España no solo no aparecerá decadente, sino que no habrá decaído realmente, pues aparecerá como una nación que mantuvo en su día unos valores que -tras un periodo de depresión- han vuelto a prevalecer. España durante su llamada decadencia no habría hecho sino esperar su hora realmente, y esa decadencia no aparecerá como tal, sino como una disidencia respecto de los valores triunfantes un día en los otros países, que habrían al cabo del tiempo venido a darle la razón. En cualquier caso, lo que no cabe duda que está en nuestra mano es intentar cambiar la escala de valores en que se fundó la modernidad» (Historia crítica del pensamiento español, tomo I, pág.124).

Por otra parte, la prestigiosa revista The Economist, en su número del 14 de diciembre de 1996, dedicó varios artículos a España. El principal de ellos, titulado «In transit», trata de demostrar que ciudades como Madrid o Barcelona manifiestan lo mucho que España se ha modernizado en los último años; ya nada tiene que envidiar a Europa. En efecto, «las mujeres tienen un papel más importante que antes, la Iglesia y el ejército importan menos. Pitan por todas partes los teléfonos móviles. La familia todavía cuenta, pero en España está empezando a ceder a las reclamaciones del individuo. Padres solteros, divorcio, contracepción, homosexualidad, abuso de drogas y SIDA, algo inaudito y ampliamente censurado en los días de Franco, han venido a ser una cosa corriente. En suma, España ha llegado a ser un país europeo considerablemente normal».

Es un extracto casi cómico y no deseo sacar conclusiones que sacien el apetito de reaccionarios golosos. Nadie pretende, ni siquiera la revista británica, que esas conductas sean los bienes exclusivos de la cornucopia moderna ni que España arribe a la modernidad por el aumento de las víctimas de la droga o del SIDA. Ahora bien, del mismo modo que la supuesta neutralidad ideológica de atraer la atención general. La apropiación por el franquismo de los la Comunidad Europea sustrajo al gran público el debate sobre su esencia y fines, así también una pareja sustracción se ha producido en nuestro foro.

Urge un debate nacional. El tácito convenio de no hacer ideología durante la Transición española desde 1975 -a fin de conciliar la división de las dos Españas- permitió, en España como en Europa, una cierta paz social y el ahondamiento de algunas instituciones capitales. Pero de reflejo ha producido que nadie plantee hoy qué sea nuestra nación ni qué deba ser. La Constitución fue un «compromiso dilatorio» también en este punto. Solo las regiones históricas gozan del privilegio de suscitar la gran cuestión y símbolos unitarios de nuestra nación ha forzado un pragmatismo sin símbolos ni tradición. Pero nuevamente el pragmatismo esconde una ideología que no se ha hecho consciente.

La ingenuidad implica heteronomia, una como cesión de soberanía. La integración europea y nuestra participación en ella representa lo que los moralistas llaman una «opción fundamental», una determinación última y definitiva sobre el propio ser, que involucra toda su historia pasada y futura. Nos parecemos a ésos que dormían mientras mataban al anhelado Mesías. No se trata de desviar el curso de los tiempos, sino de abrir los ojos. Despojémonos del pragmatismo majadero y levantemos el pensamiento a cosas mayores.

Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) es doctor en Filosofía y licenciado en Filología Clásica y en Derecho. En 1993 ganó las oposiciones al cuerpo de Letrados del Consejo de Estado con el número 1 de su promoción. Desde 2003 es director de la Fundación Juan March. A lo largo de una década publicó cuatro libros en torno a la ejemplaridad: Imitación y experiencia (2003), Aquiles en el gineceo (2007), Ejemplaridad pública (2009) y Necesario pero imposible (2013). Ha reunido su producción ensayística en dos compilaciones: Tetralogía de la ejemplaridad (2014) y Filosofía mundana. Microensayos completos (2016). En 2004, obtuvo el Premio Nacional de Ensayo por su primer libro. Es patrono del Teatro Real y del Teatro Abadía. Miembro del Consejo de Dirección de Nueva Revista.