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Nacida en La Plata (Buenos Aires), Julia Lescano es arquitecta licenciada en la UNLP donde ha sido profesora e investigadora sobre Historia, Arquitectura, Arte y Diseño. Sobre esas temáticas realizó también estudios de posgrado. En la actualidad, su experiencia profesional abarca la práctica de la arquitectura y la investigación sobre la relación que existe entre los espacios, los usuarios y las nuevas tecnologías.


AVANCE

La mirada de Julia Lescano sobre los modos de habitar el espacio no se reduce a los medios físicos, sino que se extiende a lo digital. ¿Cómo se habita el espacio digital? Exhibiéndose, exponiéndose. Esa es la característica principal de la «vida escaparate», el concepto que da título de la obra de esta arquitecta argentina publicado por Almuzara. El subtítulo, «¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir?» insiste en la noción y en las relaciones que desempeñan el ser y el parecer. Así las cosas, como parte del interés de Nueva Revista en el tema de la identidad, nos fijamos en el papel de las nuevas identidades digitales y su correspondencia (o no) con lo que una persona considera su sello propio y los problemas que se derivan de esta disociación. Caricaturización de los sujetos, conversión en mercancía y objetos de consumo, abolición de la intimidad y pérdida de la libertad son algunas de ellas.

Desprovistos de capacidad de análisis, bien equipados con la prisa, incapaces de encontrar disposición para conversaciones y sentimientos profundos, ¿qué queda? Poca cosa. Y esto es justamente lo que exhiben las vidas escaparate, de modo que Lescano afirma con contundencia: «Las redes sociales se ofrecen como un refugio para la insignificancia».


ARTÍCULO

«¿Qué pasaría si algún día los escaparates estuvieran habitados por sus clientes y si en lugar de maniquíes fueran personas reales quienes lucieran los objetos en venta, para tentar a otro a que luzca como ellos?» Lo pregunta Julia Lescano, autora del ensayo Vida escaparate, recientemente publicado en Almuzara, pero sabe que ya ha pasado y lo cuenta en su libro: la estrategia comercial no es nueva y en su forma literal ha sido puesta en práctica en numerosas ocasiones. También ha tenido la iniciativa su versión artística, en forma de performances, y televisiva, pues qué son si no los formatos de los realities. Lo novedoso es pasar de la pregunta a la mera descripción, constatar la generalización de que se vive para mostrar y mostrarse, para ser percibido: exhibición o muerte ‒muerte como sinónimo de la no existencia‒ es un lema bastante ajustado al presente.

Julia Lescano: Vida escaparate. Almuzara, 2022

En este contexto, Lescano que es arquitecta e investigadoras de los espacios, las personas y las relaciones entre ambos, dedica algunas páginas de su obra a la identidad digital. Para empezar, comienza la autora recordando que identidad remite «a naturaleza, a verdad y a sello propio», lo hace después de enunciar la dicotomía entre «la necesidad de la sociedad de homogeneizarnos […] y el deseo creciente que tenemos los individuos de destacarnos y ser diferentes a los demás. En cierta forma, queremos ser únicos o auténticos, pero es justamente eso lo que nos lleva a poner en práctica la comparación. Y es comparar lo que nos hace ser cada vez más iguales». Objetivo de homogeneización, cumplido con creces.

En el libro se constata la generalización de que se vive para mostrar y mostrarse, para ser percibido: exhibición o muerte parece un lema ajustado al presente

Huella dactilar vs huella digital

La primera la llevamos en el cuerpo y, hasta hace no mucho, en el DNI. Nos acompaña siempre, no cambia, está ahí, es indeleble. La huella digital, esa suma de todo lo que buscamos, comentamos o publicamos en redes y en internet, sí se modifica, cambia, crece…  «Pienso que no es lo mismo que seamos dueños, portadores de una huella propia, que dejar huella o rastro en función de una acción», escribe Lescano. No, no es lo mismo, pero algo sí tienen en común: sea como portador o como actor, algo dicen de nosotros y lo que dicen lo dicen o para siempre o durante mucho, mucho tiempo. Difícilmente se deshace la persona de una u otra huella. En el caso de la dactilar, está claro, pero no tanto respecto a la segunda, un material valioso, suculento a la hora de que empresas, Estado o, simplemente, los otros se forjen una idea más o menos realista, una imagen más o menos veraz de quienes somos en virtud de la huella digital.

Deseo de ser público

«Cuando yo era joven ‒escribía Umberto Eco‒, había una diferencia importante entre ser famosos y estar en boca de todos. La mayoría querían ser famosos por ser el mejor deportista o la mejor bailarina, pero a nadie le gustaba estar en boca de todos por ser el cornudo del pueblo o una puta de poca monta. En el futuro esta diferencia ya no existirá: con tal de que alguien nos mire y hable de nosotros, estaremos dispuestos a todo». Con esa cita que recoge Julia Lescano se da la bienvenida al futuro del que hablaba Eco. Antes, las caras conocidas hacían algo con el cuerpo o con la cabeza para ser reconocidas por su rostro, ahora los rostros conocidos se han independizado de sus razones; simplemente son eso, conocidos, ya es bastante como razón de ser. Una «fama sin sustento, instantánea, efímera como la estela que deja la lancha» es la razón de ser de una novedosa identidad que no tiene nada o casi nada que ver con aquella compuesta «por los rasgos que nos distinguen de nuestros semejantes […]: lo genuino y lo auténtico, el sello propio».

Antes las caras conocidas hacían algo con el cuerpo o con la cabeza para ser reconocidas por su rostro, ahora los rostros conocidos se han independizado de sus razones

Ante esta nueva creación, la pregunta es la de siempre: ¿quiénes somos? O en sus distintas versiones: ¿cuál es nuestra identidad? ¿Podemos tener varias? ¿En ese caso, cuál es la buena? Lescano tiene un epígrafe dedicado a la identidad digital y sus riesgos y una propuesta en relación: «que reflexionemos sobre esta identidad que fabricamos para ser parte de la escena virtual y que analicemos si coincide con nuestra identidad real y, de ser así, en qué porcentaje lo hace».

La caricaturización de los sujetos

La identidad modelada o modulada conlleva el riesgo, obvio, de no acceder a la sustancia de quien está detrás. Una situación plenamente normalizada, que puede dar lugar a otras menos comunes o que pueden suscitar una reflexión más profunda. «Hoy en las redes nuestra imagen se congela y nos cosificamos. […] Es probable que este tipo de espacios genere una suerte de caricaturización de los sujetos que navegan en estas aguas. Este es el caso de quienes viven una vida dual entre lo virtual y lo real». Y la autora concluye: «Estos sujetos digitales viven a la espera de que alguien los elija y los consuma como signo de la aprobación a su identidad digital».

En otras ocasiones sucede que esa aprobación se ha hecho masiva. La identidad del avatar es la identidad del sujeto, de un sujeto despersonalizado y triunfante. Julia Lescano se centra en el caso Banksy y escribe: «A pesar de que su arte tenga lugar con gran éxito en la escena pública, su identidad permanece en el anonimato, lo cual es maravilloso en estos días en los que todo el mundo intenta ser visible. Lo cierto es que las redes se convierten en espacios de falsedad, donde avatares creados ad hoc se presentan como la contracara de la identidad».

«Estos sujetos digitales viven a la espera de que alguien los elija y los consuma como signo de la aprobación a su identidad digital», escribe Julia Lescano

Sin intimidad, ¿hay libertad?

Asumido ya que las vidas escaparates del título de la obra de Lescano son las que se desarrollan en plena exposición, la autora se pregunta por las razones y las consecuencias. Entre las primeras: «Nos sedujo la curiosidad, lo nuevo, la oferta de la sorpresa, pero no supimos leer la letra pequeña. […] no tuvimos los recursos para quedarnos con la herramienta que permitía comunicarnos a unos con otros, que hacía que la información viajara más rápido. Quisimos ir más allá, llevarla al máximo, al punto tal de que existimos por y para la red, vivimos inmersos en ella […], le dimos de comer, lo convertimos en una bestia con más poder que nosotros, le otorgamos la parte más preciada de cada uno sin saber que no tenía retorno. Por eso, le entregamos el tiempo y nuestra libertad. Le ofrendamos nuestro cuerpo, nuestros pensamientos, las amistades, los secretos. Este gigante sabe todo de todos, es dueño del conocimiento, y por esto nos maneja y nos manipula».

Quizá el proceso no sea por completo irreversible, Lescano llama la atención sobre el hecho de que igual que se ha consentido en ofrecer toda esa información detallada de nuestra intimidad, podría dejar de hacerse: «Podríamos no entregársela» a fin de recobrar espacio propio, intimidad y manejo de la libertad individual. «Es necesario resaltar que parte de nuestra libertad tiene que ver con darnos prioridad, autorizarnos y otorgarnos credibilidad e importancia».

La autora defiende que «parte de nuestra libertad tiene que ver con darnos prioridad, autorizarnos y otorgarnos credibilidad e importancia»

A modo de conclusión

Aunque en este texto el foco se ha puesto en lo que respecta a la identidad digital, el libro de Lescano se extiende por otros aspectos como las casas-escaparate (en este punto es conveniente recordar que ella es arquitecta), la transparencia, las fake news, el papel de la crítica, la digitalización de la infancia… Las conclusiones de su estudio ponen en juego varias de esas perspectivas. Entre ellas, destaca Lescano las consecuencias de la «cultura del instante y de lo light» que ha acabado arrumbando o desterrando la seriedad y el dolor inherentes a la vida. «Necesitamos volar, elevarnos y escapar de la gravedad […]. Supieron imponernos nuevos ideales y valores como lo liviano y efímero (característicos de una sociedad impaciente que vive apurada y ansiosa) que han pasado del mundo imaginario de hadas y alfombras voladoras al mundo real».

Así, desprovistos de capacidad de análisis, bien equipados con la prisa, incapaces de encontrar disposición para conversaciones y sentimientos profundos, ¿qué queda? Poca cosa. Y esto es justamente lo que se saca a pasear, de modo que Lescano afirma con contundencia: «Las redes sociales se ofrecen como un refugio para la insignificancia». Y se muestra más contundente aun cuando valora cómo estas han anulado la capacidad de relacionar (esa característica de la inteligencia) y ante el hecho de que el algoritmo haya tomado el control: «Nos dejamos manipular por su inteligencia artificial y, como consecuencia, dejamos de pensar. Son cada vez más inteligentes y nosotros, cada vez más tontos».

Lescano afirma con contundencia: «Las redes sociales se ofrecen como un refugio para la insignificancia»

Pero de entre todas las conclusiones generales, hay una parte, el final del libro que justamente se refiere a la identidad: «Cuando la identidad, en tanto el nombre de una persona, se populariza o viraliza convirtiéndose en un ismo, en tendencia, deja de ser individual y pierde identidad».  Por tanto, para concluir, su receta, con algo de esperanza: «Menos ismos y más nuevas identidades, nuevas formas de ver, de pensar, de interpretar».