Cesta
Tu cesta está vacía, pero puedes añadir alguna de nuestras revistas o suscripciones.
Ver productosJugoso recorrido por la vida de una de las figuras más destacadas de la cultura española del pasado siglo
4 de julio de 2025 - 9min.
Juan Benet (1927-1993) fue ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y destacado escritor. En su obra novelística destaca la voluminosa Herrumbrosas lanzas.
J. Benito Fernández ha publicado biografías dedicadas a Leopoldo María Panero, Eduardo Haro Ibars y Rafael Sánchez Ferlosio. Actualmente trabaja en la de Gonzalo Torrente Malvido.
Avance
Hace ya unos años en que, tras mucho tiempo siendo desdeñadas, las biografías se han puesto de moda en España. Hay colecciones dedicadas exclusivamente al género, y más de un trabajo biográfico ha sido reconocido con el premio nacional de Historia. Entre los autores que vienen ocupándose de biografías de escritores sobresale J. Benito Fernández. Su trabajo más reciente en este campo es el dedicado a Juan Benet, uno de los nombres más destacados y reconocidos (quizá también el más exigente y difícil) de la literatura española del siglo XX.
Benito Fernández tiene un estilo particular de hacer biografías. Como ha dicho una experta en el género, Fernández opta por lo predicativo frente a lo existencial, es decir, por el dato (de un modo minucioso y acumulativo) frente a la interpretación. Combina el volcado de hechos escuetos, como una destilación del contenido de agendas y dietarios, con la recogida de numerosos testimonios de quienes trataron, con cualquier nivel de cercanía, al personaje biografiado. Si semejante método puede deparar alguna insatisfacción al lector, la personalidad del autor elegido (desde luego, Benet, en este caso) tiene suficiente atractivo y tirón como para compensarla.
Benet es uno de esos personajes que cuentan con una imagen oficial que casi cualquier aficionado a la literatura española conoce, una imagen en la que entran en grandes dosis la inteligencia, la impertinencia y el afán de provocación (de montar el número, como se ha dicho). El libro de Benito Fernández no desmiente esa imagen, pero le añade detalles y matices. El escritor e ingeniero, un hombre que, al decir de su amiga Carmen Martín Gaite, se prohibía la cordialidad y la ternura, era también generoso y sensible; incluso vulnerable, tanto en lo que se refería a las opiniones que suscitaba su obra literaria como en los asuntos amorosos, terreno este del que su vida estuvo sobradamente abastecida, no faltando varios casos de mujeres a las que sacaba más de veinte, incluso treinta años.
El trabajo de Benito Fernández, aun sin entrar con detalle en la obra literaria de Benet (más bien al contrario) no apea a este, sino que le confirma en el pedestal que se le reconoce. Un pedestal basado en su condición de renovador de la narrativa española, por su estilo complejo, técnica innovadora y excelente y arrebatadora prosa, así como en la condición de maestro y referente para algunos escritores más jóvenes.
En lo personal, algunos testimonios recogidos por el biógrafo –a destacar los del editor Jaime Salinas– aportan un jugoso contrapunto a la leyenda benetiana, fielmente mantenida por algunos de sus defensores más entusiastas.
Empecemos por lo general. Durante muchos años, escaseaban, si es que no faltaban por completo, las biografías en los estudios literarios e historiográficos en España. Se achacaba al predominio del estructuralismo en dichos estudios. Importaban las estructuras, lo socioeconómico; el relato lineal, la atención a los reyes, las batallas y los personajes individuales, característicos de una historia tradicional, eran desdeñados. No se escribían biografías y también escaseaban los libros de memorias (base a menudo de aquellas), frecuentes en el mundo anglosajón. Como nunca faltan expertos para aclarar estas cosas, se llegaba a decir que, en España, de tradición católica, contábamos con la confesión, práctica que sustituía el afán de contar luego sobre el papel nuestras intimidades, lo que no ocurría en países de tradición protestante.
Pero hace ya unos años, sin duda por el declive del estructuralismo en el mundo académico, las biografías han cobrado importancia. Su interés no se discute y proliferan los ejemplos. Aparte de muchos casos aislados, hay colecciones enteras dedicadas al género. La editorial Taurus mantiene Españoles eminentes, en la que, entre otros han aparecido Unamuno (Jon Juaristi), Ortega, (Jordi Gracia), Ignacio de Loyola (Enrique García Hernán) y Pardo Bazán, a cargo de Isabel Burdiel, autora de otra muy notable biografía de Isabel II, por la que obtuvo el premio nacional de Historia. Y Anagrama, su Biblioteca de la memoria, en la que, también entre otros muchos títulos, destacan las dedicadas a Joyce, Proust, Lewis Carroll, Freud y las dos dedicadas a Nabokov (los años rusos y los años americanos).
El autor de la que nos ocupa se ha especializado en el género, con especial atención a escritores que se pueden considerar raros, excéntricos o malditos. Buen ejemplo de ello son las dos primeras que publicó, dedicadas a Leopoldo María Panero y Eduardo Haro Ibars. Siguió luego con el –nada maldito, pero sí excéntrico, y a mucha honra– Rafael Sánchez Ferlosio. Luego se ocupó de otro personaje de parecida estirpe, todo un triunfador en las antípodas del malditismo, pero no exento de ciertas excentricidades: el escritor (e ingeniero) Juan Benet. J. Benito Fernández está trabajando ya en la biografía de otro escritor que no desentona nada en su bibliografía, casi estaba pidiendo a gritos que se le incluyera: Gonzalo Torrente Malvido.
Benito Fernández tiene un peculiar método como biógrafo. Consiste en pegarse al personaje, siguiéndole en su día a día, y hablar con cualquiera de sus amigos, conocidos y saludados. Cuando Paul Preston publicó su monumental biografía de Franco dijo que se había pegado a él, no sabía si como Sherlock Holmes o como el inspector Clouseau, pero no renunciaba a sacar conclusiones e interpretar al personaje. Cosa que no hace Benito Fernández. El método ha provocado reparos e insatisfacciones. El propio autor recoge algunos al principio de su libro («¿Qué importancia tiene que cenara en su casa Felipe González, qué interés puede tener el viaje que hicimos a tal sitio? No me gusta tu estrategia»). La profesora, especialista en biografías y biógrafa ella misma (también ganó un premio nacional de Historia con la de Concepción Arenal) Anna Caballé, expone igualmente sus dudas sobre el método de Fernández. Habla de una narratividad que «roza el inventario» y reconoce que «el libro, que cubre íntegramente la trayectoria vital del personaje, ofrece páginas apasionantes, porque tanto la vida como la figura del escritor e ingeniero Juan Benet (Madrid, 1927-1993) lo fueron» (el subrayado es nuestro).
Esta es, sin duda, una clave de El plural es una lata. El libro resulta interesante aunque solo sea por el atractivo del autor retratado. Benet fue un personaje que podía (y, desde luego, quería) resultar irritante, pero que se bebió la vida a tragos, nunca mejor dicho, y de una talla intelectual y humana por encima de lo común. Los testimonios del editor Jaime Salinas recogidos en el libro son esclarecedores a este respecto. Salinas, que ofrece un muy interesante contrapunto a las declaraciones de los fans de Benet, también reconoce que este «es uno de los pocos españoles con los que me siento a gusto», «la única persona con la que consigo comunicar en mi tierra». Salinas, en su correspondencia privada, publicada póstumamente, habla de «las hojas laterales del tríptico: Sarrión y Chamorro» [el poeta Antonio Martínez Sarrión y el periodista y escritor Eduardo Chamorro], o «el Benet & Cía»; cuenta la llegada de «los bufones fijos de Benet: Sarrión, Chamorro y Álvarez [el poeta José María Álvarez], con una de esas niñas de rigor»; se lamenta en una ocasión: «Si no hubiera estado Benet con su corte…», y celebra en otra: «Como estábamos solos, sin séquito de admiradores, la velada fue agradable». Para volver a reconocer que, «con todo, es la única persona en esta ciudad con la que me gusta hablar».
Fiel a su estilo, Benito Fernández orilla la literatura de Benet, de la que apenas hay rastro en el libro. Entre las excepciones, la definición de Saúl ante Samuel como «brumosa novela filosófico-religiosa» en la que «está todo Benet», «la cumbre del estilo benetiano, su radical culmen, donde busca en el lenguaje su máxima expresividad». La dureza y aspereza de su literatura es sobradamente conocida, y reconocida, incluso por el propio Benet. A quienes, desde luego, se les atragantó esa literatura exigente y difícil fue a algunos censores que tuvieron que hacer informes de lectura como estos: «algo difícil de definir y cuya lectura se hace tediosa», «enigmática y complicada resultando difícil la captación de la línea argumental, si es que la tiene», «cock-tail caótico de difícil lectura». Quizá Benet disfrutaba haciendo sufrir al lector, pero seguro que disfrutaba haciendo sufrir a los censores. Pero no eran solo ellos; la propia Academia Sueca le catalogó como el más difícil de leer de los autores españoles del momento. Por otro lado, un escritor como José Donoso afirmaba preferir mil veces aburrirse «leyendo las novelas magistrales de Juan Benet, porque esto me procura placer, que entretenerme leyendo a Agatha Christie, que no me procura ninguno».
Una biografía es también siempre el retrato de un tiempo y un país; y, siguiendo en el campo de la censura, El plural es una lata ofrece alguna anécdota impagable, como la del censor que intuye crítica política en las páginas de una novela, pero se muestra incapaz de localizarla concretamente, admite «el riesgo de imaginar lo que no hay o dejar pasar lo que encierra mucho veneno», y acaba sugiriendo que la novela «debería ser vista de nuevo por si otro lector descubre más claro ese fondo antirégimen ambiguo que imagino».
En definitiva, el Juan Benet que emerge de esta biografía apenas sorprenderá a los conocedores de su figura. «Un personaje de grandes dimensiones como hombre y como intelectual», cuya «buena relación con la insolencia era palmaria», dueño de una cultura enciclopédica desde muy pronto. Alguien que, a sus cuarenta y cuatro años, al final del franquismo, ya se ha afianzado como escritor y es «una figura tutelar… un maestro y referente ineludible de un grupo generacional de escritores». «Tanto su complejo estilo, su innovadora técnica, su excelente y arrebatadora prosa, sus reflexiones, sus conocimientos en música, pintura u otras materias le han convertido en una importante figura literaria de poderosa influencia moral e intelectual», de modo que «ya es el gran renovador de la narrativa española… Benet está en boca de todos».
Benet era travieso e impertinente, pero también generoso. Más sensible de lo que aparentaba; y más vulnerable también, tanto a las opiniones ajenas sobre su literatura como en los asuntos amorosos, capítulo sencillamente desbordante en la vida de Benet. «En estos asuntos es de una inmadurez total, aunque no deja de conmoverte», escribió Jaime Salinas en su importante correspondencia. Ese tipo «elegante, arbitrario, con un componente histriónico» (Darío Villanueva) ni sabía ni quería estar solo.
Los amigos de Benet (los citados Sarrión y Chamorro, Javier Marías…) han cantado sobrada y seguro que justamente las alabanzas del escritor; a este respecto, son muy recomendables las páginas que Martínez Sarrión le dedica en su excelente libro de memorias Jazz y días de lluvia. Muchos otros testimonios, como los recogidos en esta biografía, ayudan a completar el retrato. Así, si Francisco Rico proclamó alguna vez que hubiera querido ser Juan Benet, Germán Gullón dijo que «Paco [Rico] sacaba lo peor de Juan a relucir, su gilipollez». Emma Cohen, una de sus muchas amantes (una biografía como esta tiene también ese aspecto picante), dijo que «era muy Peter Pan… con esa mala leche fulgurante como la de un niño de siete o de nueve años… Poseía magnetismo, con un encanto atroz. Un ser jubiloso. La tristeza la descubrías después». Para Carmen Martín Gaite era un hombre que «se prohíbe la cordialidad y la ternura». Luis Suñén le recuerda encantado y feliz «porque había montado el número».
Si bien el particular método biográfico del autor puede dejar alguna insatisfacción en el lector, sí es oportuno y pertinente rescatar la figura de Juan Benet, sacarle de ese purgatorio de olvido al que dicen que van los escritores fallecidos hasta que son recuperados como clásicos (si acaso Benet estuviera en él).
La foto que ilustra el artículo es cortesía de Graciela Paoletti