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El cine chino actual, profundamente desconocido en Occidente, nos ha sorprendido este año con este notable film, firmado en 1990 por el joven director Zhang Yimou, perteneciente a la llamada generación de la República Popular, que, además de contar con un gran apoyo de la crítica (Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid 199(1). curiosamente ha obtenido un considerable éxito comercial o de taquilla.

Esta película, dotada de una belleza plástica excepcional, comienza con unas hermosísimas imágenes de gran riqueza cromática y luminosidad que nos sitúan de golpe en el lugar de los hechos, un pueblo cualquiera del interior de la China. La visión de los tejados de las casas entre los que sobresale, en el centro, el patio de la más importante de ellas, la tintorería, hacia el que se va acercando la cámara, nos introduce en ese mundo cerrado que constituirá el marco en que se va a desarrollar toda la acción.

Un rótulo nos indica que estamos en 1930. Pero da igual. La primera escena se encarga de desdecirlo, al menos en nuestra concepción temporal de esta fecha, pues nos retrotrae a un mundo ancestral, perfectamente medieval, en que los seres humanos no son libres; vemos claras relaciones de esclavitud, pero donde más que pertenecerse unos a otros, pertenecen a las tradiciones y, sobre todo, a su destino.

Esto es significativo porque el mismo director, Zhang Yimou, en declaraciones, ha reconocido que él ha querido encarar la historia desde este punto de vista, ei destino de la gente, dejando a un lado la cuestión social o política, planteamiento más habitual en el cine chino. Y. efectivamente. según va avanzando la película vemos completarse la descripción del universo interior de los personajes y cómo sus acciones, su forma de vivir, su trabajo, sus sentimientos y sus deseos están atados por las leyes de la tradición a un destino rígido e inflexible.

Confrontar este destino y querer transformarlo, como le ocurre a Ju Dou el personaje principal, maravillosamente interpretado por la encantadora Gong Li, supone un cambio que desembocará inevitablemente en la tragedia. El tema de la relación entre el destino y la voluntad o los deseos de los hombres, no es nuevo. desde luego, y ha dado mucho juego, tradicionalmente, tanto en la literatura como en el cine, pero aquí está tratado con particular acierto. En primer lugar, por la claridad, sencillez y delicadeza con que se relata la historia de esos sentimientos y después, a mi juicio, por la habilidad con que se ha resuelto el desenlace. La elección del personaje del hijo como desencadenante del final trágico ha sido especialmente atinada.

Ese hijo, nacido de una relación amorosa inviable, parece determinado, desde el momento mismo de su concepción (es un niño raro que, por ejemplo, nunca ríe), a resolver una situación en que sus padres han quedado atrapados, y en la que permanecen inanes, mostrándose incapaces de salir de ella. Y lo resuelve permitiendo que muera, en primer lugar, su padre oficial y matando, finalmente, al que se supone verdadero.

En la perfecta credibilidad de la obra destaca, de modo singular, el trabajo del guionista. Liu Hong, escritor reconocido. Premio Nacional de Historia en 1986; mención especial merece igualmente el director de fotografía, Gu Chang Wei, dotado de una fuerte sensibilidad estética, que impregna toda la cinta, y de un especial sentido del color. cuyos contrastes nos ofrece al retratar las banderolas de tela recién teñidas en la tintorería, que es el escenario inerte del drama; Gu Chang Wei ya era conocido entre nosotros por la fotografía de «Sorgo rojo».

El trabajo de los actores es, sencillamente, perfecto; todos son estrellas conocidas en su país, y Gong Li, la protagonista principal, de excepcional belleza, será más internacionalmente conocida a partir de la próxima película que prepara el mismo director que fue su descubridor.

Licenciada en Historia Medieval