Jorge Freire: «El carácter tiene sus aristas y se deben ir limando»

Sobre formación del carácter y universidad; sobre lo «woke» como emanación del calvinismo; sobre el humor y la filosofía; sobre autores y libros recomendados... Para todo eso (y más) dio de sí el paso de Jorge Freire por el Foro Nueva Revista.

Retratos: © Federico Marín Bellón
Pilar Gómez Rodríguez

Jorge Freire. Nacido en Madrid, en 1985, es filósofo, y ensayista.​ Su última obra, la sexta, se titula Los extrañados y está dedicada a las vidas singulares de cuatro escritores que siempre se sintieron fuera de lugar.

Avance

Jorge Freire: Hazte quien eres. Un código de costumbres. Deusto, 2022
Jorge Freire: «Hazte quien eres. Un código de costumbres». Deusto, 2022

«Este libro surge de un cargo de conciencia o de un cierto remusguillo», confesó Jorge Freire en su reciente paso por el Foro Nueva Revista. Se refiere a Hazte quien eres. Un código de costumbres. Lo explicaba así: «Yo venía de publicar un ensayo, titulado Agitación. Sobre el mal de la impaciencia, y, aunque fue muy celebrado, creo que contenía un error o, al menos, un demérito, pues era un ensayo de crítica destructiva y cuando la crítica no propone nada y se limita a demoler aquello que no está bien, el libro termina siendo un libro incompleto. Es decir, la crítica destructiva está al alcance de cualquiera, pero a ver quién es el guapo que consigue elaborar un ideal propositivo. Eso es lo que intenté con Hazte quien eres».

En Nueva Revista elaboramos, con uno de sus fragmentos, un decálogo y esa fue la lectura propuesta para suscitar el debate y plantear preguntas. No faltaron en una sesión conducida por el periodista Alfonso Basallo y celebrada en la Universidad Villanueva en colaboración con la Universidad Internacional de La Rioja. Esto fue lo que dio de sí una conversación trepidante y llena de guiños intelectuales y humorísticos.

ArtÍculo

Sobre el libro del que parte el artículo propuesto, Freire explicó que intentó ofrecer «un código de costumbres virtuosas, que no de rutinas» y que no había que confundir «la vileza mecánica de las rutinas y la nobleza de las costumbres». El autor se presentaba así convertido en un moralista, «pero no en alguien moralizante», puntualizó, en la saga de los Marco Aurelio, Chamfort y los moralistas franceses, hasta llegar a Camus y a tantos otros que se ocuparon de las costumbres capaces de conducir a la virtud.

Pero ¿quién es Jorge Freire? ¿Cómo ha llegado a ser quien es? Fueron las preguntas iniciales de la charla.  «Yo soy una persona muy libresca. En los libros es donde he encontrado todo. No soy aventurero, pero me gustan mucho esas figuras,  hombres de letras que son también hombres de acción». Y les ha dedicado atención y páginas en sus libros. Sobre Arthur Koestler escribió una biografía que fue su segundo libro, mientras que en su última obra, Los extrañados, se fija en Blasco Ibáñez, alguien «con una personalidad apabullante y una vida explosiva, hasta el punto de no entenderse que no le hayan dedicado varios biopics en Hollywood».

La familia y el xeito

En el plano más personal, a la hora de ser quien es recordó a su madre y una de las frases que esta le repetía: «Haz las cosas con xeito». Freire contó que su familia es gallega, aunque él nació en Madrid, y que no hay traducción al castellano para esa palabra. Pero la explicó: «Significa hacer las cosas con cabeza y con corazón, hacerlas con criterio y, al mismo tiempo, con elegancia». La palabra la recuperó años después gracias a las novelas de Luis Landero, ya que el novelista extremeño (de Alburquerque) hablaba de hacer las cosas con jeito, que es proceder con parsimonia, pero sobre todo con atención. Pero volviendo a la cuestión de dónde viene Jorge Freire… «Pues sí, efectivamente, al final, por mucho que se diga que las grandes ideas nos vienen leyendo a Hegel y a Aristóteles, a mí me han venido escuchando a mi madre».

En este punto, Freiré partió de su experiencia personal, en la que la familia ha sido «una fuente de amor, de protección y de cariño constante» para denunciar una tendencia visible en el mundo de las revistas y manifestaciones culturales, por ejemplo, en las que se ofrece una visión literaria y filosófica de la familia como «una fuente perenne de insatisfacciones, de dolores, de traumas edípicos y freudianos y de auténticos horrores abisales que hay que encontrar para descubrir lo que realmente somos. Bien, es una tendencia que no se suele contestar, pero mi experiencia no es así. Y manifestarlo resulta casi contracultural».

Freire junto al periodista Alfonso Basallo, que condujo la sesión del foro. Foto: © FMB

Escribir contra algo

En el turno de preguntas, se coló la figura de Agustín García Calvo, el gramático, poeta, ensayista, que no era filósofo titular, pero lo parecía hasta ser considerado por muchos filósofos titulares —Freire, entre ellos— como maestro. «Era un personaje muy peculiar», recordaba él, que tuvo la oportunidad de acudir a su tertulia en el Ateneo de Madrid cuando era muy joven: «Lo más parecido a frecuentar a un presocrático». 

García Calvo tenía una frase que decía que no debieran preocuparnos las estatuas que quieren tirar, sino las que quieren erigir. Freire la recordaba en ese contexto favorable al derrumbamiento de estatuas y la cancelación de figuras del pasado por opiniones o comportamientos recusables manifestadas in illo tempore.

Sobre derrumbar y construir, Freire afirmó que es «un buen aldabonazo escribir contra algo. Estoy de acuerdo en que pensar es pensar contra algo, contra alguien.  Yo, de hecho, siempre escribo todos mis libros contra un objetivo, que es lo que en los textos medievales se llamaba el necio. El nescio era la persona carente de ciencia. En Agitación, me inventé al Homo agitatus, aquel sujeto contemporáneo, permanentemente atareado, que se encomienda a la tarea de rendir siempre y no rendirse. En Hazte quien eres, el Anónfalo —una palabra mía de nuevo cuño— es la persona que se tapa el ombligo, el  individualista, aquel que se persuade y trata de persuadirnos, de que es el único artífice de su ventura, de que se hace a sí mismo, de que se basta y sobra sin requerir el concurso de la comunidad. En realidad, es a mí mismo a quien hago esas críticas, es a mí a quien lanzo esos dardos. Estoy señalando defectos míos que no me gustan. Creo que toda crítica efectivamente puede ser dura, pero no tiene que ser destructiva».

La formación del carácter en la universidad

Después de García Calvo, fue el turno de Séneca para contestar a la pregunta por la formación del carácter y, más precisamente, por la formación de este en entornos universitarios. Decía el filósofo cordobés que «aprendemos para la vida, no para la escuela». Puntualizó Freire: «Un enfoque humanístico supone que la escuela no se agota entre sus cuatro paredes; supone también que, entre otras cosas, tiene que formar ciudadanos integrales». Piensa que esto no ocurre y tampoco que la universidad esté actuando como un semillero de vocaciones, lo que puede ser debido a la «burocratización de la educación y, siendo un poco más duros, a que lo que se entiende por educación no es más que mero adiestramiento. Creo que es evidente la tendencia generalizada a reducir la educación a una serie de conocimientos operacionales para que los estudiantes sepan hacer, por ejemplo, una declaración de la renta, pero sin plantearse muchas preguntas».

Por ello consideró muy importante esa formación humanística, una tarea que hay que acometer de alguna u otra manera, en algún momento u otro. «En Hazte quien eres, digo que se trata de una tarea escultórica. El carácter tiene sus aristas, que se deben ir limando. Tiene una materia mostrenca de la que hay que desprenderse. Es una tarea ímproba que muchas personas prefieren no acometer, pero, al final, cuando tú no eres el que pulimenta esa superficie, la vida se encarga de hacerlo. Y así van tantos que lucen como como cantos rodados pulidos por la vida, con lo cual acometerla desde la universidad me parece una iniciativa estupenda».

Algunas de las cuestiones planteadas trataron sobre educación. Foto: © FMB

Lo woke: entre la política y la teología

De vuelta no solo al libro, sino al texto de partida, el decálogo propuesto parece estar dirigido a tipos duros con expresiones como «endurece la piel, pelea a la sombra, no te amilanes, no dramatices…». ¿Creerá Jorge Freire que existe una generación de cristal? La respuesta es no. Y así lo explica: «No comparto esa acusación porque, a veces, va unida de su contrario. Es decir, se critica que los jóvenes de ahora son muy blandos, hipersensibles, hiperestésicos, superferolíticos y, al mismo tiempo, se critica lo contrario, que son apáticos, insensibles y pasotas. Yo creo que ni tanto ni tan calvo».

Sí critica, más que a la juventud, a los adultos por la sobreprotección que se ejerce sobre ellos. Recuerda la advertencia del prólogo a la edición española del libro de Jonathan Haidt, el conocido psicólogo, La transformación de la mente moderna, donde advertía «sobre la epidemia de sobreprotección, lo que él llamaba proteccionismo vindicativo y que tenía que ver con algunos desafueros producidos en los campos estadounidenses. Él recomendaba poner diques y decía al lector: «Planta escolleras en tus costas antes de que estas ideas tan nefastas a tu país». Bueno, efectivamente, hace ya mucho que llegaron aquí, los asumimos completamente y yo creo que precisamente ese sobreproteccionismo cunde hoy por doquier y es un problema».

En relación con esto, se abordó en el Foro Nueva Revista la cuestión de lo woke, un asunto del que la revista se ha ocupado en profundidad y a cuyo tratamiento se añade ahora la visión de Jorge Freire: «Estoy muy de acuerdo con Donoso Cortés cuando decía aquello de que algunas cuestiones políticas son cuestiones teológicas. Yo este tema lo abordaría como un fenómeno claramente calvinista y de índole puritana. Machado, en su Juan de Mairena, decía que nos cuidáramos de los dioses apócrifos, y yo creo que el dios woke es el Dios que no cree en el perdón. Nosotros nos hemos criado en una cultura católica, donde el perdón es un concepto central. Sin embargo, el wokismo niega el perdón, pero se obsesiona con los pecadores. Eso también tiene mucho que ver con una impermeabilización progresiva del espacio público, que hace que, de alguna forma, se le vaya cerrando el paso a toda disidencia so pretexto de que algunas ideas resultan dañinas. Y de ahí a los escraches, cancelaciones…». Recordó algunos casos en la universidad, donde se prohibieron actos bajo el pretexto de difundir ideas potencialmente dañinas. La expresión merece una reflexión y un comentario de Freire: «Efectivamente, la cultura y el debate son dañinos porque tienen aristas muy afiladas capaces de pinchar algunas burbujas de ignorancia en las que podemos estar muy cómodos. La ilustración siempre es dolorosa. La luz siempre es dolorosa. Preferiríamos mantenernos en la comodidad de la ignorancia».

Su conclusión: «Lo woke hay que entenderlo como la última emanación del calvinismo que ha llegado a nuestro país. Tiene una entraña religiosa clarísima. Yo he citado a Nietzsche y Nietzsche decía que las aguas de la religión se repliegan, pero dejan charcos, y yo creo que esto se ve muy claramente en este Occidente, supuestamente secular, que, sin embargo, en algunas cosas, es más santurrón que nunca».

El tono y el humor

«Un autor no tiene por qué estar de acuerdo consigo mismo», afirmó con contundencia Freire, que reconoció no compartir ya muchas de las exhortaciones vertidas en Hazte quien eres. De lo que no se bajó es del tono y la forma, que es una forma clásica, la de las consolaciones, «un género en la filosofía, que, a diferencia de la autoayuda —que te da siempre la solución mágica—, lo que hace es lo que haría un buen amigo: te agarra de la pechera o te pone la mano en el hombro y te infunde ánimos para que tú acopies argumentos con que edificar una vida serena, razonable, alegre».

Sobre el tono reivindicó el derecho a ser categórico, porque «eso permite que, por los resquicios de lo que se dice, se cuele el humor». Es algo muy importante… en general, pero sobre todo en la filosofía, donde, para pesar de Freire, que lo lamentó, se ha dejado de lado. Una pena porque una de sus funciones da de lleno en los propósitos de esta disciplina: corroe, desatasca, libera «las cañerías del entendimiento de lo que habitualmente lo obstruye: los lugares comunes, las frases hechas, los automatismos, en fin, todas esas muletillas en función de las cuales piensa la muchedumbre por el individuo».

Y no solo del humor se ha olvidado la filosofía, es que ha desatendido su «propia condición literaria. Yo realmente no entiendo por qué la filosofía que se publica hoy, con algunas honrosas excepciones, es tan sumamente plúmbea y está escrita con ese estilo académico tan sumamente indigesto, y por qué realmente se sustrae tanto al público general que sí que tiene una demanda genuina de textos filosóficos», afirmó Freire. Y abundó: «Yo creo que no es un desdoro hacia la filosofía decir que es una rama de la literatura. Y lo es junto con otras nobles ramas, como pueden ser la poesía. Eso no es un menoscabarla. Entonces, si es una parte de la literatura tiene que cuidar el estilo».

El humor es un asunto muy serio y se trató ampliamente. Foto: © FMB

Lecturas recomendadas

La escritura de Freire se hace a caballo entre la filosofía y la literatura y está plagada de referencias. En el Foro Nueva Revista surgieron algunas que recogemos aquí:

Júbilo matinal, de P. G. Wodehouse (y cualquiera de este autor). En su defensa del humor, Freire se acordó de este autor porque «en ocasiones la literatura ligera también puede ser profunda y tener sus cuestiones filosóficas». A Wodehouse le dedica un capítulo en Los extrañados. Lo defiende con vehemencia frente a quienes dicen que «su humor ha envejecido mal porque es ingenuo. Es un humor sin trastienda, diríamos, pero yo creo que justo por eso es un humor contracultural, es decir, un humor que no está marcado —como hoy, parece que tiene que estarlo por obligación— por el sarcasmo, por el cinismo, por el resabio de la de la mueca socarrona. El suyo es un humor inocente y más o menos ingenuo. Esto hoy parece una especie de antigualla, pero a mí me gusta mucho. Lo pueden tomar por tonto y, sin embargo, sus novelas son inteligentísimas». Vitalmente también lo pone como ejemplo a la hora de sobreponerse a circunstancias adversas. «Wodehouse escribió su novela más luminosa, y mi favorita, Júbilo matinal, en un centro psiquiátrico reconvertido a prisión por los nazis… En el lugar más terrorífico y más oscuro, escribió la más luminosa de sus novelas, demostrando de nuevo que, al final, no eres lo que te sucede».

Las mil peores poesías en lengua castellana, de Jorge Llopis. A la pregunta del moderador por un humorista que le haya hecho pensar a Jorge Freire, este se acordó del alcoyano Jorge Llopis y de este libro en particular, «uno de los pináculos del humor en nuestro país, un libro descacharrante en el que el autor se mide con los grandes clásicos y los destroza».

Los escolios, de Nicolás Gómez Dávila. Más que recomendar un libro en concreto, Freire se acordó de este singular autor colombiano, autor de una obra hecha a base de escolios o aforismos. Para el invitado al Foro Nueva Revista, se trata de «otro cascarrabias» —como Schopenhauer, que también recomendó como gran escritor— y un ejemplo claro de que el humor no está reñido con la profundidad filosófica. «Me gusta mucho. Lo he citado en muchas ocasiones. Me he reído mucho con él y, a la vez, he pensado». Y desveló una anécdota personal. «Recientemente he comprendido uno de sus aforismos: Sabio es aquella persona para quien todo tiene interés y nada tiene importancia. Fue viendo a mi hija cómo nos miraba y se entretenía cuando hacíamos tonterías… Ahí me di cuenta de que era verdad».

El Criticón, de Baltasar Gracián. «No me canso de recomendarlo». Dos personajes antitéticos protagonizan este libro del siglo XVII, Andrenio y Critilo, el trasunto de Gracián, explicó Freire. «Él es un hombre de letras, un hombre libresco que trata de descifrar el mundo». Andrenio por contra, es una especie de buen salvaje. Se ha criado en la oscuridad de una cueva, amamantado por una loba… «Viene completamente asilvestrado, y poco a poco, después de caer en todas las trampas del mundo, se hace un hombre de cultura. Es un libro absolutamente inagotable. Me fascina».

Y todavía más… No por clásico hay que dejar de recomendarlo: el Quijote, con el que «te mondas de la risa y además te da para muchas reflexiones». Y Dickens, un «grandísimo novelista de cuyas obras también se pueden extraer muchas ideas de calado». Alguien que, por ser popular, se mira con demasiada frecuencia injustamente por encima del hombro: «Craso error», sentenció Freire.  Otro autor y otra obra que «cualquiera puede leer y que siempre hay que recomendar»: Cartas a Lucilio, de Séneca.

Finalmente, «un autor con un poso muy filosófico, Ernst Jünger. El alemán plasmó sus mejores ideas filosóficas en diarios o textos fragmentarios escritos cuando ya contaba con más de 90 años, o bien en novelas crípticas, muy simbólicas, pero preñadas de significado. Lo recomiendo mucho también».


Aquí puedes ver un resumen de esta edición del Foro Nueva Revista, en un vídeo de 20 minutos: