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La mente de los justos. Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata. Jonathan Haidt

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Puede que todo empezara con Spinoza y su convicción de que «la esencia del hombre es el deseo» o que nuestros pensamientos y sentimientos están ligados íntimamente. Pero el libro de Haidt que comentamos se inscribe en una línea sólida de autores que han interpretado el clásico «conócete a ti mismo» de una manera diferente al tradicional racionalismo cartesiano.

Conviene empezar por señalar que el análisis ofrecido aquí se sitúa en el marco de la razón práctica: «en este libro he sido completamente descriptivo» del comportamiento humano (lo que es) y del papel de la moralidad para explicarlo, sin pretender entrar en una visión normativa sobre el deber ser, dice el autor.

En segundo lugar, efectúa su análisis desde el punto de vista del psicólogo, con una amplia experiencia analítica basada en los avances en la neurociencia y en estudios empíricos que buscan entender (y explicar) cómo se comportan, en la práctica,
los seres humanos reales, sin recurrir a abstracciones racionalistas.

El autor llega a las siguientes conclusiones que resumo: somos animales gregarios que hemos evolucionado mediante la selección natural. Dicho de otro modo, nuestra mente y nuestra moral han sido sometidas a un largo proceso de evaluación con la realidad, de tal manera que si somos como somos es por alguna razón que nos ha permitido sobrevivir hasta ahora. Hay pues una causa que explica nuestro comportamiento actual, incluso aquello que «no nos gusta de nosotros»; y entenderla es la tarea a la que se dedica el libro.

El primer punto es clave: «la intuición viene primero,
el razonamiento estratégico después». Nuestra mente está dividida en dos partes, las emociones, que no son tontas sino una manera de procesar información de manera rápida e intuitiva (a esa parte le llama «elefante»); y un razonamiento posterior (al que llama «jinete»), más lento y controlado, que se limita a encontrar argumentos posteriores que ayudan a explicar lo que hemos hecho de manera automática. Así, la razón (el jinete) está al servicio de las emociones (el elefante), en línea con la posición filosófica de Hume cuando dice «la razón es, y solo debería ser, esclava de las pasiones».

Aunque he buscado la similitud con la gran aportación sobre el asunto del premio Nobel de Economía Daniel Kahneman (Pensar rápido, pensar despacio, Debate, 2012), en este último no es tan evidente la dominancia de una de las dos formas de nuestra mente sobre la otra como en el caso de Haidt, quien dice con rotundidad que «el elefante manda» mientras que «el jinete sigue la ruta del elefante». De ahí deduce que «la razón (jinete) fue diseñada para buscar justificaciones, no la verdad» (pág.117), por lo que «el razonamiento consciente se lleva a cabo principalmente con el propósito de persuadir, no de descubrir» (pág.121), y concluye este punto diciendo: «las razones, a veces, logran influir a otras personas, pero la mayor parte de la acción en psicología moral está en las intuiciones» (pág.142).

El segundo principio de su teoría se resume en que «la moralidad es mucho más que justo e injusto».

El segundo principio de su teoría se resume en que «la moralidad es mucho más que justo e injusto». Desarrolla, con amplio soporte empírico, seis principios morales en los seres humanos, cada uno de ellos con una fuerte explicación evolutiva: cuidado/daño, equidad/engaño, lealtad/traición, autoridad/subversión, santidad/degradación y libertad/opresión. Los seis principios constituyen una matriz moral, en gran medida «innata» aunque a modo de primer borrador que puede verse modificado por el aprendizaje de cada individuo. La moral no es, pues, totalmente genética pero, desde luego, tampoco es algo totalmente aprendido. Y avanza su propuesta más atrevida: mientras los conservadores se manejan con los seis principios, los
progresistas solo trabajan con tres, lo que les representa una desventaja competitiva a la hora de ofrecer narraciones convincentes, ya que «la mente humana es un procesador de historias, no un procesador lógico» (pág.404).

El tercer principio lo resume el autor en «la moralidad une y ciega», ya que «los seres humanos somos un 90% chimpancé y un 10% abeja». Es decir, somos «homo dúplex», tenemos la capacidad de trascender el interés propio y sumergirnos en algo más grande que nosotros mismos, ya que «nuestra mente está diseñada no solo para ayudarnos a competir dentro de nuestros grupos, sino también para ayudarnos a unirnos con los de nuestro grupo para ganar competiciones entre grupos» (pág.353).

La religión y la política son, según el autor, dos instrumentos útiles para construir comunidades que nos permiten hacer juntos lo que no podemos lograr por nosotros mismos, con el problema de que, además de unir, nos hacen ciegos frente a las bondades del equipo rival. Solo si «los elefantes están tranquilos» y «los
jinetes fuera de servicio», es posible aproximar diferencias tendiendo puentes entre matrices morales enfrentadas.

Estamos ante un libro importante, de lectura obligatoria para todos aquellos que quieran entender lo que está ocurriendo hoy en el mundo: desde el ascenso del populismo neofascista, hasta el resurgir del nacionalismo excluyente o el cuestionamiento de las normas democráticas basadas en el debate con argumentos y no en descalificaciones. A lo mejor es que, como dice Haidt, el ser humano no es tan «racional» como nos gusta pensar, ni el interés propio es lo que más ayuda a explicar su comportamiento. Incluso, tras leerlo, entendemos mejor asuntos de tanta actualidad como por qué un sentimiento manipulado (con noticias falsas, o de otras maneras) no puede ser sometido a la razón.

Tampoco querría situar el libro como un nuevo volumen del largo «asalto a la razón», junto al romanticismo o a la escuela de Fráncfort, porque va mucho más allá. Aunque no lo cita, su enfoque debe mucho al psicoanálisis que ya señaló dos cosas que recupera Haidt: la plenitud de la vida es racional (consciente) e irracional (inconsciente), aunque «no está dicho que la razón impere en todas las circunstancias». Es Freud quien insiste en que existe una parte de nuestra mente (inconsciente) que determina gran parte de la vida consciente de los individuos sin que estos lo sepan siquiera, a la vez que señala, al final de su
vida, que nuestras acciones están determinadas por dos instintos, el de vida (Eros) y el de muerte (Tánatos). Jung, por su parte, habla de la existencia de un «inconsciente colectivo» formado por «sedimentos de experiencias constantes repetidas por la humanidad» a modo de «huellas de reacciones subjetivas, muchas veces repetidas» (Lo inconsciente, Losada, 2003).

Durante décadas, la explicación hegemónica del comportamiento humano se ha basado en considerarlo un ser racional que actúa siguiendo sus intereses. El conocido homo economicus, movido por el cálculo egoísta de la maximización del placer individual, ha sido la caricatura dominante que se ha extendido desde el ámbito de la economía. Ese es el paradigma que salta por los aires con aportaciones como esta de Haidt que, en parte, también conecta con Lakoff y su teoría de los marcos cognitivos.

Es cierto que el principio de racionalidad individual ha sido sometido desde hace años a fuertes ataques. Desde la teoría de juegos, con el dilema del prisionero como emblema, hasta autores como Jon Elster, cuyas obras muestran las limitaciones de la racionalidad como principio de decisión. Pero la actual corriente, conocida como Behavioral Economics, con autores como Thaler o el citado Kahneman, son más sólidas a la hora de efectuar la crítica y relatar un proceso alternativo de toma de decisiones a partir de estudiar la realidad del ser humano concreto, en lugar de trabajar sobre hipótesis de un ser humano aspiracional (racional, entendido como carente de emociones) pero inexistente.

Esta corriente de pensamiento camina en paralelo a la que representa Haidt, con algunos puntos de contacto explícitos. La diferencia del libro comentado es que no pretende inscribirse en el ámbito de la economía sino que sitúa sus reflexiones más en contacto con la filosofía general, a partir del análisis empírico del comportamiento humano desde la psicología.

En el último capítulo intenta abrir una puerta a la esperanza respecto a la posibilidad de un diálogo entre elefantes controlado por los jinetes. Solo eso evitaría la confrontación inevitable entre grupos sociales predeterminados a reforzar su confrontación mutua. «¿No podemos disentir de forma constructiva?», se pregunta el autor. La experiencia demuestra que hay ejemplos positivos de ello. Tal vez, la cuestión sea dejar que cada una de las partes de nuestra mente se ocupe de aquello para lo que es mejor: el elefante para las fiestas y la rivalidad deportiva, el jinete para elaborar leyes y buscar consensos políticos. Si el primero tiende a ser conflictivo, dejemos que el segundo los solucione. Si una manada de elefantes puede ser manipulada hasta el punto de conseguir que linchen a un inocente mientras que un grupo de jinetes hablando elaboran un código penal y un sistema imparcial de justicia, tal vez el proyecto ilustrado del siglo XXI consista en conocer bien al elefante que llevamos dentro para controlar su poder, pero dejando que sea el jinete quien tome el mando.

«Esto es lo que hay», parece ser la apuesta de Haidt.
Utilizarlo como análisis del ser para deslizarnos hacia un
deber ser con más conocimiento de causa, sería necesario.
Y, tal vez, como se ha empezado a hacer en Canarias, introduciendo una asignatura obligatoria para enseñar desde
pequeños a conocer y controlar nuestros estados de ánimos. Es decir, a nuestros elefantes. Ahora, solo falta formar a los jinetes para que tomen el control.

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