Jaume Aurell: «Legado de Gigantes»

¿Qué lecciones nos ofrece la Edad Media a los contemporáneos?

Armaduras medievales
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Jaume Aurell

Jaume Aurell. Catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Navarra. Su investigación aborda temas como la cultura mercantil mediterránea, las coronaciones medievales y las autobiografías de historiadores del siglo XX. Entre sus obras destacan La escritura de la memoria, de los positivismos a los postmodernismos (2017), Historians Autobiographies As Historiographical Inquiry: A Global Perspective (2024) y su último libro, Legado de Gigantes (2025).

Avance

Los sabios medievales nunca dejaban de recordarse una máxima, atribuida a Bernardo de Chartres:

Aurell Legado de Gigantes
Jaume Aurell: «Legado de Gigantes. Un decálogo de valores medievales para nuestro tiempo». Rosamerón, 2025.

«Somos enanos a hombros de gigantes: podemos ver más lejos que ellos porque nos dejamos conducir por su altura». Algunos decían que el hombro derecho era la tradición griega y el izquierdo la tradición romana. Qué bella imagen, desmitificadora de la aversión de los medievales a la antigüedad clásica. Además, ellos eran conscientes de que, para ver más lejos que los clásicos, tenían que poner algo de incremento, aunque fuera aprovechando su propia altura. Es la sabia actitud de quien respeta la tradición, pero no se queda anclado en un rígido tradicionalismo, sino que aspira a poner algo de innovación por su parte. Ese ponderado equilibro entre tradición e innovación nos inmuniza tanto del tradicionalismo paralizante como del ingenuo innovacionismo del que confunde lo nuevo con lo bueno. Es lo que, también sabiamente, advirtió Eugeni d’Ors: «lo que no es tradición es plagio», tal como está bellamente esculpido en la fachada del Casón del Buen Retiro de Madrid: sin contar con la tradición, no cabe una verdadera originalidad.

Es evidente que la Edad Media tiene mala fama. Lo que no está tan claro es que una civilización tan supuestamente racional como la nuestra pueda dar razones de ello. Es una ironía que una sociedad tan sanamente obsesionada con los derechos del otro – los inmigrantes, los discapacitados, las minorías, los desfavorecidos, los excéntricos – no haya sido capaz de reconocer a su otro yo: la Edad Media. La modernidad, en su objetiva grandeza pero también en su utópica autosugestión del progreso ilimitado, ha demonizado una época, la medieval, quizás más limitada en sus medios, pero mucho más realista en sus ideales, mucho más serena con los ritmos del tiempo y mucho más capaz de contemplar la belleza de la naturaleza sin intermediarios.

Sería muy beneficioso para Occidente que este burdo equívoco y esta fea actitud – verter sobre la Edad Media toda la inmundicia acumulada en los períodos posteriores para liberarse de su peso – finalizara de una vez. Legado de Gigantes tiene como objetivo paliar los efectos perniciosos de esta amnesia, localizar los momentos de ruptura con la tradición medieval y, sobre todo, focalizar algunos de los valores de la Edad Media que tanto bien nos reportaría si los consiguiésemos adoptar en la actualidad. El libro propone en concreto actualizar diez de esos activos: el espíritu contemplativo, lo práctico de no ser práctico, el respeto por el misterio a través de la contención y la estima por el lenguaje simbólico, los más nobles valores de la aristocracia medieval como la lealtad y la veracidad, la aspiración al heroísmo y la huida de la mediocridad, la preferencia de la reforma sobre la revolución, el respeto por la tradición, el sentido lúdico de la existencia, el aprecio por los clásicos y la cortesía («lo cortés no quita lo valiente»).

Cualquier persona que se acerque a la Edad Media sin prejuicios intelectuales ni complejos modernistas encontrará miserias –como en cualquier otra época– pero también una síntesis admirablemente bella y original de los cinco sustratos étnicos, culturales y religiosos sobre los que se fundó Occidente: Jerusalén, Atenas, Roma, Germania y el cristianismo. Fruto de esta asimilación creativa y de un multiculturalismo del que tendríamos tanto que aprender, maduraron y se consolidaron muchos valores de nuestra civilización que hoy reconocemos como innegociables: la separación entre política y religión; la convicción de que la verdadera religión es la que puede dar razón de todos sus mandatos y prácticas; la consecuente pasión por la indagación humanística; la experimentación científica y la fascinación artística; la compatibilización de un sentido comunitario de la existencia junto con el reconocimiento de lo individual y lo subjetivo;  un profundo sentido de la dignidad de cada persona; la creación de amplios espacios de orden surgidos por un amplio consenso y garantizados por el Estado; la convicción de que puede existir un derecho de alcance universal que esté por encima de cualquier privilegio; la construcción del Estado del bienestar que cuide de los más desfavorecidos; y, por fin, un innegociable sentido de lo estético que es el mejor antídoto para la mediocridad y la superficialidad.

Todos asentimos ante estos valores, que consideramos plenamente occidentales y que nos distinguen de otras civilizaciones que no los han conseguido asimilar, o los han despreciado en algún momento de su historia. Pero pocos somos capaces de delimitar el proceso de su emergencia, que no fue durante la modernidad –habitualmente orgullosa y agresivamente hegemónica– sino a través de una larga maduración a lo largo de la Edad Media. El origen de todo no es el Renacimiento o la Ilustración, sino la Edad Media. Y, sin embargo, en algún momento de la modernidad, entre el Renacimiento y la Ilustración, se produjo un cortocircuito con esa época de dónde habían surgido. Lo «medieval» se empezó a considerar como algo espurio, marginal, grotesco, irracional y, en definitiva, ajeno a los valores occidentales. Sin embargo, durante esa época maduran los principales rasgos del carácter y se posibilitan las condiciones que hacen posible el crecimiento posterior, como sucedió con los principales valores de los que hoy gozamos en Occidente.  

Los historiadores estamos descubriendo cada vez más que lo verdaderamente fundante, originario y específico de Occidente no se halla en la Antigüedad clásica ni en la modernidad inicial, sino en la Edad Media. Ahí se digiere lo antiguo en una síntesis original, y se fundamenta lo moderno. Los grandes valores atribuidos a la modernidad en Occidente – el estado, el capitalismo, el liberalismo económico, la seguridad jurídica, la investigación científica, la lógica racional y el sistema universitario – tiene en realidad sus orígenes en la profunda Edad Media. Merece la pena dedicar algo más de tiempo a profundizar en sus inspiradoras enseñanzas.


Consulta aquí más información del libro. En este video el autor habla sobre los estereotipos en torno a la Edad Media.


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