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Imaginemos un superviviente de una catástrofe universal. Un solo representante del género humano que milagrosamente se levantara de un mar de escombros y desolación y sacudiéndose la ropa, comenzara a darse cuenta de su situación. Ni casas, ni coches, ni electrodoméstico alguno. Todos los ordenadores desaparecidos, toda la información del mundo, de todo el mundo y de todos los tiempos ha dejado de existir. Tan sólo ha quedado un cerebro humano y la información de que dispone ese cerebro.

De pronto, nuestro hombre descubre entre sombras y humo un grupo de seres de aspecto primitivo que se acercan hacia él con actitud solícita y comienzan a interrogarle sobre su civilización. La electricidad, la energía atómica, la informática; las leyes, la democracia, los medios de comunicación; la música, la literatura, el pensamiento de todos los filósofos; las vacunas, los trasplantes, los antibióticos… En definitiva, todo el saber y sus consecuencias sociales y humanas pasaba por su imaginación y por su palabra ante la atónita mirada de sus interlocutores. Pero todo se quedaba ahí, en la narración de lo que su memoria y sus escasos conocimientos eran capaces de alcanzar. Ni uno sólo de los «porqués» ni los «cómo» tenían respuesta alguna, toda una civilización que había llegado a expresarse de un modo rotundo como sociedad de la información y sociedad del conocimiento había desaparecido sin dejar rastro en la mente de uno de sus representantes.

La narración imaginaria podría concluir de modo semejante independientemente de la formación y de la capacidad intelectual de nuestro protagonista. Incluso podría tener el mismo resultado si los supervivientes fueran varios, de diferentes profesiones y procedencias. Todo esto nos lleva de inmediato a una primera reflexión: ¿estamos construyendo la sociedad de la información a la medida del ser humano? Y de ahí inevitablemente nos tenemos que dirigir a otras preguntas más inquietantes: si no es así, ¿a la medida de quién, entonces?

Viene a mi memoria la frase con la que Jean-François Revel comienza su libro El conocimiento inútil: «La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo, es la mentira». A partir de aquí, de un modo inexorable y brillante, Revel va dando un repaso pormenorizado y con datos de casos documentados a todas las patologías de la sociedad de la información, pero se olvida de una, quizá la más importante: la deshumanización de la información.

No estamos procesando la información a la medida del hombre. No estamos asimilando la información de modo eficaz. Es posible que una de las causas principales sea precisamente que la mentira —como dice Revel— siga siendo la primera de todas las fuerzas, aunque más bien habría que pensar que el problema radica en que la mentira se pone siempre al servicio de algo o de alguien que no soporta la verdad y que habitualmente se reviste de poder y lo ejerce.

¿Qué se sabe sobre lo que se sabe? ¿Qué sabemos hoy acerca del conocimiento? Sería interesante en un número como éste, dedicado a la gestión del conocimiento, analizar pormenorizadamente lo que entendemos por información especializada, y qué relación tiene hoy este concepto con el de globalidad, no obstante, y ateniéndonos disciplinadamente al espacio previsto, nos queda sólo apuntar algunas reflexiones para que el lector de Nueva Revista establezca los puntos de encuentro entre esos dos conceptos aparentemente contradictorios.

LA GLOBALIZACIÓN  COMO SÍNTESIS CULTURAL

Se habla quizá en exceso de globalidad o globalización y en realidad la mayoría de las acepciones del término están relacionadas con la economía como fin y las tecnologías de la información como medio. Es verdad que las fronteras cada vez ocultan menos cosas y se resisten menos a los mercados, pero también es cierto que sigue habiendo infinidad de problemas, llamémosles «locales», sigue habiendo gestos insolidarios que enseñan a encoger los hombros mientras se dice: «ése es su problema».

Para la economía se recurre a la globalidad como principio, porque precisamente el valor radica en eso, en abrir nuevas vías a la comercialización, mientras que los derechos humanos a veces no pasan de la puerta del vecino. En cualquier caso, hemos de dar una dimensión filosófica o ideológica a la globalidad, intentando abrir el término a una compensación universal, a una macroscópica síntesis cultural que afecte de un modo semejante a toda la humanidad, tanto en intensidad como en extensión.

Vista así la globalidad como síntesis cultural, no sería la primera que vive la humanidad, por mucha vitola de modernidad con que se quiera interpretar el término. En realidad, globalidad supone visión global, coherencia, identidad universal compartida y eso es, en definitiva, lo que aportaron las síntesis culturales, unidad de pensamiento y principal motor de la acción.

Podemos colegir de este razonamiento dos cosas: que han existido verdaderamente más de una globalización a lo largo de la historia, a las que han sobrevenido siempre una etapa de especialización y parcialización del conocimiento, y que la actual globalización tiene todavía mucho de ámbito compartido —virtual o real—, pero poco de síntesis cultural.

Fuera de la filosofía y la teología, la humanidad no había vuelto a vivir una síntesis cultural hasta que la respuesta ideológica a la primera revolución científica introduce el racionalismo cartesiano y el positivismo comptiano como principios rectores del pensamiento humano. De unitate intelectus, el modo de ver la globalidad en la Edad Media, permitió vivir una síntesis cultural que los científicos experimentales no fueron capaces de romper, sino los filósofos que interpretan su modo de iluminar el mundo.

Pero siguiendo la estructura de las revoluciones científicas de Kuhn, identificamos una nueva revolución que los físicos asimilan con un cambio de mecánica: de la mecánica clásica a la mecánica cuántica, y los químicos con un cambio en la representación del átomo: de la representación sencilla de Böhr a la ecuación de ondas de Schröedinger. Einstein, Planck o Heisenberg terminan de completar el cuadro revolucionario en el que aparecen terminologías difíciles de admitir en el vocabulario positivista, como relatividad, probabilidad, indeterminación… Los científicos experimentales vuelven, así, a enfrentar al hombre con el misterio y todavía no se ha producido ninguna respuesta ideológica.

Los filósofos no han sabido o no han querido establecer la vinculación de la ciencia con el pensamiento, como lo hicieron sus predecesores con la primera revolución. Y ahora estamos entrando en el nuevo concepto de globalidad sin visión global, desprovistos de síntesis cultural.

LA INFORMACIÓN ESPECIALIZADA

La sociedad de la información, de la que veníamos hablando hace años, no parece alumbrar a la sociedad del conocimiento, aunque algunos se muestren partidarios del uso indistinto de los términos como sinónimos. Eliot lo ha sabido decir de un modo certero y bello, al distinguir entre información, conocimiento y sabiduría de modo que nadie pudiera llamarse a engaño: pero seguimos con el señuelo de haber alcanzado la globalidad con la que llamamos sociedad de la información.

En la actualidad, la información es especializada, puesto que el conocimiento es especializado. Pero esa especialización proporciona enormes dosis de incomunicabilidad y se convierte por tanto, por paradójico que resulte, en una herramienta inútil para el hombre, si no en un instrumento perverso al servicio de la principal fuerza que mueve hoy el mundo, el servicio de la mentira y de los mentirosos.

Hoy no basta con calificar con Ortega y D’Ors a la especialización de barbarie, en un intento culto por recuperar la estética del saber; no sólo es barbarie, son un riesgo y una amenaza cada vez mayores para la humanidad, en la medida que aceptamos la concentración y el uso de esa información especializada.

¿Cuál es entonces el camino de la accesibilidad a la información especializada y, por lo tanto, el camino de la auténtica globalidad? Obviamente es complejo y puede ser diverso, pero sólo es posible imaginarlo a través de los medios de comunicación.

ACTUALIDAD PERIODÍSTICA Y CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

El ámbito periodístico impone la actualidad como principal reclamo de los contenidos, pero no nos engañemos: la actualidad la pueden crear los mentirosos y la actualidad se acopla con enorme dificultad a la información especializada. Hay que intentar definir y desarrollar una información periodística especializada, como expresión moderna de una sociología del conocimiento capaz de establecer cauces sociales de acceso al conocimiento especializado.

La decimonónica versión de la sociología del conocimiento europeo, heredera directa de la ilustración, desemboca en unas vías alambicadas y susceptibles de definir cauces manipulables. Así, Marx o Durkheim están más cerca del despotismo ilustrado que de algunos modernos sociólogos norteamericanos que, como Merton, sólo conciben la sociología del conocimiento a través de los medios de comunicación de masas.

Desde ese punto de vista se hace necesario y urgente un acceso del periodismo a la especialización, hay que lograr especializar al periodismo para luchar contra la especialización del conocimiento, definiendo de este modo una teoría de la divulgación que permita interpretar la realidad a la luz de todo el conocimiento del que disponen hoy los especialistas, y no sólo a partir de los acontecimientos que marcan la actualidad periodística. Este nuevo reto planteado en el periodismo, exige un nuevo enfoque doctrinal de los principios teóricos de la información de actualidad, que permita —ayudado por las tecnologías actuales y futuras— incurrir en modos diferentes de orientar la profesionalidad periodística tanto en los aspectos jurídico-deontológicos como en los puramente operativos y funcionales.

Hablar de periodismo sin tener en cuenta el modus operandi de los diferentes medios de comunicación es un ejercicio completamente inútil. Así, se puede especular de modo recurrente sobre los contenidos y su calidad, pero aunque resulte tópico, es preciso recordar que la diferencia entre un trabajo editado y otro sin editar siempre es infinitamente mayor que entre uno de alta calidad y otro de baja calidad. Por eso hay que contar siempre con un factor protagonista en el periodismo, que es el factor tiempo. Trabajar en determinadas condiciones no es algo que modifique el modo de operar: es que lo supedita de forma contundente y le da unas características propias a ese trabajo, sobre todo, si esas características no son modificables, sino consustanciales con él.

CONTRA LAS RUTINAS PERIODÍSTICAS

Algunos autores han querido recoger estos modos de ejercer el trabajo periodístico con un término, poco apropiado desde mi punto de vista, que viene una vez más a poner de manifiesto la necesidad de una mayor profundización del desarrollo científico del periodismo. Me refiero a la palabra «rutinas». En primer lugar, esta palabra viene a ser expresión peyorativa que evoca una cierta actitud displicente y poco reflexiva. Las rutinas a veces son más difíciles de romper por pereza que por falta de alternativas, y eso no es muy apropiado para unirlo al trabajo cotidiano y voraginoso de un profesional del periodismo.

Por otra parte, se están estudiando las rutinas como el que estudia una rueda dentada de un perverso mecanismo, para poder acoplar en él nuestros propios puntos de vista o nuestros intereses. Así, es muy frecuente encontrarnos convocatorias de ruedas de prensa que se acomodan a los horarios de los informativos de televisión o a los horarios de cierre de los periódicos.

Pero en las rutinas pueden entrar también prejuicios, «tics» ideológicos, hábitos de todo tipo, que no se corresponderían con un periodismo nuevo, más comprometido con la realidad y con la información de los especialistas.

Entrar en las rutinas profesionales del periodismo con la información especializada supone un reto apasionante y lleno de dificultad, que obliga a desarrollar, bajo el concepto de información periodística especializada, una nueva disciplina que pueda unir los planteamientos de una teoría de la divulgación, con las metodologías operativas más ambiciosas e innovadoras, aplicando, además, las tecnologías más sofisticadas.

Durante los últimos años se han acuñado terminologías de periodismo que han intentado ejercer una imagen de innovación. El así llamado periodismo de investigación prometía ser un buen instrumento para el periodismo especializado, pero no pasó de un cambio metodológico, difícil de incluir en las rutinas de la mayoría de los medios y susceptible, además, de perversiones por el uso y el abuso de dossieres poco identificados con el interés general.

A finales de los años ochenta apareció con fuerza el periodismo de precisión de Meyer, que sí proponía ya procedimientos informativos y estadísticos aplicables al trabajo cotidiano de los periodistas especializados, pero que se centró demasiado en el periodismo político. Sin embargo, todavía puede desarrollar más y mejor sus propuestas para adaptar el modelo a la información periodística especializada.

En definitiva, de la inicial contradicción entre globalidad y especialización informativa, hemos llegado al periodismo como lugar de encuentro. Sólo haciendo periodística la información especializada podremos llegar a la globalidad como síntesis cultural. En esto radica para mí el principal reto de nuestra sociedad de la información, si queremos que llegue a ser sociedad del conocimiento e incluso sociedad sabia. Habríamos superado entonces las viejas aportas a las que nos había conducido la sociología del conocimiento tradicional, para llegar a definir una sociología de la sabiduría, una, en definitiva, sociología de la verdad.

Catedrático de Periodismo Especializado. Universidad Complutense.