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Ver productosRobert Waldinger es tajante, gracias a un estudio de Harvard que lleva en marcha desde los años 30: «Las buenas relaciones nos mantienen más felices y saludables»
27 de junio de 2025 - 6min.
Robert Waldinger es profesor de Psiquiatría en la Facultad de Medicina de Harvard, director del Centro de Terapia Psicodinámica e Investigación del Hospital General de Massachusetts y del Estudio Harvard sobre el Desarrollo en Adultos, uno de los más longevos de la historia de la ciencia. Es psiquiatra, psicoanalista y monje zen.
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«Las buenas relaciones nos mantienen más felices y más saludables. Punto». En sus charlas, Robert Waldinger es así de concluyente. Habla con la seguridad de quien lleva más de veinte años liderando una investigación aún más longeva, iniciada en 1938 con un grupo de estudiantes de Harvard, quizá demasiado elegidos. Entre aquellos hombres blancos figuraban algunos tan célebres como John F. Kennedy y Ben Bradlee, quien fuera editor del Washington Post durante el Watergate.
Con el tiempo, el Estudio Harvard sobre el Desarrollo en Adultos creció y se diversificó, y en 1970 se amplió la muestra con otros 456 jóvenes desfavorecidos de Boston, para ver si ellos también estaban en condiciones de alcanzar la felicidad. Con sus defectos, el estudio es uno de los intentos más tenaces por descubrir la fórmula de la felicidad a través de métodos científicos. En su página web, los responsables del estudio extraen otra conclusión y la llevan a su titular: «Los buenos genes están bien, pero la alegría es mejor».
Waldinger y el psicólogo Marc Schulz publicaron hace dos años el libro Una buena vida, reseñado en su día en Nueva Revista, en el que resumen muchas de sus conclusiones. La investigación sigue en marcha y no ha perdido notoriedad, ya que recientemente fue rescatada en un especial sobre la felicidad publicado por The New York Times Magazine. La pregunta evidente, o una de ellas, es si algo tan inaprensible puede ser encerrado en un tubo de ensayo. Waldinger cree que sí, al menos después de ocho décadas de investigación.
Año tras año, los sujetos del estudio son sometidos a las mismas preguntas y se recopilan con la misma periodicidad los datos de cientos de personas, que mantienen su compromiso de colaborar a lo largo del tiempo. La idea es descubrir entre todos, con sus experiencias vitales, cómo podemos ser mejores o, al menos, menos proclives a la infelicidad.
El estudio es un examen de conciencia permanente para descubrir si los voluntarios han cumplido sus objetivos vitales, si sus sueños de juventud se hicieron realidad y de qué cosas se arrepintieron. Son más de 700 personas de las que aprender, aunque algunas no entienden a qué se debe tanto interés por unas vidas que consideraban anodinas. De los 724 participantes originales, más de medio centenar siguen vivos, camino de cumplir un siglo. El primer acierto de este estudio fue empezar a formularles preguntas esenciales cuando aún disfrutaban su primera juventud, pero la mayor virtud fue no dejar de hacerlo hasta el último aliento.
No es fácil acorralar con los números un concepto como la felicidad, justo lo que persigue Robert Waldinger con el Estudio Harvard sobre el Desarrollo en Adultos. Hace poco veíamos que Yascha Mounk ponía en entredicho el mito de la felicidad en los países nórdicos, nacido precisamente de otra investigación, avalada por la ONU. Ahora es Donald Trump quien amenaza con sus recortes en Harvard un estudio que no conoce descanso desde 1938, antes de que naciera el presidente de Estados Unidos.
La autora del artículo sobre el estudio de la felicidad en The New York Times Magazine es Susan Dominus. Su interés en estos asuntos de largo recorrido es notorio. En el libro The Family Dynamic: A Journey Into the Mysteries of Sibling Succes, exploraba por qué algunas familias logran criar varios hijos que alcanzan niveles extraordinarios de éxito en los campos más diversos, como la literatura, la ciencia y el deporte.
Ahora el concepto es muy diferente, porque felicidad y éxito no son precisamente sinónimos. Si supiéramos qué nos mantiene saludables y felices a lo largo de las décadas —en cierto modo lo sabemos, pero no hacemos ni caso— podríamos saber dónde invertir tiempo y esfuerzos. El estudio de adultos de Harvard nos permite responder grandes incógnitas de manera retrospectiva, no solo aventurándonos con hipótesis más o menos discutibles. Es un caso excepcional de investigación, cuando casi todos los proyectos duran un año o dos.
Waldinger es el cuarto director de un estudio que ha sobrevivido mucho más de lo que soñaba el más optimista de sus fundadores. ¿Qué hemos aprendido en todo este tiempo? ¿Cuáles son las lecciones acumuladas en miles y miles de páginas llenas de datos sobre las vidas de cientos de personas? En realidad, la respuesta es puro sentido común, sabiduría popular y algo de tópicos: las mejores lecciones no tienen nada que ver sobre la riqueza, la fama o la cultura del trabajo duro. El mensaje más claro que obtenemos después de tantas décadas es este: «Las buenas relaciones nos mantienen más felices y más saludables».
La primera lección, explica Waldinger, es que las conexiones sociales son realmente buenas para nosotros y que la soledad mata. Es una cuestión de vida o muerte. Las personas más conectadas a la familia, los amigos y la comunidad son más felices y saludables y viven más tiempo que las personas peor conectadas. La experiencia de soledad resulta ser tóxica. La gente que está más aislada es menos feliz y su salud empeora de manera prematura, mientras que los que mantienen mejores conexiones mantienen un cerebro más activo y viven más. Lo más triste, apunta Waldinger, es que «uno de cada cinco estadounidenses están solos».
Por supuesto, no solo hay que relacionarse mucho. La calidad también importa. El estudio, de nuevo a lomos del sentido común, sugiere que no importa solo el número de amigos, sino la calidad de tus relaciones más cercanas. Vivir en medio de conflictos es malo para nuestra salud. Un matrimonio que se pelea con frecuencia es peor que una separación.
«Cuando reunimos todos los datos de los voluntarios a los 50, resultó que el factor capaz de predecir la felicidad futura no era el nivel de colesterol, sino lo satisfactorias que eran sus relaciones. Las personas que estaban más satisfechas en sus relaciones a los 50 eran las más saludables a los 80», afirma Robert Waldinger en sus charlas.
«La tercera gran lección que aprendimos», prosigue el investigador, «es que las buenas relaciones no solo protegen nuestros cuerpos, sino que protegen nuestros cerebros». En la vejez, el deterioro cognitivo es mayor si las personas no disfrutan de una buena relación, si sienten que no pueden contar con sus parejas. «Es una sabiduría tan antigua como las montañas, pero ¿por qué es tan difícil de conseguir y tan fácil de ignorar?», se pregunta el máximo responsable del estudio. La respuesta tiene un lado triste: «Somos humanos. Buscamos respuestas rápidas y las relaciones son complicadas. El trabajo duro de atender a la familia y los amigos no es sexy ni glamuroso. No termina nunca».
Con todo, no está de más que nos recuerden que, aunque los jóvenes adultos confían en el dinero, la fama y el trabajo para llegar felices a la última etapa de sus vidas, el tiempo demuestra que el camino para conseguir ese objetivo era muy distinto. Waldinger se despide con una cita de Mark Twain, cuando hace más de un siglo el escritor reflexionaba sobre su vida: «No hay tiempo —tan breve es la vida—para discusiones, ni para disculpas, ni acritud ni rendición de cuentas. Solo hay tiempo para amar… y apenas un instante». A Waldinger le preocupaba al principio que se rieran de él en sus charlas, por la ingenuidad de su mensaje, pero algunas llevan decenas de millones de visitas y miles de comentarios, la inmensa mayoría elogiosos.
Esta entrada ha sido redactada por Federico Marín Bellón. La imagen es de Pixabay y se puede encontrar aquí.