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Ver productosTodo cuanto sucede es lo mejor para nuestro propio desarrollo personal, según los autores de este ensayo
14 de marzo de 2025 - 12min.
Rafael Domingo Oslé es catedrático de Derecho Romano y titular
de la cátedra Álvaro d’Ors de la Universidad de Navarra. Gonzalo
Rodríguez-Fraile, licenciado en Derecho, preside la Fundación
para el Desarrollo de la Consciencia.
Avance
En la era de la globalización, las nuevas tecnologías y la
inteligencia artificial, nuestro nuevo modelo social debería
ayudarnos a vivir en paz y felicidad, disfrutando de las
maravillosas oportunidades que nos ofrece el universo y la
convivencia con otros seres humanos. No parece ser el caso.
La Organización Mundial de la Salud nos muestra la cruda
realidad: más de 300 millones de personas en el mundo
sufren depresión y más de 260 millones padecen trastornos
de ansiedad. Si todas las personas deprimidas y ansiosas
viviesen juntas en el mismo país, este sería el tercero más
poblado del planeta, muy por encima de los Estados Unidos,
Indonesia y Brasil, incluso de la Unión Europea, y solo
superado por China e India.
Si algo falta en la humanidad es paz: paz en el corazón de
cada ser humano, paz en los hogares, en las empresas e
instituciones, en los foros y mercados, en los pueblos y
metrópolis, en las naciones y continentes. Vivimos en
permanente situación de conflicto, a nivel personal, familiar,
profesional y social. La cultura woke nos lo pone de
manifiesto a diario. Y así es imposible alcanzar la deseada
paz de la humanidad por más que denunciemos las guerras
y sigamos ampliando las listas de los derechos humanos.
Aun teniendo gran relevancia, la paz no la traen las
declaraciones oficiales. La paz no se impone por decreto, ni
se aprueba en Parlamentos, ni se negocia en los mercados de
valores, ni está asegurada en los países democráticos más
avanzados. La paz es obra de cada uno, y la humanidad no
tendrá paz mientras no la alcance cada mujer y cada hombre
que habita nuestro planeta.
A veces, identificamos la paz con la satisfacción de
comprobar que las cosas en la vida suceden de acuerdo con
nuestros planes y gustos. Otras veces, la equiparamos con la
tranquilidad que sentimos cuando hemos logrado evadirnos
de las circunstancias que nos alteran. Pensamos que la paz
se consigue trabajando para que todo vaya bien y no se
tuerza. Y cuando, por ventura, las cosas se complican,
tratamos de huir de la situación de conflicto para que nos
afecte lo menos posible.
Pasarse la vida esquivando conflictos produce un gran
desgaste de energía vital, que frena el proceso de
adquisición de la paz. Es como conducir, durante toda una
vida, un coche por el carril contrario. Todo es estrés y
tensión, cuando no choque. Así no se puede vivir, mejor
dicho, no se debe vivir, pero así vive, de hecho y por
desgracia, la mayor parte de la humanidad.
En Espiritualizarse (Rialp, 2024) abordamos el tema de la paz desde una perspectiva espiritual, mucho más profunda y estable, con el fin de aprender a mantenerla ante cualquier circunstancia adversa o de conflicto. Nuestra tesis es que, para alcanzar la paz, hay que ver voluntad de Dios en todo y aceptarla; para aceptarla, hay que espiritualizarse, y para espiritualizarse hay, primero, que perfeccionar el ego y, luego, aprender a trascenderlo. Solo desde las profundidades del alma, la vida cobra su competa plenitud y se puede llegar a comprender por qué todo cuanto sucede es lo mejor para nuestro propio desarrollo personal y podemos llegar a aceptarnos plenamente a nosotros mismos. Entonces, y solo entonces, la paz deviene imperturbable.
Llamamos ego al modo de percibir la realidad y reaccionar ante
ella desde las dimensiones inferiores del ser humano —la física, la
emocional y la mental-sentimental—, y llamamos alma al espíritu
que informa el cuerpo y sobrevive a la muerte física. Lo físico, lo
emocional, lo mental-sentimental y lo espiritual constituyen los
cuatro centros operativos que el ser humano, como unidad
corpóreo-espiritual, debe gestionar. Cuanto más alto sea el centro
desde el que el ser humano opere, mayor será su paz interior. Y es
que el ser humano es más alma que cuerpo físico, por más que
ambos estén integrados. El cuerpo físico, como explicaremos, es
lo más básico, pero lo menos relevante; el alma, en cambio, es lo
más relevante del ser humano pero lo menos básico. Por eso, no
podemos vivir en esta tierra sin hidratar el cuerpo (¡esto es
básico!), pero sí negando la existencia del alma, es decir, lo
relevante. Cuanto decimos en modo alguno resta importancia al
cuerpo, pero sí lo pone en su sitio.
La paz, la verdadera paz, solo llega a ser imperturbable cuando
operamos desde el alma, usando los centros operativos inferiores
para actuar en el mundo, pero no para dirigirnos ni dominarnos,
y menos todavía para quedar atrapados en ellos. El alma es la
hoguera del ser humano, que calienta e ilumina los restantes
centros operativos. Desde la atalaya del alma, se puede resolver
cualquier conflicto generado en un centro operativo inferior, por
complicado que parezca. Los conflictos instintivos no se
solucionan en el instinto, sino transcendiendo el instinto. Los
conflictos emocionales no se pacifican con emociones, sino
trascendiendo las emociones; los conflictos sentimentales no se
apaciguan en el ámbito mental, sino fundamentalmente en el
alma, purificando la intención. El alma debe ser la torre de
control del ser humano, que irradia paz, armonía y luz a todos los
cuerpos inferiores.
Hemos dividido el libro en dos partes. En la primera, subdividida a su vez en tres capítulos, se ofrece una explicación de la tesis que
acabamos de formular. Somos conscientes de que cada epígrafe
de la primera parte merecería un largo tratado y de que su lectura
puede resultar trabajosa, pero pensamos que el esfuerzo
merecerá la pena. En la segunda, subdividida en dos capítulos, se
aplica esa tesis a conflictos concretos y se muestran
herramientas específicas para resolverlos de forma efectiva. Por
eso, el libro, aunque con un contenido teórico, es eminentemente
práctico.
La paz, vista desde el alma o desde el ego
Nuestra sociedad ha arrinconado a Dios y, como consecuencia, se
ha olvidado del alma, que es precisamente donde se produce el
encuentro más íntimo con Dios. La existencia de Dios ha sido
reducida a una mera hipótesis científica, imposible, por lo demás,
de validar empíricamente. El cientifismo reduccionista, todavía
dominante, ha quedado atrapado por la materia y, por eso mismo,
no es capaz de entenderla ni definirla. El alma es considerada por
muchos una compleja y absurda abstracción de filósofos
empeñados en defender la existencia de lo trascendente. Pero,
¿dónde radica, si no es en el alma, la capacidad de amar, de ser
libres, de contemplar, de ver lo esencial, así como la intención
última de cada persona?
Al olvidarse la sociedad de Dios y del alma, el ser humano se ha
desespiritualizado y empequeñecido, y ha quedado reducido a
pura materia. Al situarnos en la materia, nos hemos esforzado en
perfeccionarla, lo que de por sí tiene ya gran valor, pero hemos
descuidado la conveniencia de trascenderla. Hemos mejorado y
limpiado nuestra cárcel egoica, pero no hemos sido capaces de
salir de ella. Solo un cuerpo trascendido permite al alma tomar
las llaves de la celda y abrirnos las puertas de la libertad que
caracteriza al espíritu.
La paz es el estado interior que se produce cuando vivimos en
comunión con Dios y en armonía con nosotros mismos, con los
demás y con el universo. Este estado no depende de la polaridad
de los sentimientos ni de las emociones, como tampoco de los
acontecimientos externos. Por eso, la paz puede y debe llegar a
ser inalterable.
Para tener paz, no necesito que todo lo que me suceda esté de
acuerdo con mis planes. Lo que necesito es tener una
comprensión espiritual que me permita aceptar y abandonarme
plenamente en la voluntad de Dios. Desde la profunda paz del
alma que produce ese abandono, se pueden proyectar y
experimentar pensamientos, sentimientos y emociones positivas
de forma voluntaria y sostenida ante cualquier circunstancia.
Tomás Moro no perdió la paz en la Torre de Londres aun
sabiendo que iba a ser decapitado; tampoco Edith Stein en el
campo de concentración mientras se preparaba para ser
asfixiada en una cámara de gas. Sí parece que la perdió, en
cambio, el famoso ensayista y pensador húngaro Arthur
Koestler, cuya idea de holón utilizaremos en este libro. Él decidió
suicidarse con una sobredosis de drogas y alcohol porque no
aceptó verse consumido por un cáncer unido a su párkinson. Su
lógica fue aplastante: para no vivir así, debo quitarme la vida;
pero su pensamiento no fue el adecuado. No comprendió que la
experiencia de la enfermedad era esencialmente transformadora
y conveniente para él.
El acceso a la realidad espiritual
Nuestro punto de partida es la unidad de la realidad. Esta idea ha
sido validada por casi todas las tradiciones espirituales y hacia
ella apuntan los avances científicos más vanguardistas. La
realidad es una; y en esa unidad es precisamente donde se puede
y debe vivir en paz. Más: la realidad está pensada para vivir en
paz. La paz se pierde cuando fragmentamos la unidad de la
realidad mediante conflictos individuales o colectivos, cuando la
golpeamos (este es el origen de la palabra latina conflictus ),
cuando colisionamos con ella, pero la realidad en sí misma no es
conflictual.
Accedemos a la realidad a través del conocimiento. Este
conocimiento nos muestra una realidad creada y nos abre las
puertas a una realidad increada. Al Ser increado y omnipotente
fundante de la realidad lo llamamos Dios. Ayuda a alcanzar la paz
comprender, pero sobre todo experimentar, que ese Dios creador
es, Él mismo, un ser personal, Padre, Amor y Paz, así como que
todo lo creado es una manifestación expansiva de ese amor
infinito. Por lo demás, ese Dios no es un dios justiciero, ni
vengativo, ni se muestra desinteresado por su obra. No. Dios es
infinitamente misericordioso y está mucho más que presente en
cada uno de nosotros que nosotros mismos y mucho más
presente en el universo que el universo mismo. Por eso, la
verdadera paz y la fuente de todo amor se encuentra viviendo en
Dios, con Dios y para Dios, en plena armonía con sus hijos y el
universo creado.
Si Dios es paz y fuente de paz, debemos interpretar la realidad
desde la paz, no desde el conflicto. La principal pérdida de paz en
el ser humano se produce por la divergencia entre el plan que
Dios ha diseñado para cada uno de nosotros y el que cada uno
traza para sí mismo desde su propio ego. Muchas veces, los
conflictos que nos creamos en la mente son fruto de nuestra
ignorancia, de nuestro estrecho contexto mental, de nuestra
distracción, de una intención poco noble y de nuestra falta de
comprensión de la realidad. Más que culpar a la realidad, cuando
no a Dios, por lo que nos pasa, parece preferible comprenderla,
aceptarla y disfrutarla en paz.
Pero aun aceptando la idea de la conveniencia de aliarse con los
planes divinos, cabe la pregunta: ¿cómo saber cuáles son estos?
La respuesta que damos en el libro e intentamos justificar con
argumentos es clara: debemos ver la voluntad de Dios detrás de
todo. Y cuando decimos en todo es en todo: lo excelente, lo bueno,
lo regular, lo malo, lo pésimo y lo nefasto, por más que nos cueste
entenderlo. Obviamente, como explicaremos en su momento, el
ser humano puede rechazar el amor de Dios o no cooperar con su
voluntad divina (el llamado mal moral), pero no puede impedir ni
que Dios le ame ni que todo cuanto suceda sea voluntad de Dios.
Estar dispuestos a aceptar y cumplir la voluntad de Dios no es
solo un consejo religioso para ser recompensados después de la
muerte, sino también la forma más inteligente de vivir la vida en
la práctica. Si voy, por vez primera, a una ciudad para visitar a un
familiar que ha vivido en ella más de treinta años, lo normal es
que me ponga en sus manos y me deje guiar sin cuestionar en
cada momento los modos de proceder dentro de esa localidad. Lo
mismo sucede con Dios. Si vivimos en el universo, lo lógico es
ponernos en manos de su hacedor, máxime si su hospitalidad es
insuperable. Esa, y no otra, es la mejor manera de vivir. El
abandono total en la providencia divina es la autopista que nos
conduce a la paz.
La voluntad de Dios se comprende mejor si vivimos
espiritualizados y desprendidos, que materializados y apegados.
Es más fácil comprender la voluntad de Dios, escuchar su voz en
nuestra alma, si oramos, meditamos, contemplamos e intuimos,
que si discutimos, nos enfadamos, nos peleamos o nos
atemorizamos. Ayuda también utilizar adecuadamente los tres
ojos con los que conocemos la realidad: los ojos de los sentidos,
los ojos de la razón y los ojos de la contemplación. Al hacer un
buen uso de ellos, seremos más eficientes en la comprensión de
la realidad y dejaremos de cometer el error categorial de usarlos
para lo que no han sido diseñados.
Con la intención de ayudar a mejorar el conocimiento sobre
nosotros mismos, tratamos de las diferencias entre la mente y la
consciencia y entre la mente y el cerebro, así como entre las
emociones y los sentimientos; el amor y el apego o cariño egoico;
el instinto, la razón y la intuición; y la mente y el alma.
Analizaremos también las diferencias entre la insensibilidad, la
sensibilidad y la metasensibilidad o santa indiferencia, que nada
tiene que ver con la insensibilidad. Esta comprensión es
fundamental para las personas dedicadas al servicio de los
demás (médicos, maestros y educadores, psicólogos, consejeros
espirituales, etc.).
Para ayudar a situarse en el alma, incluimos una explicación de lo
que llamamos niveles de consciencia o capacidad espiritual, que
sirven a modo de mapa en el camino individual hacia la
consecución de la paz. Nos ocupamos también de la oración y la
meditación como dos métodos diferentes, aunque
interconectados, de elevar la energía espiritual. La oración es
para la espiritualidad lo que las palabras son para la poesía, o los
colores para la pintura. Toda oración, sea vocal, mental o
contemplativa, exige un profundo recogimiento interior y exterior
orientado hacia Dios. La meditación ha sido frecuentada por las
religiones orientales ancestrales: hinduismo, budismo, taoísmo,
confucionismo o jainismo, entre otras. También por muchos
cristianos orientales.
La gestión interna de los conflictos
En la segunda parte del libro, se trata de la gestión interna de los
conflictos con el fin de aprender a recuperar la paz perdida y
tratar de que no vuelva a suceder. Algunos son conflictos
personales, como, por ejemplo, los referentes a la gestión del
pensamiento, del propio ego, de la libertad, del victimismo y la
falta de autorresponsabilidad o de la gestión del tiempo; otros se
refieren a circunstancias sociales de la vida humana o de las
instituciones, como los conflictos derivados de la migración, de
los medios de comunicación, de la adscripción emocional a las
instituciones religiosas o el ego de las naciones.
Dada su unidad, la división en dos capítulos dentro de esta parte
solo responde a las necesidades de composición del libro. En el
fondo, todo conflicto social tiene una dimensión individual y
viceversa. Desde la unidad de la realidad, la distinción entre lo
social y lo individual, aunque básica, no es excesivamente
relevante. El esquema dentro de cada sección es bastante similar:
identificamos el conflicto concreto y luego aplicamos las
herramientas de comprensión necesarias. De lo que se trata, en
definitiva, es de que cada lector interesado sea capaz de resolver
sus propios conflictos utilizando las herramientas que ofrecemos
u otras de su propia elaboración.
Aunque cada conflicto se gestiona de una forma distinta, existen
elementos comunes. Por ello, no pretendemos agotar todos los
conflictos posibles, sino tan solo analizar unos cuantos como
muestra. Cualquier tipo de conflicto, por muy diverso que sea,
puede ser resuelto de raíz con pureza de intención, comprensión
espiritual de la realidad, espíritu de servicio y utilizando las
herramientas de sabiduría aplicables al conflicto específico.
En un apéndice, explicamos unas diferencias que pueden servir
de ayuda en el entrenamiento personal para adquirir la paz
interior, así como unos axiomas espirituales que sintetizan de
forma viva pero desordenada cuanto hemos tratado de decir en
este libro: la vida en paz es posible y esta se alcanza viviendo
desde el alma, no desde el ego, y aprendiendo a gestionar el
pensamiento adecuadamente. Se trata en definitiva de vivir en el
plural del nosotros, es decir, con Dios y los demás, integrados en
la obra creadora y no encarcelados en el yo egoico.
Este artículo es un extracto de la «Introducción» de Rafael
Domingo Oslé y Gonzalo Rodríguez-Fraile al libro
Espiritualizarse, Rialp, 2024, pp. 17-29, reproducido aquí con
autorización de la editorial y de los autores.
La foto de cabecera, de Tara Winstead, puede encontrarse en Pexels.