Tiempo de lectura: 9 min.

La estrategia electoral del Presidente Clinton tiene dos ejes. El primero consiste en resaltar los buenos resultados económicos de estos últimos cuatro años. Durante su presidencia, el déficit público se ha reducido un 60%, ha subido el salario mínimo, la inflación se ha mantenido baja, ha disminuido en 250.000 el número de trabajadores en la Administración federal, se han creado diez millones de puestos de trabajo y el paro ha bajado hasta la cifra actual del 6%. Aunque es difícil determinar en qué proporción estos resultados han sido obra de la política económica de Clinton y no del fracaso de sus planes iniciales de inversiones públicas masivas. El Presidente se apunta el éxito como si fuera suyo. En toda justicia hay que decir que, si bien tuvo la suerte de llegar a la Presidencia cuando la recuperación económica empezaba, su buen instinto le llevó a abandonar ciertas promesas electorales de mayor intervencionismo y a concentrarse en el recorte del déficit.

El segundo gran eje de la campaña de Clinton es presentarse como un candidato conservador frente a los demócratas tradicionales y como un candidato centrista y moderado frente a los republicanos del ala derechista del partido rival. El origen de esta estrategia de «triangulación» hay que buscarlo en la repesca por Clinton de su asesor aúlico de los tiempos de Gobernador de Arkansas, Dick Morris, ante la victoria abrumadora de los republicanos en las elecciones legislativas de 1994, encabezados por el radical Newt Gingrich y guiados por el llamado «Contrato con América». Morris le sugirió entonces que se mostrase firme frente a los excesos republicanos que siguieron a las elecciones (cierre de las oficinas federales por falta de dotación presupuestaria, condena del cine de Hollywood por inmoral, etc…) y que guiase al partido demócrata hacia posiciones entre moderadas y conservadoras, en ningún caso dogmáticas.

Morris consiguió que Clinton abandonase la estrategia clásica del Partido Demócrata de enfrentar a la clase media con los ricos, los supuestos votantes del Partido Republicano. Aunque Morris ha abandonado la campaña durante la Convención Demócrata en Chicago, por un escándalo de faldas que una vez más pone de manifiesto el vacío moral del círculo íntimo del Presidente, Clinton mantiene lo que su asesor había diseñado. De hecho, el objetivo principal de la actual campaña del Presidente sigue siendo conseguir el voto de los residentes en los suburbios, especialmente de las mujeres. Este tipo de votantes, con ingresos medios entre los 30.000 y los 65.000 dólares, inclina la balanza en uno u otro sentido en las elecciones presidenciales y por lo general no cree en ideas de enfrentamiento entre clases, no les gustan las posturas radicales y no son hostiles a sus empleadores.

De este modo, en el programa electoral demócrata se afirma que ha terminado la época del gobierno intervencionista y que hay que proteger a la familia, con limitaciones a la programación televisiva que ven los niños y reducciones de impuestos para las familias con varios hijos y para los que pagan facturas universitarias. El Estado puede ayudar de muchas maneras a que los ciudadanos vean cumplidas sus aspiraciones y debe evitar los excesos del liberalismo individualista, pero no mantiene a todos los desempleados, ni gasta sin medida en atención sanitaria. Clinton ha firmado en agosto la polémica ley de reducción de las ayudas sociales, aunque también ha prometido atenuar sus peores efectos. Ha prometido además equilibrar el presupuesto antes del año 2002, pero no ha explicado cómo ni a costa de qué programas asistenciales. En el polémico tema del aborto, por primera vez los demócratas, que siguen siendo firmes partidarios de que la mujer decida sin excesivas restricciones, han matizado que el Estado debe respetar la conciencia individual de cada americano cuando regula este difícil asunto. La Convención Demócrata en Chicago, vacía de debates y más parecida a la noche de los Oscars que a un evento político, ha puesto de manifiesto que después de este viraje electoralista hacia el centro, el partido se ha quedado sin energía intelectual. En el ámbito de las ideas, los intentos demócratas de redistribuir a través de impuestos muy altos se ven como algo que pertenece al pasado y no hay propuestas nuevas para abordar los serios problemas de fractura social que sufren los EE.UU. El partido que históricamente ha enarbolado la bandera de la compasión, una vez que reconoce que el Estado no es la solución de todo, tiene grandes dificultades para formular políticas coherentes en el ámbito social.

En política exterior

En cuanto a la política exterior, nada hace pensar que si Clinton es reelegido dejará atrás estos últimos cuatro años de dudas e inconsistencias. Clinton ha tratado a China y a Cuba de manera exactamente opuestas. Ha dividido a las democracias que se oponen a Castro con la funesta ley Helms-Burton. El Presidente ha tardado mucho en actuar decisivamente en Bosnia, donde todavía hay una gran incertidumbre sobre las condiciones en las que las tropas americanas permanecerán, una vez expire el plazo señalado por Clinton. En cambio, ha tenido éxito en episodios como los de Haití y Corea del Norte. En el fondo, la política exterior de Clinton descansa en un análisis empírico de las posibilidades de defensa de intereses americanos, las probabilidades de éxito de las acciones y las de apoyo popular a las mismas. Como las elecciones presidenciales no se ganan habitualmente por cuestiones de política exterior, Clinton no ha elaborado mucho esta parte de su programa y se ha preocupado más en lograr aumentar la confianza de sus ciudadanos hacia su liderazgo internacional con medidas electoralistas como los recientes ataques sobre Irak.

Sobre Clinton y su mujer sigue pesando la espada de Damocles de las investigaciones del escándalo inmobiliario de Whitewater y por la posesión ilegal en la Casa Blanca de informes del FBI sobre destacados republicanos. Pocos americanos creen en la integridad moral del Presidente, pero muchos de ellos le comprenden y hasta perdonan sus repetidos fallos éticos, cautivados por su capacidad de comunicación, que va de lo grandilocuente hasta lo conmovedor. Los distintos procesos judiciales más recientes han probado que durante su período como Gobernador de Arkansas, Clinton rozó la ilegalidad sistemáticamente y que tanto él como Hillary se enriquecieron a través de métodos que nadie llamaría impecables. No obstante, hay muchas más mujeres que votan al Partido Demócrata que al Republicano y, en parte, puede ser porque se identifican con la figura de Hillary como una mujer independiente y trabajadora. Además,
Hillary Clinton ha sabido situarse en un plano más secundario
desde el fracaso de su reforma de la sanidad pública y sus crecientes problemas con la justicia. Es imposible separar la actividad reformista de los Clinton de su comportamiento personal. Pero los votantes por ahora valoran más su energía y promesa de cambio que sus debilidades éticas. Los republicanos van a insistir en este punto, entre otras cosas porque Clinton se ha apropiado de casi todos los mensajes de sus rivales y, sobre todo, porque la elección del Presidente de los Estados Unidos se basa al final en la confianza que despierta entre los electores cada uno de los candidatos.

La candidatura de Dole

Bob Dole es para muchos americanos un anciano político y un perdedor. Nunca ha habido una diferencia de edad tan grande entre los dos candidatos a la Presidencia. Si Dole fuese elegido, sería la persona que llega con más edad a la Presidencia americana. Sin embargo, Dole goza de muy buena salud, lo cual no está tan claro en el caso de Clinton, que no ha querido que la prensa tenga acceso completo a sus datos médicos. El candidato republicano tiene una larga experiencia como senador y líder de su grupo parlamentario en Washington. Del mismo modo, aunque Dole entiende la política en términos de proceso y negociación continua entre iniciados, nadie le niega una cierta integridad personal poco corriente entre los veteranos de las cámaras legislativas federales.

Otro aspecto positivo del candidato es su matrimonio con Elizabeth Dole, una candidata a Primera Dama mucho más sólida que Hillary Clinton. La Sra. Dole es una abogada experta, ha sido Ministra de Transporte en el Gabinete de Reagan y de Trabajo con Bush y preside actualmente la Cruz Roja americana. Tuvo sin duda una de las intervenciones estrella de la Convención Republicana, solo superada en popularidad por la de Colin Powell, el general retirado que voluntariamente no ha querido ser candidato del partido a vicepresidente (o a Presidente…). Dole ha decidido formar equipo con Jack Kemp. El candidato a vicepresidente, antiguo jugador de fútbol americano, es un político obsesionado con las ideas, muy comunicativo, con cierta sensibilidad hacia las minorías raciales y de clara raigambre reaganiana. Fue ministro de la Vivienda con Bush y ha sido uno de los mentores de Steve Forbes, rival de Dole en las primarias.

El equipo Dole-Kemp se ha distanciado de la mayoría republicana que ocupó las dos cámaras en 1994 con Gingrich al frente, al no querer contagiarse de su mala reputación. En mayo, Dole renunció a su escaño de senador. Dole y Kemp también se han apartado del extremismo de Pat Buchanan y los seguidores de la llamada «coalición cristiana» o «mayoría moral» (que no es ni una cosa ni otra), no solo por una cuestión de estética sino por el lastre que suponen dichas ideas hiperconservadoras a la hora de conseguir votos centristas.

La candidatura republicana ha confeccionado un programa electoral sencillo, que pretende unir en torno a cuatro ideas a las muy distintas corrientes de opinión presentes hoy en el Partido Republicano: la reducción de la presencia del Estado en la economía y la sociedad, una política exterior con prioridades claras y menos dubitativa, la vuelta a los valores tradicionales americanos, y un recorte de impuestos de un 15% para favorecer el crecimiento, que ascendería a un total de 540 millones de dólares de nuevas deducciones fiscales y compensaría las subidas de impuestos de Clinton.

El riesgo está, por supuesto, en esta última propuesta de reducción de impuestos. Dicha oferta imita a las de Reagan y parte de que las exenciones fiscales no necesitan un contrapeso exacto en los recortes de gasto, puesto que estimulan el crecimiento y los ingresos tributarios. Este verdadero «salto de la fe» ha sido ya rechazado por muchos votantes republicanos. Por ejemplo, en el «Contrato con América» de Gingrich se condicionaban los recortes fiscales a reducciones concretas de gasto público. El propio Dole no había creído nunca que la exenciones fiscales fueran la mejor estrategia para el crecimento económico: a lo largo de sus años en el Senado fue un decidido partidario de la contención del gasto público y se mostró muy crítico con los recortes fiscales que no iban acompañados de medidas concretas de ahorro público. Sin embargo, es una promesa que puede atraer a los antiguos votantes de Reagan, siempre que estos
no prefieran que el Estado controle el déficit público, que creció enormemente en tiempos de Reagan por recortes como el ofrecido ahora por la candidatura republicana.

Los defensores del plan de exenciones fiscales dicen que es muy apropiado para un momento del ciclo económico con vientos de recesión, y son optimistas al decir que los EE.UU. pueden gozar gracias a medidas como esta de un crecimiento superior al 2,3% anual de la primera mitad de los noventa.

En política exterior, la candidatura republicana critica no haber ampliado ya la OTAN a Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia, y la celebración en malas condiciones de las elecciones en Bosnia. A pesar de dificultad de la situación mundial para pensar una nueva doctrina sobre la orientación del poder hegemónico americano y de las voces aislacionistas en su partido, Dole y Kemp defienden el aumento del gasto en defensa, el libre comercio mundial y el compromiso a fondo de los EE.UU. en situaciones en las que su prestigio como superpotência esté en juego.

El problema más grave de la candidatura de Dole es su venta al público, dada las nula capacidad del viejo senador para hacer campaña y las consumadas dotes «telegénicas» de Clinton, que con el tiempo se ha convertido en un gran actor y es enormemente convincente, a pesar de no ser tan popular como lo fue Reagan. Dole en cambio es incapaz de pronunciar un discurso coherente o de centrarse en las ideas básicas de su oferta electoral. Tiene un brazo paralizado por una herida en la Segunda Guerra Mundial y ello le hace parecer aún más anciano y distante ante las cámaras o en las ruedas de prensa.

Algunas conclusiones

Hay un tercer partido en liza, el llamado Partido de la Reforma, una plataforma electoral hecha a medida del multimillonario tejano Ross Perot. Aunque en las pasadas elecciones presidenciales llegó casi al 20% del voto y restó apoyos decisivos a los republicanos, esta vez nadie considera a Perot un factor importante en las elecciones por su excentricidad creciente y falta de credibilidad personal.

En general se puede decir que el Partido Demócrata tiene mucho menos apoyo electoral que la candidatura de Clinton, y viceversa, Dole es menos atractivo para los electores que el Partido Republicano como tal. En cuestiones clave como la reducción del papel del Estado, la nueva orientación de los programas sociales y de atención a minorías raciales, la mayor parte del electorado está con los republicanos. Sin embargo, Dole es un candidato que está ahí porque no había otro mejor en las primarias que agrupase las distintas facciones del partido. En cambio, Clinton sí es un candidato táctico, apoyado por un partido sin grandes ideas pero que sabe que con su candidatura hay una gran probabilidad de conservar la Casa Blanca.

Por extraño que parezca, Clinton puede ser elegido para que gobierne con un programa cuasi-republicano y desarrolle aún más su instinto de moderación. Pero el conservadurismo de Clinton es, sobre todo, deseo de conservar su actual puesto de trabajo. Nadie sabe lo que hará en los próximos cuatro años si es reelegido. Un columnista del Washington Post, David Broder, ha escrito que a no ser que haga algo grande Clinton no pasará a la historia, como sus admirados Abraham Lincoln y F.D. Roosevelt. Es legítimo expresar cierto temor a qué pueda ser ese «algo grande».

El análisis de la campaña electoral de las presidenciales americanas muestra una vez más la seria degradación de la política americana. No solo porque sea sucia -que lo es- sino por la importancia primordial del dinero y la falta de debate real sobre problemas sustantivos. Esto es algo común a la mayoría de los países occidentales, pero en EE.UU. el peso de los llamados «intereses especiales» y sus contribuciones monetarias, y la importancia desmedida del marketing electoral, que casi convierte a los candidatos en detergentes, son elementos tal vez más distorsionadores del debate público que la partitocracia de los países europeos. Baste con advertir la falta de atención de Clinton y Dole a grandes retos de su sociedad y, en general, del mundo desarrollado: la globalización de la economía, los efectos sociales y económicos de la evolución tecnológica, la precariedad en el empleo, la ruptura social por el multiculturalismo imperante, los problemas financieros de la sanidad americana, o la formulación de una política exterior coherente tras el final de la guerra fría.