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Teólogos e historiadores del judaismo antiguo emplean a menudo en su vocabulario técnico los términos «apocalíptica» y «escatología». Con ellos designan los relatos y revelaciones relativos al fin último consignado en un género literario particular. En el marco narrativo de esta literatura, la revelación al destinatario humano, que es, a la vez, oyente y espectador, tiene como intermediario a un ser venido de fuera y se refiere a una realidad trascendente de dimensiones espacio-temporales relativa a la salvación que se aguarda y a la espera de otro mundo. Esta definición pretende englobar los diferentes aspectos de distintas obras de la literatura judía antigua, comúnmente reagrupadas dentro del género apocalíptico. No obstante, el primer libro así designado en la Antigüedad es el Apocalipsis de san Juan en el Nuevo Testamento, término que procede del griego apocalipsis, «revelación». Y tampoco resulta seguro que este término seaplicara entonces a un género literario particular, pues no cabe probar la antigüedad del título «apocalipsis» incluyendo en él al Segundo y Tercer Libro de Baruc, habitualmente fechados a finales del primero comienzos del segundo siglo después de Jesucristo. Sea lo que fuere, el uso antiguo de este título para designar este género de escritos no es una idea moderna, ni su presencia o ausencia es tampoco un criterio decisivo para identificar un género.

EL ASENTAMIENTO DE LOS ESENIOS EN QUMRÁN

Por lo que atañe a los manuscritos del Mar Muerto encontrados en esta segunda mitad del siglo XX, es preciso reconocer que la inmensa mayoría de ellos es muy fragmentaria y que son rarísimos los rollos que conservan un título. Sin embargo, en ninguno de ellos figura el término «Apocalipsis-revelación». Esta denominación o clasificación se deja al juicio del editor o del comentarista. Como editores, hemos considerado que algunos fragmentos pertenecientes a un conjunto más amplio sobre el mismo tema podían proceder de este género literario, pero el asunto está sujeto a discusión. Algunos críticos niegan incluso esta denominación mientras no se encuentren en estos fragmentos, por definición llenos de lagunas, todas las características contenidas en la descripción del género apocalíptico, tal como ellos lo han definido: una revelación sobre las postrimerías, transmitida por medio de visiones o viajes al más allá con discursos, diálogos o libros celestiales a los que inspira o interpreta un ángel-guía celestial. Incluso en este caso, algunos exigen que el destinatario de la revelación sea una venerable figura de un lejano pasado bíblico, que sirva como seudónimo que aporte al misterio una dimensión sobrenatural frente a la impotencia humana. En este caso, ninguna de las grandes composiciones de Qumrán en su estado actual tiene la forma de un apocalipsis y, además y con mayor razón, no podrá tenerla nunca tratándose de unos textos fragmentarios, y ello hasta el punto de que debiera entonces abandonarse este calificativo y renunciar al estudio de este tema. No obstante, estos mismos críticos son los primeros en considerar que el asentamiento de Qumrán es una «comunidad apocalíptica», y estiman, igualmente, que estos nuevos documentos ofrecen significativas analogías con los apocalipsis, a la vez que subrayan muy especialmente su interés dentro del mundo angélico y escatológico. No queda, por lo tanto, fuera de lugar el estudio de los temas apocalípticos en el caso de los manuscritos del Mar Muerto.

Ante todo, consideramos algo probado y fuera de toda duda la identificación del lugar Kirbet Qumrán, ocupado en la época helenística y romana, con un asentamiento esenio que, a comienzos de nuestra era, se convirtió incluso en el grupo representativo de los esenios, designados así en fuentes antiguas tan diversas como Plinio el Viejo, Flavio Josefo e Hipólito de Roma. El término «esenio», procedente del arameo, es un apodo empleado por sus opositores para calificar a los «piadosos» de entonces; el nombre de su asentamiento en Qumrán se denominaba Sokokah (según Josu 15:61 y el Rollo de cobre de la gruta 3).

El primer núcleo de la comunidad, agrupado en torno a la figura central del «Maestro de Justicia» o «Maestro auténtico», se estableció en Sokokah en el 152 a. C., en las ruinas de una fortaleza judía abandonada desde la época de Isaías, cuando el Maestro fundador fue desposeído del cargo de sumo pontífice del templo de Jerusalén. Según el resultado de nuestras propias investigaciones sobre la historia de la comunidad, este Maestro no es otro que el hijo del sumo sacerdote Onías m, desposeído también del cargo por su hermano, el helenizante Jasón, y asesinado en el 170 a. C., quien dejó un hijo de corta edad. Menelao y Alcimo, ambos helenizantes y no sadoquitas, sucedieron a Jasón en el cargo pontificio. En aquellos años, se organizó una gran revuelta contra estos sumos sacerdotes cuyas fechorías culminaron con la desacralización del templo, robos de vasos sagrados y la persecución de Antíoco IV Epifanio (167-164 a. C.). La gran familia de los Macabeos encabeza el alzamiento, al que se añadió la «Congregación de los Hasideos», que no participó totalmente, sin embargo, en estas revueltas y conservó cierta independencia. El Primer Libro de los Macabeos, de tendencia pro-asmonea, silencia en el relato de este período el nombre del sumo sacerdote en ejercicio desde la muerte de Alcimo (en el 159 a. C.) hasta la nominación (en el 152 a. C.) del asmoneo Jonatan Macabeo por el Seleúcida Alejandro Balas. Ante la carencia de fuentes, el historiador judío Flavio Josefo habla de un cargo vacante, lo que es, sin embargo, poco verosímil, puesto que se sabe que el segundo sacerdote en rango de dignidad debía asegurar este oficio para el buen funcionamiento del culto en el templo. Es, por lo tanto, más que verosímil que durante este período la función fuese desempeñada por el hijo de Onías m, el heredero sacerdotal, primero en rango de dignidad, que llegó entonces a la edad adulta. Éste, figura indiscutible del grupo hasideo organizado después del asesinato de su padre, Onías m, debió instaurar o restaurar el culto según el calendario solar de un año de 364 días, calendario sacerdotal aparecido ya en escritos bíblicos y testimoniado por el Libro de los Jubileos, que data de este período y que va a ocupar un lugar principal en los manuscritos de Qumrán y en la vida de la comunidad.

Jonatán Macabeo, que encabezó la lucha de liberación nacional a la muerte de su hermano Judas, en el 160 a. C., y trató de ganar tiempo tras diversos éxitos y un período de tranquilidad, aceptó, por motivos políticos distintos a aquéllos por los que hasta entonces combatiera, la nominación a sumo sacerdote en el 152 a. C., desposeyendo así al hijo de Onías, que ejercía el cargo desde el 159 a. C. De cómplices en la lucha por la liberación, se convirtieron en enemigos jurados. Jonatán restauró el calendario luni-solar de 354 días y cambió las fiestas del año litúrgico a días fijos, así como otras muchas prácticas de la Ley de Moisés. Después intentó incluso eliminar a su detractor, persiguiéndole hasta su morada en el exilio. De esta forma, la Comunidad del Maestro de Justicia le designó con el nombre de «Sacerdote Impío», puesto que renegó de las leyes y del Dios de la Alianza y se negó a escuchar la urgente llamada a la conversión que le dirigiera el sacerdote Maestro, quien creía estar investido de una misión sagrada para conducir al pueblo.

Este breve repaso de la historia de los comienzos de la Comunidad tiene su importancia para situar el marco en el que se origina el movimiento esenio. Las ideas y convicciones que lo animaron desde su inicio fueron recibidas por las generaciones siguientes, que pasaron a engrosar el grupo de los «Numerosos» (los Rabbim), hasta la destrucción del lugar por los romanos en el 68 de nuestra era. Atendiendo a su nombre, procedente de un término arameo que traduce el hebreo hasid, designativo de «los piadosos, fieles observantes», los esenios se esforzaron por conformar su vida con los preceptos de la Ley de Moisés, según las autorizadas interpretaciones del Maestro fundador. El primer deber de éste, en tanto que sacerdote heredero sadoquita, era cumplirlas, atendiendo, asimismo, a las revelaciones de las que fuera objeto. A él se deben, por lo tanto, los principales escritos de la primera generación, con frecuencia copiados después, y la cristalización del pensamiento esenio, sus secretos, la organización de la comunidad, etc. Él es, para su comunidad, el privilegiado mediador de las revelaciones divinas y de los secretos, sin mediación de ángel alguno. Como a Moisés, el profeta de su elección, Dios le revela directamente sus planes; y en ciertos pasajes podríannos incluso pensar que el Maestro pasa por ser el Profeta de los últimos tiempos, el nuevo Moisés. En este caso, incluso sin que haya pseudonimia, ni relatos de visiones ni viajes al más allá, quedaría preservado el marco de los escritos de género apocalíptico, tal como ocurre con determinados pasajes de Daniel o del Primer Libro de Enoc, tan bien representados en los manuscritos de Qumrán. Aunque siempre cabría concebir un desarrollo del pensamiento esenio a lo largo de los siglos de la historia de la Comunidad, carecemos de pruebas ciertas al respecto, y no es menos razonable pensar que los discípulos de semejante Maestro conservaron fielmente su concepción del mundo y de la alianza de Dios con el resto del pueblo elegido, del cual son el único testimonio en la historia presente.

LA VISIÓN APOCALÍPTICA DEL MUNDO

Los principales elementos de la visión apocalíptica del mundo se enraizan en un dualismo claramente constitutivo del pensamiento esenio, que encuentra su terreno propio en los acontecimientos que presidieron el nacimiento de la comunidad: la separación del templo mancillado por el nuevo sumo sacerdote, y el exilio al desierto para separarse de los malvados y de la huella y del imperio del mal. Consecuentemente, los textos de Qumrán muestran en diversas ocasiones una profunda y clara división del mundo entre las fuerzas del bien y del mal. Distintos pasajes describen esta división en unos términos que parecen tomados en préstamo a la doctrina de Zoroastro (oposición luz y tinieblas, bien y mal), a la vez que ponen cierto énfasis en la predestinación del hombre y en el importante cometido de las fuerzas angélicas buenas, encabezadas por el príncipe de las luces, Miguel o Melquisedec, y de las fuerzas demoníacas, que preside el príncipe de las tinieblas, Belial o Malquiresa. Algunos textos, como el Documento de Damasco, insisten más sobre el papel de la inclinación humana al bien y al mal; sin embargo, siempre está presente una clara oposición entre las fuerzas del bien y las del mal.

El conflicto entre estas fuerzas determina los períodos de lucha, en la que triunfan tanto el partido de Belial como el partido de Miguel. Pero Dios ha puesto un término a este incesante combate que se desarrolla en el mundo y en el corazón del hombre durante la era de la impiedad. Incluso ha revelado al Maestro la duración de los períodos y la victoria del espíritu del bien y de la luz sobre el espíritu de las tinieblas, cuando Dios decida intervenir como juez «al final de los tiempos».

«El final de los tiempos» está próximo, ha comenzado incluso; es el período que precede al Día de la Visita divina. Comprende diversas fases: el tiempo de la prueba o del horno o el crisol en el que vive actualmente la comunidad desde su separación o exilio; los tiempos mesiánicos futuros, y el Día de la Visita, que dará a luz al nuevo mundo. Los tiempos mesiánicos prepararados por el Profeta, el Nuevo Elias, comprenderán una decisiva guerra de unos cuarenta años contra las naciones paganas, los Kittim del momento (griegos y romanos), y contra los hijos de las tinieblas, incluidos los oponentes judíos o impíos que rechazan el mensaje del Maestro. El mesías rey desempeñará el papel de conductor de las guerras escatológicas, yendo a la cabeza de los ejércitos de los hijos de la luz, pero la última palabra del último combate está en las manos de Dios, que interviene directamente auxiliado por sus agentes celestiales, Miguel/Melquisedec. Durante la era mesiánica, los mesías sacerdote y rey restablecerán el verdadero culto y el dominio del reino de Israel sobre las naciones. Con la batalla final y el Juicio divino, este mundo terminará en una conflagración universal, y los muertos que hayan sido justos resucitarán, mientras que los vivos serán transformados; pero todos, muertos o vivos, quedarán revestidos de la gloria de Adán, como en una vuelta al Paraíso, del que serán definitivamente excluidos los ángeles malos, el pecado y la muerte. Los malvados no resucitarán, sino que serán eternamente castigados con los demonios en el fuego de los abismos infernales.

El autor considera la espera de una nueva Jerusalén, probablemente más terrena, pero sita en una tierra purificada por el fuego de la conflagración universal y, por lo tanto, también renovada. La esperada vida futura tras la muerte del individuo, parece ser la que estaba ya atestiguada en el Libro de los Vigilantes del Primer Libro de Enoc (1 Enoc 22). El alma del justo llega a un compartimento luminoso y la del malvado a otro tenebroso; los no totalmente justos ni totalmente impíos llegan a otro compartimento, mientras que su cuerpo reposa en la tierra a la espera del Juicio final. Las tumbas individuales de los cementerios de Qumrán, cavadas a flor de tierra en la terraza margosa y con orientación sur-norte hacia el trono divino y el paraíso de justicia, dan muestras de esta creencia. Después de que la tierra haya purificado la carne de pecado (Deuteronomio 32: 43), en la resurrección de los justos, el alma justa dará vida nuevamente a los restos mortales no desordenados ni mancillados, y los justos entrarán revestidos de gloria en la presencia de Dios en compañía de los ángeles. Por lo demás, todas las imágenes relativas a la guerra escatológica se oponen a una creencia en la inmortalidad del alma, sin resurección de la carne.

Un fragmento de los manuscritos, al que hemos llamado Apocalipsis mesiánico, presenta la resurrección de los justos comparándola a una nueva creación, puesto que, en un corto «credo», Dios se presenta primero como creador de la tierra, de los mares, etc., y, después, como el que vuelve a dar vida (literalmente, el «revivificador») de los muertos de su pueblo. Otro fragmento de ese mismo manuscrito refiere que, durante la travesía del Puente del Abismo, los malditos quedan fijos e inmóviles en el Abismo tenebroso y frío, mientras que los benditos son acogidos por el cielo y todos los ángeles. Encontramos aquí la primera y clara mención, en una composición hebrea, al Puente del Separador, tomado del zoroastrismo y adaptado a las concepciones judías de los esenios. El mismo manuscrito alude también a la venida del Profeta, Nuevo Elias, que debe preparar los corazones, al rey mesías, a su reino y a los gloriosos signos nunca realizados hasta entonces que Dios llevará a cabo en esos días: «Curará a los heridos y resucitará a los muertos, llevará el evangelio a los humildes y colmará a los pobres, conducirá a los desarraigados y enriquecerá a los hambrientos». Estos signos debían acompañar la llegada del reino mesiánico y ser anteriores a la predicación del Profeta escatológico, quien podía ser también sacerdote, pero las lagunas hacen imposible cualquier precisión y certidumbre al respecto. Las concepciones de este manuscrito, cuya composición data de la segunda mitad del siglo n a. C., anuncian ya cierto número de elementos próximos a los textos del Nuevo Testamento, Evangelios y epístolas paulinas, los cuales retoman enumeraciones de esos mismos signos mesiánicos, la presencia de los benditos y de los malditos en el juicio, la resurrección de los justos y la transformación de los vivos en el encuentro con el Señor (que tendrá lugar en los aires), los castigos eternos de los malvados y del espíritu del mal por el fuego de los Abismos tenebrosos.

FLAVIO JOSEFO Y LAS INTERPRETACIONES HELENIZANTES

Esta concepción escatológica coincide con lo que se ha conservado de las noticias dadas por Hipólito de Roma en su Elenco o Refutación de todas las herejías (IX), pero no con las de Flavio Josefo, el historiador judío de finales del primer siglo de nuestra era, especialmente en la Guerra Judía (II), que atribuye a los esenios una creencia en la vida futura de tipo neopitagórico. Se comprende que Josefo haya querido ser el intérprete de un medio greco-romano para el cual solamente el alma es inmortal, pero semejante concepción es ciertamente ajena a este medio judío, violentamente opuesto a las creencias helenísticas e incluso a las helenizantes. Bajo la sola influencia del judío Flavio Josefo, algunos autores modernos creen encontrar en los textos de Qumrán testimonios en favor de una escatología ya realizada. Por el hecho de entrar en la comunidad, el esenio justo tendría ya en la vida presente la experiencia de la vida con los ángeles a través de la liturgia angélica. Pero eso no es exactamente lo que dicen los textos. El esenio justo ha tomado ciertamente el camino que lleva a la vida, pero está lejos de haberlo recorrido hasta el final y de haber alcanzado su fin; si persevera en esta vía, entra a formar parte en lo sucesivo del número de los justos, del lote de los hijos de la luz; vive, sin duda, en comunión con los ángeles, pero no está aún en su compañía, aún no se ha revestido de la gloria de Adán y todavía no ha recibido el beneficio de la bendición de los justos, como tampoco los malvados han sido aún castigados ni eliminados. Todo ello no se verificará sino en el Esjaton, y no a la muerte del justo, por la inmortalidad del alma. El justo está todavía a prueba, y debe combatir en sí mismo y a su alrededor la nefasta influencia de los espíritus de las tinieblas; sin la ayuda divina, siempre puede caer bajo su poder. Pero si ha sido hallado fiel y está inscrito en el libro de la vida, el día del Juicio y de la renovación de todo lo creado recibirá como herencia la gloria de Adán, la del hombre restaurado en su inmortalidad primera, que vive en compañía de los ángeles y en la presencia de Dios sin sufrir nunca más la influencia de Belial. Dicho de otro modo, se trata de la vuelta a un paraíso mejorado, donde, si nos remitimos a las categorías bíblicas, no existe el árbol del fruto prohibido. Nada hay en todo ello que pueda compararse con las filosofías neopitagóricas, estoicas, ni con las demás filosofías griegas.

LA TRADICIÓN ESCATOLÓGICA DE DANIEL Y ENOC

Si se compara esta visión apocalíptica del mundo con las concepciones escatológicas contenidas en las tradiciones apocalípticas de los libros de Daniel y de Enoc, se aprecian tanto la parte de continuidad como algunas innovaciones. Retomando los relatos del Génesis, el Libro de los Vigilantes del Primer Libro de Enoc atribuye el origen del Mal sobre la tierra a fuerzas supranaturales, y el Libro de los Jubileos lo explica atendiendo al papel del ángel Mastema, mientras que, ya en Daniel, el arcángel Miguel desempeña el cometido de gran príncipe para con los hijos del pueblo de Dios. Sin embargo, estos apocalipsis no conciben la creación de los seres bajo la influencia sistemática de ambos espíritus, criaturas de Dios, tal como se entiende en la Instrucción sobre los Dos Espíritus de la Regla de la Comunidad. La nueva concepción judía lleva, ciertamente, la impronta de influencias de mitos zoroástricos sobre los dos espíritus del bien y del mal, pero contiene también influencias de los apocalipsis judíos y de las discusiones de los escritos de sabiduría sobre el origen del mal, los caminos de la luz y de las tinieblas, de vida o de muerte, las recompensas y los castigos eternos, pero en un estado mucho más elaborado.

La división de la historia en períodos y la expectativa de una guerra escatológica son, sin duda, características del apocalipsis de tipo histórico. No obstante, una espera mesiánica es algo todavía ausente en los libros de Daniel y de Enoc, mientras que el mesianismo tendrá un importante papel en los apocalipsis posteriores, en 2 Baruc o en 4 Esdras. Pero, ¿no se había hecho necesaria esta espera en la situación en la que vivió la comunidad cuando Jonatán el Asmoneo, que había suplantado al gran sacerdote y Maestro, se adueñó ilegítimamente del poder religioso y se invistió del poder civil, del sumo sacerdocio y de la judicatura o realeza, contraviniendo así las promesas divinas de los escritos proféticos, él precisamente, que no descendía ni de Sadoc ni de David? Se comprende la violenta reacción del Maestro y de su comunidad, expresada en la separación de los poderes y en la espera de dos mesías, el verdadero sacerdote y el verdadero rey, quienes darían cumplimiento a las promesas divinas y condenarían por ello a la dinastía asmonea de los reyes-sacerdotes.

En sus cálculos de la fecha del «fin», los escritos de Qumrán siguen al libro de Daniel, pero lo adaptan a la llegada de los mesías e introducen en él los cuarenta años de guerra escatológica con los que concluirá el jubileo de años (490, según sus cálculos) después de la caída de Jerusalén, el saqueo del templo y la traumatizante partida al exilio de los judíos. Sin embargo, el tiempo del fin se hace presente y la comunidad vive ya en el tiempo del crisol, a la espera del cumplimiento de la salvación futura. Las especulaciones sobre los ángeles y el mundo celestial ocupan un lugar importante en los apocalipsis, y los manuscritos de Qumrán imaginan ejércitos celestiales con profusión de pormenores y jerarquías. Puesto que son sacerdotes, aunque momentáneamente separados del templo y de su culto sacrificial, los esenios viven en comunión con el templo celestial, el culto espiritual y santo de los ejércitos angélicos presidido por el gran sacerdote Melquisedec. La geografía celestial no está ausente de sus preocupaciones, ya que la disposición de las tumbas, orientadas hacia el norte en un evidente menosprecio a la Jerusalén presente, que se encuentra hacia el oeste, mancillada e impura, indica con claridad dónde situaban los esenios el trono divino y el lugar del Juicio, así como la morada de las almas justas que aguardaban la resurrección.

APOCALIPSIS Y COTIDIANEIDAD

Algunos autores piensan que la concepción esenia de una «escatología ya realizada» explicaría la ausencia entre sus manuscritos de un apocalipsis según este género literario propio. Las visiones y sueños de Daniel y de Enoc suponen una gran distancia entre el destinatario de las revelaciones y el mundo celestial, distancia que el intérprete héroe o ángel ayuda a franquear y a comprender, mientras que los manuscritos esenios conllevarían una experiencia más inmediata, e incluso cotidiana, de las realidades esperadas. Esto no es del todo exacto, puesto que el Maestro dice haber sido beneficiario de revelaciones divinas y comunica a sus discípulos su experiencia «mística» tanto del presente como del futuro del grupo, y de promesas divinas que solo pueden cumplirse enteramente en el momento vislumbrado. No tiene que describir relatos de viajes o de visiones, puesto que Dios le habla al corazón como al profeta Moisés. Los esenios aún no viven la vida angélica como pretenden algunos, pero es normal que las instrucciones para la guerra escatológica traten primero sobre las condiciones de cada combatiente, a fin de que esa guerra se lleve con toda la pureza deseable cara a la victoria, pues se trata de una guerra de los puros y de los santos en comunión con los ángeles y a los que ayuda la mano de Dios.

Otro dato que, según ciertos autores, explicaría la ausencia de revelación de tipo apocalíptico en Qumrán, procede del hecho de que los apocalipsis deben su autoridad al nombre del visionario (Enoc, Daniel, Esdrás, Baruc…), mientras que, en la comunidad esenia, la autoridad reconocida es la del Maestro de Justicia y la de los hijos de Sadoc, sus sucesores. Es cierto que el Maestro es el sacerdote instructor de la Ley, el depositario de los misterios ocultos y de la sabiduría, a quien «Dios ha revelado todos los misterios de sus servidores los Profetas» (Comentario de Abacuc). En la medida en que es su sucesor, conoce mejor que ellos todo lo que debe suceder. No hay por qué esperar ninguna otra revelación; basta con leer las interpretaciones que el Maestro propone, puesto que su autoridad es mayor que la de los profetas o visionarios del pasado. Pero, aunque este género apocalíptico haya realmente cambiado mucho, y carezca de visiones, viajes e intérprete angélico, la visión apocalíptica del mundo permanece viva y se adapta, sin duda, mejor a la realidad actual de los comienzos de la comunidad, que constituyen, por lo demás, el marco principal de las revelaciones.

Este marco histórico, que he dibujado líneas atrás, explica perfectamente las innovaciones respecto de los libros de Daniel y de Enoc, poco más antiguos. El fundador y sumo sacerdote legítimo de origen sadoquita ha de hablar con la autoridad del Maestro intérprete de la Ley, en quien reside la sabiduría, como ocurriera con su abuelo, el sumo sacerdote Simón, del que Ben Sira ha hecho el mayortde los elogios en la enumeración de los venerables antepasados del pueblo de Dios (Eclesiástico 50). Queda así completamente preservado para el compositor-lector lo esencial del apocalipsis, a saber, que los miembros de la comunidad llevan cotidianamente una vida santa y fiel a la Ley divina, en comunión con los ángeles, y que están incluidos en la parte de luz que ha de beneficiarse de las recompensas en la vida eterna, una vez se haya producido el Juicio final, pues ésta es la revelación de Dios a su fiel y santo servidor, el Maestro de Justicia. El marco histórico del nacimiento de esta comunidad, procedente de la suplantación del sumo sacerdote legítimo, explica muy bien el estado de insatisfacción del grupo: han sido expulsados del puesto que por derecho divino les correspondía en el templo, y ellos se han exiliado voluntariamente en el desierto, donde Dios les hablará al corazón. El Maestro y sus discípulos intentan justificar su situación actual con la espera del cumplimiento de las promesas y el intento de dar, en línea con los Profetas, una explicación satisfactoria a los sacrificios que deban padecer por fidelidad a la Ley y a la Palabra de Dios. Su combate por ser fieles a Dios se inscribe en continuidad directa con las primeras luchas de los Macabeos por la purificación del templo, y dentro de la corriente de las revelaciones de Daniel y de sus precursores los Profetas. El esenio va, ciertamente, por el buen camino y puede ahora participar místicamente del culto angélico en el templo celestial.

LA APOCALÍPTICA DE LOS MANUSCRITOS Y EL NUEVO TESTAMENTO

En la sumarísima presentación de los principales temas apocalípticos presentes en los manuscritos, he señalado la espera de la venida de un profeta, nuevo Elias, y de los mesías rey y sacerdote como una primera etapa en la realización de las promesas escatológicas, en la que Dios realizaría prodigios inéditos. Podemos encontrar desarrollos paralelos a éstos en los evangelios a propósito de Juan Bautista, el precursor al que acompañan signos mesiánicos del tipo de los realizados por Jesús para acreditar su misión y su identificación como hijo de David, mesías rey (Zacarías 9). Un fragmento de un Apócrifo de Daniel describe la venida de un personaje al que se llamará «hijo de Dios, hijo del Altísimo», pero el contexto no permite saber si estos títulos designan a un rey enemigo que se hace pasar por hijo de Dios, o si se trata del mesías rey esperado por la guerra escatológica. Lucas 1, 31-35 retoma esta misma fraseología en las palabras del ángel Gabriel sobre Jesús, pero ¿se refiere a este texto o a una tradición común? En la Epístola a los Hebreos, Jesús resucitado se nos presenta como el sumo sacerdote sentado a la derecha de Dios, según el orden de Melquisedec, y superior incluso a toda criatura angélica. En el manuscrito sobre Melquisedec de la gruta 11, este personaje celestial cumple el papel del juez escatológico a cuyo cargo están los hijos de la luz. Al establecer la superioridad de Cristo sobre el sacerdote celestial, el autor de la Epístola a los Hebreos podía suponer este tipo de composiciones. En el Apocalipsis de san Juan, Jesús aparece cabalgando sobre un caballo blanco a la cabeza de los ejércitos celestiales, combatiendo a la bestia, al falso profeta, a los reyes y a sus ejércitos. Todos fueron capturados, arrojados al fuego o exterminados por la espada; después viene la resurrección de los que perecieron por dar testimonio de Jesús y de la Palabra de Dios. Se vuelven a encontrar las mismas imágenes del último combate entre los hijos de la luz encabezados, por una parte, por el mesías y el ángel Miguel y, por la otra, por Belial y los hijos de las tinieblas; pero solamente resucitan para la vida los justos que han llevado el combate hasta el final.

Pablo recuerda que estamos próximos al «fin de los tiempos» y que debemos resistir las pruebas y las tentaciones, pues Dios es fiel y nos dará fuerzas para vencer hasta el fin (1 Corintios 10: 11-13). Incluso dice haber corrido la carrera, vencido en el combate, por lo que Dios le dará la recompensa de los vencedores. Cristo Jesús es el primogénito de entre los muertos, y «aquéllos que se hayan dormido en Jesús, Dios se los llevará consigo. Los muertos que están en Cristo resucitarán en primer lugar, después, nosotros, los vivos, nos uniremos a ellos y seremos llevados a las nubes para ir por los aires al encuentro del Señor y permaneceremos siempre con Él» (1 Tesalonicenses 4: 13- 18); e incluso: «voy a contaros un misterio: no moriremos todos, pero todos seremos transformados» (1 Corintios 15:51). Estos pasajes de la escatología paulina recuerdan enormemente la concepción esenia de la resurrección de los únicos justos y la transformación de los justos vivos, con la única diferencia de que el fin de los tiempos ya se ha realizado en Cristo, tal como lo recuerdan Pablo y los evangelios en particular, incluso aunque su plena realización está aún por llegar. La escena del juicio final en Mateo 25: 31-46 retoma la imagen de la oposición entre los benditos y los malditos a propósito de los bienaventurados que resucitarán para la vida, y de los malditos, «los que son para la muerte», en un pasaje del Apocalipsis mesiánico de la gruta 4.

Las imágenes de la luz y de las tinieblas se encuentran con frecuencia en el Nuevo Testamento, así como también la de la guerra celestial entre dos fuerzas angélicas: Miguel y sus ángeles combatiendo al «dragón, la antigua Serpiente, el Diablo o Satán» (Apocalipsis 12). Los tres nombres dados al demonio no dejan de recordar a los tres nombres del «Príncipe de las tinieblas, Belial y Malquiresa» de las Visiones de Amram (de la gruta 4). Sin embargo, en el Apocalipsis de san Juan, la victoria sobre el Dragón no es obra de Miguel y de sus ejércitos, sino de la sangre del Cordero, del mesías Jesús, el Hijo de Dios, al igual que en los textos esenios es Dios quien combate por sus fieles a través de la mediación del príncipe Miguel. De forma idéntica, la Regla de la Guerra insistía en la preparación de los combatientes y en la pureza ritual exigida; el Apocalipsis (14: 4.5) de san Juan alude, por su parte, a este asunto: «aquéllos no se han mancillado con mujeres, son vírgenes…, no han dicho mentira, son inmaculados».

Finalmente, Juan ve descender del cielo a la nueva Jerusalén, sin templo, ni sol, ni luna; el Señor Dios es su templo, así como el Cordero (Apocalipsis 21). Si la Jerusalén celestial pertenece claramente a la nueva creación, los textos de Qumrán, con tantas lagunas, no permiten ninguna precisión sobre la nueva Jerusalén que describen. Podrían referirse solo a la Jerusalén de los tiempos mesiánicos, preferentemente a la de la tierra purificada y renovada; no desciende del cielo y tiene un templo y un altar en el que se realizarán un culto perfecto.

Al final de este rápido repaso, aparecen numerosas semejanzas entre las concepciones escatológicas y apocalípticas de los manuscritos de Qumrán y las de los libros del Nuevo Testamento que pueden explicarse, en primer lugar, por las raíces en el mismo medio palestino, pero en las que aparecen también importantes diferencias. Para uno y otro corpus, la historia llega a su término y el fin de los tiempos está próximo; el juicio divino pondrá fin a la dominación del diablo y de sus adeptos; cada uno recibirá entonces la retribución de sus actos en una vida nueva y los justos resucitados se revestirán de la gloria de Adán. Mientras tanto, ha hecho su aparición la creencia en la resurrección universal. Pero, si para el esenio se trata ante todo de llevar una vida conforme a la Ley y las interpretaciones del Maestro, a fin de recuperar el servicio del templo purificado, a la espera de la resurrección y las recompensas escatológicas, para el cristiano el Esjaton ya ha llegado a su fin y se ha realizado plenamente en la persona del Mesías Jesús, Nuevo Moisés y Señor de los nuevos tiempos, Nuevo Adán, cuya vuelta espera para el Juicio y las recompensas eternas. Incluso si su vuelta revestida de gloria se hace esperar, el cristiano es invitado a imitar a Jesús para tener parte en su resurrección gloriosa y en la vida eterna.

NOTAS:

-J. J. Collins, The Apocalyptic Imagination. An Introduction to the Jewish Matrix of Christianity, Crossroad, New York, 1984.
-E. Puech, La croyance des Esséniens en la vie future: Immortalité, resurrection, vie Eternelle? Histoire d’une croyance dans le Judaisme ancien, Études Bibliques, nouvelle série: n° 21-22, Paris, Gabalda et Cie., 1993.