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El ex ministro Jaime Mayor Oreja presentó anoche en Madrid el libro del profesor José Antonio Ibáñez-Martín titulado Horizontes para los educadores. Las profesiones educativas y la promoción de la plenitud humana. En el mismo acto Ibáñez-Martín pronunció una conferencia sobre los fundamentos de la educación, dirigida a quienes entienden este trabajo no simplemente como un medio para ganarse la vida porque aspiran a más: alcanzar nobleza y personal plenitud en su profesión.

El evento se celebró en el auditorio de la Fundación del Pino. Intervino primero María José Fernández Díaz, decana de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid, que glosó la figura de Ibáñez-Martín, su maestro, ahora vicerrector de Ordenación Docente y Doctorado de UNIR y director de la Revista Española de Pedagogía.

Jaime Mayor Oreja sostuvo que estábamos ante “un gran libro”, el de “un sabio dedicado toda la vida a la educación”, del que guarda grandes recuerdos (“tanto de él como de su familia”); de un libro cuya lectura “me ha dado una profunda alegría” y que coincide con su diagnóstico: que sobre todo la crisis de la sociedad actual es “una crisis de valores”.

El profesor Ibáñez-Martín pronunció un discurso chispeante y profundo que conformó una suerte de compendio de su filosofía de la educación. He aquí sus ideas principales:

“Los que influyen no son los que mueven a llevar pantalones rotos, sino los que proporcionan un horizonte vital, y entre estos no cabe la menor duda de que se encuentran los profesores”. Pero de esos profesores que no pasan por nuestra vida “como la luz por el cristal, absolutamente sin romperla ni mancharla”. Y de ahí la pregunta: “¿Qué tengo que hacer yo para ser un buen profesor?, para combatir lo que decía Arsenio Pacios: No se engañen ustedes, hay años de práctica que merecen años de cárcel”.

John Steinbeck, añadió Ibáñez-Martín, relata la tristeza de su hijo pequeño a quien no le gustaba ir a clase. “Pues lo siento, niño, vas a tener quince años de clase -le contestó-. Serías muy afortunado si encontraras un maestro”. Los maestros de Steinbeck padre poseían esto en común: “Amaban lo que hacían, transpiraban deseo de saber, pero sobre todo, la verdad, ese material peligroso, se convertía en algo bello y precioso.”

Las ideas que vertebran el tratado de Ibáñez-Martín son la importancia de la verdad y la necesidad del compromiso existencial.

Sobre la importancia de la verdad

Citó a Eduardo Nicol: “El hombre no nace entero, se va enterando poco a poco”.  De la verdad nos vamos enterando poco a poco. La verdad se “de-muestra”, lo mismo que se da “el fulgor de la evidencia”.

Y para la “de-mostración” está la lógica, pero también otros recursos que la inteligencia posee: la literatura, la historia, la religión, etc. Las razones del corazón de las que hablaba Pascal. A esto Ibáñez-Martín lo llama “razón ampliada”.

Por eso, Ibáñez-Martín, en su libro, apoya sus argumentaciones también en la poesía, en personajes de Dostoyevski, en películas, noticias de actualidad, o en consideraciones de la religión católica.

Sobre el compromiso existencial

“La tentación de convertir la trama del hombre en un caleidoscopio sin unidad ni sentido es muy grande, en una cultura de la seducción, dominada por imágenes cambiantes, y modas efímeras, en las que muchos equivocadamente depositan sus ilusiones”, subrayó.  “La esperanza de la verdadera felicidad radica en la construcción de un yo que se desarrolla en el tiempo sobre firmes convicciones y compromisos que se atienden creativamente a lo largo de los años. ”

Ibáñez-Martín sigue a Bernini: “La verdad es la más bella virtud del mundo; es preciso trabajar con ella porque termina siempre por ser descubierta con el tiempo”.

Ayudar a descubrir la verdad es tarea de los profesores

Sería un error, pues, encerrarse en planteamientos tecnocráticos que buscan solo la solución inmediata de ciertos problemas (“¿qué tengo que explicar el lunes?”), en la transmisión de unos conocimientos,  competencias o capacidades, frecuentemente dirigidos a conseguir buenos resultados en las estadísticas internacionales o a responder a las exigencias actuales del mercado del trabajo, pero “incapaces de dar luz a las nuevas generaciones sobre aquello que hace a la vida digna de ser  vivida, sobre aquello que da sentido al esfuerzo por superarse y por buscar la propia plenitud”.  Véase el caso de los ni-nis, que están ahí no tanto por el escenario económico, sino por el escenario cultural, “que priva de motivaciones fuertes”.

Con palabras de Ortega y Gasset: “El hombre no puede vivir plenamente si no hay algo capaz de llenar su espíritu hasta el punto de desear morir por ello… Por eso yo no siento hacia los mártires admiración, sino envidia. Es más fácil lleno de fe morir, que exento de ella arrastrarse por la vida…Pero hoy estamos rodeados de ideales exangües, faltos de adherencia sobre nuestra individualidad”.

Se equivoca, pues, quien empequeñece el horizonte de la acción educativa.

George Gusdorf sostuvo: “Todo maestro, sea cual sea su especialidad, es antes que nada un maestro de humanidad. Por pobre que sea su conciencia profesional no deja de ser, quiera o no, el testigo y garantía para aquellos que lo escuchan de la mejor exigencia”. De este modo, el profesor de Matemáticas, “enseña Matemáticas, pero también, aunque no la enseña, enseña la verdad humana”. “Nadie se ocupa de la formación espiritual, pero todo el mundo lo hace, incluso ese mismo que no se ocupa”.

El trabajo docente: un cordel con cuatro hilos

El trabajo docente es como un cordel que tiene cuatro hilos, subrayó el vicerrector de UNIR. Hay un hilo rojo, la sangre, que es la dimensión moral, importante unido al hilo verde, la eficacia en las iniciativas pedagógicas, y al hilo azul, la oportunidad de las intervenciones, y al hilo amarillo, que es la profundidad y la brillantez de las lecciones. El Eclesiastés recoge que un cordel de tres hilos no se rompe fácilmente, “pues bien, un educador ha de tener un cordel de cuatro hilos, no debe dejar ninguno de ellos olvidado”: preparación profesional, el conocimiento profundo de lo que debe enseñar, la metodología, saber aplicar las enseñanzas, y la energía y brillantez de sus intervenciones; consciente de que la brillantez no tiene nada que ver con un “vacío globo de colores”, sino con “el esplendor de la verdad”, que de-muestra argumentando con razón amplia.

Por último mencionó Para una filosofía de la educación, de Jacques Maritain, escrita durante la II Guerra Mundial. “¿Por qué combatimos si la única cosa que puede hacer la razón humana es medir y utilizar la materia?” Pues combatimos por valores espirituales: la verdad, la justicia, la personalidad humana, etc., y tenemos que explicar por qué estas cosas son dignas de que muramos por ellas. De lo contrario, “nos batimos y morimos por vanas palabras”.

Por lo tanto, según el autor de Horizontes para los educadores, “es evidente que si el educador no trabaja con una clara fundamentación antropológica, su actividad pasa a ser simple imposición violenta de personales prejuicios”; pero con ella, con esa fundamentación, será “un fanal que dé luz a los que le rodean”. Sin manipular ni adoctrinar. Porque con la verdad “igualmente ama al otro como a él mismo”.

Para la universidad, finalmente, pidió “ambiente de libertad”, el deseo buscar la “verdad universal”, y juntar “sabiduría con educación”.

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.