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Sin demasiadas prisas y sin estridencias, con un rigor ejemplar, Enrique García-Máiquez (Murcia, 1969) ha ido elaborando una obra poética de extraordinaria solidez. En sus dos primeros libros, publicados ambos en 1997, Haz de luz (Pre-Textos) y Ardua mediocritas (Ánfora Nova), Enrique ya delimitó claramente un espacio propio, un espacio en el que se mueve con naturalidad y en el que su poesía da los mejores frutos. ¿Cuál es ese espacio? Yo diría que el de los sentimientos positivos radicales, el del amor, en un sentido muy amplio, y el de la esperanza.

La poesía amorosa de Enrique García-Máiquez, de la que da buenos ejemplos en esos dos primeros libros, es profundamente original. Original también y de gran valor es su poesía de tipo familiar, que viene a revitalizar un género que ha dado piezas memorables a la literatura española y que ha sido tratado por algunos de los más grandes talentos de nuestras letras (Santillana, Rufo, Lope, Querol…). La propia poesía y, sobre todo, la reflexión minuciosa desde y sobre la interioridad son otras de las presencias habituales en la obra de Enrique que ayudan a definir ese espacio personal.

El lector encontrará en el soneto inédito «Autobiografía» algunos de los rasgos de la poesía de Enrique que hemos esbozado hasta aquí y algún otro que no hemos mencionado todavía, como puede ser el absoluto dominio de la forma. Enrique —como Miguel d’Ors, una de sus referencias literarias— tiene el don de hacer que parezcan sencillos los retos formales más difíciles. Detrás de algo así, hay mucho trabajo, mucho trabajo y mucha cortesía. Enrique García-Máiquez pertenece a la misma tradición que Borges y Quevedo. Es uno de esos pocos poetas que saben expresar con idéntica claridad los sentimientos elementales y los complicados razonamientos.

¿POÉTICA ?
por Enrique García-Máiquez

Si a la hora de escribir una poética, uno no cae en la tentación de justificarse o de rendir un homenaje a sus maestros o de aprovechar la coyuntura para hablar del mundillo literario o de adornarse con abstracciones muy teóricas, si uno conjura éstas y otras tentaciones, y busca la pulpa de su poética, uno se queda, o al menos yo me quedo, lleno de vacío y de perplejidades.

Supongo que quien escriba con un lenguaje críptico trasvasará al poema sus propias perplejidades y se sentirá realizado. Y que quien escriba desde unas teorías muy abstractas las traducirá en verso y, luego, viceversa. Pero cuando se escribe con palabras corrientes, cotidianas, de la calle, es cuando sorprende el milagro de descubrir que, a veces, la poesía ha visitado esas pequeñas moradas. Cuando los temas tampoco son extraordinarios, lo extraordinario es que, de pronto, el poema lo sea. Cuando uno se conoce y se reconoce como un tipo tan alejado de la genialidad como casi todos o más, se pasma ante el hecho de leer alguno de sus versos verdaderos.

Encima tampoco puedo decir que haya yo alcanzado la sabiduría de saber que no sé nada. Tengo todavía un puñado de certezas que, aunque no remedian mis perplejidades, me ayudan a no sentirme perdido. Creo que nadie elige su voz y, por tanto, mi interés por las modas y las corrientes literarias es secundario o terciario. Las voces de los poetas que me interesan (tantos que su número sólo se puede igualar por el de los poetas que no me interesan en absoluto) me eligieron igualmente, y tengo que oírlas. También sé que escribo por necesidad personal, íntima, por lo mismo que leo. Sin esa necesidad, ni escribo ni leo, que hay otras cosas que hacer en la vida.

Y hablando de la vida, pienso, y ésta es mi mayor perplejidad, que a veces algunos poemas, inexplicablemente, consiguen explicármela de tal forma que siento hacia ella un extraño amor y con ella una profunda comunión.

AUTOBIOGRAFÍA

No he estado nunca solo. Siempre estuve
rodeado de amor. Tranquilamente
me dejaba querer: quiso la gente
—no sé por qué— tenerme en una nube
muy blanda de cariño. Yo flotaba
de mi madre a un amigo, de mi hermano
al recuerdo de un verso, del verano
a aquel silencio en el que Dios me hablaba.
Pero quise estar solo y ser más hondo.
Crispé los puños, apreté la boca
y huí de los demás como una roca
que se suelta en un pozo. Y vi, en el fondo,
lo que busqué: a mí mismo, esta mirada
girando en espiral hacia la nada.

Poeta y escritor