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Tiene razón Knut Beck, editor y compilador del fantástico volumen titulado Encuentros con libros, compuesto por comentarios literarios, reseñas para periódicos y revistas, prólogos y otros textos dispersos que dejó escritos Stefan Zweig, al decir que su incesante actividad, paralela a la publicación de obras propias, tenía el carácter de un auténtico “taller literario”.

Encuentros con libros. Stefan Zweig. Acantilado. Barcelona, 2020, 258 págs. 20’90 euros (papel) / 10’99 euros (digital) Traducido por Roberto Bravo de la Varga
Encuentros con libros. Stefan Zweig. Acantilado. Barcelona, 2020. 258 págs. 20’90 euros (papel) / 10’99 euros (digital) Traducido por Roberto Bravo.

¿Acaso hubo algún género literario que le fuera vedado o en el que no dejara de indagar el gran autor de El mundo de ayer? La pasión de Zweig fue siempre concentrar, bien en pinceladas en medio de un artículo, o bien en libros más extensos y monográficos, el misterio y significado profundo, así como “los paralelos” con otras literaturas, de esa conjunción de destino y valor artístico en un buen número de obras y autores. Un ánimo enciclopédico, un “osado proyecto” como recordará Knut Beck que Zweig algún día tuvo en mente, con visos a publicar “toda la literatura universal en una serie sinóptica, desde Homero hasta La montaña mágica, pasando por Balzac y Dostoievski”.

La lectura “nos conecta con el mundo”, como explicará Zweig en su bello texto «El libro como acceso al mundo»

Zweig no dejó nunca de penetrar e investigar tercamente, “estableciendo vínculos entre unas realidades y otras”, con todos los recursos que ofrecía la escritura y al mismo tiempo esa lectura que “nos conecta con el mundo”, como explicará en su bello texto El libro como acceso al mundo. Un texto que muy bien podría ser uno de aquellos espléndidos relatos o novelas breves que le dieron la fama, desde Carta de una desconocida, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Ardiente secreto, Novela de ajedrez y Noche fantástica a Mendel, el de los libros.

En un viaje por el Mediterráneo, en un buque italiano “prácticamente vacío”, Zweig descubre por primera vez en su vida de vienés culto e ilustrado, el misterio insondable del analfabetismo. Al conocer a un joven camarero italiano, que un día se le presenta con una carta de su novia “para que se la lea”, Zweig, atónito, se pregunta cómo se puede vivir sin leer las páginas del mundo, ese mundo cada día abierto, para todos, a la espera de ser absorbido, comprendido y disfrutado; ese “mundo contemplado desde múltiples perspectivas, más allá de la propia experiencia”. En ese momento Zweig conecta con Europa, el continente de la cultura, de la civilización grecolatina, de la riqueza del arte, la poesía y la belleza emanada de tantas y tantas obras: “Puse a todo mi empeño en imaginar la existencia de quien no sabe leer, de quien ha quedado excluido del mundo intelectual, pero no conseguía meterme en la cabeza de un hombre, de un europeo, que jamás había leído un libro”.

De repente, también, en una rápida y emocional asociación de ideas, se acuerda de que toda su existencia había corrido paralela a la lectura previa de algún libro: “Me acordé de las importantes decisiones que había tomado después de leer un libro; de los encuentros con autores, fallecidos hace mucho tiempo, que habían significado para mí mucho más de los que había mantenido con algunos amigos o con algunas mujeres; de las noches de amor con libros, horas dichosas, en vela, ebrio de placer”.

Porque los encuentros en su vida, con autores fallecidos o no, contemporáneos o de siglos anteriores, no fueron escasos, como de nuevo mostrará esta recopilación. Biógrafo y retratista de escritores, además de amigos, como Romain Rolland, Hermann Hesse, Joseph Roth o Rabindranath Tagore; de otras grandes figuras con las que se reunió ocasionalmente como el médico Albert Schweitzer o como el fundador del sionismo moderno Theodor Herzl; de escritores admirados como Balzac, Dickens o Dostoievski, o de músicos como Mahler, Zweig sería un especialista sin igual en mezclar obras y escritores “atrapados” en su época. Su pasión fue concentrar, bien en pinceladas, o en libros más extensos y monográficos, el misterio y significado profundo, el carácter y cualidades, que definieron y guiaron el camino de cada creador analizado.

El autor vienés reflexiona en diversas piezas críticas sobre Freud, «Ulises» de Joyce o «Carlota en Weimar» de Thomas Mann

En uno de sus mejores textos (sobre la biografía de Kleist llevada a cabo por Friedrich Gudolf) establece de forma magistral la diferencia entre dos grandes autores estudiados por Gudolf (“el crítico literario más clarividente y agudo de nuestro tiempo”). Dos autores que no podían ser más distintos, representando “una antítesis perfecta”: por un lado, Kleist, “un hombre aislado, un anacoreta nato, a quien un destino aciago le niega encontrar la forma de ligarse íntimamente con su tiempo, con su patria, con sus hombres y también con sus escritores”. Alguien que, en soledad, debido a su “aspereza y obstinación” se fue apartando de todo y de todos, “incapaz de compartir las grandes ideas de su tiempo”.

Por el otro lado, la figura imponente de Goethe, “un autor que abarca toda una época, implicándose en ella profundamente, una figura que atraviesa la historia alemana”. No hay que decir que el mismo Zweig se estaba autorretratando al hablar de un autor que se caracteriza por “la diversidad de sus intereses y la versatilidad de las formas”; y que, a la vez, está íntimamente conectado con su tiempo y con los máximos representantes de ese tiempo. ¿Influyó Goethe en la suerte de Kleist, como deja entender ese gran sismógrafo de psicologías que es Zweig, de misterios del corazón y de pasiones devastadoras que muchas veces sellaban fatalmente el destino de autores y obras? Un autor que “con la intensidad de su naturaleza volcánica y sus excesos sentimentales” fue capaz –recuerda Zweig- de escribir unas obras de “un dinamismo inigualable, de una energía que un genio más equilibrado como Goethe no ha alcanzado jamás en el ámbito dramático”.

Hay que resaltar sin duda en la excelente recopilación de lecturas muy diversas llevada a cabo por Knut Beck, gran especialista en la obra de Zweig, varias piezas críticas, realmente memorables, del volumen. Piezas de excepcional significado e importancia, que emociona leerlas ahora, por su enorme agudeza, lucidez y espíritu de trascendencia de la época precisa en la que fueron escritas: por una parte, está su reflexión acerca de Job, la novela más judía, y una de las suyas mejores, de Joseph Roth, grandísimo amigo de Zweig, reseñada de forma espléndida en el momento de su aparición, en 1930; otra acerca de  El malestar de la cultura de Freud, también de 1930; una más acerca de la majestuosa irrupción en Alemania de Joyce, “genial acróbata que cruza de un lado a otro de la cuerda floja a la velocidad del rayo, saltando por encima de abismos inimaginables” y su Ulises recién traducido (“pido desde hoy respeto para esta novela apasionada, provocadora e inigualable, ¡respeto, respeto para James Joyce!”), de 1928; y, por fin, un sobrecogedor comentario acerca de la gran obra de Thomas Mann, Carlota en Weimar, aparecida en 1940, el año en que su autor, ya en el exilio desde hacía tiempo -como los más grandes nombres de la literatura alemana de su tiempo- incluido Zweig, llegaría a Nueva York:  “En el futuro se recordará como algo absurdo que este libro, Carlota en Weimar, tan alemán, el mejor y el más perfecto que se ha escrito desde hace años en nuestro idioma, se prohibiera nada más publicarse y quedara vetado para ochenta millones de alemanes”.

Escritora, editora y crítica literaria. Su última obra es «Humanismo cosmopolita» (Gedisa) del que es coautora con Rafael Argullol.