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Ver productos27 de febrero de 2009 - 4min.
Uno se decide a abrir este hueco entre la letra impresa de una revista porque necesita respirar. Entre tanta prosa que corre a la zaga de la actualidad -otro nombre para lo efímero- de pronto se abre una ventana y vemos algo que no creíamos que estuviera ahí. O que quizá ha estado siempre, pero no habíamos caído en la cuenta, distraídos con nuestras prisas, nuestros que haceres y nuestros yas. Sí, de pronto, en un rincón inadvertido, algo empieza a suceder, y parece que somos los primeros, tal vez los únicos en contemplarlo. Parece que esa hoja que brota, ese chiquillo que juega, ese papel que el viento hace revolotear un rato, existen para que los miremos un instante, y en ese instante se crucen el tiempo y algo que parece eterno.
Uno quisiera que esta sección de Nueva Revista fuese como esa ventana y que en ella el lector pudiera asomarse al patio de unos pocos poetas como José Manuel Mora. Poetas que saben que su oficio, pese a que algunos parecen haberlo olvidado, no es hacer ruido. En todo caso, música. Sólo por eso, por esa voz discreta y paciente con la que José Manuel va escribiéndolos, vale la pena asomarse a esa ventana y descubrir ese mundo de sueños, recuerdos y promesas que se dibuja en sus versos.
Verano
Ha llegado el verano Recuerda aquel verano, Eran, |
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Partida
Cuenta Plutarco que Alejandro el Grande, |
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El mal sueño Para Juan Manuel Bonet «Los descargadores en Arles» Pero yo, |
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Rydal Water
Hay una rinconada en el Lake district, De noche, |
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Despertar
Vultum tuum, Domine, requiram. Lo ves: he despertado y hace el frío Nada más:
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Una poética hacia el don JOSÉ MANUEL MORA
Dice el Eliot de los cuartetos que «lo nuestro es siempre intentarlo / el resto no es cosa nuestra». La poesía como intento sin desmayo me parece una poética excelente. De algún modo raya en la conciencia de la limitada condición humana: algo tan misterioso que, paradójicamente, nos da el envés ilimitado de la misma condición.
Dónde comienza, dónde termina la persona a quien amamos, se preguntaba Gabriel Marcel. Un buen poema participa en este estado: reblandece sus fronteras, se torna atmosférico, como un aroma, o una melodía; va en nosotros, y nosotros en él; transfigura las dicotomías dentro/fuera, objetivo/subjetivo, lo otro/lo mismo: instaura cordialmente nuevos planos; invita a otro modo de ser, invita al ser. Si la poesía no nos despertara con la aldaba insobornable del ser, ¿para qué entonces?
¿Pero qué ser? Qué difícil pregunta: aquí sólo podemos tantear, gustar, volver mil veces. Como el poeta, como el lector, como el viador en suma: en tránsito perpetuo hacia el misterio, apuntando a una presencia que redima nuestra soledad. Si la poesía no aspirara -aun ciegamente- a ser juntamente Beatriz y la humildad de Beatriz, si en su hacerse y leerse fuera intransitiva, se agotara en su estrecho claustro, no invocaría el don, ¿y qué es una vida sin don? De ahí que sólo nos quepa el intento, el resto no es cosa nuestra.