Elogio a Pía
Valenti Puig
El hombre del abrigo
Destino, Barcelona, 1998, 269págs.
Las etiquetas políticas han lastrado durante años la figura de Josep Pía (Palafrugell, 1897- 1981), recuperado a veces para ser tildado de escritor conservador o «colaboracionista», y no para reconocerle como uno de los grandes prosistas españoles de este siglo. Tenía que llegar -ya es triste y a veces costumbre— el centenario de su nacimiento para que los alumnos más avispados de las facultades de Comunicación rescataran los libros del escritor ampurdanés de los fondos de las bibliotecas y vieran en Pía a un maestro, a un escritor y periodista total.
Valenti Puig, con El hombre del abrigo, premio Josep Pía de 1998, da luz y deshace reduccionismos que merodean en torno al escritor catalán. El autor, que escribe desde el agradecimiento, ha pretendido elogiar a Pía, y al hacerlo, consigue en parte aquello que no se ha propuesto directamente: en este libro hay aproximación biográfica, análisis de estilo y de psicología, retazos de manual de historia y de política, y una defensa frente a los detractores del escritor.
Puig destaca desde el comienzo la contribución de Pía a la lengua catalana, con escasa tradición de prosa a comienzos de este siglo. Su mérito es grande pues parte de una «situación de inferioridad», dado que apenas tenía modelos y una tradición desde la que partir. Pía escribe sin retórica, sin afectación, pensando en los lectores. Ahí está la utilidad del periodismo, que «obliga a ver las cosas directamente y a describirlas de una manera clara y sencilla».
El autor de El cuaderno gris entiende que es importante mantener esa actitud de «ver las cosas directamente», y concibe la escritura como espejo de la realidad, «prodigiosa e inagotable, burda y mágica». Ese espejo no es sólo la escritura periodística, sino también la novela, que, a juicio del payés, como espejo de la vida no tiene que tener ni argumento ni necesariamente un final. Pía se mantiene siempre en esta senda del realismo -en ficción, frente a la tradición imaginativa y fantástica-, pues lo que le interesa es «la historia, vivir la historia (…). Entre los amores de un barbero y los sentimientos de un fogonero de tren y la política de Cambó y de Azaña, me quedo, como interés humano, con esto último».
Si el nuestro es el siglo de la «megamuerte», como algunos autores plantean, Pía encontraría su explicación precisamente en que nos hemos alejado de la realidad para confiarnos a las retóricas, a los idealismos y utopías. Puig se detiene quizá en exceso en la Europa del Pía joven y corresponsal, pero ese contexto histórico es clave para comprender el pensamiento escéptico y conservador del escritor, que definitivamente no puede creer en el progreso moral indefinido de las sociedades: ahí quedan la Gran Guerra y el gran error de Versalles, caldo de cultivo para el nacimiento del infierno nazi; la tumba que Italia cava al confiarse a un charlatán como Mussolini; la supresión brutal de la libertad que trajo el marxismo leninista; la Guerra Civil española, con el reventón de odios, venganzas e injusticias. Frente a estos hechos dolorosos, Puig muestra a un Pía defensor de las libertades individuales —la felicidad de todos empieza por conseguir la felicidad personal-, empirista, amigo de lo posible, del «mal menor» frente al «bien imposible», partidario de la intervención mínima del Estado, firme creyente del mercado y de la correspondencia entre la prosperidad económica y la libertad personal.
El «corpus» ideológico de Pía es expuesto de forma entretenida y audaz, pero el lector se pregunta si esto es lo más importante, pues a la postre el escritor catalán no va a ser recordado por sus posiciones políticas o económicas, sino por su singularidad como escritor. Y aunque el autor dedica de forma exclusiva al menos dos de los seis capítulos del libro a este punto decisivo, algunos lectores echarán de menos que no se haya incidido más en cuestiones como la capacidad de Pía para practicar con excelencia los géneros más diversos —dietario, crónica, ensayo, novela, libro de viajes, biografía…-, un repaso más profundo de su estilo vigoroso, o la imagen de sí mismo como escritor. Pero esta consideración no debe oscurecer un libro escrito con buena pluma, rigor y aciertos. Puig alienta la lectura de una obra concebida por su autor, Josep Pía, como una pequeña aportación a la siempre endeble cultura, amenazada de forma permanente por una naturaleza caótica; de una obra que, con la distancia, toma la forma de un vasto diario íntimo en el que Pía construye su pensamiento y hace memoria de una época.