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Slavoj Žižek. Filósofo, sociólogo y psicoanalista, teórico cultural y activista político nacido en Liubliana (Eslovenia) en 1949. Con opiniones contundentes y a menudo polémicas, muy activo en prensa y autor prolífico, es uno de los ensayistas más leídos de las últimas décadas. Dirige el Instituto Birkbeck para las Humanidades de Londres.


Avance

Publicado originalmente en 2022, el «plus de goce» le permite a Žižek trazar un panorama de fenómenos actuales con los que estaría relacionado. Este estado de la cuestión alrededor del concepto ocupa la mayor parte del libro que edita ahora Paidós. Un volumen por el que desfilan los habituales Lacan, Hegel, Marx, Freud, Heidegger con los que el esloveno siempre anda en conversación. El concepto de plus de goce mismamente bebe de Freud y desemboca en Lacan. El primero recuerda que el poder no solo domina mediante mecanismos de opresión, represión y miedo al castigo, sino con otros métodos más sofisticados y quizá más eficaces también: «sobornándonos por nuestra obediencia y nuestras renuncias forzosas». Y prosigue: «Lo que obtenemos a cambio de nuestra obediencia y nuestras renuncias es el placer depravado de la renuncia en sí misma, la ganancia de la propia pérdida. Lacan llamó este placer perverso plus de goce». Como explica a continuación Žižek, se trata de algo que no es nada en sí, sino un excedente, un absceso, pero capaz de trastocar las relaciones e invertir su sentido: «La renuncia al placer se convierte en el placer de renunciar, la represión del deseo se transforma en el deseo de represión». Lo perverso es que sin este sobrante no seríamos capaces de disfrutar de lo sustancial y necesario, de modo que ¿cómo escapar a este círculo vicioso? ¿Es posible salir de la rueda del querer siempre más y más?

A diferencia de otro de los pensadores más influyentes de la actualidad (Byung Chul-Han), Žižek no solo es amigo de las exposiciones sino de las conclusiones y de la búsqueda de soluciones. En este caso propone la destitución subjetiva. Y ¿qué es o en qué consiste? A ella le dedica la parte final del libro, el colofón. Ahí la explica profusamente, pero la resume con una imagen que encuentra en Ortodoxia, de Chesterton. De ahí parte esta reseña.


Artículo

El plus de goce:
Slavoj Žižek: El plus de goce: guía para los no perplejos. Paidós, 2024

Empezaremos por el final, pues es al final de la obra cuando Žižek descubre una imagen que trasmite con el ejemplo lo que se ha esforzado por explicar en la última parte de su libro El plus de goce. Se trata del concepto de destitución subjetiva y es Chesterton en su Ortodoxia quien sale al encuentro con la paradoja del coraje. Según esta, «un soldado acorralado por enemigos, para evadirse del cerco tendrá que combinar un intenso deseo de vivir con un extraño desdén por la muerte. No debe simplemente aferrarse a la vida, porque sería un cobarde y no podría evadirse. Debe buscar la vida con un espíritu de furiosa indiferencia hacia ella; debe desear la vida como si fuera agua y no obstante beber la muerte como si fuera vino».

Esta «misteriosa estratagema», como la califica, tiene su origen en Lacan y consiste en una particular maniobra de distanciamiento de uno mismo. Žižek la acoge, le da vueltas, se detiene en las aportaciones de otros pensadores (como Saroj Giri), cita fenómenos que le son cercanos como el nirvana budista (por el que una desconexión total del exterior permite librarnos de nuestros deseos) o la mística; por la que el yo se identifica con el absoluto superior y el gozo propio se hace uno con el del gran otro; o la destitución revolucionaria por la que uno se anula e incluso está dispuesto a morir «para que la revolución viva a través de él» o la actitud del Joker, ese nihilismo social destructivo y autodestructivo que también retrató Eisenstein en Octubre, cuando la muchedumbre entra al Palacio de Invierno y empieza a romper botellas de carísimo champán. Las comparaciones cinematográficas, claro, son made in Žižek que ha hecho de ellas una especie de marca de la casa.

¿Qué pueden tener en común esas posiciones? Para empezar un desplazamiento del eje: uno se separa o se libra del peso de uno mismo y sus condiciones para volcarse sobre otro ente u otra causa sobre la que tiene efectos. Žižek recupera de nuevo a su querido Lacan para escribir que «lo que alcanzamos en la destitución subjetiva no es el vacío absoluto del que surgen todas las cosas, sino la perturbación de ese vacío, no es la paz interior del recogimiento, sino el desequilibrio del vacío».

En su versión más política, de la mano de Hegel ahora, escribe Žižek que como «sujetos comprometidos, debemos actuar con vistas al futuro, pero, por razones apriorísticas, no podemos basar nuestras decisiones en un modelo racional de progreso histórico (como pensaba Marx) por lo que debemos asumir riesgos e improvisar». Para terminar de centrar la cuestión: ¿quién podría encarnar este concepto? Žižek echa mano de un ejemplo reciente: las personas que, arriesgando sus vidas, lucharon hace no mucho contra la COVID-19.

El plus de goce, la ganancia de la pérdida

Una vez cercado este concepto hasta la comprensión falta saber por qué es importante, para qué habríamos de necesitarlo. La respuesta es el plus de goce, la materia a la que el filósofo esloveno le ha dedicado su última obra, en Paidós, y que le permite abordar muy distintos campos de la realidad social y política actuales.

En una primera aproximación a este nuevo concepto vuelven a aparecer los filósofos de cabecera de Žižek, aquellos con los que él construye sus teorías. Así vuelve a Freud para recordar que el poder no solo domina mediante mecanismos de opresión, represión y miedo al castigo, sino con otros métodos más sofisticados y quizá más eficaces también: «sobornándonos por nuestra obediencia y nuestras renuncias forzosas; lo que obtenemos a cambio de nuestra obediencia y nuestras renuncias es el placer depravado de la renuncia en sí misma, la ganancia de la propia pérdida. Lacan llamó este placer perverso plus de goce». Como explica a continuación Žižek, se trata de algo que no es nada en sí, sino un excedente, un absceso, pero capaz de trastocar las relaciones e invertir su sentido: «la renuncia al placer se convierte en el placer de renunciar, la represión del deseo se transforma en el deseo de represión, etcétera. Esa inversión se encuentra en el corazón mismo de la lógica capitalista: como señaló Lacan, el capitalismo moderno comenzó contando el placer (de obtener beneficios), y ese cómputo se convierte de inmediato en el placer de contar (los beneficios)». Los beneficios… o lo que sea (viajes, comidas, conquistas…), puesto que se ha producido y consumado la sacralización de lo vicario: el placer ha dejado de estar ligado a las cosas y se ha separado de aquello que reconfortaba; ha sido sustituido por el placer de la enumeración solipsista.

La paradoja del deseo

Žižek pone el ejemplo de un bebé que se chupa el dedo. Recuerda que «en un mítico tiempo original, la acción de chuparse se realizaba para satisfacer una necesidad física (la sed), pero luego el placer se centró en la propia succión, que genera un plus de goce aunque se haga sin motivo alguno». Independizado de la razón de necesidad, queda un deseo autosuficiente que se alimenta a sí mismo. Un mecanismo explotado por el capitalismo de manera magistral e innovadora en la historia: «A diferencia de los órdenes sociales premodernos, que oscurecen la paradoja del deseo humano y dan por hecho que el deseo está estructurado de manera claramente teológica (los seres humanos nos esforzamos por alcanzar un objetivo primordial […] y aspiramos a encontrar la paz y la satisfacción en su cumplimiento), el capitalismo es el primero y único orden social que incorpora a su funcionamiento la paradoja básica del deseo humano». Esta consiste en un nunca estar satisfecho: la cosa que compramos nunca es «eso», escribe Žižek de forma gráfica. Y prosigue: «[…] como deseamos la plusvalía que esquiva cualquier objeto, nuestra propia tendencia al placer y la satisfacción nos obliga a sacrificar permanentemente las satisfacciones presentes en beneficio de las satisfacciones por venir; en el capitalismo se da una coincidencia entre el hedonismo y el ascetismo».

¿La tiranía de la pareja?

Aplicar esta lógica a las relaciones de pareja proporciona reflexiones interesantes. Para abordarlas desde el principio, Žižek se fija en la expresión desarrollo personal y la critica. Dice que evoca el «concepto individualista liberal del ser humano no como sujeto, sino como una entidad cuyo objetivo es expresar y desarrollar su potencial [siendo] las circunstancias sociales externas las que impiden el desarrollo de ese potencial». La critica porque esta «idea del individuo que desea desarrollar su potencial excluye por completo el amor», no le cabe, no son compatibles… Recuerda un artículo de Sasha Roseneil en The Guardian titulado Ya es hora de acabar con la tiranía de la pareja y se sitúa enfrente al recordar que «cuando estoy realmente enamorado la limitación a uno (la amada o el amado) se percibe como lo contrario, como una verdadera liberación. Cuando me enamoro, no es porque la amada o el amado sea quien mejor satisface mis necesidades: el enamoramiento redefine quién soy yo, redefine mis necesidades y mi potencial». Un ejercicio de claridad para el filósofo que el poeta Luis Cernuda resumió con mayor contundencia y total belleza en un verso: Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien…

Žižek sigue escarbando: «¿Desde qué punto de vista ideológico se percibe la convivencia en pareja como una “tiranía”? La respuesta es evidente: desde la noción posmoderna de libertad individual predominante en los países desarrollados, que da más importancia a la fluidez que al apego, al continuo redescubrimiento de formas nuevas que a la identidad, etcétera. Hoy la gente “se siente culpable” de estar siempre con la misma persona y hay algunos psicoanalistas que llegan a calificar de obsesión “patológica” la convivencia estable en pareja». Para el esloveno, sin embargo, «la verdadera “tiranía” es hoy la tiranía del permanente redescubrimiento de nuevas identidades, de tal forma que el amor apasionado es el que constituye una auténtica transgresión, y algunos teóricos han llegado a afirmar que el amor es el último obstáculo para el sexo verdaderamente libre».

La justicia como igualdad y la limitación del goce

Otro de los focos de atención del libro es el análisis que hace Žižek sobre la teoría de la justicia de Rawls. En esta, y según el principio de igualdad, las diferencias sociales y económicas se toleran siempre que los menos favorecidos puedan lograr beneficio; de hecho, el máximo beneficio, y siempre que las desigualdades no se basen «en jerarquías heredadas, sino en desigualdades naturales, que se consideran contingentes, no meritorias. Lo que Rawls no ve es que una sociedad así crearía las condiciones idóneas para una exposición descontrolada del resentimiento». De la mano de los más habituales en sus páginas Lacan, Freud y Nietzsche, afirma el esloveno que esa idea de la justicia como igualdad se fundamente en la envidia: «envidia del otro que tiene lo que nosotros no tenemos y además lo disfruta», de modo que exigir justicia es «exigir que se limite el goce del otro para que todos puedan gozar por igual».

Estas ideas le sirven para unir la argumentación a las teorías conspiranoicas y a aterrizar el razonamiento en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Aquello habría sido una revuelta ante el robo del goce. «Lacan predijo a principios de la década de 1970 que la globalización capitalista daría lugar a una nueva modalidad de racismo centrado en la figura de un otro que amenaza con arrebatarnos el goce (la inefable satisfacción que nos produce la inmersión en nuestra forma de vida)». En este punto Žižek hace una confidencia casi personal. Manifiesta la fascinación que dicho episodio causó en los liberales de izquierda y que algunos amigos suyos le decían que eso era lo que debían hacer ellos, en realidad, porque quienes lo estaban llevando a cabo eran quienes no debían. Y concluye Žižek: «Tal vez por eso la derecha populista irrita tanto a la izquierda: le está robando el goce».

Algunas conclusiones

Al hilo de lo anterior, y en el colofón del libro, escribe el autor: «Lo que la derecha populista y la izquierda libertaria tienen en común es la desconfianza en el espacio de los poderes públicos: los reglamentos policiales, el control sanitario y las normas que nos imponen a las instituciones médicas y farmacéuticas, las multinacionales y los bancos, etcétera. Las dos quieren aguantar esa presión, conservar un espacio de libertad…» que reivindican como suyo y parecen jugarse al tirasoga.

Žižek le habla a los suyos, ya no se trata de luchar simplemente contra lo que sea el establishment, «hay que poner en marcha el mecanismo de la crítica de la crítica». Y enumera, además, algunas recomendaciones aplicables a todo el espectro político: «Tenemos que aprender a confiar en la ciencia […], en los poderes públicos […]. Tenemos que aprender a confiar en el gran otro, el espacio común de los valores fundamentales: sin él, la solidaridad no es posible. No necesitamos la libertad para ser diferentes, la necesitamos para saber cómo ser los mismos de otra manera. Y, lo que es más difícil, tenemos que estar dispuestos a abandonar la sensatez de las creencias y costumbres que conforman nuestro estilo de vida. Ser realmente conservadores, luchar por lo que vale la pena salvar de nuestras tradiciones supone emprender un cambio radical. El viejo lema conservador —«hay que cambiar alguna cosa para que todo siga igual»— tiene ahora otro sentido: habrá que cambiar radicalmente muchas cosas para que nosotros sigamos siendo humanos».


Más información sobre este autor, en el artículo de Christopher Domínguez Michael que encuentran aquí.

Periodista cultural