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El editor Ignacio F. Garmendia califica la publicación de la obra completa de Manuel Chaves Nogales como “el rescate más espectacular de la reciente historia de la literatura española”. Encontrar, situar en contexto y editar en cinco tomos la obra dispersa del periodista sevillano, después de 80 años de olvido, parece, en efecto, una “resurrección”, como indica el propio Garmendia.

Obra completa. Chaves Nogales. Libros del Asteroide, Barcelona 2020, 3.364 págs. 94'95 €
Obra completa. Chaves Nogales. Libros del Asteroide, Barcelona 2020, 3.364 págs. 94’95 €

Se trata de nueve libros, ordenados cronológicamente: La ciudad  (1921), Narraciones maravillosas y biografías ejemplares  (1924), La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja  (1929), La bolchevique enamorada (1930), Lo que ha quedado del Imperio de los zares (1931), El maestro Juan Martínez que estaba allí (1934), Juan Belmonte, matador de toros (1935), A sangre y fuego (1937) y La agonía de Francia (1941), además de series de reportajes como sus crónicas de la Alemania nazi o los relatos de la defensa de Madrid. A los que hay que añadir 68 piezas breves nunca antes publicadas en volumen. 

 «Es comparable a George Orwell, Vasily Grossman y Albert Camus», afirma Antonio Muñoz Molina

Esas casi 4.000 páginas constituyen el elocuente testimonio de la calidad literaria de un periodista y escritor injustamente olvidado. Un escritor comparable a “George Orwell en Inglaterra, Vasily Grossman en la URSS, y Albert Camus en Francia”, como llega a decir Antonio Muñoz Molina, prologuista junto con Andrés Trapiello de la Obra Completa.

Nacido en Sevilla en 1897, Manuel Chaves Nogales se inició muy joven en el periodismo. Trabajó en diarios de Andalucía, y pronto se trasladó a la capital de España, con su mujer, Ana Pérez, y su primera hija (el matrimonio tendría tres hijos más). Fue redactor jefe del Heraldo de Madrid; y en 1927 ganó el Premio Mariano de Cavia por el  reportaje La llegada de Ruth Elder a Madrid, la primera mujer que cruzó en solitario el Atlántico en avión. 

Ya había dejado constancia de su ambición literaria en un libro primerizo, escrito a los 24 años, La ciudad (1921). Se trataba de una miscelánea con Sevilla como telón de fondo, entre el ensayo, la estampa costumbrista e incluso el reportaje social. Su discípula, la periodista Josefina Carabias, dirá años más tarde que el libro “estaba inundado de un lirismo juvenil, del que sabía que tendría que desprenderse según avanzara en la carrera de reporter internacional”.

Y eso fue exactamente lo que hizo Chaves en sus trabajos en La estampa y La Gaceta literaria, con los que renueva el reporterismo. En su obsesión por “contar y ver” como testigo directo, estuvo en el Berlín nazi, la Rusia soviética, la Roma fascista, y recogió sus vivencias en reportajes que se incluyen en la Obra Completa.

Entrevistó a Goebbels “un tipo ridículo, grotesco; con su gabardinita y su pata torcida…”

Se puede apreciar en todos ellos que jamás escribía de oídas, que acudía a los escenarios y a las fuentes. Escribió la biografía de Juan Belmonte, tras largas entrevistas con el célebre diestro; entrevistó entre otros a Alfonso XIII, el Negus Haile Selassie, Maurice Chevalier, Charles Chaplin o Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler, al que describe como “un tipo ridículo, grotesco; con su gabardinita y su pata torcida…” (…) “hay en él la misma capacidad de sugestión y de dominio que en todos los grandes iluminados, en todos esos tipos nazarenoides de una sola idea encarnizada, Robespierre o Lenin”.

En Lo que ha quedado del imperio de los zares “descubre” a una jovencísima y desconocida Irene Nemirovski, emigrada a París tras huir de los bolcheviques. La que, andando el tiempo, fue autora de la Suite francesa, cuenta cómo estar encerrada en su casa de Moscú, rodeada de libros de Maupasant u Oscar Wilde, mientras fuera arreciaban los combates, hizo nacer en ella la vocación de escritora. 

Y entrevista a un testigo clave de la Revolución rusa, Alexander Kerenski -presidente socialista del Gobierno provisional tras la caída del zar Nicolás-, que le cuenta cómo los bolcheviques de Lenin se llevaron por delante un proyecto prometedor de sistema constitucional para Rusia.

Todas esas entrevistas y semblanzas constituyen, según Muñoz Molina, una “galería de retratos tan definitivos como instantáneas de fotógrafo”.

Repudió  el alzamiento franquista del 18 de julio del 36. Pero tampoco aprobaba los desmanes del Frente Popular, ni sus coqueteos con la URSS

De 1931 a 1936 será director de Ahora, diario afín a Manuel Azaña. En esa época, hace reportajes sobre la Revolución de Asturias, y escribe dos de sus libros más representativos, la biografía de Belmonte y El maestro Juan Martínez que estaba allí.

Era simpatizante de Izquierda Republicana, el partido de Azaña; y se definía como “un pequeño burgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria”. Repudió  el alzamiento franquista del 18 de julio del 36. Pero tampoco aprobaba los desmanes del Frente Popular, ni sus coqueteos con la URSS. De modo que fue incomprendido por los republicanos y perseguido por los franquistas.  Por eso no se editaron sus obras durante 70 años -con alguna aislada excepción como A sangre y fuego, publicada por la Diputación de Sevilla en los años 90 o su biografía de Juan Belmonte, por Alianza en los años 70-. 

Laico, ilustrado, republicano, pertenece Chaves Nogales a esa tercera España de Clara Campoamor, Madariaga, Sánchez Albornoz, Besteiro, la del  Ortega de “No es esto, no es esto” o la de Julián Marías que describía así a los bandos enfrentados en la Guerra Civil: “los justamente vencidos; los injustamente vencedores” 

La prueba de que tampoco le gustaba la deriva antidemocrática de la II República es que se exilió al comienzo de la Guerra, cuando el gobierno de Largo Caballero cayó bajo la esfera de influencia de la URSS -que él conocía de primera mano después de sus estancias en Rusia-. En noviembre de 1936, con la huida del Gobierno a Valencia, comprobó que “la República había dejado de existir como régimen democrático” como apunta Trapiello. Y ni siquiera él mismo estaba seguro: “un hombre como yo había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y los otros”. Pero dejó un impresionante testimonio de la guerra fratricida en su libro A sangre y fuego.

Siguió batiéndose por la libertad, desde el exilio, primero en Francia -donde se marcha llevándose a su familia- y luego en Gran Bretaña. Y siempre con la pluma: colaboró desde París en medios como  L´Europe Nouvelle, Candide, France Soir, y en periódicos de América Latina; y montó una publicación artesanal, Sprint, con noticias sobre España que le contaban los exiliados que llegaban a Francia. 

Fichado por la Gestapo, pocos días antes de que la Wehrmacht entrara en París, el periodista huye a Burdeos y desde allí a Londres

Fichado por la Gestapo, pocos días antes de que la Wehrmacht entrara en París, el periodista huye a Burdeos y desde allí a Londres, mientras su mujer y sus hijos regresan a España. En la capital británica monta una agencia de noticias, The Atlantic Pacific, y colabora en el Evening Standard y en los servicios extranjeros de la BBC. Allí “siguió siendo republicano (lo que no le perdonaron los fascistas) y siguió siendo periodista (lo que no le perdonaron los comunistas)” como sintetiza Trapiello. 

Nunca llegó a ver cómo se hacían realidad los ideales por los que luchó desde el pacífico frente de la linotipia: murió a los 46 años, de una peritonitis, en 1944, un año antes de que los aliados ganaran la II Guerra Mundial y naciera la Europa contemporánea; y tres décadas antes de la Transición de España a la democracia.

PRECURSOR DEL NUEVO PERIODISMO

Leyendo El maestro Juan Martínez que estaba allí o A sangre y fuego, no es fácil concluir si estamos ante novelas o reportajes. ¿Cuánto hay de escritor en Chaves Nogales y cuanto de periodista? Criado en el taller de una Redacción desde los 17 años, no renunciará nunca al relato de los hechos, “pero tampoco a contarlos de una manera literaria” como observa Trapiello. Fórmula (hechos más técnica de novela) que se anticipa 30 años al Nuevo Periodismo y la novela de no-ficción, de Truman Capote y Gay Talese, como apunta Muñoz Molina. Una fórmula que se reveló exitosa en el periodismo español de los años 30, con firmas como Josep Pla o Josefina Carabias. Aunque a diferencia de Tom Wolf y compañía, Chaves Nogales “tenía mucha conciencia de artesano y muy poca conciencia de autor” -según Juan Bonilla-.

El género que mejor se aviene a esa fórmula es el reportaje

Y el género que mejor se aviene a esa fórmula es el reportaje. Varios de sus  libros son recopilaciones de reportajes que se publicaron a modo de serial, como El maestro Juan Belmonte que apareció como folletón en la revista Estampa. Y hasta A sangre y fuego, revestida con un estilo más literario, se nutre de hechos: “cada uno de sus nueve episodios -dirá el autor- tiene una existencia real, que solo en razón de la proximidad de los acontecimientos se mantiene discretamente velada”.

Reportajes son las piezas tan características de Chaves Nogales como La agonía de Francia, que narra como testigo directo de la invasión alemana, La vuelta a Europa en avión, o Lo que queda del imperio de los zares. Nada cuenta que no haya vivido él. Vivido, sufrido, olido, sentido. Si habla del miedo de Juan Martínez a los bolcheviques es porque el propio Chaves lo ha pasado; y lo mismo se puede decir del hambre, del exilio, o de la incertidumbre sobre el futuro, bajo las bombas de la aviación franquista en Madrid, o en el barrio de Montrouge (París) huyendo de la Guerra Civil sin saber si algún día regresaría a España. 

Chaves Nogales pertenece a una generación de reporteros-literatos., como Ramón J. Sender, Ruano, Camba o Jacinto Miquelarena, y construye su edificio literario con materiales sacados de la linotipia. 

Terminaría sus días en Fleet Street, la calle londinense de los periódicos, “caudaloso río de tinta y de esa sustancia indefinible que es la noticia”

Si algo queda claro en la Obra Completa es su pasión por ver y contar, su amor al periodismo, heredado de su padre, Manuel Chaves Rey periodista de El Liberal de Sevilla, y fraguado cuando a los 17 años queda huérfano y simultanea sus estudios de Filosofía y Letras con el trabajo en una Redacción. Chaves Nogales terminaría sus días trabajando en Fleet Street, la calle londinense de los periódicos, “caudaloso río de tinta y de esa sustancia indefinible que es la noticia” en la delegación de la revista cubana Bohemia. En Londres pasará la última etapa de su vida, donde murió en mayo de 1944, solo un mes antes del desembarco en Normandía. 

Una de sus últimas crónicas describe el clima trepidante de Fleet Street: “Entre el martilleo monótono de los teletipos pasa la madrugada estremecida por el flash de una nueva batalla en el frente oriental o en África (…) A lo largo de toda la calle, se percibe el zumbido sordo, subterráneo de las cien rotativas que van vomitando los millones de ejemplares que centenares de camiones llevan a los trenes de Prensa para que mañana a las ocho cada inglés tenga su periódico junto al breakfast”.

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CINCO OBRAS  REPRESENTATIVAS DE CHAVES NOGALES

1. NARRACIONES MARAVILLOSAS Y BIOGRAFÍAS EJEMPLARES (1924)

Son relatos cortos pero no son pura evasión sino documentos sociológicos de la España de los años 20. Muchas de ellos toman pie de sucesos aparecidos en la prensa, que reflejan la penosa situación del campo andaluz o manchego o la dureza de los obreros en la gran ciudad. Historias marcadas por la fatalidad de vampiresas cosmopolitas, chicas humildes abocadas a acabar de sirvientas o de prostitutas, pistoleros, anarquistas, camorristas, caciques, señoritos, oficinistas. “El ruedo ibérico” dirá Trapiello. Un universo compuesto también por padres de familias, ahogados de trabajo y deudas para sacar la prole adelante y, en general, de “hombres de buena voluntad, incapaces de detener el siniestro goteo de muertos y desdichas de la trágica clepsidra”.

Algunos otros resultan relatos distópicos, como “El desastroso fin de la humanidad” donde se anticipa al envejecimiento de la población y la fecundación in vitro; y otros, en fin, son retratos simplemente humorísticos, con un trasfondo pesimista, como “El muerto insepulto y transeúnte”, “Las mil pesetas que hay en el mundo” o “El purgatorio de los tontos”. El conjunto refleja la maestría de un joven Chaves Nogales -27 años- en su objetivo confesado de «despersonalizar al héroe literario para humanizarlo».

2. EL MAESTRO JUAN MARTINEZ QUE ESTABA ALLÍ (1934)

El periodista dio en un café de París con un bailaor flamenco de Burgos (¿?) que le contó su accidentada peripecia, desde la Constantinopla anterior a la Gran Guerra, hasta el Moscú de la revolución bolchevique. Y supo aprovechar la mina de información en un relato que se publicó en veintisiete entregas, a modo de folletón, y posteriormente como libro. Poniéndose en la piel de Juan Martínez, Chaves Nogales narró en primera persona las aventuras del bailaor y Sole, su mujer, en unas páginas llenas de pintoresquismo y humanidad. Reflejó a través de personajes del mundo de los cabarés o de la farándula, como el payaso español Zerep (Pérez), acontecimientos como la caída de Nicolás II, el Gobierno menchevique de Kerenski, la llegada de los bolcheviques y el horror de la guerra civil rusa, en la que “los rojos asesinaban y robaban a los burgueses, y los blancos asesinaban a los obreros y robaban a los judíos”.

El resultado es un libro difícil de clasificar, que refleja el naufragio de un mundo (el de los  imperios otomano, ruso y austrohúngaro), y que contempla con irónico distanciamiento el sinsentido de las revoluciones. Como apunta Andrés Trapiello “no deja de ser curioso que una revolución tan trascendente como la soviética la relate un especialista en castañuelas”.

3. JUAN BELMONTE, MATADOR DE TOROS (1935)

El autor de una de las mejores biografías taurinas jamás había pisado un ruedo; pero se documentó, como siempre de primera mano, y narró, punto por punto, la trayectoria de Juan Belmonte (1892-1962), llamado el Pasmo de Triana, y considerado el fundador del toreo moderno. Desde su infancia humilde en Sevilla, de hijo de quincallero; su bautismo taurino cuando a los once años se pone delante de un becerro (“Recuerdo la primera impresión que me produjo ver de cerca aquel bulto inquieto, que se revolvió y correteaba detrás de nosotros”); hasta sus días de gloria; sus grandes faenas en los cosos de México o Perú; el miedo a la muerte; sus amoríos; o su rivalidad a lo largo de 257 tardes, con José Gómez Ortega, Joselito, el otro gran diestro de la época. 

Como hiciera con el Maestro Juan Martinez, Chaves Nogales toma prestada la voz de Belmonte y cuenta en primera persona lo que ve y siente, captando su personalidad de hombre hecho a sí mismo y de torero filósofo («Hay que ofrecer gallardamente al Destino el sitio donde pueda herirnos»). Una idiosincrasia que refleja la famosa anécdota que el torero tuvo con Valle-Inclán. “Don Ramón era para mí un ser casi sobrenatural. Se me quedaba mirando mientras se peinaba con las púas de sus dedos afilados su barba descomunal y me decía con gran énfasis:

-Juanito, no te falta más que morir en la plaza.

-Se hará lo que se pueda don Ramón -contestaba yo modestamente”.

4. A SANGRE Y FUEGO (1937)

Chaves Nogales refleja en A sangre y fuego las atrocidades de los dos bandos. Fundamentalmente del franquista pero también del republicano. Son los héroes, bestias y mártires de España como reza el subtítulo del libro. Los once relatos (dos de los cuales eran inéditos en forma de libro)  son otras tantas escenas de la guerra, narradas con nervio dramático, pero basadas en episodios reales. Le sirven para abordar, por ejemplo, el caciquismo andaluz (La gesta de los caballistas); la quinta columna franquista en el Madrid republicano (Y a lo lejos una lucecita); el caracter mafioso en el que derivaron algunos sindicalistas (Consejo obrero); el vandalismo de delincuentes y desertores (La columna de hierro); los bombardeos (¡Masacre, masacre!); o la peripecia de los combatientes moros del ejército franquista (Los guerreros marroquíes).  Otros relatos como Hospital de sangre o El refugio le sirven para poner de relieve cómo las personas concretas terminan siendo aplastadas por las ideologías. Porque el eje de la obra de Chaves es la persona sin adjetivos políticos: “En la singularidad de la experiencia de cada ser humano está el antídoto contra las abstracciones terribles de la ideología y de la propaganda” apostilla Muñoz Molina.

Andrés Trapiello: “De los cientos de relatos o novelas que se han escrito de la guerra civil acaso ninguno puede compararse a Sangre y fuego (…)”

En todos ellos quedan claras dos dos cosas: la brutalidad del ser humano entregado a la espiral de la violencia, y la compasión del autor por las víctimas, por los que sufren. Una frase sintetiza ambas ideas: “Los aviones rebeldes pasaban y repasaban sobre su cabeza ametrallando el rosario de fugitivos, que a veces quedaba cortado por las ráfagas de plomo, como cuando se corta de un pisotón la procesión de un hormiguero”.

Antólogos y editores coinciden en señalar que se trata del libro más importante del autor. “Es quizá la obra más ambiciosa, representativa y trascendente de nuestro escritor” apunta Abelardo Linares, que editó en Renacimiento las crónicas de la defensa de Madrid. Y Andrés Trapiello, por su parte, afirma que “de los cientos de relatos o novelas que se han escrito de la guerra civil acaso ninguno puede compararse a Sangre y fuego (…) ni han contado lo que él contó ni lo contaron de la misma manera”.

5. LA AGONÍA DE FRANCIA (1941)

Exiliado en Francia en 1936, le sorprendió la invasión alemana en 1940. Pero dejará para la posteridad su diagnóstico de la caída de Francia: “No es el drama lamentable de un pueblo cobarde que no ha querido batirse. No, Francia, durante los meses de guerra, que han sido su agonía, lucha no contra el enemigo exterior, sino consigo misma”.

Y eso que desde que “se derrumbó el mito de Moscú que había atraído falazmente a quienes tenían hambre y sed de justicia (…) Francia había vuelto a ser la Meca de todos los hombres libres de Europa”. Pero esa libertad fue aplastada por los blindados de la Wehrmacht en 1940. En La agonía de Francia, muestra el contraste entre “la indiferencia absoluta de una gran ciudad alegre y confiada (,,,) y la catástrofe nacional”. La gente endomingada paseaba o tomaba el aperitivo en París a punto de ser invadida por los alemanes: “En unas horas plácidas, banales, de un domingo radiante, Francia, la Francia que creíamos inmortal, se había hundido, quizás para siempre”.

Pero no solo refleja la invasión nazi, sino también la guerra civil larvada entre los partidarios del Frente Popular y los profascistas: “esta guerra civil, que es la que en realidad ha vencido a Francia, estaba declarada desde que en 1936 la nueva táctica comunista llevó al poder al gobierno del Frente Popular”.

Pasa revista Chaves Nogales a la corrupción interna, la decadencia moral, la diferencia entre el país real y el país oficial, la pérdida de los valores cívicos. En realidad, el país “sufría una enfermedad espiritual” y estaba rendido de antemano. 

Contrapone al anciano mariscal Petain con el joven general De Gaulle

Contrapone al anciano mariscal Petain con el joven general De Gaulle. Del primero “vencedor de Verdún” dice: “Toda la gloria de Petain no ha servido para provocar un minuto de apaciguamiento. No ha sabido ser sino un partisan, un leño más arrojado al fuego, un tronco añoso con que incrementar la hoguera de la discordia interior”.

Y De Gaulle es “el hombre representativo del coro de generales y coroneles jóvenes que no querían sacrificar al juego siniestro (…) que se negaban a desempeñar el papel de imbéciles que les había correspondido”. 

Y se muestra duro con una casta militar que parece estar fuera de la realidad. “Humorísticamente -escribe- decíase que el Estado Mayor va siempre ‘con una guerra de retraso’. En 1914 quería hacer la guerra como en 1870 y en 1939 estaba pensando todavía en la guerra de 1914”.

Doctor en Comunicación, periodista y escritor.