Los cambios estructurales que se están produciendo en la Europa actual obligan a contemplar el futuro del bosque y matorral mediterráneos con una óptica a largo plazo.
Aunque la historia de la humanidad se viene caracterizando por un relevo de generaciones, herederas todas ellas de los logros y descubrimientos de las anteriores, lo que ha permitido un progreso continuo debido al carácter acelerado del progreso en virtud del cual cada generación supera a las anteriores, la actual ha conocido un desarrollo inédito hasta ahora y que, probablemente, será excedido en la próxima. Así, en la vida de una sola persona, en lo que se refiere a la conservación de la Naturaleza, hemos pasado de una preocupación protagonizada por unos individuos cultos, poco numerosos y poco representativos, a un clamor general a cargo de grandes colectividades que algunas veces responden más a estímulos emotivos que racionales.
La situación presente es heredera de numerosos errores del pasado que condujeron a la elaboración de planes políticos tendentes a corregirlos y que más de una vez dieron como resultado la acumulación de un error sobre otro error. Así, desde los primeros años de nuestro siglo se emprenden acciones tendentes a corregir los pasados errores. Por un lado, procurando la regeneración de las masas forestales, alcanzando en bastantes casos éxitos notables. Por otro, repoblando, es decir, procurando dotar de cobertura arbórea a superficies en acentuado estado de degradación, no cubriéndose siempre el objetivo propuesto. La necesidad de utilizar especies arbóreas muy frugales en los terrenos muy degradados obligó a echar mano de especies resinosas de gran combustibilidad, lo que, en la mayoría de los casos no condujo a la regeneración de la vegetación, sino al establecimiento de disclímax muy alejadas de la cobertura natural originaria. Así, entre 1940 y 1982 se repoblaron en España casi tres millones de hectáreas con pinos, modificando en la mayoría de los casos la composición de las formaciones vegetales originales.
Nada conduce, pues, al optimismo con respecto a la situación actual del bosque español. La marginalización y el olvido de las comarcas forestales, debidos en gran parte a su baja productividad, se han traducido en un despoblamiento generalizado que ha empobrecido todavía más a las zonas montañosas (donde es mayor el porcentaje de bosques) y que ha motivado la disminución e incluso la decadencia de los tratamientos, aprovechamientos de leña y frutos, embastecimiento de los pastos y abandono de los matorrales, procesos todos que conducen a una disminución de la diversidad vegetal.
Sin embargo, la presión sobre los bosques no ha disminuido sino, al contrario, parece crecer. El empleo de nuevos materiales de construcción en unos aspectos ha reducido el uso de la madera, pero en otros lo ha aumentado exigiendo tipos más selectos, como madera para muebles. La subida de los precios de los combustibles está obligando nuevamente al uso de la madera para calefacciones, especialmente en las áreas rurales. Y también el consumo de celulosa en multitud de sus aplicaciones aumenta continuamente, lo que repercute en la demanda de maderas para ese destino.
Las ideas conservacionistas del pasado siglo (y aun del presente), que dieron lugar a la creación de los parques nacionales y reservas donde se practica una conservación a ultranza, han evolucionado hasta el extremo de considerar al hombre como un elemento más de los ecosistemas, de los cuáles ha de vivir mediante una utilización racional de sus recursos, lo que nos conduce a considerar el bosque como un elemento vital, no sólo en sus aspectos económicos, sino en los estéticos o culturales.
Por otra parte, los cambios estructurales que se están produciendo en la Europa actual obligan a contemplar el futuro del bosque y matorral mediterráneos con una óptica a largo plazo. Esta situación obliga a prestar gran atención a los bosques, muy especialmente a los correspondientes a áreas críticas, en lo que se refiere al mantenimiento de la diversidad biológica y la estabilidad de las formaciones forestales. El sostenimiento de estas áreas necesita de una importante actividad humana, ya que el tipo de ecosistemas mediterráneos estables convenientes para evitar desequilibrios, como la disminución de la diversidad, alteraciones de carácter hidrológico y los fuegos, debe inspirarse en nuevos planteamientos silvopastorales y en la promoción de vegetaciones protectoras que disminuyan los riesgos de incendios.
Las especies resinosas
Los aproximadamente cincuenta años de repoblaciones con empleo casi exclusivo de especies resinosas, nos han proporcionado grandes extensiones en las que se ha obtenido una cobertura vegetal que no tiene nada, o muy poco, que ver con la vegetación primitiva, pero de la que quedan retazos aprovechables. Debería impulsarse la reconversión de estas áreas, provistas ya en muchos casos de suelos medianamente viables, para promocionar el crecimiento de especies frondosas con la eliminación lenta y pogresiva de las resinosas. Se trata, evidentemente, de una labor lenta, a largo plazo, de las que no suelen complacer a los políticos, pero precisamente su lentitud justifica la urgencia en comenzarla.
Esta actitud debe complementarse con la creación de una red de espacios naturales protegidos que cubra los aspectos de representatividad y la protección de especies amenazadas por unas causas u otras. Este, aspecto, por fortuna, se va teniendo en cuenta más cada vez y son notables los esfuerzos hechos en muchas Comunidades Autónomas en esta materia de protección del medio natural.
Algunos productos de los bosques españoles, especialmente de las áreas de carácter más mediterráneo, se encuentran injustamente postergados, como maderas de buenas calidades de nogal, castaño, roble (sobre todo, de algunos quejigos, actualmente infrautilizados) u otros aprovechamientos, como el corcho, la montanera o el carbón. La potenciación de estas producciones, así como la utilización del ganado como instrumento económico en la gestión de los bosques aumentaría su interés, lo que contribuiría a su conservación.
El papel del paisaje
Debería aprovecharse y fomentarse el proceso sociológico en virtud del cual se está desarrollando progresivamente un interés por la naturaleza, canalizándolo en forma de turismo, tanto nacional como extranjero, especialmente hacia las áreas boscosas del interior e incluso procurando de esta manera aumentar la población residente. La vegetación y el paisaje adquirirían así un cometido importante en lo referente a la promoción de la salud y del recreo y podría servir de marco complementario de nuevos asentamientos de carácter semirural.
El futuro de nuestros bosques se presenta pleno de incertidumbres y dificultades si se contempla dentro del marco de la Comunidad Económica Europea. No parece que las perspectivas de fomentar la producción de maderas y pasta de papel sean muy favorables. Los programas centroeuropeos de producciones forestales contemplan la producción de fuertes contingentes en llanuras de clima oceánico, mediante fenotipos mejorados, como sustitución de la agricultura intensiva productora de excedentes agrarios, y la competencia con ellos será muy difícil.
Así, pues, la gestión de los bosques españoles plantea nuevos retos de imaginación y hay que ser prudentes en extremo en no acometer acciones que puedan resultar irreversibles, como actuaciones con maquinaria pesada, laboreo de pendientes, aterrazamientos, etc., que con tanta frecuencia se han venido aplicando en España.
Por último, deben fomentarse y recibir asistencia prioritaria las actividades de investigación, experimentación y vigilancia continua de los procesos, especialmente en lo que se refiere a estudios hidrológicos, experimentación de nuevas fórmulas pastorales, reconstitución y conversión de la vegetación, racionalización de productos combustibles e importancia del entorno natural para la salud física y mental.