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Realmente, Ángel Ramos nació en Nalda (Logroño), el 2 de agosto de 1926, día de Nuestra Señora de los Ángeles, circunstancia a la que, probablemente, debía su nombre. En Nalda su padre regentó por poco tiempo una farmacia. Pero él ocultaba celosamente su nacimiento en dicho pueblo a causa de su acendrado montañismo militante y lo situaba en la ciudad de Santander. Su padre, don Abel Ramos Escudero, farmacéutico y naturalista, fue catedrático de Historia Natural, primero del Instituto de Torrelavega y más tarde del Instituto de Santa Clara, de la capital cántabra. Era uno de esos catedráticos de la misma disciplina (don Orestes Cendrero, don Celso Arévalo, don Salustio Alvarado, etc.), conocidos y respetados como hombres eminentes, que mantenían enhiesta la dignidad de la docencia y de la ciencia, representativos de un cuerpo de enseñantes hoy desatendido y desnaturalizado. Fue, seguramente, don Abella persona que supo infundir en nuestro amigo su amor por la naturaleza, por el paisaje y por el medio ambiente, a los que dedicó una parte importante de su vida.

Estudió el bachillerato en el mismo Instituto de Santa Clara, empezando los estudios en los años 1937 y 1938, estudios que hubo de interrumpir por la Guerra Civil, terminando en 1943, después de realizar el Examen de Estado en Valladolid (capital del Distrito Universitario), con Premio Extraordinario. Tras tres años de preparación, ingresa en 1946 en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Montes y termina la carrera en octubre de 1951, con el número cinco de su promoción.

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Cuando finaliza sus estudios superiores, ingresa como funcionario del Cuerpo de Ingenieros de Montes en Zaragoza, en 1951, pero permanece solo unos meses en las «estériles y misantrópicas » labores profesionales estatales. Después, invierte trece años en dos actividades muy diversas: acudiendo a la llamada del Opus Dei, dedicado intensamente a sus trabajos organizativos, y curándose de una enfermedad pulmonar, muy frecuente en los jóvenes de entonces, que le tiene recluido en un sanatorio de la sierra madrileña, donde aprovecha el tiempo perfeccionando su conocimiento del inglés.

Pasados estos años, en 1964, curado de su enfermedad y cumplida parte de su labor directiva en la Obra, decidió dirigir sus actividades al desarrollo de la enseñanza a los jóvenes, a la que su vocación siempre le había impulsado. El 6 de febrero obtiene su título de doctor ingeniero de Montes, y en octubre de 1971 oposita con éxito a la titularidad de la cátedra de Planificación y Proyectos de la Escuela de Montes de la Universidad Politécnica de Madrid. Se jubila prematuramente, por imposición administrativa, en 1991 y adquiere en 1992 la condición de Profesor Emérito. Fallece el 2 de enero de 1998, cuando hada solo unos meses que todavía dirigía labores docentes e investigadoras.

Ésta es la relación, muy resumida, del currículo docente y profesional de Ángel Ramos, no muy diferente del de muchos de sus colegas coetáneos. Pero esta reseña quedaría incompleta si no resaltásemos las etapas más importantes de su vida profesional, a las que nos dedicamos a continuación.

La figura de Ángel Ramos como catedrático se empieza a configurar dentro del compromiso con el uso prudente de los recursos naturales y el respeto a la naturaleza, es decir, la búsqueda del equilibrio entre la tecnología agresiva y la conservación a todo trance, propugnada por algunos grupos ecologistas. No mostraba indiferencia hacia ninguno de los problemas del mundo actual, preocupándose  por las poblaciones del mundo en desarrollo, las zonasrurales semiabandonadas por la «revolución verde» o por la demografía mundial.

Y así, con este bagaje de propósitos, emprendió su intensa vida universitaria, tras una no muy larga dedicación a la actividad privada, creando la empresa ANTHOS (en 1968), dedicada sobre todo al acondicionamiento de los márgenes de carreteras y autopistas, con nuevos procedimientos inéditos hasta entonces. Acto seguido, publica (en colaboración con A. López Lillo) una de sus obras más destacadas, Valoración del paisaje natural (1969), en la que expone ideas y conceptos que más tarde se habían de generalizar.

Durante más de veinticinco años de intensa vida universitaria trabajó, con reconocido prestigio, en el desarrollo metodológico y tecnológico de la planificación física, la ordenación integral de los espacios forestales, la valoración del paisaje, la evaluación de los impactos ambientales y la restauración de los espacios degradados. El departamento  universitario  que dirigía se convirtió en un hervidero de proyectos, tesis doctorales, asesoramientos,  cursos de perfeccionamiento,  másteres,  todo ello dentro de las tradicionales precariedades de la universidad estatal y (¿por qué no decirlo?) también ante la incomprensión  de algunos que no llegaban a digerir este drástico cambio de algunas costumbres universitarias ancestrales. Lógicamente, esta actividad se tradujo en una catarata de libros, artículos, informes y publicaciones diversas, cuya larga relación no es adecuada ni oportuna en esta reseña.

Sin embargo, algunas publicaciones son tan trascendentes que merecen cita aparte. Planificación física y ecología (1979) y Guía para la elaboraciónde estudios del medio físico. Contenido y metodología {1982) continúan como  referencias  imprescindibles  para  los  interesados  en  la ordenación  del medio natural.

Mención aparte merece el Diccionario de la naturaleza (Espasa Calpe, 1987), en el que, con su capacidad aglutinadora, consiguió la heroicidad de reunir a más de un centenar de colaboradores,  ingenieros,  biólogos, geólogos, especializados en disciplinas relacionadas con la naturaleza para elaborar conjuntamente un volumen con más de 4.000 voces, muchas de ellas novedosas, que no figuraban en ninguna otra obra del mismo carácter.

Un episodio muy importante de la vida de Ángel Ramos, que culminó su personalidad en el mundo de la ciencia, fue su elección como Académico de Número de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En dicha Academia, desde el año 1877, en que ingresó don Máximo Laguna, prestigioso ingeniero y hombre de ciencia, se había mantenido casi sin interrupción la presencia de Ingenieros de Montes durante más de un siglo. Para cubrir la vacante del más reciente de todos ellos, don Manuel García de Viedma, llamaron a Ángel Ramos. Esto le preocupó mucho por la responsabilidad que suponía el nombramiento y porque, siempre dentro de su modestia, no encontraba «merecimientos suficientes y proporcionados» que justificasen el gran honor de que era objeto. Pero, por otra parte, le agradaba suceder en la Academia a su colega, un amigo con el que había compartido inquietudes, trabajos y peripecias «conspirando ambos para un mismo fin», como diría, en trance parecido, don Santiago Ramón y Cajal.

Le preocupaba también la redacción del discurso preceptivo de toma de posesión de su plaza de académico; trató de que no fuese un mero trámite para darle acceso a un sillón numerado, sino una oportunidad para manifestar públicamente sus puntos de vista sobre un tema tan actual y controvertido como la postura conceptual del hombre frente a la conservación de la Naturaleza.

Y otra preocupación, no baladí, conociendo su modestia y sus rasgos de humildad, era el protagonismo que había de asumir al participar en el acto de toma de posesión, con toda la parafernalia que llevan consigo estas solemnidades, incluida la vestimenta, infrecuente y nada cómoda. Pero, disciplinado, cumplió con todos los requisitos previos, no sin cierto tono ligeramente irónico. Comentaba jocosamente que, al encargarse el preceptivo frac, le preguntó el sastre si se debía a su pertenencia a alguna orquesta… El acto de toma de posesión se celebró el día 28 de abril de 1993, con todo éxito, y la lectura de su discurso «Por qué la conservación de la Naturaleza» fue seguida por un numeroso público de amigos, colegas, colaboradores y discípulos. Todos acompañamos a Ángel en el acto que suponía la confirmación, por otra parte innecesaria, de su valía y prestigio.

Como era tan querido por sus alumnos y colaboradores, la trascendencia de esta aparición pública de Ángel Ramos, tan poco aficionado a estas manifestaciones multitudinarias, dio lugar a un general alborozo por parte de sus seguidores, uno de los cuales le dedicó un festivo soneto, un tanto premonitorio, que no resistimos la tentación de transcribir:

SONETO A DON ÁNGEL

Adicto a ciencia y a filosofía
por los mares navega de la mente
manteniendo su rumbo, consecuente,
a vientos y oleajes desafía.

Más que el del faro, el símil que yo haría
de su mágico influjo entre la gente
es del campo magnético terrestre
que, sin luz ni sirena, a todos guía.

Don Ángel, Académico reciente:
cuide usted su salud con diligencia,
queda la meta lejos del presente,
por el gran laberinto de la ciencia
deambulan mil becarios en potencia
ansiosos de su verbo transparente.

(El becario lapidario -geólogo— Iván Rodríguez Lombardero)

Poco tiempo permaneció nuestro amigo como miembro de número de la Real Academia de Ciencias, menos de seis años, sobre todo si se tiene en cuenta la tradicional longevidad de la mayoría de los académicos. Pero, inmediatamente, se integró en las tareas académicas y, apercibidos de su valía, le asignaron enseguida el cargo de vicesecretario, que desempeñó con su diligencia y entusiasmo habituales. Se unió al grupo de colaboradores de la 3a edición del Vocabulario científico y técnico, ocupándose del área de Ciencias Naturales y Ecología y, al mismo tiempo, con la ayuda de las lexicógrafas Pilar de Vega y Paloma Cuesta, procedió a la revisión final de las fichas y su uniformización. Su labor fue intensa y cuidadosa y la importante obra significó un avance sobre las ediciones anteriores, rondando las 60.000 acepciones. NUEVA REVISTA publicó una reseña del Vocabulario en su número 45 (1996). Esperamos que la obra no se resienta por la pérdida de tan definitiva colaboración.

Su participación en el Consejo Editorial de NUEVA REVISTA fue asidua, importante y eficaz, y a ella nos referimos en la apresurada nota aparecida en el número anterior (N° 55, febrero 1998). Desde el primer momento, (febrero, 1990), fue miembro del mismo. Poco queda que añadir a lo escrito, excepto la relación de sus colaboraciones. Hasta el último momento, cuando su salud estaba ya muy deteriorada, asistió puntualmente a nuestras reuniones.

«El cambio climático» (N° 1, febrero 1990)
«Arde el bosque» (N° 19, noviembre 1991)
«El medio ambiente viene de antiguo» (No 30, junio  1993)
«El bosque uniformado»  (N° 34, abril1994)
«Sobre la naturaleza de la Ecología» (No 36, octubre 1994)
«Conversaciones con Ramon Margalef» (N° 40, junio/julio  1995)
«Entrevista a Manuel Losada «(N° 44, abril/mayo 1996)
«Entrevista a Sixto Ríos» (N° 48, diciembre 1996)

Por su empeño en dar más importancia a la formación que a la información, creó una escuela que impactará durante muchos años en la Ingeniería de Montes española. Su personalidad, su maestría, su entrega al trabajo y a los demás, su ponderación, su hombría de bien y su honestidad intelectual serán siempre un modelo para los discípulos que tuvieron la fortuna de conocerle. Pero también su recuerdo será permanente en sus amigos y colaboradores. Ángel Ramos fue un gran ejemplo para todos.

Ángel Ramos Fernández. Descanse en paz. Et luxperpetua luceat ei.