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El Rey de Marruecos, su Primer Ministro, su ministro de Exteriores y el de Justicia hablan un perfecto español: son la punta del iceberg de la gran aventura de nuestra lengua en el país vecino, una aventura que sometida a los avatares de la historia y las constantes de la geografía. Los noventa marcaron un punto de inflexión en las relaciones hispanomarroquíes: primero la Conferencia de Barcelona y luego los acuerdos de integración regional entre las dos orillas del Mediterráneo proclamaron la necesidad de que los Tratados de Libre Comercio euroárabes fueran acompañados de un diálogo cultural. Los líderes descubrieron entonces una voluntad política de crear algo más que una zona de libre comercio, de sustituir el paternalismo colonial por el sentimiento de copertenencia a un área regional común, en la que la dimensión cultural suavice viejas rupturas o conflictos, y donde la interculturalidad y el plurilingüismo sirvan para crear un nuevo espacio de prosperidad compartida.

Se trata de una apuesta de futuro que, por supuesto, no se originó de la nada: el caso de España y Marruecos es el ejemplo más significativo de una experiencia cultural compartida. España y su lengua han estado presentes en lo que se llamó Berbería hasta el XVIII; África en el  XIX; Rif y Marruecos español en la primera mitad del XX. El español fue la lengua de correspondencia internacional de la Cancillería marroquí, lengua de las relaciones internacionales y del gran comercio con Europa entre los siglos XVI y XIX. En el habla diaria del pueblo marroquí (árabe dialectal o bereber) hay más de 1.500 hispanismos, palabras testigos de la historia, incrustaciones que demuestran una interrelación que se remonta varios siglos, hasta el Protectorado hispano-francés de 1912.

Debemos admitir, sin embargo, que el español, lengua oficial del Protectorado en la zona Norte, sufre un gran declive tras la independencia de Marruecos en 1956. El árabe ocupa su lugar natural como lengua nacional y el francés se impone en todo el país como lengua de la enseñanza e idioma de trabajo en la Administración. España poco pudo hacer ante el fervor con el que el nuevo Estado convirtió prácticamente en lengua cooficial el francés, con el argumento de que era necesario para preservar la unidad nacional.

Los treinta años siguientes son una etapa gris. A pesar de que España había dejado una serie de instituciones educativas y una red de centros culturales donde se imparte la enseñanza reglada española como lengua extranjera, y de que mientras tanto en la universidad se creaban seis departamentos de español, este idioma encontraba un hueco escaso en el bachillerato marroquí: el Estado obligaba a estudiar en los tres últimos años del Bachillerato una segunda lengua extranjera, que podía ser el inglés, el español o el alemán. Las Actas del I Coloquio del Hispanismo Árabe (Madrid, 24/27 de febrero de 1976) dejaban constancia de una profunda insatisfacción ante la situación de la enseñanza del español y de un cierto exceso autocrítico. Las mismas quejas se repetirían seis años después en las I Jornadas de Personal Docente de Lengua y Cultura Españolas en los Países Árabes: «difícilmente se decidirán a estudiar un idioma considerado propio de países subdesarrollados y sin ninguna posibilidad».

Con la entrada en la Comunidad Económica Europea en 1986, la imagen de España en Marruecos sufre un cambio radical, hay una nueva percepción de la región vecina, reforzada por su coincidencia con una grave crisis económica en el Marruecos. El lastre del subdesarrollo obliga a los dirigentes marroquíes a reorientar la política económica voluntarista seguida desde la independencia, y a reexaminar la orientación de su política cultural: ciertas autoridades reconocen hoy que la marginación del español fue un error empobrecedor para la sociedad marroquí.

Por su parte, España convirtió al mismo tiempo a Marruecos en una de sus prioridades de política exterior. En la actualidad destina más de 4.000 millones de pesetas al año en mantener la red de sus once colegios e institutos —en los que están escolarizados unos 3.000 alumnos—, sus cinco Institutos Cervantes —en los que aprenden o perfeccionan nuestra lengua unos 10.000 marroquíes— o en conceder becas de posgrado para estudios en España. Estas ayudas, por sí solas, constituyen ya la mitad de lo que, para el mismo concepto, España invierte en el resto del mundo. Recientemente se han enviado también catorce expertos lingüísticos al país árabe para realizar funciones de asesoramiento y perfeccionamiento del español a los profesores de una decena de institutos marroquíes, que llevan a cabo una experiencia piloto de enseñanza reforzada de nuestra lengua. En la actualidad, en el Bachillerato público el español es impartido por unos seiscientos profesores a 36.000 alumnos. Además se han iniciado las negociaciones con el ministerio de Educación marroquí para lograr la implantación del español en la enseñanza primaria.

No existen estadísticas fiables sobre el número de hispanohablantes en Marruecos. La cifra de siete millones —sobre una población de treinta— avanzada por Mohamed Benaisa, ministro de Asuntos Exteriores, resulta exagerada para algunos observadores cualificados, que arrojan en sus propias estimaciones la cifra de tres o cuatro millones de hispanohablantes. Disponemos de otros datos: en el Norte sólo el 13% de la población ve la televisión marroquí; los centros de Marruecos tienen el 13% de matrículas de toda la red en el exterior del Instituto Cervantes, mientras que más de mil estudiantes, alumnos del sistema de enseñanza media pública marroquí, se presentan cada año a los exámenes de selectividad para cursar estudios universitarios en España.

La creciente implantación de empresas españolas en Marruecos es un poderoso acicate para el aprendizaje del español, pues facilita en alguna medida el acceso a un puesto de trabajo en un mercado laboral marroquí aquejado de un paro endémico. No hay duda de que el futuro del español en Marruecos está ligado a la presencia de capital español en el país, cuya entrada masiva está sin embargo supeditada a la modernización de su estructura administrativa. En el nuevo Marruecos moderno, el español podrá encontrar el hueco que dicta la geografía, la historia y la buena vecindad, y se podrán superar los obstáculos que han frenado, hasta hoy, su extensión en el sistema educativo marroquí. 

Directora del Instituto Cervantes de Tánger