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NUEVE AÑOS DESPUÉS de su Congreso de Sevilla, el XIII Congreso del Partido Popular ha significado la culminación de un largo recorrido consistente en convertir al antiguo partido de la derecha tradicional española en un partido moderno y renovado, que ha adoptado como seña de identificación el término centro reformista.

Nada de lo ocurrido en el Congreso de Madrid de enero de 1999 se explica sin tener como punto de referencia el Congreso de Sevilla. Allí se produjo la verdadera svolta, la determinación de un nuevo rumbo, y la recuperación del término de centro para presentarse ante los españoles.

Siempre he atendido con interés las razones de los detractores del término centro. Pero confieso que, a la luz de un análisis de los dos últimos siglos de nuestra historia, nunca me han convencido. Pensar que el término centro denota ambigüedad, debilidad o vacuidad ideológicas o creer que consiste en una pragmática posición entre dos extremos es -me parece- un craso error. El centrismo es, ante todo, una actitud que nace de una reflexión sobre las dificultades que en España se han presentado para sentar una convivencia duradera, en la que fuera posible el establecimiento de un espacio de consenso y una normal alternancia política, que son los dos rasgos de las democracias consolidadas.

La experiencia histórica de la España contemporánea muestra que las fracturas en torno a las cuestiones religiosa, social y de articulación territorial han sido tan profundas, que han dado lugar a enfrentamientos irreconciliables entre los españoles.

El centro es la respuesta a este problema. Es una respuesta que asume la convicción de que la superación de los riesgos de nuevos enfrentamientos exige un comportamiento político basado en la moderación, en un mayor diálogo, en una escucha más atenta de las posiciones de los adversarios, en la búsqueda de compromisos y en la voluntad de crear una amplia zona de entendimiento (lo que ahora llamamos consenso).

La svolta de Sevilla se hizo mediante un relevo generacional y la puesta en marcha de un proceso de ampliación de las bases del Partido Popular, acompañados de una modernización de sus principios ideológicos. José María Aznar asumió el liderazgo con una visión clara de los objetivos que había que ir alcanzando paso a paso.

Los resultados de ese proceso han sido espectaculares. Seis años después, el Partido Popular se había convertido en la formación política con mayores responsabilidades en España. Ejercía el Gobierno  de la Nación, gobernaba en doce Comunidades Autónomas y la gran mayoría de los Ayuntamientos con más de 50.000 habitantes.

¿Cuáles son las claves de esa carrera de éxitos? ¿Cuáles son los desafíos que le plantean a un partido que ha asumido tan enorme responsabilidad ante la sociedad española?

El impulso de Sevilla se produce en medio de la resaca de la caída del muro de Berlín. Se estaba iniciando una nueva época política en Europa y en el mundo. No sólo se había producido el derrumbamiento de los regímenes comunistas del mundo soviético sino que el modelo de socialismo real había quedado herido de muerte. Era evidente que entrábamos en un nuevo período histórico, aunque ello no tuviera nada que ver con la apresurada y endeble tesis del fin de la historia.

En España, el partido socialista era entonces una fuerza política hegemónica; había ganado tres elecciones sucesivas; contaba con un gran poder social y había impulsado durante un decenio las recetas socialdemócratas clásicas. Pero la nueva época no le resultaba confortable, aunque pretendiera que el fracaso del socialismo real no debía afectar a los partidos socialdemócratas, que habían ya aceptado las virtudes del mercado. El partido socialista daba síntomas de agostamiento; la corrupción le había salpicado y sus fórmulas empezaban a no servir en una sociedad que cambiaba a gran velocidad.

A mediados de los noventa, los españoles percibieron la necesidad de la alternancia política. Aznar ganó las elecciones en 1996 y puso en marcha una serie de reformas de signo claramente modernizador (saneamiento de las finan­ zas públicas, privatizaciones, liberalizaciones en sectores económicos claves, reforma laboral, reforma fiscal, el nuevo marco legal de las pensiones, profesionalización de los ejércitos, reformas en educación y sanidad, etc.).

La experiencia del gobierno Aznar obliga a una reflexión. Lo que a primera vista sorprende es cómo ha sido posible que un gobierno minoritario haya podido llevar adelante un programa de reformas de tal magnitud, manteniendo una envidiable estabilidad política y parlamentaria.

La clave del éxito se basa, a mi juicio, en dos factores complementarios: la orientación de las reformas y el método para llevarlas a cabo. La orientación era inequívoca: devolver un mayor protagonismo a la sociedad, teniendo en cuenta las coordenadas de la nueva época. El método era, acaso, nuevo en la escena política española: el de las reformas compartidas, esto es, el que  intentaba involucrar al máximo a los sectores sociales para la consecución de los objetivos propuestos. Apostar por este método nacía de una convicción: en las sociedades complejas y maduras, las reformas duraderas deben contar con la plena complicidad de la sociedad.

La experiencia de estos años de responsabilidad política ha sido el motor de un proceso de reflexión interna en el Partido Popular, que ha desembocado en la formulación del proyecto político aprobado por el XIII Congreso.

La reflexión parte de una constatación: la magnitud de los cambios experimentados en la sociedad española y en la escena mundial a lo largo de los años noventa obliga a diseñar unas políticas nuevas, por la vía de las reformas, para afrontar los desafíos de la nueva situación.

Por su parte, la sociedad española se ha transformado en esta década de modo sustancial. Tras la crisis de 1992-93, ha recuperado el pulso y ha protagonizado un proceso de profunda modernización. El esfuerzo por entrar en el euro ha saneado las finanzas públicas, ha generado una cultura de la estabilidad, ha hecho recuperar los equilibrios macroeconómicos. Las reformas impulsadas por el Gobierno Aznar han favorecido un intenso dinamismo en la sociedad española. Hay más empresas y mayor innovación. El resultado más palmario es la creación de más de un millón de empleos en dos años y medio. Pero, además, más de un millón de españoles se han convertido en nuevos pequeños accionistas. Y España es, por primera vez en la historia contemporánea, una potente exportadora de capitales, sobre todo a Iberoamérica.

La España de este fin de siglo poco tiene que ver desde el punto de vista económico y social, y de su situación en el mundo, con la que hemos conmemorado en el centenario del 98. Hemos superado la mentalidad de decadencia y de aislamiento y hemos recuperado la conciencia de nuestras grandes posibilidades. Tenemos la percepción fundada de que entramos en esta nueva era de la globalización con buenas condiciones de partida: tenemos la gran baza de nuestra cultura y una lengua de alcance mundial; el reencuentro con Iberoamérica nos abre fecundas vías de colaboración en el continente hispanoamericano; participamos de modo pleno en el proceso de integración europea.

Las nuevas condiciones en las que nos desenvolvemos obligan a las fuerzas políticas a llevar a cabo una redefinición de sus políticas para adaptarlas a los nuevos tiempos. La izquierda socialdemócrata vive este proceso con la conciencia de que las recetas clásicas del Estado de bienestar son ya inservibles. La tercera vía de Blair es un voluntarioso intento de salir del marasmo y de abrir un nuevo camino, mediante la reformulación de las políticas económicas y sociales.

El Partido Popular, a partir de presupuestos liberales y personalistas, ha elaborado un proyecto, el definido como centro reformista, para orientar de modo coherente las políticas que hay que desarrollar en los próximos años.

La formulación de este proyecto es  atractiva  y  ambiciosa.  Pretende  construir la sociedad de las oportunidades. Con esta expresión se quiere señalar que una sociedad en forma, capaz de generar riqueza y, por lo tanto, bienestar, no puede  ya construirse  con el Estado como protagonista.  Es imprescindible,  por el contrario, promover el protagonismo de la sociedad con un marco favorable para que haya dinamismo e innovación. La educación y el empleo son las dos palancas de la sociedad de las  oportunidades. La educación, porque sólo ciudadanos formados podrán desempeñar un papel activo en la sociedad del cono­ cimiento. Empleo,  porque  es la clave para  la prosperidad  en una sociedad.

Apostar por la educación quiere decir hacer un gran esfuerzo por mejorar su calidad. Apostar por el empleo significa establecer el marco más favorable para que la propia sociedad vaya generando nuevos puestos de trabajo. El camino realizado en estos tres años nos señala que vamos en la buena dirección.

Junto a estos objetivos, parece evidente que hay que emprender un gran esfuerzo para mejorar la eficiencia de los servicios públicos. El planteamiento no es otro que superar el antagonismo entre lo público y lo privado; apostar por la calidad y la eficacia.

Devolver el mayor protagonismo a la sociedad es una operación cultural y política de hondo alcance. Exige confiar en la propia sociedad; favorecer las iniciativas, el sentido de la responsabilidad, la capacidad de emprender. Exige la vigencia del valor de la libertad en la vida real. Por eso la sociedad de las oportunidades tiene que ser, no puede ser de otra manera, la sociedad de las libertades. Impulsar las libertades es una tarea imprescindible en los próximos años. Y no sólo las libertades clásicas sino las libertades cotidianas: elegir médico, elegir escuela, elegir el modo de ahorrar, elegir vivienda o elegir productos y servicios como consumidor.

La sociedad de las oportunidades ha de tener una red de seguridad. Ha de ser una sociedad integrada y solidaria, que luche contra los fenómenos de marginación. En el nivel de riqueza en el que ya nos movemos, las acciones para garantizar el bienestar y la integración no dependen tanto de los recursos como de las correctas orientaciones de las políticas que hay que realizar.

Y éste es un reto decisivo para los próximos años. Integrar es dar una nueva oportunidad. La red de seguridad implica unas pensiones garantizadas para el conjunto de la población.

Para llevar adelante un ambicioso programa de reformas en España es preciso tener en cuenta el marco político en el que vivimos: el Estado de las Autonomías. El Estado de las Autonomías es todavía una realidad muy joven e in fieri y, por lo tanto, conseguir que funcione con eficacia es una tarea política prioritaria. Los particularismos van en contra de las exigencias de un mundo caracterizado por la globalización. El engordamiento de las Administraciones es un fenómeno perturbador.  Sin una intensa cooperación, el Estado de las Autonomías genera disfunciones nocivas para una sociedad moderna. La tarea es ardua, pero hay que acometerla con decisión. Sólo un partido nacional que tenga una presencia asentada en todas las Comunidades Autónomas puede ejercer el liderazgo de tal empresa.

Surge, así, un nuevo concepto de responsabilidad política que han de asumir los partidos nacionales: la de ser instrumentos fundamentales para la vertebración necesaria que permite hacer frente a todos los retos de la nueva época.

Pero, además, las reformas que hay que abordar en todos los campos no pueden hacerse sin implicar directamente a los grupos sociales, a los sectores afectados. Y eso exige un modo de gobernar muy abierto a la sociedad, que implica diálogo, liderazgo persuasivo, capacidad de lograr acuerdos. Un partido político de la nueva época requiere una adaptación a los nuevos tiempos. Ya no tienen sentido los viejos partidos de modelo socialdemócrata (que acababan siendo mundos cerrados), ni tampoco los partidos que son sólo máquinas electorales. Se necesita un nuevo tipo de partido flexible, pegado a la sociedad, capaz de ayudar a generar las condiciones más favorables para las reformas.

En el XIII Congreso, el Partido Popular ha dado un gran impulso hacia la formulación del proyecto político que ofrece a los españoles para los próximos años. Estamos en los comienzos de una nueva etapa política en Europa, en la que las viejas formulaciones están destinadas al baúl de los recuerdos. Hay, ciertamente, resistencias a los cambios, miedo al futuro. Pero en una sociedad que cambia rápidamente, que vive intensos procesos de integración económica y política, modificaciones en las relaciones sociales, la renovación  es la condición para seguir viviendo.

Político y periodista (1946-2024). Ha sido a lo largo de su dilatada trayectoria, director general de RTVE y secretario general de Educación.