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Mark Van Doren (1894-1972) es sobre todo conocido como ganador del premio Pulitzer de Poesía (1940) y como catedrático de Inglés durante más de cuarenta años en la Universidad de Columbia. Dejó una fuerte impronta en varias generaciones de universitarios estadounidenses. Un alumno suyo muy notable fue Thomas Merton. Este segundo ensalza a Van Doren en La montaña de los siete círculos.

Van Doren es también una mente preclara explicando el papel de la universidad, de los estudios, de cómo se estudia, de la formación y de la importancia de los grandes libros en la formación. Lo hace notablemente en su ensayo Liberal Education.

Mark Van Doren en 1920. Foto: © Wikimedia Commons
Mark Van Doren en 1920. Foto: © Wikimedia Commons

De Mark Van Doren, Liberal Education, Henry Holt and Company, Nueva York, 1945, sacamos a continuación su visión del carácter y de la educación del carácter.

  • «Una clasificación tradicional revela cuatro tipos de virtud: la vegetativa o física, que pertenece a un cuerpo sano y elegante; la moral, que sugiere un alma ordenada; la intelectual, que demuestra la posesión de una mente disciplinada para hacer todo aquello que la mente puede hacer; y la teologal, que nos prepara para ser ciudadanos en la eternidad. Debemos admitir inmediatamente que dependen las unas de las otras, incluso, quizás, el primer y el cuarto tipo de virtud. Nadie ha tenido éxito separando uno de estos elementos y convirtiéndolo en absoluto. Sin embargo, el actual énfasis en el carácter como el objetivo de la educación significa que las virtudes morales están en alza y exige que nos detengamos para considerar lo que significa este énfasis. Se prefieren las virtudes morales a las intelectuales. La virtud física y la virtud teologal apenas tienen cabida en la conversación por dos razones que no son idénticas. Se asume en casi todos los ámbitos que un cuerpo sano participa por igual en la salud moral e intelectual. Y que las virtudes teologales ya no están de moda» (p. 58). (En versión original: «A traditional classification discovers four kinds of virtue: the vegetative or physical, belonging to a sound and graceful body; the moral, suggesting an ordered soul, the intellectual, proving the possession of a mind disciplined to do whatever mind can do; and the theological, preparing us for citizenship in eternity. It should be admitted right away that all of these kinds depend upon one another—even, perhaps, the first and the fourth. Nobody has been successful in separating one sort and making it absolute. Yet a current emphasis upon character as the aim of education means that the moral virtues are in process of preferment, and demands that we pause at this place to consider what such an emphasis means. The moral virtues are being preferred to the intellectual virtues. The first and fourth kinds scarcely enter the discussion, for two reasons that are not identical. A sound body is almost everywhere assumed to have a part equally in moral and in intellectual health. And the theological virtues are unfashionable» (p. 58)).
  • «Las mismas excentricidades extracurriculares que ridiculizamos no son más que los intentos por parte del alumno de conseguir por sí mismos, al fin, una vida plena. Que la educación sean la iglesia y el hogar, que el carácter sea forjado en el campus» (p. 59). (En version original: «The very extracurricular antics which we ridicule are nothing but the attempts of students to provide themselves with a full life at last. Let education be church and home, let character be built on the campus» (p. 59)). 
  • «Estar de acuerdo con Platón en que la educación “hace a los hombres buenos” y con Aristóteles en que “nadie diría que un hombre es feliz si no tiene fortaleza, templanza, justicia y prudencia”, no significa decidir de inmediato que la principal ocupación consciente de un profesor pueda ser siempre el carácter» (pp. 59-60). (En versión original: «To agree with Plato that “education makes men good,” and with Aristotle that “no one would say a man was happy who had no fortitude, no temperance, no justice, no prudence,” is not at once to decide that the prime conscious occupation of the teacher can ever be with character» (pp. 59-60)).
  • «“El carácter de un hombre es su destino”, dijo Heráclito, y William James, extendiendo la afirmación, fijó como cierto que “toda nuestra vida no es más que una masa de hábitos sistemáticamente organizados para nuestro bien o mal, y que nos llevan irresistiblemente hacia nuestro destino”. Las virtudes morales, remarcaba san Agustín, “son el uso propio de nuestra libertad”. Entonces, las virtudes morales, y el carácter que conectamos con ellas, son muy importantes. Pero ahí está la palabra “libertad”, que requiere del intelecto para poder entenderla correctamente, y existe la conocida dificultad de tomar las virtudes morales por asalto directo» (p. 60). (En versión original: «“A man’s character is his fate,” said Heraclitus, and William James, extending the statement, fixed it as certain that “all our life is but a mass of habits systematically organized for our weal or woe, and bearing us irresistibly toward our destiny.” The moral virtues, St. Augustine remarked, are “the proper use of our freedom.” Then the moral virtues, and the character we connect them with, are of high importance. But there is that word “freedom,” which requires the intellect for its proper understanding; and there is the known difficulty of taking the moral virtues by direct assault»(p. 60)).
  • «El carácter en su máxima expresión, pensaba Woodrow Wilson, es una consecuencia del trabajo duro bien hecho: y él se refería al trabajo intelectual. Lo que puede recordarnos el peligro que puede haber al separar la moral de la mente. Separados así la moral de la mente, pueden volverse tan insignificantes como para ser despreciables o tan importantes como para ser monstruosos. Las comunidades más vociferantes sobre la moralidad son aquellas en las que circula una menor vida intelectual» (p. 61). (En versión original: «Character at its best, thought Woodrow Wilson, is a by-product of hard work well done: and he meant intellectual work. Which can remind us of the danger there may be in separating morals from mind. Thus separated, they can become so unimportant as to be contemptible or else so important as to be monstrous. Those communities are most vociferous about morality in which the least intellectual life goes on» (p. 61)). 
  • «El peligro de separar el carácter del intelecto y pedirle al carácter que opere solo es que los hombres tendrán entonces licencia para manejar las ideas morales como si no fueran ideas. Sin capacidad de abstracción, nos ciega lo que vemos, como los hombres de Platón que emergen de su cueva. Lo que no vemos es la naturaleza de lo que hacemos. “La virtud es conocimiento”, decía Sócrates, quien demostró que el hombre ignorante no puede ser valiente, porque el valor consiste en saber qué se debe y qué no se debe temer. Sin duda, nadie negará que el mundo debería salvarse de la ignorancia. Pero una forma popular de ignorancia es la creencia de que quienes no saben lo que hacen pueden ordenar la vida; de que el fervor es suficiente. Nuestra sinceridad depende de nuestro conocimiento acerca de lo que estamos hablando. La moral no puede ser mejor que el pensamiento. El método más sólido de educación moral es enseñar cómo se produce el pensamiento. “Procuremos entonces —decía Pascal— pensar bien; este es el principio de moralidad”» (p. 63). (En versión original: «The danger in separating character from intellect and asking it to operate alone is that men will then be licensed to handle moral ideas as though they were not ideas. Without a capacity for abstraction we are blinded, like Plato’s men emerging from their cave, by what we see. What we do not see is the nature of the thing we do. “Virtue is knowledge,” said Socrates, who proved that the ignorant man cannot be courageous, for courage consists in knowing what is and what is not to be feared. Doubtless no one would deny that the world should be saved from ignorance. But a popular form of ignorance is the belief that life can be ordered by those who do not know what they are doing; fervor is enough. Our sincerity depends on our knowledge of what we are talking about. Morals cannot be better than thought. The soundest method of moral education is teaching how thought is done. “Let us endeavor then,” says Pascal, “to think well; this is the principle of morality”» (p. 63)). 
  • Por tanto, parecería que cualquier disyunción radical de la educación moral y la educación intelectual es peligrosa. El carácter es tanto intelectual como moral. “La elección se puede considerar como una inteligencia que desea o como un deseo que razona”, afirma Aristóteles, “y esta combinación produce el principio flexible que es el hombre”. No queremos sabiduría sin bondad, pero tampoco podemos soportar la bondad sin sabiduría. Ambos necesitan tiempo para volverse perfectos, y tal vez no haya un momento en la vida en el que estén equilibrados» (pp. 63-64). (En versión original: «So it would appear that any radical disjunction of moral education and intellectual education is perilous. Character is both intellectual and moral. “Choice may be regarded either as an intelligence that desires or as a desire that reasons,” says Aristotle, “and this combination makes the moving principle that is man.” We do not want wisdom without goodness, but neither can we bear goodness without wisdom. Both take time to become perfect, and there is perhaps no moment in any life when they are evenly balanced») (pp. 63-64). 
  • «Es la virtud moral lo que hace estudioso a un pupilo y no meramente un curioso, por citar una de las muchas distinciones sutiles de Mortimer Adler en este campo; lo que hace que el erudito sea lo suficientemente valiente para una investigación genuina; y lo que puede salvar a cualquiera de lo que Sócrates llamó misología: el odio equivocado a todas las ideas porque algunas han resultado malas, la desconfianza de toda razón porque uno ha sido engañado. Es el carácter moral el que nos da la fuerza para asumir la responsabilidad de nuestros actos. Y algo aún más sutil nos permite amar la verdad para que podamos conocerla, nos da el poder de deleitarnos en lo que la mente ha determinado que es excelente. Todo lo cual se puede resumir diciendo que la educación tiene en mente no tanto al hombre moral como al hombre bueno; o, más sencillo aún, al hombre» (p. 64). (En versión original: «It is moral virtue which makes a pupil studious rather than merely curious, to take one of Mortimer Adler’s many fine distinctions in this field; which makes the scholar brave enough for genuine inquiry; and which can save anyone from what Socrates called misology —the mistaken hatred of all ideas because some have turned out bad, the distrust of all reason because one has been deceived. It is moral character that gives us the strength to take the responsibility for our acts. And something even subtler lets us love the truth so that we may know it, gives us the power of delighting in whatever the mind has determined to be excellent. All of which can be summed up by saying that education has in prospect not so much the moral man as the good man; or, more simply, the man» (p. 64)). 
  • «La imaginación es el ángel de la guarda del deseo y de la decisión, que explica la corrección o incorrección de las acciones más de lo que nadie calcula […]. La capacidad para tales imágenes procede al final de la virtud intelectual y moral […]. Es una cuestión de entrenamiento, de carácter templado y preparado que todas las personas formadas pueden compartir. Este carácter es condición para la solución de cualquier problema de gran envergadura, ya sea en las relaciones de los pueblos —y tales relaciones, comenzando por el hogar, exigen primero el conocimiento de sí mismo […]— o en los ámbitos de la pura especulación. En matemáticas, por ejemplo» (p. 127). (En versión orinal: «Imagination is the guardian angel of desire and decision, accounting for more right action, and for more wrong action, than anybody computes […]. The capacity for such images comes finally with intellectual and moral virtue […]. It is a matter of training, of the tempered and prepared character which all educated persons can share. This character is a condition for the solution of any huge problem, either in the relations of peoples—and such relations, beginning at home, call first for knowledge of self […]—or in the ranges of pure speculation. In mathematics, for example» (p. 127)).

[Traducción y subrayados: José Manuel Grau Navarro]

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.