«Diálogos sobre la fe», de Martin Scorsese y Antonio Spadaro

El cineasta ha conservado siempre su nostalgia por la religión en la que se educó de niño, como plasma en las historias de culpa y redención de muchas de sus películas

El director de cine Martin Scorsese dando instrucciones al actor Andrew Garfield en el rodaje de «Silencio»
Scorsese y el actor Andrew Garfield durante el rodaje de «Silencio». © Paramount Pictures
Alfonso Basallo

Martin Scorsese. (Nueva York, 1942). Director, guionista y productor de cine, perteneciente a la generación del Nuevo Hollywood, surgida en los años 70. Ganó la Palma de Oro de Cannes por Taxi driver (1976) y el Oscar por Infiltrados (2007). Autor, entre otras películas, de Toro salvaje, Uno de los nuestros, Casino y Silencio.

Antonio Spadaro. (Mesina, 1966). Jesuita, teólogo y ensayista. Exdirector de la revista La civiltà católica. Es subsecretario del dicasterio para la Cultura y la Educación. Autor de Mi puerta siempre está abierta, libro de conversaciones con el papa Francisco.


Avance

No se puede entender buena parte del cine de Martin Scorsese sin las referencias a Dios. Nieto de inmigrantes sicilianos, criado en el barrio neoyorquino de Little Italy, se planteó la vocación sacerdotal, aunque reconoce que buscaba más refugio que un verdadero compromiso. Se alejó después de la iglesia, pero conservó siempre su nostalgia por la fe, que se plasma en las historias de culpa y redención de muchas de sus películas.

De todo ello habla el cineasta con el jesuita italiano Antonio Spadaro en Diálogos sobre la fe, libro que recoge conversaciones sobre Dios, el cine y el sentido de la vida, que han mantenido en distintos momentos desde 2016.  

Varias de las películas de Scorsese reflejan su búsqueda espiritual. La, por otro lado polémica, La última tentación de Cristo pretendía ofrecer un Jesús cercano a quienes se sienten indignos de amor, en palabras del propio director. Toro salvaje es un retrato de la autodestrucción del peso pesado Jake La Motta, con explícitas referencias evangélicas y ecos autobiográficos del cineasta. Silencio expone el drama de la fe durante la persecución en el Japón del siglo XVII, a través de un caso límite: el chantaje al que someten a un jesuita para que apostate si no quiere ver cómo martirizan a sus feligreses. Los asesinos de la luna, sobre el exterminio y expolio de los indios de Oklahoma, muestra dos caras del mal, diferenciando entre corrupción y pecado.

En su obra, la violencia aparece como una expresión inevitable de la condición humana, mientras que el mal se manifiesta tanto en crímenes mafiosos como en dilemas de conciencia. Scorsese reconoce influencias de Dostoievski, Graham Greene, Rossellini, Pasolini y otros cineastas de tradición católica. Considera que la predestinación es «una especie de coartada cuasi espiritual […] si ya estoy condenado, más vale que haga lo que me dé la gana»; y afirma que en sus películas siempre queda abierta la puerta de la redención, incluso para personajes abyectos como el que encarna Robert De Niro en El irlandés.

El libro alterna reflexiones de Scorsese sobre el cine, como el papel clave del montaje en la creación de una historia, con otras sobre la necesidad de la fe, al subrayar que le parece ingenua la idea de que todo pueda explicarse por la ciencia. Y asegura que, aunque no es muy practicante, se siente cómodo en el catolicismo después de haber probado muchas cosas a lo largo de su vida. El libro incluye, además, un breve esbozo de guion de Scorsese sobre Jesucristo.  

ArtÍculo

En mayo de 2023, el papa Francisco lanzó un llamado a los artistas cristianos: «Necesitamos el genio de un lenguaje nuevo, de historias e imágenes poderosas, de escritores, poetas, artistas capaces de gritar al mundo el mensaje del Evangelio, de hacernos ver a Jesús». Y uno de los que recogió el guante fue el director neoyorquino Martin Scorsese.

Católico no practicante, que llegó a estar de adolescente en un pre-seminario, muy interesado por asuntos como la conciencia, el pecado, la gracia, la redención, Scorsese planea desde aquel encuentro con el papa rodar un filme sobre Jesús, muy distinto del polémico La última tentación de Cristo (1988). En realidad, casi toda su obra cinematográfica está impregnada de inquietud religiosa y no se pueden entender películas como Taxi driver, Toro salvaje, Casino o El irlandés sin las coordenadas cristianas.

Martin Scorsese y Antonio Spadaro. «Diálogos sobre la fe». Espasa, 2025.

Es el propio cineasta quien así se lo cuenta al jesuita Antonio Spadaro en el libro Diálogos sobre la fe, en el que repasan parte de su filmografía y conversan, de forma distendida, sobre su relación con Dios y sobre el sentido de la vida.

Todo surgió en 2016, cuando Spadaro se reunió con Scorsese para hablar de Silencio, película sobre la persecución a los jesuitas del Japón del siglo XVII, inspirada en la novela homónima de Shusaku Endo. Aquel fue el punto de partida de sucesivos encuentros, en Nueva York y en Roma, que han mantenido a lo largo de los últimos años.

Enseguida se hicieron amigos, sobre todo al saber que eran casi «paisanos», pues Spadaro nació en Mesina y los abuelos del cineasta son de Polizzi Generosa, a medio camino entre Mesina y Palermo.

Qué es el ser humano

«Los que rodamos películas no lo hacemos para nosotros mismos —afirma Scorsese— sino para hacer justicia a la vida que nos rodea y para responder a la pregunta sobre qué es el ser humano». Esta es la indagación que ha ido haciendo el director a lo largo de su vida, desde su infancia en Little Italy.

De adolescente, el ejemplo de un sacerdote al que admiraba —Francis Principe— le hizo plantearse la vocación y estuvo en Cathedral College de Nueva York, un especie de pre-seminario, pero a los dos meses le «invitaron a dejarlo». Ahora confiesa que quería ser cura para «esconderse». «Trataba de esconderme de la vida y del miedo. […] Pensé que podía fabricar la vocación, controlar la situación»; pero una vocación es todo lo contrario: ante «el misterio de amor de Dios […] se trata de renunciar al control y de abrirte a lo que puede convertirse en amor verdadero».

Por otro lado, siendo un niño enfermizo, debido al asma, creció oyendo a cuentacuentos callejeros y a su propia madre, «una gran narradora de historias», y yendo al cine con frecuencia. En su imaginación se mezclaba todo eso con el arte que contemplaba en la iglesia: «pinturas, crucifijos, vidrieras policromadas y estaciones del vía crucis, que eran como secuencias en una película». Así que ver y creer en lo que no se ve, cine y religión, se entrecruzaron en la formación del joven Martin. «Para mí la cuestión de la exploración de Jesús tenía que expresarse mediante el cine».

Ese sería el germen de La última tentación de Cristo, Silencio e incluso de otras de temática contemporánea como Malas calles o Toro salvaje, la historia de autodestrucción del peso medio Jake La Motta (Robert De Niro). Ninguna de ellas es complaciente, sino que son obras oscuras e incluso polémicas, propias del cristianismo unamuniano del cineasta.

Así, planteó La última tentación de Cristo, aproximación heterodoxa a la figura de Jesús basada en la novela de Katzantzakis, como una película para personas que dicen: «Soy un borracho, […] soy mezquino, no tengo corazón, nada hay en mi vida ni nada tengo que ofrecer, no me merezco que me quieran, es imposible que Jesús me ame». Y ese era, justamente «el Jesús que yo quería para ellas».

Toro salvaje se cierra con una cita del evangelio de San Juan, cuando el personaje de Jake La Motta, retirado del ring y recitando monólogos cómicos en bares de mala muerte, contempla en el espejo la ruina en la que se ha convertido: «Solo sé una cosa: que era ciego y ahora veo» .

Scorsese le cuenta a Spadaro que este filme tenía algo de autobiográfico porque, como Jake La Motta, el propio Scorsese se estaba autodestruyendo, por la cocaína y una fuerte depresión tras el fracaso de su anterior película, New York, New York (1977). «Llegué a hacerme bastante daño, pero luego logré salir de ahí». La Motta «castiga a todas las personas que le rodean, pero quien más lo hace es a sí mismo». Por eso al final, «cuando se mira al espejo, se da cuenta de que tiene que apiadarse de sí mismo, aceptarse y convivir consigo mismo. Tal vez entonces le resulte más fácil hacerlo con otras personas y aceptar su bondad».

La violencia y la presencia del mal son dos constantes de sus películas. «La violencia sale de nuestro interior, forma parte de la condición humana», afirma. Aunque no llegó a presenciar ningún asesinato entre mafias en Little Italy, conoció a testigos de esos crímenes.

Entre Bernanos y Shusaku Endo

Y el mal está presente en filmes como Infiltrados y la propia Silencio, sobre todo en el chantaje que los señores feudales japoneses hacen al jesuita Rodrigues para que pise la imagen de Cristo si no quiere que sean ejecutados varios cristianos. Scorsese cuenta que le regalaron la novela de Endo en 1988, que leyó en el tren bala de Tokio, tras haber acabado de rodar sus escenas interpretando a Van Gogh para Los sueños de Akira Kurosawa. Tardó casi veinte años en llevarla a la pantalla. Y lo hizo gracias a la ayuda de su guionista Jay Cocks, y a que sintonizó con personajes como el padre Rodrigues o Kichijiro, el aldeano que traiciona, una y otra vez, a sus hermanos de fe y confiesa, una y otra vez, sus pecados. Mientras que en el Bernanos de Diario de un cura rural «hay una dureza inexorablemente áspera, en Endo la ternura y la compasión están presentes».

Entrevistador y entrevistado glosan el último filme de Scorsese, Los asesinos de la luna (2023), sobre el exterminio de los indios osage por parte de los blancos para quitarles el petróleo, en la Oklahoma de los años 20. Y aparecen dos formas de hacer el mal: la de Bill (Robert De Niro), que disfraza la abyección de rectitud externa, y la de su sobrino Ernest (Leonardo di Caprio), joven franco y directo que, por autoengaño y debilidad, se ve empujado por las circunstancias. Según Scorsese, Bill sería un corrupto; Ernest, un pecador. A «Bill, Dante lo hubiera relegado a círculos del infierno más bajos que los de Ernest» afirma el director.

Los intentos, generalmente infructuosos, por redimirse son una constante en la filmografía de Scorsese (Toro salvaje, Uno de los nuestros, Casino etc.), con claras influencias de dos de sus autores de cabecera, Dostoievski y Graham Greene. El cineasta revela que comparte con el papa Francisco su afición por el escritor ruso y concretamente por Memorias del subsueloTaxi driver es mis Memorias del subsuelo»). Y del británico, aprecia El poder y la gloria y, todavía más, El revés de la trama.

La coartada de la predestinación

El director confiesa a Spadaro que sus personajes están en el filo de la predestinación, aunque siempre queda abierta la puerta de la redención. La predestinación parece «una especie de coartada cuasi espiritual, es decir, si ya estoy condenado, más vale que haga lo que me dé la gana». Mas, en última instancia, el hombre siempre tiene «la libertad de elegir»… por eso, en sus filmes «también tiene relevancia la libertad humana, de no ser así no estaríamos hablando de redención».

En ocasiones, esta aparece casi in extrimis, tras una catarsis de sangre y violencia. Incluso en personajes tan abyectos como Frank (Robert De Niro) en El irlandés. Tras haber liquidado a su antiguo jefe Hoffa (Al Pacino), y cumplir condena en la cárcel, hace «examen de conciencia» al final de su vida, en un hogar de ancianos, «de forma casi inconsciente, cuando el peso es tal que se le hace demasiado difícil de soportar».

Scorsese deja claro que la única forma de luchar contra los males que asolan el mundo, incluso los que se ciernen actualmente sobre nosotros, esa «tercera guerra mundial a pedazos» de la que hablaba el papa Francisco, es la lucha contra uno mismo: «Nos consolamos con la fantasía de que nada tiene que ver con nosotros. Creo que la única esperanza real reside en que cada ser humano cambie desde dentro, uno por uno».

El libro salta de un tema a otro, sin carácter sistemático, al hilo de las conversaciones distendidas del jesuita y el cineasta. Contiene interesantes reflexiones de Scorsese sobre su oficio, como la que describe la esencia de la creación cinematográfica: «El entorno que creas es una cosa (y eso depende de la fotografía), pero la unión y la sucesión de imágenes es lo que te atrapa de la película y lo que te interpela. Esto último es cosa del montaje, y es la acción de la propia creación cinematográfica».

Y junto con ello, observaciones sobre la necesidad de la fe: «La idea de que todo pueda explicarse desde el punto de vista científico no me parece tanto ridícula como, en el fondo, ingenua». O su aproximación a la Iglesia después de años de «haber estado probando con esto o con lo otro: «Donde más cómodo me siento es siendo católico». Aunque practica poco, asegura creer «en los principios del catolicismo, la idea de la resurrección, de la encarnación, el potente mensaje de la compasión y el amor…». Para Scorsese, el mensaje de Cristo no debería circunscribirse al ámbito de los templos: «Hay que sacar a Jesús y Dios de la iglesia y llevarlos a la calle y a nuestros hogares», y comprometer la vida entera del creyente: «Ir a misa ha de convertirse en algo más que pagar los plazos semanales de una póliza de seguros moral»; los laicos —apostilla—  debemos «hallar el modo de incorporar a Dios a nuestros corazones».

Esbozo de guion sobre Jesucristo

Completa el libro de Spadaro un esbozo de guion de doce páginas sobre Jesucristo, que el cineasta ha preparado. Para Scorsese el mejor Cristo cinematográfico es el de Pier Paolo Pasolini (El evangelio según san Mateo), película que califica de «poesía nueva, moderna», con el estilo sobrio del cinéma vérité: «Una obra de arte […] con aquella mezcla musical de Bach, Prokofiev y la Misa Luba».

Y en toda su obra hay marcadas influencias de Roberto Rosellini y sus películas Roma, cittá aperta; Europa 51, Te querré siempre (Viaggio in Italia) y Francisco, juglar de Dios. Pero también de Hitchcock (Vértigo), Fellini (Ocho y medio) y John Ford (Centauros del desierto) como recuerda en el libro. Todos ellos, por cierto, cineastas de cultura católica.


La imagen de cabecera muestra a Martin Scorsese dando instrucciones a Andrew Garfield durante el rodaje de Silencio, en 2016. © Paramount Pictures.