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El profesor Antonio Fontán, creador del Instituto de Periodismo de Navarra, figurará en la historia de la universidad española como el iniciador real de las enseñanzas de Periodismo a nivel superior en el seno de la universidad.

A fines del siglo XIX se había creado un seminario periodístico en la universidad de Salamanca; en el alto franquismo se habló de introducirlo como una sección en la Facultad de Filosofía y Letras; y, en el bajo franquismo, una enmienda a una Ley de Educación abrió la posibilidad de llevar los estudios de Periodismo a la universidad. Pero fue en 1958, que el profesor Fontán dirigía un curso sobre «Periodismo y cuestiones de actualidad» durante el verano, cuando hemos de considerar como el inicio de la enseñanza del Periodismo en la universidad española. La fundación del Instituto de Periodismo en la Universidad de Navarra, a partir del curso académico 1958-59 y convertido más tarde en Facultad de Comunicación, es la coronación de una idea y un proyecto que ha dado al Periodismo español, hispanoamericano y europeo centenares de brillantes profesionales de la información y de profesores de la materia en España y América.

Una idea y un proyecto para la preparación de profesionales periodistas que, en el empeño de Fontán, a mi modo de ver, se fundó en cuatro aspectos nucleares: una concepción teórica, seria y profunda de lo que son el periodismo y sus consecuencias sociales; una consideración ética de la responsabilidad profesional; una valoración imprescindible de lo que supone la formación cultural de los periodistas; y, en cuarto lugar, una valoración subordinada de la práctica profesional, que Antonio Fontán ya tenía cuando acometió la tarea de elevar la enseñanza del periodismo al nivel de la enseñanza superior.

Puedo asegurar que todo esto, como he dicho, había empezado antes del curso de 1958 en Pamplona, porque he sido testigo de ello. Tiempo antes, en su despacho de director de La Actualidad Española -aquel gran semanario gráfico que, al modo de Life, nos hacía ver la vida, más que leerla-, Fontán nos daba clase de periodismo a cuatro o cinco periodistas y profesores de periodismo, que hoy estamos todos sobre los setenta años, de teoría periodística, de ética profesional, de cultura de la prensa, etc. También poníamos a punto el dominio del inglés. Nacía así una escuela de periodismo en el seno de una empresa informativa, como es tradición en el mundo anglosajón, en el entorno de Fontán.

Cuatro años antes de poner en marcha el Instituto de Periodismo en Pamplona, Fontán había fundado la revista mensual Nuestro Tiempo, cuyo número uno vio la luz en julio de 1954 La dirección de esta «Revista de cuestiones actuales» le había llevado a estudiar y a hacer su propia valoración de la prensa cultural europea y las revistas de pensamiento y de política, tan en boga en los países de la Europa occidental a mediados del siglo pasado.

La revista cultural Nuestro Tiempo se concibió también como una publicación informativa de actualidad: «Aspira a ser -decía en su presentación- una revista que recoja los latidos de la vida contemporánea, que informe y oriente acerca de los hechos, las ideas y los hombres que definen nuestra época, constituyen el presente y están creando el mundo de mañana».

En este universo mental, que animaba los comienzos de la nueva publicación -un entendimiento intelectual y crítico de la actualidad- radicaba y se fundamentaba la idea y el proyecto de un centro de enseñanza de periodistas. Pienso que el aprendizaje del periodismo semanal de La Actualidad Española, pegado a la inmediatez de los hechos; y por otra parte, el periodismo analítico y crítico de Nuestro Tiempo, revista interesada en todo tipo de cuestiones pero tratadas desde la mirada del intelectual, proporcionaron a Fontán el conjunto de ideas y de experiencias para lo que iba a ser el Instituto de Periodismo.

De alguna manera, Nuestro Tiempo se convirtió, al fundarse el Instituto de Periodismo, en un campo de experiencias profesionales para los profesores y alumnos del último curso. La coincidencia en la persona del profesor Fontán de la dirección de la revista y del Instituto fue extraordinariamente beneficiosa para ambos empeños.

Antonio Fontán, que al comenzar estas tareas, además de periodista era ya catedrático de Latín en la universidad de Granada y excelente conocedor del mundo clásico y del clasicismo renacentista, manejaba lógicamente la bibliografía alemana de su especialidad y por ello, al elaborar y explicar una teoría del periodismo, acudió a las fuentes alemanas, absolutamente desconocidas en España y las más serias y acabadas sobre lo que es el hecho técnico del periodismo y sus consecuencias públicas.

Así, lo recuerdo manejando como un talismán para penetrar en las antiguas y clásicas teorías alemanas, las obras del más ilustre de los teóricos germanos, Emil Dovifat; especialmente los dos tomos del Zeitungslhere, que todavía no habían sido traducidos por el Fondo de Cultura Económica de México. Una concepción del periodismo, como hecho técnico y como hecho social que, aunque incardinado en las teorías de la prensa que se impartían en las universidades de lengua alemana, guardaba para Fontán un extraordinario paralelismo y aun simbiosis con el devenir histórico.

Por eso, la evolución de la prensa, tal como Fontán ha escrito alguna vez, parte «desde el seno de la prensa misma […]. Pero, en parte muy principal, le ha sido impuesta desde fuera, por el progreso de la técnica, por exigencias económicas, por las transformaciones sociales y, en fin, por el diverso planteamiento en nuestros días de la política». Con esta descripción, Fontán elabora una teoría de la evolución de la prensa contemporánea, que siempre estuvo presente en sus explicaciones magistrales y que se constituye en la estructura básica sobre la que nuestro homenajeado levantó el Plan de Estudios del Instituto de Periodismo a partir de 1958.

En efecto, el plan de estudios de Navarra nace nucleado en esos cuatro aspectos que hemos enunciado más arriba: teoría periodística, ética profesional, cultura histórica y de actualidad, y práctica, tanto en la forma de elaboración de los mensajes como en su cristalización en la página impresa. A este propósito, se puso en marcha el periódico Redacción, que los alumnos preparaban con el rigor y las prisas de un verdadero diario y que se imprimía cada quince días, así como la revista Gaceta Universitaria, que aún hoy sigue saliendo en Madrid como prensa gratuita; y también los programas radiofónicos que se difundían por las diferentes emisoras de Pamplona.

Pero la práctica periodística, en la concepción intelectual que Fontán aplicaba a la preparación de los profesionales, era algo subordinado a una base cultural seria y a una responsabilidad ética sin la que el periodismo no puede ofrecer a la sociedad lo que ésta necesita para su plena libertad social, cultural y política, como la teoría del periodismo exige y el profesor Fontán explicaba en sus cursos de Introducción al Periodismo -una asignatura clave, que yo mismo transformé más tarde en la Teoría General de la Información, obligatoria hoy en todas las Facultades de la especialidad-.

Con la perspectiva que proporciona el paso de los años y a partir de la convivencia de tanto tiempo con nuestro personaje, pienso que Fontán va a una u otra empresa por una radical confianza en el hombre y en el fin espiritual de éste. En el Instituto de Periodismo -y esa es también mi propia experiencia- no íbamos a formar periodistas, sino a capacitar hombres libres que, a lo largo de su vida profesional, pudiesen servir a los públicos receptores de los medios, desde un periodismo bien hecho y desde una clara responsabilidad ética.

Precisamente, en el número uno de Nuestro Tiempo, Fontán publicaba un breve ensayo, titulado «Este tiempo nuestro», en el que, al caracterizar la primera mitad del siglo XX, ve inmerso a ese tiempo en una tensión avasalladora entre historicismo y racionalismo, ambas corrientes empeñadas en la negación de la individualidad humana -lo hace tanto el peso abrumador del pasado como una razón abstracta, como lo es la del racionalismo extremo-.

A la altura de aquella primera mitad del XX, en unas circunstancias y corrientes de pensamiento que, en tantos aspectos, se han dado la vuelta y ya no son los que eran, Fontán también encontraba la salida, con un programa de trabajo para los futuros periodistas: «Pero la salvación tampoco se halla en la nostalgia. Lo que los hombres de este tiempo nuestro tenemos por delante como un quehacer es el mañana, y la más penosa, difícil y abnegada tarea de ir haciendo el presente». Unas palabras estas que podían haberse puesto en el frontispicio del Instituto de Periodismo por él fundado.

El éxito y la brillantez de resultados académicos y científicos que ofrece, en este campo, a la universidad española la de Navarra, arrancan sin duda de los serios planteamientos intelectuales iniciales que Fontán supo poner en marcha. Todavía hoy, su visión del futuro de la prensa, con cuarenta años de antelación, se nos ofrece como una profecía de lo que nos está pasando: «La Prensa -decía entonces Fontán- va a tener que hacer, cada día, una opción entre los principios morales que deben inspirarla y que la autoridad tiene el deber de exigir que la inspiren, para que no se impida el desarrollo de las instituciones que perfeccionan a los hombres; y las tentaciones de sensacionalismo mercantilista o la servidumbre a los gustos espontáneos del público»1.

NOTAS

1 · A. F., «Situación y perspectivas de la prensa actual», Nuestro Tiempo nº 100 (X/1962).

Catedrático emérito de Periodismo, Universidad Complutense