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Los pajes reales habrán recogido, como cada año por este tiempo, millones de cartas escritas con ingenua caligrafía infantil. Muchos niños llevarán organizando la noche de Reyes a lo largo de las semanas anteriores a la Navidad y dejarán todo preparado en el salón de su casa para recibir la visita de los Magos. No existe ninguna fecha en el calendario que atesore tanta magia e ilusión como la del 6 de enero. Ni siquiera hace falta ser niño, o padre de alguno de ellos, para esperar con ansia la cabalgata, para colocar con mimo a los Reyes Magos en el belén casero o para debatir amistosamente sobre cuál de los tres es nuestro preferido. Los más golosos tampoco se olvidarán del roscón, una obra de arte de la sencillez culinaria. Y es que la historia de los Magos que partieron hasta Belén guiados por una estrella para adorar a un niño recién nacido, como ha remarcado el medievalista Franco Cardini (autor de una fascinante obra, desgraciadamente descatalogada: Los Reyes Magos. Realidad y leyenda), probablemente sea la fábula más bella del mundo.

Entonces, ¿quiénes fueron aquellos extraños personajes que se acercaron a Belén en tiempos de Herodes el Grande? La búsqueda de una respuesta a esta pregunta no pretende desmitificar una narración antigua, ni racionalizar históricamente un evento imposible (¿quién puede dudar en un día como hoy de la existencia de los Magos?), sino que trata de adentrarnos con gozo en el hondo y rico simbolismo construido a lo largo de los siglos en relación a la Epifanía, una de las festividades cristianas más antiguas y respetadas. Pero antes de continuar, habrá que regresar a los Evangelios. La tonta polémica creada sobre el lugar del buey y la mula nos ha demostrado que, incluso entre los propios creyentes, muy pocos se detienen a leer lo que allí está escrito. Son historias tantas veces escuchadas que preferimos guiarnos por lo que tradicionalmente nos han contado y hemos contado. Por esa misma razón nos sorprendemos cuando recalamos de nuevo en el texto griego de Mateo (2, 1-12), el único evangelista que se refiere a los magusàioi de Oriente, y descubrimos con otros ojos el nacimiento de Jesús.

¿Y qué nos cuenta Mateo realmente sobre estos enigmáticos Magos? Pues no demasiado. Tras el nacimiento de Jesús en Belén de Judea, éste fue visitado por un grupo de Magos procedentes de Oriente que, guiados por una estrella, buscaban al “Rey de los Judíos”. Los Magos tuvieron un encuentro con Herodes, inquieto por las preguntas que hicieron en Jerusalén estos personajes. Éstos le recordaron el anuncio del profeta Miqueas: “Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel”. Después de esta conversación, siguieron su camino o, mejor dicho, el de la estrella, que se detuvo en el lugar exacto donde se encontraba el niño. Le rindieron homenaje con tres cofres que contenían oro, incienso y mirra. Y a su regreso a casa evadieron a Herodes, porque así se les había comunicado en sueños.

Poco más sabemos. El evangelista nunca señaló el número ni la auténtica identidad de esos exóticos magos de un Oriente excesivamente genérico, como tampoco insinuó en ningún momento que fueran reyes. Los otros tres evangelios canónicos obviaron esta parte de la historia. No es fácil explicar este inicio del relato de Mateo. La escena descrita, por tanto, no podía ser más incómoda y desconcertante. No en vano, los magos aparecen en otros lugares del Nuevo Testamento con perfiles completamente negativos, por ejemplo, aquel popular Simón el Mago, un hechicero charlatán que se enfrentó con Pedro según los Hechos de los Apóstoles. Sin embargo, pese a estas aristas poco aceptables, la fuerza de la narración de la Epifanía recoge en toda su grandeza la cercanía y el misterio, elementos suficientes como para que haya pervivido pluralmente en la memoria de diversas tradiciones culturales.

Estos Magos, según Franco Cardini y la mayoría de especialistas, debieron ser astrólogos mazdeístas, porque la referencia de Mateo solo podía hacer referencia a estos magos de Persia. ¿Y en qué podían creer estos nigromantes? El mazdeísmo fue en esencia un fenómeno religioso dualista entre dos principios básicos: el bien creador y el mal destructor. La religión de Zaratustra se encontraba tensionada por una constante espera mesiánica, que se ligaba en algunas tradiciones con el aviso del nacimiento del Salvador por una estrella. Las piezas de este increíble puzle comienzan a encajar, y nos sorprenden porque esta interrelación tiene su miga. ¿Por qué Mateo relaciona a unos magos paganos enemigos del Imperio romano con la Epifanía? La explicación no puede ser sencilla, y tampoco tenemos las fuentes necesarias para responderla concluyentemente. En cualquier caso, parece indiscutible que el episodio no puede ser entendido como una mera invención. Los datos aportados no podían ser interpretados inocentemente. 

Los Magos nunca llegaron a ser apartados de la tradición cristiana. Es más, a partir de los escasos datos ofrecidos por Mateo, se comenzó a enriquecer simbólicamente la escena de Belén. Según las fuentes de los primeros siglos, el número exacto de magos osciló entre los dos y los quinientos. Pronto los teólogos cristianos (Orígenes, Máximo de Turín o León Magno) se pusieron de acuerdo: si existían tres regalos es que los Magos eran tres. Los evangelios apócrifos, siempre textos posteriores a los canónicos, profundizaron en esta historia maravillosa. Uno de ellos, el Evangelio armenio de la Infancia (no anterior al siglo VI), además de situar el nacimiento de Jesús el 6 de enero y la llegada de los Magos el 9, fija definitivamente el número y los nombres de los Magos, ahora ya considerados monarcas orientales: Melkon, rey de los persas; Gaspar, rey de los indios; y Baltasar, rey de los árabes. Aunque el primer autor que convirtió a los Magos en reyes fue Tertuliano (ss. I-II), que recurrió a los Salmos para plantear una nueva identificación, mucho más respetable que la de meros adivinos. La representación de los tres Reyes Magos fue cambiando con el tiempo al hilo de debates exegéticos y de la constitución de las diversas tradiciones, aunque sus identidades se establecieron definitivamente en el siglo XV. De esta manera, fueron entendidos como un símbolo de las tres razas humanas primigenias, derivadas de los tres hijos de Noé, pero también de los tres continentes conocidos (Europa, Asia y África), de los tres estados de la vida medieval, de la existencia humana (juventud, madurez y vejez) o del tiempo (pasado, presente y futuro).

Poco importó esta indefinición para su imparable avance en el imaginario cristiano, sobre todo a partir del traslado, por orden de Federico Barbarroja, de las reliquias de los Tres Reyes Magos desde Milán a Colonia (s. XII), desde donde la devoción se difundió con fuerza por toda la Cristiandad. Una expansión en la que también tuvo mucho que ver Santiago de la Vorágine y su Legenda Aurea, un cajón de sastre que sirvió de germen inagotable para la gran mayoría autores y artistas cristianos posteriores. Aún así, quedan por iluminar otras partes oscuras del relato. Por ejemplo, ¿cómo fueron capaces de llegar tan rápido los Magos a adorar a Jesús? La cuestión no era insignificante, ya que debilitaba la veracidad de la historia. Y una de las posibles respuestas a este enigma, el probable uso de las artes mágicas, no podía ser aceptada por una teología cristiana que luchaba contra la magia y la brujería. Así que se intentó solventar este enigma con la aparición de los dromedarios, un animal que facilitaría el camino a los Magos. Con todo, tampoco hubo un acuerdo real sobre la fecha de la visita. ¿Cuántos días, meses o, incluso, años tenía Jesús en el momento de la adoración? Los sabios no se pusieron de acuerdo y la iconografía cristiana enredó aún más la madeja. El legado de Mateo no permitía dirimir las contradicciones de los supuestos expertos. Como tampoco se podía explicar la presencia e imagen de la estrella, que todos imaginamos como una brillante estrella fugaz. Sin embargo, el origen de dicha representación la encontramos en la pintura del pintor florentino Giotto, quien decidió incorporar en su Adoración de los Reyes Magos el cometa Halley que acababa de atravesar los cielos en 1307. Hoy en día los astrónomos buscan el fenómeno natural que pueda revelar esta anomalía. Son incapaces de esclarecer el enigma, pero poco nos importa.

La supervivencia de esta fábula en el siglo XXI es una prueba del infinito potencial de los Magos de Oriente. Todos los 6 de enero aunamos pasado, presente y futuro. Los Tres Reyes Magos representan algo más que regalos para los niños, son ellos mismos un regalo para una sociedad que necesita creer en los mitos, aunque haga lo imposible por dejar de hacerlo. La fuerza de este mito traspasa cualquier frontera. Como remarcó el experto en literatura medieval Massimo Oldoni, esta historia es la narración de un encuentro entre dos mundos, el de Dios y el de los hombres. O, lo que es lo mismo, la peregrinación de los Magos es el símbolo del viaje de la humanidad en busca de lo sagrado.