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Ahora que ya se aproximan las horas de ocio de las vacaciones estivales, parece buen momento para viajar a tierras lejanas con el auxilio de dos magníficos libros de asuntos dispares, pero semejantes en su concepción y excelentes por su amenidad y contenido. Me refiero a Ebano, de Ryszard Kapuscinski (Anagrama, 2000) y a El Mar Negro: Cuna de la Civilización y de la Barbarie, de Neal Ascherson (Tusquets, 2001). Digo que son semejantes porque ambos abordan las dos áreas geográficas que acotan —el África subsahariana y los países que circundan el Mar Negro, respectivamente—, mediante el recurso a una narración en la que se intercalan experiencias personales vividas sobre el terreno, con noticias históricas y reflexiones propias sobre las tierras que visitan y los pueblos que las habitan.

En el caso de Ebano, su autor, un periodista polaco de nombre casi impronunciable, ha volcado cerca de cuarenta años de viajes y vivencias en muy diversos países de ambas fachadas del África subsahariana: desde Ghana hasta Tanzania, de Uganda a Nigeria, de Etiopía a Liberia, de Somalia a Senegal y Mali, los diversos capítulos en que se divide el libro recorren un continente mucho más rico, variado y plural de lo que nuestra gran ignorancia occidental sobre el tema nos dibuja. Sin embargo, de la lectura se desprenden unas constantes prácticamente comunes a todos estos países. Ante todo, la confrontación ineludible entre el hombre y una naturaleza sumamente hostil, que vuelve frágil la vida humana y hace que el desarrollo de la civilización sea difícil y precario. Este entorno de sequías, plagas y alimañas ha forzado al hombre africano a estar en constante migración y a valerse de la solidaridad del grupo familiar y ciánico para poder sobrevivir, y le ha dotado de una capacidad de aguante y de una paciencia inusitadas, pero también de una gran inercia que choca con los criterios europeos. Quizá todo ello esté en el origen de nuestra incomprensión de una cultura muy condicionada por su medio natural.

Puede que lo más interesante del libro sean las reflexiones del autor sobre las concepciones africanas acerca de fenómenos tales como la vida espiritual, el tiempo o el colectivismo, en tanto que expresiones de culturas ensimismadas en la tarea inmediata y primordial de la subsistencia por encima de cualquier otro afán. Kapuscinski narra con gran maestría de qué forma esa difusa espiritualidad africana, de marcado acento naturalista, conecta el mundo real con el de los antepasados y el de los espíritus concitados por los brujos, y encuentra en el mito la más acabada expresión de una memoria histórica que se ha transmitido oralmente.

Kapuscinski, que recorría África en su calidad de reportero al servicio de una agencia polaca de noticias, reconoce su complejo de blanco europeo en un mundo de negros, y asume una cierta culpa colonialista en los párrafos de carácter histórico que inserta en sus comentarios. En cualquier caso, la gran destreza narrativa de nuestro reportero polaco y su desbordante simpatía hacia la negritud se ponen al servicio de interesantes y ricas vivencias que garantizan la amenidad de su lectura.

Igual de ameno, si no más, resultará El Mar Negro: Cuna de la Civilización y de la Barbarie. La técnica narrativa empleada por el arqueólogo e historiador británico Neal Ascherson es similar a la del reportero polaco: cuenta vivencias personales en los países de la región a lo largo de los años noventa, con las que entrevera noticias históricas sobre las ciudades, comarcas y pueblos que el autor ha visitado, sin olvidar extensas referencias a algunos personajes célebres vinculados a aquellos (los poetas románticos Mickiewicz y Lérmontov, por ejemplo).

El libro se construye a partir de dos impulsos. El primero, de carácter más personal y emotivo, arranca del hecho de que el padre del autor fuese marinero en uno de los buques británicos que en 1920 recogieron a los restos del ejército de ciudadanos contrarios a la Revolución —los rusos blancos— en el puerto de Novorossisk. A partir de ese episodio, Ascherson cultiva una especial afición a toda la zona, a la que sirve su formación académica y profesional y que se activa sobre todo después de haber participado en algo tan esotérico como un congreso de Bizantinologia en Rusia, por las mismas fechas del frustrado golpe de Estado comunista, en 1991. El segundo motor es de carácter más ideológico, y gira en torno al discurso sobre civilización y barbarie que se suscita precisamente cuando marinos griegos, procedentes de las ciudades-Estado de Grecia y Jonia, establecen colonias a lo largo de las costas de las actuales Ucrania y Crimea para intercambiar sus manufacturas por pescado salado y trigo, y entran así en contacto con los pueblos «bárbaros» de la región. Este encuentro entre «civilizados» y nómadas, quizá el primero de su género en Occidente, genera una distinción que tendría profundas consecuencias.

Ascherson sigue las huellas de Heródoto y examina el pasado glorioso de ciudades como Tanais y Olbia, ahora en ruinas, el origen y la organización de pueblos como los escitas, los sármatas y los godos, así como la suerte de grandes imperios, tales como el bizantino o el ruso, dentro de ese marco geográfico que ha visto la formación de muchos mestizajes fruto del cruce de influencias orientales y occidentales. El texto confronta magistralmente las referencias a la azarosa historia de la región con la descripción de la postración actual, en la estela del naufragio de la Unión Soviética, de sus actuales habitantes, en un recorrido que abarca desde el siglo VII a.C. hasta prácticamente la actualidad. Todo ello en torno al «Pontos Euxinos», a ese «mar acogedor», como lo denominaron los griegos que, según el mito micénico, lo surcaron en busca del «vellocino de oro», y que ahora se enfrenta a una terrible degradación biológica provocada por la incuria del hombre.

En suma, dos propuestas dispares en cuanto a los continentes que son objeto de su atención, unidas por la curiosidad intelectual de ambos autores, por su profundo conocimiento del tema que tratan y por la calidad de sus descripciones puestas al servicio del placer de la lectura.

Alfonso López Perona (Madrid, 1956) es licenciado en Derecho e ingresó en 1984 en la Carrera Diplomática. Ha estado destinado en las representaciones diplomáticas españolas en Zaire, Perú, Estados Unidos, India, Portugal, Argelia y Guinea Bissau. Ha sido subdirector general de Programas de Cooperación de la Agencia Española de Cooperación Internacional; jefe del Gabinete Técnico del presidente del Tribunal Constitucional, y subdirector general de América del Norte.