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La figura y la obra del cardenal John Henry Newman, silenciada en su país durante años, adquiere con el tiempo la dimensión humana, moral e intelectual que me­ rece y que tan injustamente le fue negada en vida.

Newman  cometió el único error que a un caballero británico del siglo XIX inteligente, alumno y profesor de la Universidad de Oxford, le queda rigurosamente prohibido: convertirse al catolicismo.

Aquella sociedad tolerante y liberal, cuna de la razón y la ciencia, no le perdonó a Newman su incansable búsqueda de la verdad. Atacado desde muchos frentes por sus antiguos colegas, la insidia de ser acusado de enemigo de la verdad, de no ser sincero al asumir la fe católica le hizo reaccionar con particular viveza.

Como la crítica tomó cuerpo y fue respaldada por un amplio sector de filósofos y teólogos ingleses, Newman, en contra de su voluntad, hubo de polemizar con sus detractores que, tenaces, se negaban a reconocer sus argumentos.

Ordenado sacerdote católico en 1847, Newman desplegó toda su energía a través de los Oratorios de San Felipe Neri, primero en Birmingham y luego en Londres, desde donde mostraba con elocuencia las razones de la fe católica. Situaba la verdad en el centro de su labor educadora. Por ella había sacrificado su brillante carrera y, por ser también fiel a ella, renunció a cargos y honores que, sin duda, le habrían correspondido en el confortable seno de la Iglesia de Inglaterra.

Por eso, cuando el clérigo anglicano Charles Kingsley ataca a Newman, en un escrito difundido en 1864, y le insulta acusándole de manipulador y enemigo de la verdad, decide responder. Primero lo hace en artículos de revista y más tarde en un folleto más extenso, donde expone sus tesis con tal claridad que no deja lugar a dudas.

Sin embargo, todo esto no es suficiente para acallar las voces de sus detractores. Decide entonces escribir la que sería una de sus obras funda­ mentales, la Apología pro Vita Sua, donde resume la trayectoria de su pensamiento religioso desde la adolescencia a la época de madurez.

Descubre father Newman la intimidad de su conciencia, sin ocultar nada (incluidas ciertas reflexiones que no le favorecen),  precisamente  para mostrar su fidelidad a la verdad, aunque ello le perjudique. Gracias a la agilidad de su prosa, es fácil seguir la evolución de su conciencia. Ésta encuentra al principio en la Iglesia Anglicana el refugio para una espiritualidad que cada día va haciéndose más exigente.

Desde el púlpito de su parroquia de Santa María de Oxford, la belleza y la fuerza de sus sermones le convierten en una de las máximas autoridades  morales  de Inglaterra.  Pero Newman  cuenta cómo, en el fondo de su alma, sentía que le faltaba llegar a la plenitud. Para un hombre de pensamiento,  un  filósofo  acostumbrado a ejercitar la razón, los argumentos usuales contra la Iglesia Católica  se debilitaban  a  medida  que avanzaba en sus deseos de alcanzar la verdad que pudiera calmar de modo definitivo la inquietud de su espíritu. Aquellos  momentos  de  tránsito fueron de extrema dificultad. Al me­ nos, así los describe Newman cuan do se refiere a las controversias que surgen con las autoridades eclesiásticas  de  Inglaterra.  A  medida  que avanza en el conocimiento de la doctrina cristiana, más se acerca al catolicismo y más se distancia del anglicamsmo.

Al querer conciliar las dos Iglesias, la furiosa  reacción de los suyos le apercibe de que por ese camino acabará fuera de la Iglesia de Inglaterra y dentro de la católica. Y en efecto,  poco  tiempo  después, eso es lo que ocurre.

El cambio supone romper con su mundo de afectos e ilusiones, de amigos y tareas universitarias, que le es cerrado para siempre. Pero no importa, ya que para entonces, según sus propias palabras, "sentía como si hubiera llegado a puerto después de una galerna; y mi felicidad por haber encontrado la paz ha permanecido sin la menor alteración hasta el momento presente".

Desde el momento en que Newman afirma haber llegado, finalmente, a puerto, su alma se aquieta y él mismo, añade: "Mi paz y mi alegría han sido perfectas y no he vuelto a tener una sola duda".

Al seguir el itinerario espiritual que Newman nos muestra en su Apología, sorprende la actualidad de los temas que le preocupan y la lucidez de su pensamiento al exponer las soluciones que tanto necesita el hombre de nuestro tiempo.

La historia termina con una llamada a la comprensión y a la unidad en la que los cristianos vivieron durante siglos. El testimonio de Newman muestra que los celos y los odios nada pueden cuando hay verdadero empeño en alcanzar la verdad. Y a través de  su Apología, percibimos que, una vez que se llega a la verdad, es más fácil coincidir con los hombres que la buscan.

Abogado y Periodista