Crecemos, pero menos
En noviembre de 2011 las Naciones Unidas anunciaron el nacimiento, en Filipinas, del habitante 7.000 millones, una población realmente numerosa si la comparamos con la que la Tierra tenía en 1950 (2.530 millones). La segunda mitad del siglo XX ha sido la etapa de mayor crecimiento demográfico de toda la historia, pero, sin embargo, el siglo XXI anuncia el inicio de un periodo de ralentización que primero se reflejó en las tasas anuales de aumento y después en las cifras absolutas. En los años sesenta la tierra crecía al año un 2,1%, lo cual suponía la posibilidad de ver doblados sus efectivos cada 35 años. Hoy el índice de crecimiento es tan solo del 1,2%, que aleja en el tiempo la hipótesis de un posible doblamiento que probablemente nunca llegará a producirse. La inercia demográfica retrasó el descenso del crecimiento absoluto hasta más tarde, pero por fin, acabó por llegar. En la década de los sesenta crecíamos 87 millones al año y en la actualidad 77 millones. Así pues, hoy estamos en un periodo de aumento aún fuerte, pero más moderado que en el pasado cercano, tendencia que va a continuar a lo largo del siglo. Según la variante intermedia de las proyecciones de la ONU, los 7.000 millones actuales se convertirán en 9.100 o 9.200 millones en el año 2050, un volumen alejado de las hipótesis de hace algunos años, alguna de las cuales se acercaba a los 12.000 millones.
La reducción de los efectivos posibles se ha debido a una disminución de la fecundidad más intensa de lo previsto y a un inesperado aumento de la mortalidad en algunas sociedades, particularmente las africanas, debido a la incidencia negativa de enfermedades como el sida. Sin embargo, los datos generales no deben enmascarar las diferencias aún significativas que existen entre el mundo desarrollado y en desarrollo. Los países industrializados tienen mortalidades infantiles muy pequeñas, esperanzas de vida al nacer muy altas, fecundidades bajo mínimos que no permiten la renovación de las generaciones y sobre todo un envejecimiento galopante que va a plantear serios problemas económicos, sociales, demográficos y políticos. Las naciones en desarrollo han mejorado su comportamiento ante la muerte, pero los valores de la mortalidad infantil son más altos, las esperanzas de vida más cortas, la fecundidad más elevada y los índices de envejecimiento menos acusados.
Estas diferencias marcan sus futuras trayectorias demográficas. El censo de habitantes del mundo desarrollado o crecerá poco o no crecerá, o decrecerá, según los casos; y el mundo en desarrollo absorberá la práctica totalidad del crecimiento mundial, dando lugar a situaciones nuevas geoeconómicas, geoestratégicas y geopolíticas. Y esas diferencias que hunden sus raíces en las desigualdades demográficas y económicas han provocado, siguen causando (hoy menos por la crisis) y continuarán produciendo movimientos migratorios internacionales y un mundo que también por el reparto de sus gentes será distinto al actual. Aunque vivimos un periodo de atenuación de las diferencias demográficas, estas persistirán todavía durante un largo periodo. Pero si las cosas continúan igual que como han venido sucediendo en los últimos tiempos, también los países en desarrollo acabarán teniendo los mismos problemas que hoy acucian a nuestras sociedades: una fecundidad que se irá acercando al límite de renovación de las generaciones y un envejecimiento cada vez más intenso.
En términos demográficos, el mundo de hoy es muy distinto al de hace medio siglo y el de dentro de cincuenta años será muy diferente al actual. Los grandes focos de atención de la población mundial, aquellas variables que, en función de su trayectoria, provocarán la aparición de un mundo diferente en cuanto a los efectivos, el crecimiento, la estructura y la distribución espacial, son claros: la fecundidad, la movilidad, el envejecimiento y la urbanización.
Una urbanización creciente
Decir que hasta el año 2008 más de la mitad de la población del mundo era rural y que desde ese año más del 50% es urbana tiene el mismo valor que la consideración de que somos 7.000 millones de personas. Son simples referencias temporales a cifras redondas que es imposible conocer cuando se producen. Lo importante en este, como en otros temas demográficos, no son ni los números exactos, ni las fechas precisas sino las tendencias y en este caso lo que sí resulta evidente es la marcha imparable del proceso de concentración de los habitantes de la tierra en ciudades.
Haciendo abstracción de que la propia definición de ciudad no es sencilla y que los datos internacionales sobre la población urbana no son siempre estrictamente comparables, podemos cifrar la población que actualmente vive en áreas urbanas (2011) en torno a los 3.600 millones, cifra en constante crecimiento desde la segunda mitad del siglo XX y que seguirá aumentando hasta alcanzar un volumen de 6.300 millones a mediados de este siglo.
Considerada en términos absolutos, la población rural es hoy de 3.340 millones, que también crecerán hasta alcanzar un máximo de 3.400 millones en 2021 para disminuir después a 3.000 millones en 2050. Así pues, y en lo que se refiere a esta oposición básica entre la población rural y urbana, habrá dos tendencias diferentes hasta mediados de siglo. Primero crecerán, en relación con el propio desarrollo de la población mundial, los urbanos y los rurales. Después solo crecerán los urbanos, ya que la población rural irá declinando paulatinamente. Vamos hacia un mundo de ciudades, pero eso no nos debe hacer olvidar que a mediados de la centuria todavía 3.000 millones de personas vivirán en zonas rurales del planeta, áreas que, sin duda, tendrán características distintas a las que hoy las definen. En cualquier caso, la combinación del crecimiento de la población que vive en ciudades y la disminución de la que reside en el campo se traducirán en un proceso acentuado de urbanización, es decir del porcentaje de personas que residirá en zonas urbanas.
El proceso de urbanización en el mundo se inició en los países desarrollados. Hacia 1920 los urbanos solo representaban en estos Estados el 30% de su población total. Hoy ya suponen el 80% y en 2050 estarán comprendidos entre el 80 y el 90%, según las áreas. Los porcentajes serán algo mayores en Australia, Nueva Zelanda y Norteamérica y algo más reducidos en Europa.
En el mundo en desarrollo la urbanización es más tardía, por lo que el porcentaje general de ciudadanos (47%) no llega a la mitad de la población total. Pero crecerán más aprisa en el futuro hasta alcanzar en 2050 una tasa de urbanización del 64%, con crecimientos notables en Asia y África y algo menores en América Latina que, sin embargo, tiene ya hoy una notable población urbana, superior incluso a la europea. Crecerá el número de ciudadanos y, con su aumento, los comportamientos, las actitudes y los modos de vida urbanos. El desarrollo de la población ciudadana será uno de los grandes vectores del cambio social que se avecina. No hay ninguna fuerza humana capaz de impedir que en el futuro los habitantes de este planeta además de ser más viejos, más móviles y más cosmopolitas sean más urbanos. La «vuelta al campo» que algunos nostálgicos pronostican, no es más que un deseo poco realista.
Las «megaciudades»
¿Pero en qué tipo de ciudades vivirán los futuros urbanitas? El análisis por tamaños permite definir una clara tendencia: la concentración progresiva en ciudades de más de un millón de habitantes, entre las que van a brillar con luz propia las llamadas megaciudades con más de diez millones de personas. En 1970 solo había dos en el mundo (Tokio y Nueva York). Hoy hay 23, de las cuales trece se sitúan en Asia, cuatro en América latina y dos en África, Europa y Norteamérica, respectivamente. Y en el año 2025 su número será de 37 con una población conjunta de 630 millones y una localización prioritaria en el mundo en desarrollo.
Tokio es la más populosa de las grandes ciudades con un volumen de habitantes que rebasa los 37 millones, tan solo diez menos que la población española, pero con un tamaño mayor del que tienen 196 Estados. Si Tokio fuera un país estaría en el lugar 35 por la dimensión de su censo, sobrepasando la población que tienen naciones como Canadá o Argelia.
Esta concentración progresiva de la población en grandes ciudades produce un desequilibrio del sistema urbano, considerado como uno de los grandes problemas de la urbanización del mundo en desarrollo. Con frecuencia existe una gran ciudad, capital económica y política del país, que dificulta la aparición de un verdadero sistema urbano jerarquizado. Esta auténtica macrocefalia se traduce en pesos de la primera ciudad (tasa de primacía) comprendidos entre el 15 y el 30% de la población total del país. El fenómeno de la macrocefalia en países en desarrollo está frecuentemente acompañado de un proceso de pauperización. A comienzos del siglo XXI había en el mundo alrededor de 200 «bidonvilles» que localizaban una población superior a 1.000 millones. Estas personas, sin acceso a los servicios elementales de agua, electricidad, saneamiento, educación o salud, podrían llegar a ser 1.400 millones en la próxima década. La ciudad india de Bombay, con más de cinco millones de personas viviendo en estos barrios, ilustra bien los graves problemas que afrontan estos núcleos.
Los factores del crecimiento
El desarrollo de la población urbana es lógicamente una consecuencia del crecimiento general de la población que actúa a través de la combinación de dos factores: el éxodo rural que despuebla la población acumulada en el campo en beneficio de las ciudades y el propio crecimiento vegetativo de las ciudades, es decir el balance positivo entre sus nacimientos y sus defunciones. Ambos han jugado un papel decisivo pero diferente según las épocas y el ámbito territorial.
En el mundo industrializado, el éxodo rural masivo iniciado a mediados del siglo XIX y acentuado con la primera guerra mundial, fue al comienzo la causa prioritaria del desarrollo de sus ciudades. En la actualidad, sin embargo, juega un papel muy discreto debido al envejecimiento de las poblaciones rurales, su escasa vitalidad demográfica y la reducción de sus efectivos. Hoy las ciudades del mundo desarrollado que crecen poco en relación al pasado y en comparación con sus homónimas del mundo en desarrollo, lo hacen prioritariamente merced a su propio crecimiento interno y a la migración internacional que ha venido a sustituir a la interna. Las grandes ciudades europeas, Madrid entre ellas, son un buen ejemplo de esta situación. Ya no reciben migraciones cuantiosas de sus entornos próximos o del resto del país. Contemplan el retorno de sus antiguos inmigrantes a sus áreas o regiones de origen y propician corrientes centro-periferia debido a la periurbanización del territorio sobre el que ejerce su influencia la ciudad. El menor coste de adquisición o alquiler de la vivienda, el deseo de vivir en entornos menos congestionados o contaminados, y la multiplicación de los servicios (colegios, centros de salud, áreas comerciales, transportes) que estos consumidores requieren, explican la multiplicación y la extensión de estos espacios periurbanos poblados prioritariamente por familias jóvenes. La extensión de la ciudad a través de estos espacios genera una movilidad de trabajadores o estudiantes hacia la ciudad central que se traduce en miles de desplazamientos cotidianos de ida y vuelta. También se producen auténticos movimientos de vuelta al campo (neorruralismo) formados por personas que, en la mayoría de los casos, no ejercen una actividad agraria. Se trata, en cualquier caso, de movimientos minoritarios.
En los países en vías de desarrollo el éxodo campesino ha sido el factor inicial más importante del crecimiento extremadamente rápido de las ciudades. Quienes se marcharon fueron sobre todo jóvenes, lo cual contribuyó igualmente de forma significativa al crecimiento natural de las ciudades a las que se dirigieron. Hoy el éxodo ha entrado en una fase de desaceleración. Sigue habiendo importantes trasvases campo-ciudad, pero eso no impide que la población rural siga creciendo debido a sus altas tasas de fecundidad. Por ello en muchas ciudades del mundo en desarrollo el crecimiento natural se ha convertido en el motor básico de su fuerte expansión demográfica. Se repite, por lo tanto, el modelo del mundo occidental con dos diferencias notables: en el tercer mundo la urbanización es más tardía, pero en contraposición el fenómeno de concentración urbana está siendo más intenso y más rápido, reduciendo rápidamente las diferencias que le separan del mundo desarrollado.