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En las ciencias sociales es muy habitual leer profecías sobre lo que está por venir o crear conceptos en los que resumir fenómenos sociales mucho más complejos. Son dos formas distintas de adquirir una cierta notoriedad en la disciplina, especialmente cuando la profecía se cumple o el concepto se generaliza al ser utilizado por los creadores de opinión. Existen bastantes ejemplos de académicos que acaban siendo vistos como gurús al tener alguna de estas dos habilidades. Un ejemplo paradigmático lo constituye Anthony Giddens y su famosa idea de la tercera vía. Atrás quedaban algunos de sus trabajos más rigurosos sobre la estructura social en las sociedades modernas, puesto que si por algo se le recordará es por un concepto que englobaba una nueva visión de la socialdemocracia. De hecho, esa vida académica anterior de Anthony Giddens, que se caracterizó por una perspectiva más analítica, plagada de datos y reflexiones teóricas que generan más dudas que certezas, no tuvo tanta fortuna entre el gran público.

Seguramente, por estas razones, algunos científicos sociales invierten mucho más tiempo en adivinar el futuro o en hacer de la investigación social una fábrica de generar nuevos conceptos, que en dedicar todos sus esfuerzos al análisis y la explicación causal.

En los últimos tiempos, entregados a esta forma de concebir las ciencias sociales, algunos académicos y opinadores están realizando un enorme esfuerzo por anticipar ya una nueva sociedad. De nuevo, se unen los elementos que le llevan a uno a la notoriedad: se visualiza lo que está por venir y se acuña un nuevo concepto. Ahora el vocablo de moda es millennials. Contiene rasgos un tanto clásicos: una nueva generación y un cambio tecnológico. Por eso, los adeptos a la teoría de los millennials hablan de una nueva sociedad que está formada por aquellos que nacieron a partir de 1980 y que han sido socializados en el ámbito digital. La idea fuerza es que esta nueva generación transformará elementos fundamentales como las relaciones sociales, la estructura social, el proceso productivo o la democracia. Algunos llegan tan lejos en su profecía que parece que todo volviese empezar, como si la sociedad se reiniciara. Pero lo cierto es que, como veremos en las siguientes líneas, ni todo es tan nuevo, ni el cambio es tan drástico, ni las generalizaciones son siempre una buena respuesta.

Algunos científicos sociales invierten mucho más tiempo en adivinar el futuro que en dedicar todos sus esfuerzos al análisis y la explicación causal

En primer lugar, muchas explicaciones generacionales, como la de los millennials, pueden acabar pecando de un cierto adanismo cuando, en realidad, casi todas las preguntas son más bien antiguas y lo que cambian son las respuestas. Por ello, es dudoso que una sociedad pueda empezar de cero. Toda generación es en cierta forma heredera de la anterior, aunque solo sea por los procesos de socialización. Así, aunque los contextos en los que se conforman la cultura y los valores de las personas pueden cambiar, ello no implica que se produzca una ruptura total con lo anterior.

Un ejemplo de lo que quiero decir lo encontramos en los sistemas autoritarios. Si hay un sistema político que realiza un esfuerzo enorme por cambiar los valores de las personas, este es la dictadura. El sistema educativo o los medios de comunicación de los regímenes autoritarios tratan de generar adeptos a la causa. A los dictadores les gusta tener seguidores que simpaticen con los valores del movimiento. Saben que aunque no se celebren elecciones libres y competidas, es necesaria la existencia de un porcentaje de incondicionales que den cierto apoyo social al régimen. No obstante, cuando el sistema autoritario cae y la sociedad puede expresarse libremente, descubrimos que muchos de los valores anteriores a la dictadura siguen perviviendo en la sociedad. Si no fuera así, no entenderíamos por qué tras cuarenta años de dictadura franquista, en 1977, más del 56% de los españoles apoyaron a partidos políticos completamente contrarios al régimen. Dicho en otras palabras, incluso en contextos en los cuales se persiguen cambiar la cultura y los valores de una sociedad, el cambio social no acaba de romper con lo anterior y la sociedad no tiene un kilómetro cero.

Desde el punto de vista analítico existe una explicación adicional que ayuda a entender por qué las sociedades nunca parten de cero y siempre son herederas de lo anterior. Entre los científicos sociales ha hecho fortuna el término path dependence. La idea principal es que el conjunto de elecciones que tenemos en el presente depende de las decisiones que se tomaron en el pasado. De ahí aquello de que la historia importa para explicar el presente. Esto no significa que caigamos en el determinismo histórico y que el cambio no sea posible. Pero entre empezar de cero y que todo sigue igual como hace décadas, hay posiciones intermedias que explican los cambios sociales. Quizás por ello siempre estamos en transición y las transformaciones solo se visualizan de forma nítida cuando comparamos dos momentos muy alejados en el tiempo.

En segundo lugar, la fragmentación de la sociedad va más allá de lo digital y de lo generacional. Cuando uno bucea con algo más de profundidad en los cambios sociales que se han producido en los últimos años, descubre que las sociedades se han roto en mil pedazos. Hay ganadores y perdedores de la globalización, donde el nivel educativo de las personas juega un papel fundamental a la hora de encajarse en alguna de estas dos categorías. La visión crítica de la Unión Europa ha aumentado de forma descomunal, especialmente en el sur del continente, creando una ciudadanía que rechaza la actual Europa. La crisis económica ha generado no solo perdedores económicos, sino también una nueva forma de establecer las relaciones económicas, donde la colaboración o el cooperativismo han cobrado mucha fuerza. La inmigración también va a dividir a nuestras sociedades, generando visiones enfrentadas. Por un lado, tenemos a una ciudadanía horrorizada por la fosa común en la que se han convertido algunas fronteras, como el Mediterráneo, generándose una gran empatía con el sufrimiento de los inmigrantes. Por otro lado, tenemos a un porcentaje de ciudadanos que ven a los inmigrantes como competidores por los puestos de trabajo o por los servicios del estado del bienestar. Por no hablar de la división: rural y urbano. En un mundo en el que se tiende a una mayor concentración en las grandes ciudades, es muy probable que muchos territorios estén cada vez más despoblados, produciéndose una de las desigualdades más invisibles: la territorial. Cada una de estas brechas son profundas y van a marcar la agenda de los próximos años.

Estas múltiples divisiones significan que los millennials solo es un grupo social más dentro de los distintos fragmentos en los que han quedado rotas nuestras sociedades. No ser capaces de ver todas estas fracturas no solo nos hace perder riqueza analítica, sino que además puede tener consecuencias políticas. Así, por ejemplo, la construcción de coaliciones electorales va a ser cada vez mucho más difícil. De hecho, uno de los elementos que estamos observando en numerosas democracias es la mutación de sus sistemas de partidos en dos direcciones: una mayor fragmentación partidista y el surgimiento de nuevas formaciones políticas. Tanto a conservadores como a socialdemócratas les está afectando esta nueva realidad social y una parte de su pérdida de apoyos electorales tiene que ver con una falta de conexión con muchas de estas brechas sociales enumeradas.

No obstante, como se ha remarcado anteriormente, casi todo ha sucedido antes. Es decir, muchas de las fracturas que se acaban de mencionar ya se desarrollaban en el famoso trabajo de Seymur Martin Lipset y Stein Rokkan de 1967, Party systems and voters alignement: Cross-national perspectives (Nueva York, The Free Press). La única novedad en estos momentos es la relevancia que han adquirido tras las múltiples crisis por las que vienen pasando nuestras sociedades desde el año 2007. Es decir, cuando parecían brechas del pasado, muchas de ellas han vuelto a surgir con gran fuerza.

La fragmentación de la sociedad va más allá de lo digital y de lo generacional

En tercer lugar, todo parece indicar que varias sociedades están conviviendo en estos momentos. Si atendemos a la brecha generacional, la sociedad del pasado que representan las personas más mayores sigue mostrando comportamientos y rasgos propios muy diferenciados de los más jóvenes de la sociedad. Ejemplos de estas diferencias las encontramos en el comportamiento electoral en España, donde los más jóvenes son claramente multipartidistas, mientras que los más mayores siguen apostando por el bipartidismo. O en el Reino Unido, donde los más jóvenes apoyaron continuar dentro de la Unión Europea y los más mayores se decantaron por el Brexit. Si atendemos a la brecha tecnológica, la división acuñada por Belén Barreiro en su reciente libro La sociedad que seremos. Digitales analógicos, acomodados y empobrecidos (2017, Barcelona, Planeta) también tiene una gran capacidad explicativa. Así, la fractura ahora se produciría en función al uso de las nuevas tecnologías, mostrando no solo comportamientos diferenciados respecto a la política, sino también en el consumo de productos o en la concepción de los mercados.

En definitiva, lo que se ha pretendido defender brevemente en este texto es que la sociedad se encuentra en transición. Se observan un conjunto de rasgos que muestran claramente un cambio social en profundidad y que están relacionados con el surgimiento o resurgimiento de nuevas fracturas sociales. Ello indica que en muy poco tiempo nuestras realidades sociales van a ser muy distintas a las de hace unos años, algo que es una obviedad. Además, para alcanzar tal conclusión no es exigible tener conocimientos sociológicos. Tampoco es un reinicio o un kilómetro cero de la sociedad. Es más bien un cambio donde la experiencia vital de las múltiples crisis y el cambio tecnológico han jugado un papel fundamental, tal y como explica Belén Barreiro en el libro citado. Las fracturas son múltiples y más numerosas de las que se vienen describiendo. Y estas brechas están generando que distintas sociedades estén conviviendo en estos momentos. Por todo ello considero que antes de comenzar a hablar de la sociedad de los millennials, deberíamos bucear con más detenimiento en la realidad. Es posible que esa nueva generación marque los rasgos elementales de la sociedad del futuro, pero esto es solo una hipótesis. Decía Albert Einstein que «Dios no juega a los dados con el universo». Sería deseable que no jugásemos a los dados con los análisis sociológicos tratando de poner el acento en ver quién tiene una mejor capacidad predictiva o en quién crea el concepto más ingenioso. Detengámonos más en los datos, en las casualidades y en los argumentos teóricos. Quizás nuestro conocimiento no tenga tanta notoriedad, pero seremos más sabios respecto a la realidad que nos rodea.

Profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, ha sido diputado en el Congreso, diputado en las Cortes de Aragón y alcalde de Alcañiz, donde gobernó en coalición.