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La historia de los países se escribe en buena parte con pinceladas de guerra y paz. Londres, Dublín y Belfast han firmado en la antesala del siglo XXI un brochazo de paz. Protestantes y católicos se han comprometido finalmente a desterrar la violencia y abrazar un histórico proyecto político para poner fin a tres décadas de brutal conflicto. La carga de la historia que pesaba sobre sus hombros y, más concretamente, los 3.600 muertos, comienza a ser aliviada. La autora explica los orígenes del conflicto irlandés, el largo y tortuoso proceso de paz y el porqué de los odios entre las comunidades católica y protestante.


EL CONFLICTO IRLANDÉS se remonta al año 1171, cuando Inglaterra invade Irlanda. Entonces comienza una serie de ininterrumpidas luchas por la independencia. En el siglo XVI, Irlanda es católica, pero Inglaterra, el país dominador, se separa de la Iglesia romana de la mano de Enrique VIII. A partir de ese momento, el conflicto pasa, de ser un choque entre dos pueblos —el colonizador y el colonizado—, a convertirse en el embrión de un problema nacional y religioso que adquiere su forma más visible a partir de la década de los setenta de este siglo.


A principios del siglo XVII, María Tudor fomenta, a través de la política de las plantaciones, el asentamiento de ingleses y escoceses en las tierras ocupadas hasta entonces por los campesinos irlandeses católicos. Esta es la razón de que la mayoría de la población en Irlanda del Norte sea protestante (aliada con los conservadores británicos).


Esa comunidad protestante fue capaz de organizar un sistema político que giraba en torno a dos ejes: la unión con Gran Bretaña y el control protestante de las fuentes del poder1. En la actualidad, la superior tasa demográfica de los católicos ha comenzado a alterar el equilibrio de modo desfavorable para los protestantes. Durante décadas, la mayoría protestante y unionista ha ocupado los cargos políticos, en detrimento de la minoría católica. Si esta progresión se mantiene como hasta ahora, en diez años los católicos serán mayoría en Irlanda del Norte, y acabarán con la hegemonía electoral de los protestantes.


En 1914 se produce una evolución del conflicto, cuando Inglaterra concede la autonomía de Irlanda, el paso previo a la independencia. Finalmente, siete años después, Gran Bretaña reconoce el Estado libre de Irlanda, pero excluye seis de los nueve condados del Ulster, habitados en su mayoría por protestantes.


EL EJÉRCITO REPUBLICANO IRLANDÉS (IRA)


Con este panorama llegamos a la década de los ochenta, donde se empieza ya a hablar de la necesidad de llegar a una solución dialogada sobre el conflicto. Esta disposición recoge sus frutos en el Acuerdo de Hillsborough, firmado en noviembre de 1985 entre los líderes irlandés y británico, Fitzgerald y Margaret Thatcher, respectivamente. El acuerdo establecía una Conferencia Intergubernamental para tratar el conflicto y las relaciones entre las dos Irlandas. Este tratado supuso el reconocimiento, por parte de Gran Bretaña, de la competencia de la República sobre el Ulster. La firma de este acuerdo fue la primera piedra en el edificio de la paz en Irlanda del Norte. Pero la primera piedra no tiene por qué ser el pilar de un edificio. En Irlanda, uno de los pilares se cimentó sobre las conversaciones que ya desde 1988 mantenían el líder del Sinn Fein, Gerry Adams, y el del partido nacionalista católico moderado (SDLP), John Hume. Adams y Hume coincidían en la necesidad fundamental de poner fin al conflicto mediante un acuerdo. En septiembre de 1993 se daría a conocer la noticia del pacto entre ambas formaciones políticas, partidarias de la creación de un gobierno conjunto  Londres- Dublín sobre Irlanda del Norte.


Aunque el contenido de tales reuniones permanece aún en secreto, Hume y Adams establecieron en sus encuentros un marco de consenso que permitiese un proceso de solución dialogada. Este acuerdo entre dos opciones nacionalistas de Irlanda del Norte fue el punto de arranque del proceso de paz que llevó a la firma de Stormont el pasado año. En primer lugar, porque a partir de entonces el papel del Gobierno de Dublín cobra una destacada importancia como mediador neutral del proceso y vehículo de comunicación oficial entre las partes. En segundo lugar, porque permitió a Hume, el hombre más próximo al Gobierno británico, reunirse con sus representantes para informarles de la disposición del Sinn Fein a iniciar un diálogo para buscar una solución al conflicto. Con todo, parece que el propio Sinn Fein, autolegitimado tras la firma del acuerdo con el SDLP, envió al Gobierno británico un mensaje de ayuda para conducir el conflicto hacia una solución dialogada, sin necesidad de intermediarios4.


En definitiva, el acuerdo supuso la formación de un frente único nacionalista, dispuesto a negociar. Ya se había salvado un escollo: las malas relaciones entre los representantes de las dos fuerzas católicas más votadas. En cambio, las diferencias entre los dos partidos protestantes mayoritarios, el del reverendo Ian Pasley (Partido Democrático Unionista), y el de David Trimble (Partido Unionista del Ulster), no se consiguió5.


CONVERSACIONES MULTIPARTITAS


En este contexto, el primer ministro irlandés —Albert Reynold— y su homólogo británico —John Major— firman el 15 de diciembre de 1993 la Declaración de Downing Street, en la que proponen un marco de negociaciones con todos, siempre y cuando el IRA renuncie a la violencia. La gran novedad de esta declaración es que Londres admite la posibilidad del derecho de autodeterminación, siempre que se respete la voluntad de la mayoría de los ciudadanos norirlandeses. Tras la declaración, el IRA anunciaba  un alto el fuego a partir del 31 de agosto de 1994 que se prolongaría durante diecisiete meses. Un mes y medio después, se sumaban a la tregua organizaciones paramilitares unionistas.


Por lo tanto, entre finales de 1993 y comienzos de 1994 se inicia un proceso de paz entre unionistas y católicos, aderezado con la declaración del alto el fuego del IRA, que es el fruto de dos acuerdos: el de los nacionalistas y el de Londres y Dublín.


Las cosas comienzan a torcerse en 1995, cuando el Gobierno del primer ministro británico, en situación crítica, se ve acorralado por las presiones de los unionistas protestantes. La necesidad de satisfacer sus demandas y así contar con su apoyo para gobernar en el parlamento de Westminter fue incompatible con la buena marcha del proceso de paz. Los unionistas intentaron aprovecharse de la situación de Major para imponer sus condiciones, como la de no aceptar, por ejemplo, ningún tipo de diálogo si previamente el IRA no entregaba las armas. Esto fue visto por el movimiento republicano como una traición, por lo que comenzaron a plantearse romper la tregua. El hecho se consumaba el 9 de febrero de 1996, fecha en la que el IRA coloca una bomba que causa dos muertos en el corazón de Londres.


Sin embargo, las bases del proceso fueron lo suficientemente firmes para que tanto el Sinn Fein como el SDLP siguieran comprometidos con la búsqueda de una solución pacífica a la situación de Irlanda. La derrota de los conservadores y el triunfo de Tony Blair, con una victoria aplastante en la elecciones legislativas británicas de 1996, permitieron al nuevo Primer Ministro afrontar el conflicto desde la seguridad que le da una mayoría en el Parlamento. El proyecto de paz volvía de nuevo a la palestra.


Las negociaciones constitucionales sobre el futuro de la isla se reactivaron en junio de 1996. No obstante, la ausencia del Sinn Fein, castigado por haber roto la tregua, impidió que éstas avanzaran hasta su incorporación en septiembre del 97.


Por fin, el 10 de abril de ese año se firmó el acuerdo de paz entre las principales fuerzas políticas católicas y protestantes. Poco más de un mes después, se celebró un referéndum en todo el territorio irlandés. Los resultados sorprendieron, tanto por la enorme participación como por la aprobación del plan de paz por el 71% de los norirlandeses6.


EL ACUERDO DE STORMONT


El Acuerdo de Stormont dota a Irlanda del Norte de instituciones políticas propias, como es el establecimiento de una Asamblea de 108 miembros con poderes ejecutivos y legislativos, elegida por un sistema de representación proporcional. Tras las elecciones del 25 de junio pasado, el líder unionista David Trimble se convirtió en el primer ministro del Ulster.


Para dar más estabilidad al nuevo sistema, se crea una serie de vínculos institucionales que conectan directamente a Irlanda del Norte con los dos países de referencia: Gran Bretaña, al que pertenece, e Irlanda, a la que puede pertenecer en un futuro. Estos vínculos son, principalmente, el Consejo Ministerial Interfronterizo, formado por los máximos representantes de los Gobiernos de las dos Irlandas, cuya función es facilitar la cooperación entre el Ulster y la República, y el Consejo de las Islas, compuesto por representantes de todas las Asambleas Autónomas del Reino Unido, además de los portavoces de los Gobiernos británico e irlandés. Esta última institución es la encargada de regular las relaciones entre Belfast, Dublín y Londres.


El éxito de estas instituciones radica en que la polarización entre católicos e irlandeses perderá su sentido, porque ambas comunidades se verán obligadas a convivir en un espacio que será a la vez irlandés y británico.


El acuerdo también recoge otros aspectos básicos para la buena marcha en el camino de la paz, como son los cambios en la legislación constitucional de los dos Estados en lo que ser refiere a la cuestión del Ulster. Dublín abandona su reivindicación constitucional sobre la unificación de la isla y, a cambio, desaparece el acuerdo británico-irlandés de 1921 que determinó su partición. Además, se procede a liberar en dos años a los presos de aquellos grupos terroristas o paramilitares, que hayan renunciado a la violencia y a la entrega de las armas. En teoría, los dos procesos deben ser paralelos. Desde entonces, en Irlanda se vive una situación de tira y afloja entre líderes unionistas y Sinn Fein, porque el goteo continuado de excarcelaciones de presos republicanos no va seguido del desmantelamiento del arsenal del IRA7.


EL PROCESO DE PAZ, ESTANCADO


Desde que se firmó el Acuerdo del Viernes Santo, el proceso de paz ha estado salpicado de incidentes que lo han puesto al borde de un desenlace violento y han aumentado la desconfianza entre católicos y protestantes. Entre éstos destacan el atentado de Omagh, perpetrado por el IRA Auténtico el pasado verano, en el que perecieron 29 personas, incluyendo a una monitora y un estudiante españoles. Esta acción puso de relieve que el proceso de paz va a estar todavía sometido a embates, pero también sirvió de revulsivo contra la violencia; tuvo el efecto contrario al pretendido por los terroristas.


Más cercanos en el tiempo están los asesinatos en marzo pasado de una abogada católica y un paramilitar protestante, a los que siguieron duros enfrentamientos callejeros en Belfast y Portadown. Otros peligros que se ciernen sobre el horizonte de reconciliación —que constituyen además el exponente más claro de esa cultura de enfrentamiento— son los desfiles conmemorativos en los que cada comunidad festeja un hecho histórico que humilla a la otra. Hay más de 3.000 marchas cada año, organizadas en su mayoría por la Orden de Orange, la mayor cofradía protestante de la provincia, que cuenta con cerca de 80.000 miembros. Sólo dieciséis de esas marchas plantean problemas porque atraviesan barrios enemigos, aunque sólo circulen por unas decenas de metros. El pasado verano uno de estos desfiles originó un conflicto que finalizó con la muerte de tres niños, miembros de una misma familia católica.


Pero es el tema del desarme la cuestión más candente y el principal obstáculo para el avance del proceso de paz patrocinado por Londres y Dublin. El hecho de que el IRA y las organizaciones lealistas no se desprendan de su arsenal militar no es una señal de buena fe8. Nadie en el IRA habla de un retorno a la violencia. La tregua está firmemente en pie y seguirá, pero la desconfianza de los unionistas y de los gobiernos de Londres y Dublín se acrecienta. El IRA lo ha dicho por activa y por pasiva: no entregará ni una bala mientras persista la ocupación británica en el Ulster. Por su parte, los protestantes se niegan a dar al Sinn Fein las dos carteras que le corresponden, mientras el IRA no haya empezado a entregar las armas. Esta situación está impidiendo la formación del consensuado Gobierno autónomo, una condición ineludible para la consecución de la paz.


El permanente empuje de los líderes británico e irlandés, Tony Blair y Bertie Ahern, ha producido una declaración que podría desbloquear el proceso. La fórmula, elaborada en el castillo de Hillsborough a principios de abril, contempla la cesión de parte del arsenal en cuanto se transfieran las competencias al Ejecutivo de Belfast. Sin embargo, las posibilidades de que sobreviva la declaración angloirlandesa sobre el Ulster para superar el estancamiento en que se encuentra el proceso de paz no son altas, porque no convencen ni al Sinn Fein ni a los unionistas.


Ante esta sensación de crisis, que no de tragedia, lo importante es destacar que los canales del diálogo entre las diferentes formaciones se mantienen abiertos. De ahí las esperanzas de avances futuros. Pero una prolongación excesiva en el tiempo sería perjudicial por la progresiva disminución del apoyo de la población a los acuerdos de paz, especialmente entre los unionistas. La llave más idónea para desbloquear la situación sería que el IRA hiciera un mínimo gesto hacia el desarme que permitiera a los líderes protestantes decir a sus seguidores que el abandono de las armas ha comenzado, de tal forma que se pudiera por fin permitir el acceso al poder político a los católicos. Algunos políticos y ciudadanos estiman que si no se llega a un acuerdo, el edificio levantado el 10 de marzo corre serio riesgo de derrumbarse.


CONCLUSIONES PARA EL FUTURO


El Acuerdo de Stormont, rubricado mayoritariamente en las urnas con concesiones y sacrificios de ambas partes, demuestra que todo conflicto, por muy enconado que sea, tiene una solución política si se suman voluntades individuales. Todos han cedido y todos han ganado. Los republicanos, porque en él divisan el futuro de una Irlanda unida; los protestantes, porque pueden considerar garantizada la unión del Ulster a Gran Bretaña. También  es cierto que en este proceso hay mucho más que ganar por parte de las dos comunidades. En el conflicto irlandés hay, por ejemplo, presos de ambos lados, lo que ha posibilitado medidas de gracia y cesiones recíprocas.


Lo importante es que la paz se ha iniciado y no hay marcha atrás, visto el enorme apoyo popular. No obstante, es preciso reconocer que ésta dista de estar garantizada, aunque lo peor ya haya pasado. Lo difícil es encontrar el camino de la paz (el Acuerdo del Viernes Santo), pero una vez encontrado, sólo hay que seguirlo. El diálogo es el único camino hacia delante. Es demasiado tarde para permitir que todos los beneficios del acuerdo, las perspectivas de paz y una situación política estable por primera vez en años, se derrumben por la falta de consenso con respecto a un punto. La crisis del desarme deberá ser resuelta. Las armas son el problema en este momento, pero los instrumentos aprobados para el Gobierno autónomo son las herramientas que deben permitir el asentamiento de los acuerdos de paz y la superación del odio entre ambas comunidades.


En definitiva, hay que buscar los instrumentos necesarios para que germine una cultura de paz —algo nada fácil si se considera la antigüedad, la profundidad y las viejas heridas abiertas por el histórico enfrentamiento— que normalice la convivencia entre protestantes y católicos (que tanto desean vivir en paz) y garantice los derechos de lo que, tras esa unificación, será la minoría protestante. Pues el temor de éstos es precisamente que se inviertan los papeles y sean ellos los discriminados.


Con el Acuerdo de Stormont se ha visto que las diferencias pueden ser negociadas y resueltas mediante medios políticos exclusivamente pacíficos. Los principales dirigentes republicanos y unionistas han conseguido un consenso nada fácil y el pueblo lo ha avalado. Pero la tarea de la construcción de la paz en Irlanda del Norte demuestra y ratifica, día a día, que «un proceso de paz es tan difícil como una guerra»9.


A estas alturas del proceso, y a pesar de los obstáculos, los católicos y los protestantes deben evitar que continúe floreciendo esa semilla de la desconfianza, responsable de que las discusiones políticas fracasen.