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En 1992 Francis Fukuyama proclamó solemnemente el triunfo de un mundo basado en la política y economía liberal que se habría impuesto a las utopías tras el fin de la guerra fría. Según el estudioso norteamericano, tras la caída del muro de Berlín la democracia liberal se convertía en la única opción viable, el pensamiento único.

Quince años después, en Praga, se ha celebrado un encuentro mundial de disidentes organizado por José María Aznar, Vaclac Havel y Natan Sharansky, la reunión era una muestra gráfica del estado de la historia.

El momento más esperado de dicho encuentro se produjo con la intervención del presidente de los Estados Unidos, George W. Bus, que en su segundo discurso inaugural, en 2004, proclamó el compromiso de América con el final de las tiranías que existen en el mundo, se adhería sin reservas a la tesis de la expansión de la democracia. Siguiendo este discurso vamos a exponer, con sus propias palabras, el planteamiento de fondo que ha marcado la política exterior norteamericana de los últimos años levantando grandes críticas pero, en honor a la verdad, sin ninguna alternativa seria.

Esta doctrina, expuesta por Natan Sharansky en Alegato por la democracia, se ha desarrollado con especial fuerza tras la caída del muro de Berlín. Mientras muchos se apresuraban a bajar el telón de la historia, en pantalla se asomaba ya el cartel de continuará. Tras la victoria de Occidente en la guerra fría nuevas amenazas para la libertad se cernían en el horizonte. El origen se encontraría en la situación de opresión que viven distintos países del mundo, especialmente aquellos en los que regímenes islamistas totalitarios van sembrando un resentimiento entre la población que resulta el mejor caldo de cultivo del extremismo y la violencia. El 11 de septiembre sería la advertencia definitiva de este «nuevo» peligro que se cernía sobre el mundo, un movimiento internacional de extremistas islámicos que amenazaba a todo el «mundo libre». Londres, Casablanca, Indonesia y Madrid fueron la confirmación de una guerra no declarada entre el totalitarismo violento y la libertad.

LA LIBERTAD CONTRA EL IMPERIO DEL MAL: LA NUEVA GUERRA FRÍA

Estamos en una situación de confrontación en la que se enfrentan la libertad sobre la tiranía. Un enfrentamiento similar al de la guerra fría que servirá como continua referencia. La gran novedad es que en este caso la lucha de los bloques se sustituye por la lucha de los valores.

Aunque el problema resulte tremendamente complicado, su planteamiento es tremendamente claro: la lucha por la libertad, que no es sólo un sueño utópico sino «un derecho universal y el único camino para lograr la paz en el mundo». Desde este punto de partida, el mundo se dividiría entre sociedades libres y sociedades del miedo, que se caracterizarían por la ausencia de la libertad de expresión, la existencia de sistemas de represión y la identificación de un enemigo exterior.

La nueva guerra fría es, como la anterior, mucho más que un enfrentamiento militar. Se presenta como «un conflicto ideológico entre dos visiones radicalmente diferentes de la humanidad. Por un lado, los extremistas que proponen el paraíso pero condenan a las mujeres a una vida de violencia y represión y a los hombres a la inmolación del terrorismo suicida. Su ambición pública es construir un imperio totalitario que se extienda por los actuales y los antiguos territorios musulmanes, que incluyen territorios europeos. Su estrategia: atemorizar al mundo a través del terrorismo».

En el otro lado estaría la inmensidad de hombres y mujeres, «gente de diferentes costumbres, diferentes credos que se unen por una convicción unánime: que la libertad es un derecho innegociable de todo hombre, mujer o niño, que toda vida humana tiene una dignidad y un valor que ningún poder en la tierra puede arrebatar».

LA EXPANSIÓN DE LA DEMOCRACIA: UN DEBER INTERNACIONAL

Las dictaduras son sistemas intrínsecamente beligerantes y, aunque pueden prometer estabilidad a corto plazo, más tarde o más temprano se terminan convirtiendo en un peligro tanto en el plano interno como en el internacional. De ahí que «extender la libertad sea más que un imperativo moral, sea el único camino realista para proteger a nuestra gente a largo plazo. Sajarov ya advertía que un país que no respeta los derechos de sus habitantes, no respetará los derechos de los países vecinos. La historia lo demuestra. Aquellos gobiernos que deben dar cuentas ante las urnas no atacan a los otros. Las democracias afrontan sus problemas a través del proceso político, en lugar de buscar chivos expiatorios exteriores».

La protección internacional de los derechos humanos se convierte así en un elemento esencial para la paz y la seguridad, como señala el documento de conclusiones de la conferencia. «El arma más poderosa en la lucha contra los extremismos no son las balas ni las bombas, sino la apelación universal a la libertad. La libertad es el mejor camino para fomentar la creatividad y el potencial económico de una nación. La libertad es el único orden social que conduce a la justicia, el único camino para garantizar los derechos humanos».

La expansión de la libertad se convierte así en una misión que une a las democracias de todo el mundo. Aquellos que disfrutan de la libertad tienen la responsabilidad de ayudar a aquellos que están tratando de establecer sociedades abiertas. Como demuestran iniciativas como el fondo de Naciones Unidas para la democracia o proyectos como el Foro para el Futuro establecido por los países del G-8 para fomentar la sociedad civil en los países de Oriente Medio.

El problema llega cuando la defensa de los intereses nacionales, económicos principalmente, pasan por mantener una buena relación con un gobierno dictatorial, ¿hasta qué punto puede un gobierno ir en contra de este interés nacional? La posición norteamericana resulta paradigmática al señalar que reivindica sus relaciones de amistad sin dejar de lado las exigencias democráticas con países como China, Rusia o Arabia Saudí.

¿DEMOCRACIA PARA TODOS?

Se puede decir que aunque el fin de la democracia es universal, es preciso reconocer que avanza a ritmo distinto en distintos lugares del mundo. Una de las virtudes de la democracia es su capacidad de adaptarse a la historia y a las tradiciones de cada país, de ahí que sea necesario identificar una serie de elementos que deben existir en cualquier lugar del mundo: la libertad de expresión, religión, prensa y reunión; el Estado de derecho garantizado por tribunales independientes, los derechos de propiedad privada, los partidos políticos que participen en elecciones libres y limpias. Estos derechos e instituciones garantizan la dignidad de las personas y el camino de libertad de las naciones.

En función de la situación de estas libertades podríamos hablar de tres categorías distintas. La primera sería la de «las peores dictaduras del mundo», donde estarían Bielorrusia, Burma, Cuba y Corea del Norte. Y a las que se añadirían Sudán, Zimbaue, Irán o Siria.

Otros países como Egipto, Arabia Saudí, Pakistan y China entrarían en la categoría intermedia, siempre según el presidente Bush, «países que han adoptado medidas para oponerse a los extremistas y extender la libertad y la transparencia. Aunque aún tienen mucho camino por andar».

La tercera categoría podría ser la de aquellos países como Venezuela, Vietnam, Uzbekistán o Rusia donde la libertad está en peligro y donde últimamente se han registrado ataques a las instituciones democráticas, e incluso la persecución y el encarcelamiento de líderes cívicos.

LAS POSIBILIDADES DE EXPANSIÓN DE LA DEMOCRACIA

Tras el planteamiento inicial entramos en las propuestas de acción. Es este el principal reproche de la doctrina de la expansión de la democracia: la pasividad y el conformismo europeo que se esconde tras las teorías del apaciguamiento sólo han sido posibles gracias a la acción norteamericana, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial.

Es posible identificar dos vías de acción, las externas y las internas. Las primeras pasan por el aislamiento, las sanciones internacionales, la denuncia de sus actuaciones totalitarias, especialmente de la violación de derechos humanos y el reconocimiento de la labor de los demócratas, que les otorga una protección, aunque sea mínima, frente a las detenciones arbitrarias y maltratos del régimen.

Las segundas pasan por la actuación dentro del Estado totalitario. Incluso los sistemas más totalitarios tienen rendijas por las que escapa y se extiende la libertad, se trata de aprovechar estas rendijas para fortalecer la sociedad civil local y la cultura democrática dentro del país.

Las sociedades del miedo tienen una composición compleja. Dentro de las mismas es posible identificar los convencidos, que siempre los hay, los doblepensantes, la inmensa mayoría que se conforman con sobrevivir en una situación que internamente rechazan, y los disidentes, aquellos que se enfrentan públicamente a los gobernantes de esas sociedades. Cualquier ciudadano que esboce un pensamiento distinto del sostenido por el gobierno es considerado un «contrarrevolucionario» o «subversivo», y desde ese momento comienza «su lucha», que pasa por la perseverancia en sus reivindicaciones y una apuesta por el diálogo que suele resultar ingenua a los observadores internacionales pero cuya eficacia corrobora, una vez más, el ejemplo de la guerra fría. Gente corriente, los «sin poder», «que querían vivir sus vidas, adorar a su Dios, y contar la verdad a sus hijos». Gente como Walesa, Havel, Sajarov o Sharansky.

Aunque en el momento en el que alguien abandona su condición de doblepensante y se convierte en disidente siente una tremenda liberación, a continuación comienza un auténtico calvario. La incertidumbre, la falta de información, la restricción del ejercicio de derechos básicos como el de movimiento o el ejercer libremente su trabajo, la condena al silencio a través de la censura, la persecución, las amenazas que sufre uno mismo y sus seres queridos, el ataque y el descrédito por quienes califican su conducta de antisocial y al servicio de una potencia extranjera, e incluso la prisión, van desgastando la moral del demócrata que vive en los países totalitarios hasta llegar en muchos casos a la desesperación.

Por eso «los disidentes merecen la admiración y el apoyo incondicional de los países democráticos. El fin de las tiranías requiere el apoyo a los grupos que se enfrentan a las tiranías». Acompañar a los demócratas, escucharles, darles voz, apoyarlos económicamente para que puedan sobrevivir, proporcionarles los medios adecuados para ejercer su labor democrática y pacífica, ofrecerles servicios como asesoramiento legal o atención médica, visitarles, encontrarse con ellos, transmitirles continuamente el aire de la libertad, gritarles lo más alto posible, para que lo escuchen todos sus vecinos, que no están solos. Sólo así «los disidentes de hoy serán los líderes del mañana».

LOS PROBLEMAS DE LA EXPANSIÓN DE LA DEMOCRACIA

La expansión de la democracia no es tarea fácil, su puesta en práctica tropieza con infinidad de obstáculos y debe enfrentar un elevado número de críticas.

Junto al problema del desaliento, la impresión que la lucha contra la tiranía es algo utópico, encontramos los que señalan que acabar con la tiranía supone la imposición de una serie de valores, «occidentales», a gente que no los comparte ni quiere compartirlos. En la misma línea se desenvuelve la acusación de injerencia en la soberanía interna de un país que supone el promocionar grupos de la sociedad civil que se oponen directa o indirectamente a las dictaduras.

Ejemplos como el de Irak, Líbano o Afganistán nos alertan ante el peligro que el final de regímenes dictatoriales den paso al caos. En esta línea y tras la victoria de Hamas en Palestina, algunos temen que la democracia lleve al poder a grupos peligrosos. E incluso desde una perspectiva internacional muchos prefieren la estabilidad internacional ofrecida por estos regímenes.

La respuesta a estas críticas, en línea con los resultados de la guerra fría, apunta a que la mayoría de los habitantes que viven bajo regímenes totalitarios cuando pueden elegir eligen la libertad. Ellos son los auténticos soberanos de sus respectivas naciones, lo que justifica la colaboración con los grupos prodemocráticos. Los únicos que imponen sus valores y arrebatan la soberanía serían los extremistas, los radicales y los tiranos. Frente a los que creen que en ciertos lugares la libertad hace a los hombres menos seguros, Bush denuncia que estos crueles ataques a estas jóvenes democracias de Oriente Medio son la principal muestra de que los radicales «saben que el éxito de las sociedades libres supone una amenaza mortal para sus ambiciones y su supervivencia. El hecho de que se resistan no es razón para dudar de la democracia, es la evidencia que muestra el poder de la misma». «La política de tolerar la tiranía es un error moral y estratégico. Un error que el mundo no debe repetir en el siglo XXI. Pretender la estabilidad a costa de la libertad no conduce a la paz sino al 11 de septiembre de 2001».

El resultado incierto de algunas elecciones no supone el fracaso de la expansión de la democracia. La democracia consiste en algo más que la participación en las urnas. La democracia requiere verdaderos partidos de oposición, una sociedad civil vibrante, un gobierno que haga respetar la ley y responda a las necesidades de sus ciudadanos. Las elecciones no pueden acelerar la creación de estas instituciones y en ocasiones será preferible retrasar la convocatoria de elecciones en países que están abandonando regímenes totalitarios. Una vez lograda la estabilidad, la gente no votará por un camino de violencia. Para estar en el poder los gobernantes deberán escuchar a sus votantes y acoger sus deseos de paz, o los votantes les darán la espalda en próximas elecciones.

LA REVISIÓN DEL ESTADO DE LAS AUTONOMÍAS

A pesar de la situación en lugares como Irak, Libano o Afganistán la valoración que el presidente Bush hace de la aplicación de la doctrina es optimista. A comienzos de los ochenta sólo existían 45 democracias en el mundo, hoy son más de 120, hoy viven en el mundo más gente libre que en ningún otro momento de la historia. Éxitos recientes como Ucrania, Georgia o Kyrgyzstán, avances en lugares como Yemen o Kuwait, donde las mujeres han podido votar y ser elegidas por primera vez… El camino es largo pero la historia nos demuestra cómo personas con claridad moral y valentía pueden cambiar el curso de la historia. Al igual que Vaclav Havel tomó posesión como presidente de Checoslovaquia al grito de «Señores, vuestro gobierno ha vuelto a vosotros», la labor de los disidentes, su ejemplo y su liderazgo conducirá a estas naciones que hoy viven bajo la tiranía hacia la libertad.

Profesor de Derecho Constitucional de la UCM. Subdirector de Estudios e Investigación del Centro de Estudios Constitucionales y Políticos. Asesor en el área de comunicación política.