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Mi primer encuentro con don Antonio Fontán tuvo lugar en Varsóvia, en el otoño de 1987. Los polacos —y también los poquísimos extranjeros residentes allí por aquellas fechas, los menos de ellos españoles— vivían bajo la temida amenaza del sable del general Jaruzelski. Polonia, tierra por excelencia de héroes, mártires, patriotas y poetas, hacía frente a la dictadura del proletariado a la que la antigua URSS había sometido a muchos pueblos de Europa Central y del Este. En aquel ambiente de opresión política e intelectual irrespirable, tuve la ocasión de encontrarme con don Antonio en la Universidad de Varsóvia. Su llegada a los círculos universitarios, de hispanistas y de gente de la Prensa tenía un significado muy especial, pues la sola presencia en aquella universidad del profesor Fontán, cuya talla intelectual y peso político en el camino de España hacia la democracia eran sobradamente admirados y conocidos en Polonia, suponía un triunfo de la libertad de pensamiento frente al clima de asfixia intelectual que se vivía en Polonia.

Años más tarde, el hundimiento del bloque soviético y de la política impuesta a los llamados «países satélites» era una realidad. Polonia daba sus primeros pasos hacia la democracia y la universidad española se abría a aquellas lenguas y culturas, de modo que, quienes habíamos sido pioneros en las tareas docentes orientadas al asentamiento de una licenciatura en Filología eslava en España, no podíamos dejar pasar la oportunidad de organizar actividades que llevaran al acercamiento cultural hispano-polaco.

Así, en la primavera de 1992 organizamos en la Universidad Complutense las I Jornadas de Lengua, Literatura y Cultura Polacas (a ellas habrían de seguir ulteriores ediciones). Nuestro invitado de honor no podía ser otro que el profesor Fontán, maestro complutense y «polonófilo» excepcional. Su conferencia inaugural no se quedó en eso, sino que fue realmente lo que, en términos académicos, denominamos una lección magistral. El tema se ofrecía bajo el título: «Juan Dantisco, embajador de Polonia en la corte de Carlos V». Los numerosos asistentes a la conferencia —que fue, por otro lado, un verdadero alarde de sabiduría e investigación— quedaron gratamente sorprendidos al escuchar de la boca del profesor Fontán la muy intensa relación política y diplomática que se había establecido entre el Imperio de Carlos V y la Corona polaca, la cual se prolongó con extraordinarios frutos culturales y políticos a lo largo de los siglos XVI y XVII. Cabe decir que, de todos los embajadores polacos que en aquellos tiempos visitaron España, el más destacado fue el enviado por el rey Segismundo I, llamado Jan Dantyszek o Juan Dantisco (1485-1548). Este polaco de Gdansk, que tras estudiar en la Universidad de Cracovia se inició en la carrera diplomática y que, entre 1518 y 1524, fue enviado a España en tres ocasiones en misión diplomática ante Carlos V, ha sido en los últimos años objeto de un estudio minucioso por parte del profesor Fontán, sobre el que ha publicado un buen número de trabajos, como Juan Dantisco: un humanista polaco en la España de Carlos V (1994), y el extenso volumen Españoles y polacos en la corte de Carlos V. Cartas del embajador Juan Dantisco (1994), del que es coeditor junto con el profesor polaco Jerzy Axer, de la Universidad de Varsóvia.

Sobre todo con este último título, el profesor Fontán puso al alcance del lector español el testimonio y la prueba fehaciente de las extraordinariamente intensas y mutuamente enriquecedoras relaciones hispano-polacas de aquellos años. A través de la lectura de las cartas latinas de Dantisco (por cierto, magníficamente traducidas al español por la profesora Isabel Velázquez) descubrimos no sólo la intensidad de la vida política y diplomática del polaco en la corte española, sino también la gran afinidad y la empatía que ya en aquellos tiempos se tenían recíprocamente españoles y polacos, y no sólo en el ámbito político sino —y quizá sobre todo— en las relaciones personales. Y hay que decir que con esmero cultivó esta grata circunstancia el embajador polaco, quien dejó una prolija descendencia entre nosotros, así como su apellido, Dantisco, ya hispanizado, y con el que aún hoy nos podemos encontrar por tierras españolas.

Quizá uno de los eventos más memorables, desde el punto de vista de las actividades encaminadas a desarrollar las relaciones científicas y culturales hispano-polacas, fue el que el profesor Fontán organizó en 1998 en Segovia, en cuyo magnífico colegio universitario tuvimos, españoles y polacos, el privilegio de compartir algunos días dedicados al estudio de las relaciones de nuestras dos naciones.

Bajo el título de Jornadas Hispano-Polacas de Historia y Cultura, un nutrido grupo de profesores, pensadores y artistas, tanto españoles como polacos, tuvimos ocasión de pasar revista a la historia de nuestras naciones a partir de lo común y compartido: política, diplomacia, historia, filosofía, cine, literatura, arte, etc. La idea de este encuentro fue extraordinaria, porque Polonia se preparaba a pasos de gigante para su ingreso en la Unión Europea y sin duda un país con el potencial humano y cultural de Polonia tenía que estar mucho más cerca de España, hablando en términos políticos y culturales. El profesor Fontán, con su extraordinaria visión de futuro político y con esa virtud que lo caracteriza —sólo propia de los grandes hombres— y que consiste en hacer las cosas con tan exquisita delicadeza que no se nota que las hace, y que parece incluso que las hacen los demás, estaba abriendo sigilosamente pero con paso cierto el camino a lo que ya es hoy una realidad: las intensas relaciones hispano-polacas en todos los ámbitos.

En el terreno académico, aún en varias ocasiones más hemos tenido el honor y el placer de contar con don Antonio en nuestras actividades universitarias encaminadas a este acercamiento cultural. Por recordar las más recientes, me referiré a dos: «Polonia y España: encuentro de dos culturas» y «España y el mundo eslavo: relaciones culturales, literarias y lingüísticas», ambas celebradas en la Universidad Complutense.

Para la primera de esas jornadas, celebrada en noviembre del 2001, una vez más pedimos a Fontán poder contar, para la lección inaugural, con su sabiduría y su palabra. Allí acudió don Antonio para hablar del Humanismo en tierras polacas y españolas y de los grandes hombres que ambas naciones había dado para gloria de sus respectivas historias nacionales, pero eso sí, buscando siempre los puntos de encuentro de los pensadores de una y otra parte.

La última ocasión en que hemos contado con la presencia de don Antonio ha sido hace escasamente un año, en que acudió —siempre generoso ante nuestras peticiones— para pronunciar la lección inaugural del congreso internacional anteriormente mencionado. En este caso el tema elegido por don Antonio fue la obra poética latina del ya mencionado embajador polaco Juan Dantisco, asunto al que nos consta que está dedicando gran parte de su tiempo en la actualidad. Dantisco fue autor de composiciones poéticas muy populares en su época. Escribió epigramas, epitalamios, epitafios, panegíricos y otras composiciones de carácter didáctico, moral y religioso en las que se encuentran numerosas referencias españolas e influencias de la cultura hispánica.

No cabe duda de que la figura de don Antonio Fontán ha sido fundamental a lo largo de las dos últimas décadas para el desarrollo de las relaciones entre España y Polonia, tanto por lo que conocemos como por lo que ignoramos. Ahora ambas naciones comparten espacios políticos y económicos en las instituciones europeas, pero se necesita una mayor proximidad humana y cultural, algo que sólo puede venir de la mano del intercambio intelectual y de la investigación del pasado común, de la búsqueda de raíces compartidas en el tronco de la historia. Esa es la lección del profesor Fontán, una lección que está más vigente y viva que nunca, y a la que los discípulos hemos de ser fieles.