Cesta
Tu cesta está vacía, pero puedes añadir alguna de nuestras revistas o suscripciones.
Ver productosCuatro mujeres protagonizan las historias de este libro de relatos. Cuatro mujeres heridas y valerosas que se hacen cargo: ayudan, sí, y al tiempo son ayudadas
5 de mayo de 2025 - 7min.
Guadalupe Arbona (1975) es profesora de Literatura y de Escritura Creativa en la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado diarios, novela, estudios literarios… En su labor de editora cabe destacar la desarrollada en torno al escritor José Jiménez Lozano, con obras tan significativas como el diario póstumo del autor: Evocaciones y presencias (2020).
Avance
Una obra en cuatro tiempos: cuatro relatos protagonizados por mujeres en cuya debilidad reside a la vez su fuerza. La primera se siente responsable de Sol, que regenta un quiosco en la plaza del pueblo donde viven. A algunos les gustaría que ese viejo puesto de chucherías y cachivaches desapareciera junto con la persona que tiene en él su vida, pero la narradora, la alcaldesa, se siente unida a ella de una forma profunda, misteriosa y quizá irracional. La apoyará hasta el final, incluso dudando de que ese mismo apoyo sea lo mejor para ambas, pero este es un relato de amorosa incondicionalidad.
Este y los otros tres son narraciones especulares en las que las protagonistas se miran en otras figuras donde se reconocen o a las que están unidas de alguna manera. Así, la jueza del segundo cuento se excede en sus funciones y no pierde de vista a un muchacho al que ha mandado a un centro de menores. La desesperada enfermera keniata del tercero, se encuentra con la palabra sabia de un viejo amigo que la reconforta y le ayuda a curarle su mal: el mal de la desesperanza. Y, en el último cuento, Neela, la pianista india mundialmente conocida de origen dalit —la casta maldita, la más baja de todas—, solo logra salir de su vida anestesiada cuando busca a la monja de ojos azules y acento extranjero que le enseñó a tocar en Bhubaneshwar. La encuentra y le encomienda una misión que tiene nombre, Darinka, y buenas dotes para el piano…
La ternura, la responsabilidad, la perseverancia y la piedad de una forma muy especial, muy en la estela de los escritos de María Zambrano, están presentes en las historias de estas cuatro mujeres que desde distintas latitudes, con sus esfuerzos, tratan de hacer el mundo, su pequeña parte del mundo, un poco más habitable, más justa, más sana y más hermosa.
Al enigmático título escogido por Guadalupe Arbona, profesora de Literatura y Escritura Creativa en la Universidad Complutense, le dan contenido las historias que le siguen. Son cuatro los relatos de Cuando ellas, cuatro historias de mujeres que se hacen cargo hasta el final de aquello que sucede a su alrededor. Cuatro mujeres que escuchan, atienden y se apoyan en otras personas para salir adelante y superar adversidades de forma conjunta: de esa manera, quienes ayudan son ayudadas, las que buscan y ofrecen consuelo son asimismo consoladas… Un cuadro vivo de bienaventuranzas y bienaventuradas contemporáneas es lo que presenta esa obra editada por Pre-textos que viene introducida por la frase de María Zambrano: «Los bienaventurados nos atraen como un abismo blanco». El exergo se extrae de su obra titulada precisamente así, Los bienaventurados. En el texto introductorio de esa misma obra, escribe la conocida zambranista y gestora cultural Rosa Mascarell: «El bienaventurado no teme al fracaso, quizás está instalado en él, y la piedad que manifiesta como fundamento de todo su sentir empieza siendo piedad por sí mismo. Esta consiste en saber tratar con lo radicalmente diferente, no es simplemente tolerante, pues “la tolerancia no es comprensión ni trato adecuado, es el mantener a distancia respetuosamente, eso sí, aquello con lo cual no se sabe tratar”. Y el bienaventurado no se mantiene a distancia, quiere entenderse con cada una de las múltiples maneras en las que se presenta la realidad». Eso es. La bienaventurada es la que no mira hacia otro lado, la que se remanga y va hasta el final en todo lo que emprende. En Cuando ellas, se encuentran los ejemplos.
Bienaventurada es Sol, que vive y deja vivir desde su quiosco verde en la plaza de un pueblo. Ese modesto negocio, que también es refugio vital, se convierte en una atalaya privilegiada a la hora de conocer a los vecinos; sus males, sus miedos, sus no muy profusas alegrías… Pero bienaventurada por conocer y tratar a Sol es también la narradora, la responsable, la alcaldesa de la localidad que se siente unida —casi enganchada se podría decir— a Sol. «Yo tenía todo y ella no tenía nada. A mí no me faltaba nada, a ella muchas cosas. Y, sin embargo, yo la necesitaba […], muchas cosas me llegan por mi amistad con Sol. Además, con ella se despabila otra cosa. Otra cosa muy mía y a la vez nueva, distinta, que no se parece a lo mío. Una extraña piedad…». De nuevo el hilo del idioma de María Zambrano une a las protagonistas y remienda sus heridas.
La segunda bienaventurada tiene nombre y apellido: Elsa Rodríguez, jueza perfeccionista y estricta que empieza ejerciendo con ella misma. Es posible que su carrera sea intachable, pero una vez se equivocó y no se lo perdona. Esa sentencia abrió la grieta. La grieta, por cierto, es una palabra que atraviesa varias de las narraciones. En la primera se hace referencia a esa grieta por donde entra la luz, como canta Leonard Cohen en Anthem. La grieta en su trayectoria fue un caso cuyo resultado acabó con un muchacho en un centro de acogida de menores. Pero el caso no acabó así, sino que así es como comenzó para ella su particular caso. Intranquila, se interesó a partir de entonces por la situación de estos centros. Estudió, propuso, planteó cambios, introdujo mejoras. Su trabajo había acabado hacía años, pero la conciencia no termina con el golpe de mallete. Buscó a aquel muchacho y lo convirtió en cómplice de sus investigaciones.
«He resuelto el caso, he enderezado al chaval y estoy llevando a cabo un estricto control de los centros de menores», se dice a sí misma atormentada. ¿No puede eso ser suficiente? No es suficiente y en las noches de luna llena ese pensamiento se vuelve tortuoso y evidente.
Greta, la enfermera keniata que salió con vida (por poco) de su país, se dedica a intentar que las mujeres del país de al lado, Uganda, tomen las medicinas, antirretrovirales que pueden mitigar los efectos del virus innombrable. « […] No me rendí, al contrario, decidí dedicarme a curar heridas: me hice enfermera». Ha de luchar contra la superstición, el imperio de las costumbres y las apariencias, y lo hace movida por un impulso vital contra toda muerte, también la muerte en vida que arrastran aquellas mujeres proscritas por su enfermedad contagiada y contagiosa. «No quería que se dejase vencer por la muerte traidora, la que llegaba incluso antes de que se apagasen los órganos vitales antes de la muerte física».
Habla de Wendy, una de sus pacientes más queridas, pero podía hablar de cualquiera. Desesperada, desesperanzada, se refugia en un buen animo que tiene la mejor medicina y se la dispensa: son palabras de cariño y verdad. You are worthy o «vales más que el mundo entero» o unastahili, en suajili, o en el idioma que se quiera… Porque es el idioma del corazón el que se abre camino hasta ahí, justo ahí donde hace falta. Renovada, la enfermera prosigue con su actividad, su peregrinar casa por casa para lograr que las medicinas sean administradas. A sus enseres incorpora un espejo para que aquellas mujeres se vean a sí mismas: esta eres tú y you are worthy, en todas las lenguas.
La última protagonista de Cuando ellas, Neela, es una pianista de gran éxito que recorre el mundo impasible. Todo lo tiene y todo le falta. En ocasiones recuerda su infancia paria en la India. Criada como una dalit1, comenzó a descifrar la música de la mano —de las manos— de una monja de ojos claros a quien la confió su querida madre. Ella también tenía las manos como medio de ganarse la vida, pero qué diferencia. Su madre teñía sedas y algodones y se dejaba la piel literalmente en esa tarea, mientras los tejidos tomaban un color azufre; aunque el que le gustaba era el color turquesa. Neela también tenía magia en las manos y brotaba espontáneamente cuando tocaba el piano. Su madre se hubiera sentido muy dichosa viéndola llenar teatros y llevar felicidad con su arte a tantas personas. Neela daba lo que no tenía. Profundamente insatisfecha, un día decidió ir en busca de aquella mujer que le había cambiado —o salvado— la vida de niña. Quizá pudiera hacerlo una segunda vez… Neela se encuentra con ella en Perú, a las afueras de Lima. Sigue haciendo lo que siempre hizo: ayudar. Si de niña aquella mujer tenía una misión para Neela, la música, ahora tiene otra para la pianista adulta y exitosa: Darinka, una muchacha con buenas aptitudes para la música… Neela ayudará, pero Darinka ayudará decisivamente a la pianista. Ellas componen el último par de personajes e historias que, impulsadas por la confianza y ternura, se cruzan a través de mundos muy diferentes hasta encontrar el verdadero alcance de sus vidas.
La foto que ilustra el texto es del repositorio de Pixabay y su autora, Godsgirl_madi. El archivo se puede consultar aquí.