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Recuerdo, no desde luego como si fuera ayer, la presentación en el hotel Villa Real de Madrid de la Nueva Revista, hace veinte años. En 1989 la caída del Muro de Berlín, el inicio del camino hacia la transformación política de la URSS, de toda su constelación política en la Europa del Este y el fin de la Guerra Fría asombraron al mundo y abrieron una nueva etapa política, incierta si, pero cargada de esperanza. Definitivamente aquel fue un buen año, donde la humanidad vivió uno de sus momentos estelares.

Antonio Fontán, en una reciente entrevista celebrada en Guadalcanal, recordaba a un grupo de amigos y colaboradores que los tres pilares en los que se sustentaba su proyecto editorial eran la cultura cristiana, el liberalismo político y el patriotismo español. Estos valores políticos y cívicos han sido, también, referencias constantes en su significada vida política al servicio de la restauración monárquica (1975), la implantación de un régimen democrático en España (elecciones libres, sin exclusiones, en 1977) en el marco de una Constitución democrática (la «Constitución de la Concordia» de 1978) que él, como Presidente del Senado constituyente, al igual que el presidente del Congreso, Fernando Álvarez Miranda, tuvo el honor de firmar, acompañando la rúbrica del Rey Juan Carlos I. Una vida coherente y fértil, al servicio de la política, de sus ideas y de su lucha porque España fuera una democracia respetada y, otra vez, una gran nación.

En su libro Humanismo romano (1974), escribió Antonio Fontán: «el más excelso valor moral, en el orden político, es la libertad». «La libertad[…] tiene un sentido en política interior: Libertad para juzgar; que en el severo eticismo de Cornelio Tácito presupone el conocimiento de los hechos, la rectitud moral y libertad para vivir, decorosamente, tanto en la vida pública y en la privada». «La libertad de espíritu implica también un desapegode las cosas».

España necesita un gobierno con capacidad transformadora, visión a largo plazo, competencia, que tenga el coraje y los conocimientos necesarios para realizar un giro estratégico que nos permita volver a recuperar la seguridad en nuestro rumbo histórico del que no hemos apartado.

Certeramente se refiere a Horacio para el que «el paisaje de la verdadera libertad es un huerto con árboles que dan sombra, agua fresca, un parco yantar conforme a la naturaleza, y el espíritu fiel a los preceptos sustanciales del vivir honrado, abierto al canto gozoso, sabio y espontáneo de la belleza de las cosas». Recuerda Fontán, siguiendo a Horacio, que «son enemigos de la libertad el odioso poder de los tiranos y los dos vicios capitales de la avaricia y la soberbia, hervideros constantes de inquietudes». Pero también son enemigos de la libertad todos los temores (y todos lo miedos) especialmente «el temor a la muerte». Y concluye diciendo: «El que ha vivido rectamente,especialmente si lo hace al servicio del Estado (el hombre político), prolonga su vida en dos nuevos mundos, el de las almas, si son de algún modo inmortales y el de la gloria de los hombres futuros». Estas apreciacion están atinadas y atemporales sobre las virtudes públicas, en este momento que Antonio Fontán se encuentra superando una afección, son siempre oportunas y no dejan de ser novedosas.

España, en estos veinte años, ha continuado su camino histórico emprendido en 1977. En 1989, Felipe González acababa de ganar sus terceras elecciones y aunque todavía le quedaba otra legislatura más (hasta completar trece años y medio en el poder) había empezado el declive del socialismo en el Gobierno y el auge de una opción de «centroderecha» que había hecho los deberes y tenía líder, proyecto político nacional, un programa reformista, un partido fuerte, unido y responsable, buenos y prestigiados equipos de gestión y una amplia base social, lo que le permitió llegar al poder en 1996, alcanzando como reconocimiento de su «buen gobierno» la mayoría absoluta en el año 2000. La posibilidad de un ciclo más largo del Gobierno para el PP se vio truncada por el atentado terrorista del 11-M, que cambió la historia de España.

No es objeto de este artículo el análisis pormenorizado de la gestión de los distintos gobiernos democráticos, aunque sí es un deber recordar que vamos a empezar el sexto año de Gobierno presidido por Zapatero, y solamente falta por saber el tiempo que le resta de permanencia en el poder a él y también a los que le han aportado la mayoría parlamentaria y que son corresponsables de sus políticas que tan graves daños están provocando. Tiempo es precisamente de lo que no dispone España, porque debe remontar el vuelo cuanto antes sin más dilaciones.

España necesita un Gobierno con capacidad transformadora, visión a largo plazo, competencia, que tenga el coraje y los conocimientos necesarios para realizar un giro estratégico que nos permita volver a recuperar la seguridad en nuestro rumbo histórico del que nos hemos apartado.

EL CONSENSO COMO CLAVE DEL ÉXITO

Durante estos veinte años España ha alcanzado objetivos nacionales que tuvieron un amplio consenso, una continuidad política superadora de partidismos, y la necesaria voluntad política para llevarlos a cabo, venciendo las inclemencias de las circunstancias.

Se cumplía el sueño atávico, tras décadas de aislamiento, de alcanzar la plena incorporación de España a Europa, superando todas las pruebas. En 1992 se ingresaba en el mercado único europeo, culminando el final del periodo transitorio, como miembro ya de pleno derecho de la Unión Europea. En 1996 empieza el periodo de convergencia que nuestro país alcanza ajustándose plenamente a los requisitos marcados, llega la moneda única, el euro (en el año 2002 desaparece la peseta)…, hasta hoy con la ampliación de la UE a 27 países. Parafraseando a Adolfo Suárez, hemos elevado a categoría de normal lo que siempre fue la gran aspiración nacional: ser un país europeo, un país normal.

La lucha contra el terrorismo en España, salvo alguna conocida página negra, ha tenido una línea constante de actuación: unidad política de los partidos nacionales, amplio respaldo social y combate al terrorismo del Estado de derecho (cuerpos de seguridad y tribunales de justicia). Asimismo, hemos avanzado en la deslegitimación de la base social y política de ETA. Atrás queda el testimonio de la presencia masiva de españoles, en todas y cada una de las ocasiones en que han sido convocados a manifestarse y las pérdidas de vidas humanas irreparables (852), con políticos desaparecidos como Gregorio Ordóñez, Fernando Buesa o de jóvenes comprometidos que han dejado una estela histórica como Miguel Ángel Blanco («Hay sangre caída del mejor hermano / sangre por los mirtos y agua por los patios»).

Otro aspecto donde se ha producido un avance indudable ha sido en el ámbito económico-social. La extensión de la clase media española, el incremento de su renta per cápita muy cerca de la media europea, un mayor acceso a la propiedad privada, la mejora de las condiciones de vida de la gente, extendiéndose las prestaciones sociales hasta límites inalcanzables hace veinte años.

UNA SOCIEDAD POCO VERTEBRADA

Se ha producido un cambio de la estructura social del país. Pero toda esta ola de bienestar, de progreso material y de homologación europea, no se ha cimentado sobre terreno sólido.

La estructura política está oxidada, no ha habido un esfuerzo coherente para afianzar nuestros valores, no se ha trabajado, de forma permanente desde el poder con visión política de altura y a largo plazo. La fiesta no dura siempre.

La complejidad de un mundo, interconectado por la tecnología y por lo tanto interdependiente, inmerso en un inevitable proceso de globalización, que es la última frontera del desarrollo económico con efectos políticos y sociales innegables, nos introduce en la incertidumbre. Especialmente cuando las economías occidentales no son capaces de generar empleo neto, incluso con crecimiento económico positivo, y el empleo se crea en China donde existen fuertes restricciones a la inversión foránea. La generalización de una sensación de creciente malestar social, por ahora, de alguna forma, contenido por el aumento del gasto social. Esperemos que ni el populismo político, ni los totalitarismos pesquen en aguas turbulentas y tenga razón Fukuyama.

También la globalización de la información por el cambio tecnológico (Internet, redes sociales, TDT, etc.), tan positiva en otros aspectos, ha ayudado a conformar una cultura fragmentaria, instantánea, deconstruida, venerando iconos de barro portadores del virus de la banalidad, la superficialidad y las apariencias que pregonan la vida y el éxito fácil, el objetivo vital de la cirugía estética y el valor absoluto del dinero como reluciente referente del prestigio social, que, entre otros factores, lleva a una ética resultadista, legitimando el «todo vale».

La articulación de la sociedad española radicaba básicamente en la familia, y en una tradición forjada en valores inherentes a la dimensión social de la persona. El esfuerzo y el sacrificio desplegado para alcanzar las metas propuestas orientaban en el valor y el sentido de las cosas, la responsabilidad personal, el respeto y la generosidad hacia los demás, el trabajo bien hecho, el prestigio de la ejemplaridad, el sentimiento del compromiso con nuestro país, la contribución al bien común (el Bien y el Mal no son equidistantes, ni son dos opciones libres).

La ignorancia política, la atracción por la imagen hueca, la falta de compromiso con las ideas de fondo en favor de los estribillos molones fabricados por la cultura oficial «progre», la devaluación de la función pública donde se nombra ministro, caprichosamente, a personas sin currículo, saberes ni experiencias sólidas (quizás líquidas o gaseosas) también están en el origen del actual legado que nos ocupa y preocupa.

Ahora en la sociedad, no generalizadamente pero sí mayoritariamente, sobre todo en las generaciones que han de tomar el relevo social, predominan la atracción por la vida sin esfuerzos, ni metas, ni compromisos, ni ataduras, el discreto encanto de la ignorancia, de no saber nada (el conocimiento es un estorbo inútil), el no reconocimiento de ninguna autoridad, ni de ninguna referencia (la irreverencia social), el peso de la inmediatez, de la continua insatisfacción («ir y venir y no llegar nunca»). Existe una claudicación del ejercicio de la libertad, hay una pérdida de la energía moral en la sociedad. La mediocridad, la relegación del pensamiento por la frenética actividad, la imposición de la cultura pop, con sus iconos de ocasión. Naturalmente, la vida, para ser vida, debe tener una vertiente lúdica, divertida, alegre, en el día a día, pero la tarea de los políticos es alertar de la erosión social de lo realmente importante.

Vivimos en una sociedad poco vertebrada, donde no se afianzan ni anidan principios y valores y el resultado es un incipiente nihilismo (consecuencia de la insatisfacción) y la falta de compromiso con la propia sociedad. El futuro incierto que se avecina provoca miedo, inmovilismo, una sensación de impotencia, de no ser capaces de enfrentarse a los retos de este tiempo, a la competencia, a la productividad, a la internacionalización económica, al desempleo crónico, a la demanda de calidad y a la innovación tecnológica y empresarial.

El verdadero problema no es que los restos electorales de la ley D’Ohndt adjudiquen un diputado por Barcelona a uno u otro partido. El problema real es que pronto no será fácil ni cambiar las cosas, ni las mentalidades de las personas, porque el desvanecimiento de los valores no nos ayudará a volver a creer que podemos hacerlo.

LOS PROBLEMAS DE ESPAÑA SON OTROS

· La descomposición, el desvencijamiento de una conciencia nacional. La desvalorización de los principios que sustentan y dan fortaleza a la acción política, la ausencia de ideas, el debilitamiento de lo que significa el compromiso personal, cívico atrofiando los sentimientos altruistas hacia lo público, hacia la Nación. Para tener conciencia nacional hay que tener conciencia personal.

· La descomposición de la estructura social del país. Desgraciadamente, no va a ser fácil que una leve reactivación económica permita volver atrabajar a los 4.300.000 parados que tiene España según la última Encuesta de Población Activa (EPA).

Hay sectores económicos agotados y no se vislumbran sectores alternativos, potentes e intensivos en mano de obra.

España necesita hacer un esfuerzo por lo concreto. Es verdad que tiene un problema de estructura política y económica que necesita reformas, pero las políticas de un nuevo Gobierno tendrán que descender a la microeconomía buscando la generación de empleo en sectores innovadores que necesitan tiempo, apoyo y paciencia para ir creciendo y madurando.

· El endeudamiento es el paradigma máximo de la irresponsabilidad política, el gasto sin control ni límites. La destrucción del valor de la responsabilidad en la administración del dinero de todos con tal de mantenerse en el poder.

· La Constitución mantiene su valor histórico, pero las instituciones democráticas que consagra la misma no tienen un funcionamiento eficaz, no ayudando a resolver algunos ni de los viejos ni de los nuevos problemas. La política debe ser una actividad pragmática, flexible, concreta y prudente. Por ello el reformismo inherente de nuestra Carta Magna debería llevara modificaciones sustanciales de la misma para ser otra vez útiles. Pero la lógica política invita a pensar como hipótesis de trabajo que los grupos nacionalistas nunca permitirán esto, aunque ese fue el Espíritu del 77, de la Transición, es decir la Reforma y el Consenso como método para alcanzar el progreso.

· El sistema autonómico. El vaciamiento del Estado central como consecuencia de la falta de colaboración política entre los dos grandes partidos, que cuando la ocasión lo ha requerido han complementado su mayoría con los partidos nacionalistas a cambio de la cesión de competencias, deja al Estado, que tiene el deber de garantizar la igualdad entre los españoles, en una situación difícil. El gasto ineficiente por el solapamiento de Administraciones y el aumento de los funcionarios hace inviable la huida hacia adelante. Habrá que repensar toda esta cuestión, porque simple y llanamente no va a ser posible seguir así.

· Cataluña pierde peso y prestigio. La rentabilización del sentimiento victimista por parte de una clase política, precisamente no ejemplar, toca a su fin porque se impone la realidad. Ahí tienen el resultado obtenido por sus inefables políticos. Ellos son los responsables. Ahora, en esta crisis, es el momento de la gran reflexión, de señalar el páramo al que ha conducido el ensimismamiento, la endogamia y la utilización de los símbolos de Cataluña en beneficio propio. El voto decisivo en las próximas elecciones no pasa por la decrépita clase política catalana, con sus amenazas y chantajes ni por el maltrecho seny de su acomodaticia burguesía, sino por la rebelión de todos esos trabajadores y de los pequeños y medianos empresarios que ven cómo se hunden sus economías domésticas y cómo se cierran sus pequeños negocios. Ésta es la realidad.

· La primacía de las leyes sobre el cambalache político: la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut será una prueba de fuego sobre su independencia y rigor ante las amenazas de los políticos profesionales que ven amenazado el blindaje de su universo político de diseño. Nadie puede ni debe estar por encima de la Constitución, las leyes se deben atener al marco constitucional y no al revés. El intento de imponerlas presionando a través de mayorías políticas y utilizando el miedo «a las consecuencias» para coaccionar al tribunal no solo es antidemocrático, también rompe todas las reglas. El Tribunal Constitucional es el garante de la Constitución por lo tanto debe velar por la igualdad de derechos de todos los españoles y no respaldar privilegios. En la ley de financiación adicional autonómica, Cataluña recibirá el 35% del total. ¿Los demás qué?

· El grado de fracaso escolar en España es preocupante (el 31% de la población entre 18 y 24 años no ha completado la enseñanza secundaria), y esto es una tremenda losa para un desarrollo económico basado en el conocimiento y en la innovación, lo que desvirtuará el perfil del empleo de calidad y por lo tanto el progreso y la calidad de vida de la sociedad española.

· El Estado de bienestar exige reformas, como han hecho los países nórdicos, pioneros en su creación, su sostenibilidad exige que se dé un protagonismo a la iniciativa privada en la gestión de los recursos sin merma de las prestaciones básicas.

Sólo desde una amplia mayoría política y social se podrán hacer las reformas que España sin más retrasos precisa. Un «rodillo reformista» que aparte la política de los «cambios de cromos» y afronte los cambios profundos que la situación de nuestro país demanda. Este es el mensaje que hay que trasladar, en un momento de emergencia nacional, a los españoles deforma razonada y seria. El por qué España necesita un Gobierno fuerte sustentado en una mayoría social amplia. Lo otro es el cuento de la lechera, y al final nunca acaban de cuadrar las cuentas y menos en tiempos de crisis. Es tiempo de volver a fundar la esperanza.

Presidente del Consejo de Administración de Telemadrid. Del Consejo Editorial de Nueva Revista