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La guerra de los Balcanes cierra una época en Europa. A pesar de que persisten conflictos de baja intensidad en Moldavia o Chechenia, como persisten grupos terroristas en España, Francia y con apariciones esporádicas en Italia o Grecia, la extensión cultural y política de la democracia asegura, mientras perdure, una época de paz. Junto a esto, en la guerra de los Balcanes Europa constató su falta de iniciativa y liderazgo político. Los europeos fuimos incapaces de poner fin a un conflicto que se producía en nuestras fronteras y que sólo concluyó cuando Estados Unidos decidió implicarse.

Estos hechos y la emergencia de China como superpotencia económica, el espectacular desarrollo de la India, la recuperación de tasas notables de crecimiento en los países conocidos como dragones asiáticos, la amenaza nuclear que supone Corea del Norte y la inestabilidad política existente en los países árabes ha obligado a Estados Unidos a cambiar el eje de su acción política en dos sentidos.

En primer lugar han tomado conciencia, los dirigentes tanto como la propia sociedad, que en el mundo en el que vivimos existen amenazas y que es necesario en consecuencia implicarse. En segundo lugar, aunque de modo inmediato es el mundo árabe el centro de su acción política y militar, no hay que perder de vista que el escenario que contemplan como centro del tablero a medio plazo es Asia: Pakistán, India, China, Extremo Oriente, las dos Coreas, Taiwan, Filipinas, Tailandia, la propia Rusia… son un polvorín político, cultural, económico y demográfico ante el que no cabe estar al margen.

Aunque aún nos encontramos en las fases iniciales de una espiral que va a dar lugar a profundos cambios en la manera de entender la política internacional y las relaciones entre las distintas culturas, ya existen algunas piezas colocadas en el nuevo escenario, en el que los dirigentes y la sociedad española van a tener que desenvolver su acción.

Por vez primera en nuestra reciente historia, los españoles hemos estado presentes en las primeras fases de un nuevo tiempo, como es el actual. No hemos sido meros observadores de los complejos juegos de las grandes potencias sino que hemos tomado partido, hasta el punto de que este hecho ha sacudido como un terremoto a una opinión pública acostumbrada a que las decisiones y los riesgos los tomasen otros.

Las posiciones que se han adoptado suponen un vínculo para nuestra política exterior de similar envergadura a cuando se optó por la entrada en la entonces Comunidad Económica Europea, o cuando Calvo Sotelo, a pesar de la virulenta oposición socialista, dio los primeros pasos para la integración de España en la OTAN. Una vez producida ésta, la llegada al poder del partido socialista no pudo cambiar la apuesta internacional y hasta tal punto fue así, que uno de sus ministros, Javier Solana, fue nombrado secretario general de la Alianza Atlántica.

Este vínculo adoptado por el presidente Aznar, que supone un firme compromiso de construir una verdadera comunidad atlántica, es una apuesta estratégica realizada tras un análisis realista del escenario internacional.

El punto de partida era una Europa derrotada en los Balcanes por su acción dubitativa y unos Estados Unidos decididos tras el 11-S a involucrarse en las áreas mundiales en las que entendía que su seguridad estaba en juego.

Si la intervención en Afganistán había contado con la total unanimidad de la UE, el conflicto en Iraq presentaba para algunos países un ataque directo a sus intereses geopolíticos en la zona. Francia y Alemania no dudaron utilizar el aniversario de la firma del Acuerdo del Elíseo para, en nombre de Europa, desmarcarse de Estados Unidos. Los mismos estrategas de Chirac que años atrás habían conseguido hacer presidente del Gobierno a Jospin inaugurando una difícil cohabitación, han llevado al presidente de la República a una posición de enfrentamiento con Estados Unidos.

La carta de los ocho presidentes de países miembros de la UE, a la que horas después se le añadieron diez nuevas firmas de países de Europa del Este, supuso la primera iniciativa española. Por primera vez España se mostraba dispuesta a hablar con voz propia. La tesis que sostenían estos mandatarios era que Europa, que se encontraba y se encuentra en un proceso de construcción política con una Convención que debía terminar sus trabajos para finales del mes de mayo y diez países con fecha de incorporación definida no podía construirse por oposición a Estados Unidos.

Esta noción, que en España sólo es asumida por una minoría, en los países de Europa del Este ha sido una posición firme. Después de su experiencia en la órbita de la Unión Soviética y las siempre difíciles relaciones que han mantenido con Alemania, estos países ven en Estados Unidos su único refugio político, su única garantía.

NUEVA OPORTUNIDAD EN EUROPA DEL ESTE

Esta sintonía entre los dirigentes españoles y las sociedades del este debe ser aprovechada. Es una circunstancia irrepetible para que España inicie una política de implicación directa con estas naciones. A pesar de la presencia de indudables diferencias culturales, que la han hecho aparecer en una nebulosa distancia a ojos de los españoles, es una región hacia la que hemos de buscar una inexorable cooperación política y económica.

Dentro de unos meses Polonia tendrá un peso similar a España en las instituciones de la UE y los votos de estas naciones serán necesarios para sacar adelante cualquier iniciativa. Es un error observarlas como rivales en la recepción de ayudas comunitarias; ofrecen por el contrario una oportunidad ventajosa para la iniciativa espiañola.

Son naciones que, si han realizado transiciones modélicas desde situaciones más difíciles que la española, aún tienen instituciones y partidos políticos débiles y sus procesos no pueden darse por concluidos. En Polonia, por ejemplo, ningún partido ha conseguido ser reelegido en el gobierno del país, lo que ha sido fuente de los consabidos problemas anejos a la inestabilidad.

Después de los acontecimientos de estos meses y del indudable impulso para la imagen internacional que supuso el encuentro de Azores, España tiene la opción de presentarse como una alternativa al modelo alemán pero, como siempre, serán los españoles los que deban asumir esta nueva responsabilidad. Los dirigentes políticos han abierto el camino, les corresponde a los ciudadanos aprovecharlo.

CENTROEUROPA

Es de sobra conocido el reproche habitual contra la vinculación atlántica de España, a cuenta del consiguiente debilitamiento de nuestra relación con Francia. Evidentemente, planteado como alternativas excluyentes, sí que lo es; pero la ventaja de los responsables españoles de la política internacional es precisamente que ninguna cancillería lo plantea en tales términos. Francia y España tienen demasiados intereses en común para llegar ahora a innecesarias desconfianzas.

Los dirigentes españoles y franceses han coincidido en muchas de las posiciones ante la reforma de la UE, especialmente en alguno de sus aspectos más sensibles. Además, el fenómeno del terrorismo afecta a las dos naciones ya sea en forma de ETA o de terrorismo corso, bretón o islamista. Sin embargo, es cierto que desde la crisis de Perejil, cuando Francia evitó una condena de la UE a la iniciativa marroquí, se habían visto afectadas algunas líneas de cooperación, pero la necesidad mutua de colaboración había superado ese escollo.

En la nueva época que se inicia con la fulgurante liberación de Bagdad, España puede desempeñar el papel de mediador entre unos enojados Estados Unidos y una Francia que puede quedarse descolgada del tren internacional si mantiene su alternativa no alineada.

CON EL MUNDO ÁRABE

Es cierto que España había mantenido unos lazos privilegiados con el mundo árabe, favorecidos, entre otras circunstancias, por el hecho de ser uno de los últimos países en reconocer el Estado de Israel y su apoyo a la causa palestina.

El vínculo con Estados Unidos supone un activo más en este ámbito. A lo largo de los meses que duró el conflicto iraquí las manifestaciones que se sucedieron en los países árabes fueron muy inferiores a las que ocurrieron durante la primera guerra del Golfo. Las matanzas de shiíes y kurdos hicieron inmoral el apoyo a Sadam Husein. Aun así ha existido en todo el mundo árabe una gran corriente de ira ante lo que se entendió era una agresión al pueblo de Iraq.

Los dirigentes de los países árabes, muchos de ellos en difíciles circunstancias, mantuvieron un doble lenguaje. De cara a su opinión pública condenaban el ataque, pero no dudaron en arbitrar una serie de medidas que facilitaron la acción de Estados Unidos y de la coalición; el precio del petróleo se mantuvo estable, las tropas pasaron por los diversos países y muchos de ellos (Kuwait, Arabia Saudí, Jordania, Qatar…) fueron bases de operaciones desde donde se iniciaba la ofensiva.

Hasta el momento, la política de Estados Unidos en el Golfo se había limitado a asegurar la independencia de Israel y garantizar su aprovisionamiento de crudo en Arabia Saudí. Tras el 11-S los dirigentes de la política americana se han convencido de la necesidad de llevar a cabo una iniciativa política de envergadura que concluya con una situación social y unos regímenes políticos que no son más que caldo de cultivo para la violencia.

España puede, una vez más, servir de facilitador en este proceso político. Su cercanía al mundo árabe y su experiencia en procesos de transición puede ser útil para unos y otros. Una prueba de ello fue el congreso sobre el futuro de Iraq que se organizó en Madrid los pasados 25, 26 y 27 de abril, en el que tomaron parte los más relevantes partidos iraquíes. Las conclusiones de lo que se ha denominado como la «Declaración de Madrid» suponen un importante punto de partida a la hora de la reconstrucción política de la nación iraquí, como incluso lo dio a entender el New York Times (29/04/2003) que se refirió ampliamente a estas conclusiones.

Junto a ello, España puede llevar a Estados Unidos a que se implique e introduzca en su agenda inmediata la resolución definitiva del conflicto en Palestina. Que los principales líderes de la política de Estados Unidos se refiriesen a Siria una vez concluida la intervención en Iraq puede interpretarse como una buena señal. No cabe olvidar que el propio Isaac Rabin entendía que antes de llegar a un acuerdo con los palestinos era necesario llegar a una paz con un país que cofinancia, junto a Irán, algunos de los principales grupos terroristas que suponen uno de los problemas más importantes para la paz de la zona.

Quizá el tono que emplearon no fue el más acertado para sosegar la zona. El respaldo a Abu Mazen y el paso de Arafat a un segundo plano son fases inaplazables que necesitan del máximo consenso internacional y en los que España disfruta de una posición inmejorable. El hecho de que el propio George W. Bush haya puesto en el 2005 la fecha de creación del Estado palestino es una apuesta realista y congruente con el calendario americano. La política del presidente Aznar, aprovechando el bagaje recibido e incorporando activos fundamentales como el vínculo atlántico, puede hacer de nuestro país verdadero vértice de un proceso del que parece que se aproxima a su recta final.

Sin duda, reducir el cambio que se ha dado en las coordenadas internacionales de la política española a contratos en la reconstrucción o seguidismo de la Administración Bush supone, cuando menos, un análisis miope. Es cierto que los dirigentes americanos no son los más simpáticos -especialmente si los comparamos con Clinton- y en ocasiones no son capaces de adecuar su discurso a la sensibilidad de los ciudadanos europeos, para los que el 11-S ha sido simplemente un acontecimiento televisivo.

El hecho de que hayan situado el terrorismo como la primera tarea de su agenda internacional es ya un sólido punto de partida para una estrecha vinculación con nuestro país. Por otro lado, es incuestionable que Estados Unidos es la única potencia que puede garantizar la seguridad a un país como el nuestro, enormemente deficitario de esta materia en un entorno que, a pesar de que nos neguemos a fijarnos en él, es, cuando menos, delicado. No hay que olvidar que la guerra civil en Argelia continúa en estado latente y que Marruecos vive en una compleja y difícil realidad política, en la que sólo el apoyo decidido de la comunidad internacional puede hacer que el régimen del majzen no termine descomponiéndose.

Es sobradamente conocido el cuento de Borges sobre el hombre que trató de dibujar el mundo con todos sus ríos y montañas y cuyo resultado fue su propio autorretrato; si nos detenemos a analizar la situación de nuestro entorno podamos ir viendo las oportunidades y amenazas que deben constituir la imagen de la política exterior española, de la que estas líneas no han sido más que un primer boceto.

Pablo Hispán Iglesias de Ussel es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Navarra. Universidad en la que se doctoró en Historia Contemporánea. Ha desempeñado distintos cargos en la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid. Es autor de varias publicaciones sobre diversos temas como la Economía sumergida, Política monetaria, Política regional, Globalización y temas de la Unión Europea.