Buckley, el artífice de la revolución conservadora que cambió a EE. UU.

Una biografía de mil páginas analiza la figura del periodista que impulsó a Reagan para que llegara a la Casa Blanca

William Buckley y Ronald Reagan. CC Wikimedia Commons
Alfonso Basallo

Sam Tanenhaus. Historiador y periodista. Ha sido editor de The New York Times Book Review y actualmente colabora en Prospect. Finalista del Pulitzer por una biografía del escritor norteamericano Whittaker Chambers. Profesor invitado en la Universidad de Toronto. Autor, entre otros ensayos, de The Death of Conservatism.

Avance

Una biografía de mil páginas, Buckley: La vida y la revolución que cambiaron a América, escrita por el historiador y periodista Sam Tanenhaus, destaca el decisivo papel jugado por William Buckley (1925-2008) para renovar el conservadurismo en EE.UU. y dotar de fibra moral al Partido Republicano. Fue capaz de transformar «una filosofía moribunda y reaccionaria en una ideología eficaz de gobierno» y de contribuir a que Ronald Reagan llegara al poder en 1980.

Lo hizo a través de la palabra y la imagen, moviéndose siempre entre bastidores. Primero con la influyente publicación National Review, buque insignia de su revolución; y después con el programa de entrevistas y debates en televisión Firing line (Línea de fuego), que estuvo en antena tres décadas y por el que pasaron destacadas figuras de la política, la economía y la cultura.

Subraya Tanenhaus que parte de lo que estamos viendo ahora en la política norteamericana es «el cumplimiento de lo que Buckley tenía en mente», pero no parece que hubiera desaprobado el carácter zafio y ultramontano de Trump. Con sus luces y sombras, Buckley era dialogante y cortés. Como asegura The Economist en su reseña, «la política del país es peor y más lúgubre sin él».

Análisis de nueva revista

En un reciente artículo del que se hacía eco Nueva Revista, el politólogo Bruno Maçaes afirmaba que el «conservadurismo está muerto» y lamentaba que el referente actual sean un Trump o un Milei, en lugar de un Reagan, una Thatcher o un William Buckley, a los que calificaba de «augustos personajes». ¿Buckley?… Puede que, a muchos millenials, que ya tienen dificultades para situar al presidente republicano o a la Dama de Hierro, no les diga nada en absoluto el tal Buckley.

Una biografía de mil páginas, que acaba de publicar el historiador y periodista Sam Tanenhaus, expone la relevancia del personaje, ya desde el título Buckley: La vida y la revolución que cambiaron a América [Buckley: The Life and the Revolution That Changed America]. El autor atribuye a William Buckley el mérito de ser «el arquitecto más importante del resurgimiento del conservadurismo en el siglo XX», al transformar «una filosofía moribunda y reaccionaria en una ideología eficaz de gobierno», según recoge John McGinnis en Law & Liberty,

Sam Tanenhaus. «Buckley. The life and the revolution that changed America» Random House, 2025

Durante décadas «trabajó para unir a anticomunistas, defensores del libre mercado y conservadores sociales» apunta J. Oliver Conroy en The Guardian. Logró insuflar fuerzas al viejo Partido Republicano y fue uno de los artífices ideológicos de la revolución conservadora de Reagan en la década de los años 80, indica Cullen Murphy en la entrevista que le hace a Tanenhaus en The Atlantic.

Y todo esto a través de la palabra y la imagen. Fundó la influyente National Review, buque insignia de su revolución; escribió, durante años, la columna trisemanal On the right, para 300 periódicos; publicó medio centenar de libros y dirigió durante tres décadas el exitoso programa televisivo de debates Firing line (Línea de fuego), recuerda Richard Brookisher en National Review.

Fue «el mayor polemista de su país», afirma McGinnis, más un comunicador que un político —aunque se presentase a las elecciones para la alcaldía de Nueva York—. No en vano, The Economist llega a calificarlo como «el periodista más influyente del siglo XX en Estados Unidos».  

Nacido en 1925, hijo de un empresario católico de origen irlandés, William Francis Buckley era el sexto de diez hermanos. Se crio entre EE.UU., Gran Bretaña, Francia y México, lo que le dio un aire cosmopolita. Tuvo una educación exquisita —música incluida— que le permitió, de mayor, relajarse tocando el clavecín en su casa de la Quinta Avenida.

Creció mamando el conservadurismo, ya que su padre detestaba el New Deal de Roosevelt, apunta McGinnis. Así que cuando llegó a la Universidad de Yale, tenía la preparación y la confianza necesarias para dirigir un periódico estudiantil desde el que criticó la economía keynesiana. Y al poco de graduarse, publicó el polémico ensayo Dios y hombre en Yale (1951), donde criticaba la deriva de las universidades hacia el nihilismo antropológico y el abandono de la educación liberal.

El buque insignia: National Review

De su trayectoria se deduce que Buckley no quería ser político, sino influir en la política, a través de la prensa primero y de la televisión después. Su primera gran aventura periodística fue National Review, revista de opinión conservadora que fundó en 1955, con treinta años. Tuvo la habilidad, indica McGinnis, de reunir a un grupo de colaboradores «que abarcaba todo el espectro de la opinión conservadora, desde el tradicionalista Russell Kirk —autor de The Conservative Mind (1951), que tanto influyó en Buckley— hasta el fusionista Frank Meyer y el dialéctico exmarxista y anticomunista James Burnham», sin olvidar capitalistas radicales como Murray Rothbard.

Era «una cacofonía de voces» pero, como buen oyente, Buckley permitió que cada uno expusiera sus argumentos y elaboró después «una síntesis políticamente astuta». Las tres banderas que enarboló la revista fueron el anticomunismo, la libertad de mercado y la defensa de los valores morales, con la familia en primer término.

La publicación sacó a la derecha de la postración, aglutinó a diferentes tendencias y les proporcionó un bagaje intelectual, mediante análisis en profundidad, informes sobre políticas y artículos de opinión.

Y todo ello, con encanto y glamour, distanciándose de la imagen provinciana y rancia de la vieja derecha. Como subraya Cullen Murphy en The Atlantic, la revista contó con escritores y pioneros del nuevo periodismo, como Joan Didion, Hunter S. Thompson, Guy Talese y Tom Wolfe.

«A diferencia de otras publicaciones de la época, National Review fue diseñada para la persuasión, no para la predicación; y, gracias a la brillante prosa de Buckley, también para deleitar», apunta The Economist.

Buckley tuvo que apoyar primero a National Review con recursos familiares y luego con honorarios por conferencias o las regalías de los exitosos best-sellers que publicaba —alguno de ellos, novelas policiacas—. Pero ninguna revista política ha obtenido jamás una rentabilidad tan alta.

Fenómeno televisivo

No tardaría en percatarse de que tendría aún más eco con la televisión y en 1966, con 41 años, inició el programa de entrevistas Firing Line (Línea de fuego), que estuvo en antena hasta 1999, con un total de 1.505 episodios, recuerda The Economist. Fue el programa de actualidad de mayor duración con un solo presentador en la historia de la televisión americana. Pasaron por él figuras tan variadas como Margaret Thatcher y Groucho Marx; Galbraith y Noam Chomsky; Truman Capote y Reagan; Borges y Charlton Heston; Jimmy Carter y Allen Grinsberg; la madre Teresa y Hugh Heffner —el editor de Playboy—; Cassius Clay y Milton Friedman etc., etc. Y cabían desde fervientes derechistas hasta nacionalistas negros, apostilla The Guardian.

Tecnófilo, Buckley, además, fue uno de los primeros en adoptar el correo MCI, una versión temprana del email. Tanenhaus cree que, de vivir hoy, hubiera prosperado en la era de Twitter y los podcasts.

Buckley pretendía remozar al Partido Republicano de Eisenhower de los años 50 y la ocasión se le presentó en las elecciones de 1964, cuando National Review apoyó a Barry Goldwater. Este perdió de forma aplastante frente a Johnson, pero convirtió a los republicanos, por primera vez en una generación, en un partido indiscutiblemente conservador, afirma McGinnis.

Cuatro años después, Buckley apoyó a Richard Nixon, más por cálculo que por convicción, ya que no creía que el recién elegido gobernador de California, Ronald Reagan, estuviera listo para ser un candidato nacional con posibilidades de éxito, señala Cullen Murphy.

Con Nixon en la Casa Blanca, todo fue bien hasta que retomó las relaciones con la China de Mao, en 1972. Buckley acompañaba, como periodista, a Nixon en el viaje a Pekín; y verlo brindar por los peces gordos del Partido Comunista en el Gran Salón del Pueblo fue como si un fiscal de los juicios de Nuremberg «hubiera descendido a abrazar a Goebbels, Dönitz y Hess, rogándoles que se unieran a él en la construcción de un mundo mejor», señala Tanenhaus en el libro.

Reagan en la Casa Blanca

Fue en 1980 cuando, tras el fiasco del Wategate y las presidencias de Ford y Carter, Reagan ganó las elecciones. «La semilla que [Buckley] plantó con la candidatura de Goldwater había llegado a buen término», indica The Economist. Se podía considerar «un triunfo personal» del periodista, pues había sido tutor de Reagan desde 1961, cuando viajó a Los Ángeles y conoció al entonces actor de cine e incipiente activista de derecha, señala Tanenhaus en The Atlantic.

Sin embargo, Reagan decidió que su tutela bajo Bill Buckley había terminado. Lector habitual de National Review, el nuevo presidente ya no necesitaba la protección de la revista y es posible que le molestara su titular, tras el triunfo electoral: «Ahora tenemos un país que dirigir». Según McGinnis, «Reagan era un político mucho más astuto y calculador de lo que la mayoría de los observadores jamás pensaron». El mandatario le ofreció la embajada ante las Naciones Unidas, pero Buckley lo rechazó: «Habría sido menos lucrativo y divertido que escribir y editar», sentencia The Economist.

Si algo demostró Buckley fue flexibilidad y criterio propio. No tenía empacho en criticar a la derecha y, como recuerda The Guardian, se desmarcó de la decisión de George Bush Jr. de ir a la guerra de Irak (2002).

En el fondo, se trataba de un polemista, alguien que movía los hilos entre bastidores, pero que no descendió nunca a la arena política. Y si se presentó a las elecciones para alcalde de Nueva York, en 1965, es porque «sabía que no ganaría, ni siquiera alcanzaría el 20% que auguraban algunas encuestas (se quedó en el 13%)», señala Brookisher en National Review. Pero al hacerlo «lo pasó genial y escribió uno de sus mejores libros: La destrucción de un alcalde».

De hecho, cuando le preguntaron qué haría si ganara, dijo: «Exigir un recuento». Solía decir que la gente se tomaba la política demasiado en serio. Significativamente, el titular de la portada que Time le dedicó en 1967 rezaba: «El conservadurismo puede ser divertido».

Y él mismo lo era. En un reportaje que le dedica el premio Pulitzer de Historia Louis Menand, en The New Yorker, lo describe como «un espectáculo en sí mismo». Y la publicación lo subraya con una foto en la que Buckley aparece escribiendo en una máquina portátil en el asiento trasero de una limusina. Menand analiza Overdrive, el libro que recogió las vivencias y reflexiones de Buckley en el otoño de 1981, y destaca su personalidad magnética, sin ocultar sus sombras. «El debate era su medio de exposición preferido y se enfrentaba a cualquiera que pudiera replicarlo», subraya Menand. En aquellas entrevistas de Firing Line, Buckley exhibía un «tono lento y lánguido, la sonrisa encantadoramente maliciosa que mostraba cuando creía haber anotado un golpe… ». Llegó a ser tan popular que lo parodió Robin Williams poniendo la voz al genio de la película de animación Aladdin.

Sombras segregacionistas

No faltan sombras en el cuadro. Tanenhaus cuenta en la biografía que Buckley apoyó al senador McCarthy, e incluso coescribió un libro sobre él, McCarthy and His Enemies, junto con Brent Bozell Jr., recuerda Richard Brookisher en National Review. Y que trabajó para la CIA en México. Además, conocía los orígenes del asalto al hotel Watergate incluso antes que Woodward y Bernstein, como subraya McGinnis. Fue su amigo de la CIA, Howard Hunt, quien organizó el robo y, angustiado tras la muerte de su esposa en un accidente aéreo, le confesó gran parte del mismo. Tanenhaus critica duramente a Buckley por su silencio.

Y cuando era joven defendió a los segregacionistas del Sur, afirmando que «la comunidad blanca… es la raza avanzada», recoge The Economist. Esos prejuicios, heredados de su padre, le hicieron perder un famoso debate con el escritor de color James Baldwin en la Cambridge Union, recuerda McGinnis. Pero a finales de la década de 1960, casi medio siglo antes de Obama, llego a decir: «Necesitamos un presidente negro».  

Buckley se fue despojando de prejuicios al escuchar a los habitantes negros del gueto en una gira de 1969 organizada por la Liga Urbana Nacional, o al invitado de Firing Line, Muhammad Ali (el púgil Cassius Clay), como subraya Brookisher en National Review. Y llegó a contar al reverendo Jesse Jackson entre sus grandes amigos.

Dialogante y cortés

En todo caso, fue un polemista dialogante y cortés. Nada que ver con la zafiedad y el carácter ultramontano de la actual derecha. En declaraciones a The Guardian, cuenta el biógrafo: «Si se hacía amigo tuyo y le contabas que te habías afilado al Partido Comunista, te decía: “Eso es lo peor que puedes hacer; pero aun así vendrás a cenar mañana, ¿verdad?”»

Para Tanenhaus, una de las características más acusadas de Buckley era «su absoluta falta de mezquindad». Tuvo un rifirrafe en directo cuando el escritor Gore Vidal le acusó de «criptonazi» y Buckley a él de «homosexual». Pero posteriormente el periodista se disculpó. «Ni una sola vez menospreció a nadie personalmente», afirma Tanenhaus. Lo cual tenía «mucho que ver con su educación y con su fe católica».

Sorprende la variedad de sus amistades. Se codeaba con el actor David Niven y, a la vez, con Henry Kissinger. Este no escatimó elogios cuando Buckley falleció en 2008: «Escribía como Mozart componía, por inspiración; nunca necesitó un segundo borrador». Y recordó que «no le atraían las utopías, ya fueran económicas o cruzadas globales. Su conservadurismo se centraba en la liberación del espíritu humano, una tarea más profunda que las causas ajustadas a calendarios políticos. Creía profundamente en valores permanentes».

¿Qué legado queda actualmente de Buckley?

En la entrevista de The Atlantic, Tanenhaus cuenta que «muchos admiradores y seguidores de Buckley ahora son trumpistas» y se pregunta: «¿Es esto una traición a Buckley y a su legado o una ratificación?».

«No sería descabellado decir que ahora estamos viendo el cumplimiento de lo que tenía en mente», señala el biógrafo a The Guardian. «Su idea de contrarrevolución es aquella en la que revertimos la visión de la sociedad que surgió del New Deal». El diario británico titula el reportaje «El pensador gentil y elocuente que engendró el conservadurismo estadounidense y allanó el camino para Trump». Y añade: «Mientras Donald Trump reinventa la derecha a su imagen y semejanza, Tanenhaus detecta en su política algunas huellas de Buckley». Una de las mayores es, por cierto «la desconfianza hacia las élites intelectuales». Aunque Buckley era de clase alta, dijo que «preferiría vivir en una sociedad gobernada por los primeros 2.000 nombres de la guía telefónica de Boston que en una sociedad gobernada por los 2.000 profesores de la Universidad de Harvard».

Sin embargo, en el terreno ideológico, los valores que defendió Buckley están hoy bajo mínimos, observa Finantial Times: «William Buckley y la revolución que no tuvo lugar», titula. Y en el terreno económico, «el libre comercio ha pasado de moda e impera el proteccionismo económico» (The Guardian).

The Telegraph cree que el polemista sí tuvo éxito al forjar una nueva derecha, gracias a su glamour, marcando distancias con lo que ahora es Trump y el trumpismo: «Hazte a un lado, Trump: aquí está el hombre que hizo del conservadurismo algo divertido». Y subraya que Buckley «contribuyó a fundar una nueva derecha intelectual estadounidense».

También marca distancias Tanenhaus, en la única vez que menciona a Donald Trump en el libro: «El payaso maligno es ahora el símbolo de la derecha que era Bill. Ese es nuestro problema, no el suyo».

Y The Economist dice en su reseña que, aun coincidiendo en algunos puntos de vista, Buckley «no era trumpista avant la lettre. Le habría horrorizado la vulgaridad, la ignorancia y el abuso del poder estatal de Trump para atacar a enemigos personales y políticos». Y concluye, a modo de epitafio: «La política del país es peor y más lúgubre sin él».


Foto: William Buckley y Ronald Reagan, durante de la celebración del cumpleaños del presidente, el 7 de febrero de 1986. Colección fotográfica de la Casa Blanca, 20/01/1981-20/01/1989. El archivo de Wikimedia Commons se puede consultar aquí.