José María Merino

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Escritor. Ha reunido sus relatos breves en el libro Cincuenta cuentos y una fábula y acaba de publicar Cuatro nocturnos (Alfaguara). Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de la Crítica, el premio Miguel Delibes de Narrativa y el Premio Nacional de Literatura Infantil

Recuperación de Pushkin

Italo Calvino, entre otras muchas definiciones de clásico, da una que viene a señalar que es aquél que nunca decimos que estamos leyendo por primera vez, sino releyendo. Por encima de la ironía, acaso lo que sucede con los clásicos es que, cuando los leemos, incluso por primera vez, parece que ya los hubiéramos leído antes, pues descubrimos que son imprescindibles y comprendemos que estaban ahí a pesar de nuestro desconocimiento, que la historia de la literatura no podría ser la misma sin ellos, y que si despojásemos a la literatura de lo superfluo, quedarían ellos, como la sustancia segura de todo. Sin embargo, la excesiva presión de la novedad, y la penetración en el mundo editorial de la perspectiva uniformizadora de un marketing que trata igual a los libros que a otros productos, sometiéndolos a rápidos plazos de caducidad, acaban desplazando de las librerías a los clásicos, que son sustituidos por libros de temporada, de vida efímera. Muchos clásicos acaban así desapareciendo del tráfico regular y hasta de los catálogos, y superviviendo apenas, en el mejor de los casos, en versiones que se ofrecen en colecciones marginales destinadas a los saldos, sin garantías de edición ni traducción. Por eso suelen ser acertadas las conmemoraciones de nacimientos o muertes de autores literarios —como lo son ciertas versiones cinematográficas de sus obras—, ya que suscitan al menos la posibilidad de una recuperación editorial. Este año, uno de los autores cuyo nacimiento se celebra es Aleksandr Pushkin, considerado como el creador de la moderna literatura rusa. Todo en Pushkin fue novelesco, su profundo sentido romántico de la libertad, su simpatía por los caídos y oprimidos, y hasta su muerte, en un duelo de honor, a los 36 años. Pero lo que sorprende sobre todo de él, es la capacidad y el talento con que, en su breve vida, realizó una obra literaria tan diversa y original. En Pushkin se conjugó de modo peculiar el sentido de su cultura nacional con una idea cosmopolita de la expresión literaria. En un tiempo en que en Rusia era el francés la lengua de cultura, empleó sus esfuerzos creadores en dar a la lengua rusa la dimensión literaria que merecía, pero los asuntos de la moda romántica que estimularon su imaginación, la influencia de los grandes contemporáneos y de otros clásicos, no le hicieron perder la sensibilidad frente a su mundo cotidiano, y hasta supo compaginar lo que pudiéramos llamar la literatura culta con el aprecio por los cuentos y las leyendas populares de su recuerdo infantil. Acaso en la sensibilidad que permanece la conciencia certera de su propio mestizaje, heredero como era, a la vez, de antiguas gentes rusas y de un esclavo abisinio, luego liberado, del zar Pedro el Grande. La aparición en nuestras librerías de dos libros suyos (Relatos del difunto Iván Petróvich Belkin, Ediciones Altera, y La hija del capitán, Alianza Editorial), supone la recuperación, en óptimas condiciones —tanto la edición, como el castellano en que las ha traducido Ricardo San Vicente, son excelentes—, de parte...

La última carta de Charlotte Bronte

Rectoría de Haworth, 26 de febrero de 1855Para Ellen NusseyQuerida Ellen:La primavera no acaba de apuntar en los páramos, y el viento del invierno gime todavía sin cesar. Por las noches es un largo suspiro que se alarga y que sólo descansa para recomenzar enseguida con más fuerza, como el lloro de un niño desesperado por la ausencia de su madre. Pero también puede sonar como una larga risa, que unas veces parece alegre y otras cargada de tristeza. Después de la muerte de mis hermanas, mientras yo pensaba en ellas, el viento era su voz diciendo mi nombre. En ocasiones lo oía tan claramente que me incorporaba en el lecho, desazonada. Pero con los días volvía a sentir que era solamente el viento en los páramos, el viento como risa, como lamento. Cuando murió el pobre Branwell, el viento simuló sus llamadas mucho más tiempo, como si, por ser él el más desdichado de todos, mi memoria se empeñase en mantener su voz mplorante y perdida entre esas rachas sonoras.Yo me siento muy mal, querida Ellen, pero no es éste el momento de hablarte de unos sufrimientos que nada consigue aliviar, aunque mi querido esposo Arthur me cuida con toda ternura y paciencia. Escribir me ayuda a olvidar mi enfermedad, aunque temo que llegue a estar tan agotada que no pueda hacerlo. Ya ni siquiera soy capaz de manejar la pluma, y debo valerme sólo del lapicero, pero no sabes cuánto esfuerzo me cuesta. Aunque el gusto de hacerlo, y de comunicarte mis pensamientos, compensa con creces lo penoso de la tarea. Hoy me he puesto a escribirte nada más despertar, porque he tenido un sueño que me ha hecho sentir intensamente, de una sola vez, recuerdos y evocaciones que antes únicamente venían a mí de manera ocasional y dispersa. Sé que a ti, tan serena y tranquila, no te asalta, como a mí, una imaginación desbocada furiosa, ni la sensación de estar pletórica de un vigor y de una energía parecida a la de esos vientos embravecidos que recorren el páramo, a la de las olas gigantes que una galerna puede levantar, y hasta a la de la lava ardiente que, según cuentan los viajeros, brota violenta de las entrañas de la tierra. Esa sensación tengo, querida Ellen, debajo de la evidente debilidad de mi cuerpo, tan insignificante y castigado por la enfermedad. Y todavía sigo sorprendida y admirada de que una fragilidad como la mía pueda albergar tal imaginación, cargada, con fuerza y hasta con violencia, de sueños tan esplendorosos y magníficos. Tal vez ese poder de soñar por encima de la miseria de nuestra condición es lo que nos hace de verdad divinos, querida Ellen, y disculpa si digo estas cosas que pueden parecer un poco heréticas, aunque me tranquiliza saber que, de acuerdo con tu vieja promesa, también quemarás esta carta. Acaso la exaltación que ahora mismo estoy sintiendo tenga mucho que ver con la fiebre, aunque no es raro en mí constatar que...