Demasiado penetrantes para ser indulgentes. Así deberían ser los críticos ideales. La institución de la crítica data de la Ilustración, y nació para cubrir un espacio pedagógico intermedio entre creadores y público. Hoy, esta irreemplazable labor de mediación está en entredicho por los intereses comerciales y las consignas doctrinarias de las líneas editoriales. Pero sin crítica valiente, ante un volumen de producción artística, cultural y de ocio como el que nos abruma, la sociedad camina hacia su idiotización más sombría. Quizá la cura estribe en volver la mirada a quienes, en circunstancias no tan diferentes, supieron decir sencillamente lo que pensaban, sin pensarse tanto lo que decían. ¿Cuántos, de entre los autores que hoy estiman necesario mandar un nuevo libro a ocupar librerías y almacenes, han aspirado durante la elaboración del mismo a una cierta longevidad? Poniéndose serios, ¿creen de verdad que su obra será imprescindible al cabo de un escueto número de meses? Si están en lo cierto aquellos que nos advierten del inabarcable orgullo del escritor, entonces la hipertrofia editorial que hoy padecemos es una cuestión de insalubridad moral. Si no, de puro cinismo, ánimo de lucro o delirio de grandeza.Pero agoreros hay demasiados, y en todo caso el problema no es sólo de los emisores, sino también de los receptores, y quizá en mayor medida del propio sistema de producción y consumo cultural de nuestro tiempo. Lo necesario, además de buenos y sobrios escritores, son buenos e insobornables críticos, cuyas palabras lleguen a los lectores bienintencionados y sean capaces de educar su gusto. Charles Augustin Sainte-Beuve y Cyril Vernon Connolly fueron dos de los mejores, precisamente porque en ellos encontramos los diagnósticos que continúan inveterados y resultan pertinentes para enjuiciar nuestro mercado editorial.EL VENENO DE SAINTEBEUVEHace unos meses aparecía por primera vez en castellano Mis venenos, un libro cuya publicación ]Sainte-Beuve (1804-1869) sólo autorizó tras su muerte, y cuya primera edición es de 1926. Su influjo, sin embargo, ha modelado reputaciones literarias como pocos otros, acreditando una vigencia decisiva entre los críticos, historiadores literarios e intelectuales en suma que lo han leído en francés durante los dos últimos siglos. ¿Por qué decidir su edición póstuma? ¿Qué lo hace tan especial? El propio autor responde: «Es un fondo de paleta muy negro y cargado, mis colores concentrados, mi arsenal de venganzas: en él digo la verdad». Se trata de un cuaderno de trabajo donde el crítico francés fue apuntando las opiniones súbitas y cortantes sobre obras y autores coetáneos, a veces amigos suyos, cuya amistad sin embargo no fue suficiente para atenuar el juicio frío de la razón, la única a quien su temperamento podía servir. En realidad, es discutible que Sainte-Beuve tuviera amigos reales, aunque desplegó una actividad social notable, a la que lo obligaba su posición entre los intelectuales ilustrados, aristócratas remanentes y burgueses cultivados de su tiempo. Pero al volver de una de esas fiestas de alto copete, frecuentemente acudía a su cuaderno para consignar la grotesca zafiedad de tal novelista o la hinchada verborrea...