Jesús Salgado Alba

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La crisis del Golfo

Cuando el equilibrio entre los poderes de los estados comienza a quebrarse ante la aparición de una fuerza-estado prepotente y agresivo, aparece la «situación de crisis» intermedia entre la paz y la guerra que es preciso manejar o controlar para evitar que el desequilibrio aumente —escalada— y volver al equilibrio pacifico. Si ese control de la crisis, esa «maniobra de crisis» falla se llegará al choque armado cuya finalidad es restaurar el equilibrio perdido por medios violentos para crear una nueva situación de paz. Así, pues, toda crisis internacional, como la provocada por Irak mediante la agresión y conquista de Kuwait, supone una alteración del equilibrio de fuerzas geopolíticas que conviene analizar para intentar llegar al fondo del problema. Cuando la Geopolítica, como ciencia de la relación entre el poder político y el espacio geofísico —la «sangre y el suelo» en incisiva expresión de Ratzel— se hermana con otras ciencias que también estudian otras formas de poder como la economía, la estrategia, la cultura o la historia, nacen nuevas ciencias derivadas de la Geopolítica, madre de todas ellas, como son la Geoeconomía, ¡a Geoestrategia, la Geocultura o la Geohistoria. La raíz geopolítica de la crisis Vamos a intentar un esfuerzo analítico de la Crisis del Golfo Pérsico a la luz de las teorías de la Geopolítica y de sus dos más importantes derivaciones científicas teóricas: la Geoeconomía y la Geoestrategia. Una de las leyes fundamentales de la Geopolítica se encuentra en las teorías de las hegemonías, sean éstas mundiales o regionales. La Crisis del Golfo tiene, como vamos a ver, su raíz en un intento de alcanzar por parte de Saddam Hussein —típico caso de «perturbador continental»— una hegemonía en el espacio claramente geopolítico —y también geoeconómico y geoestratégico— de Oriente Medio manejando la enorme fuerza política del panarabismo islámico. Todo estado en crecimiento tiende hacia la expansión geográfica de su territorio a costa de los estados fronterizos que juzga más débiles. Cuando tal estado expansionista alcanza un elevado nivel de potencia política, económica, militar, ideológica, religiosa, etc., corre el riesgo (o la fortuna si no es derrotado) de que en él surja un Jefe, un caudillo, un conductor, un «fuhürer», con ansias de aspirar a la hegemonía, en principio regional y más tarde, si no es frenado por los estados oponentes, mundial. Esta clara ley geopolítica de «los hegemones» tiene una aún más clara confirmación histórica (geohistórica para mayor precisión) en la figura de las grandes naciones imperiales en su periodo —casi siempre efímero— de hegemonía. La Grecia de Alejandro Magno, la Roma de César Augusto, la Turquía de Solimán el Magnífico, la Rusia de Pedro el Grande, la Francia de Napoleón y la Alemania de Hitler, son ejemplos paradigmáticos, entre otros muchos, que confirman esta ley fundamental de la geopolítica, que subyace en las famosas teorías de tan famosos tratadistas como el norteamericano Mahan, creador de la teoría hegemónica del Poder Naval (Sea Power), el británico Mackinder, teórico del Poder hegemónico Terrestre (Land Power), y el sintetizador de los dos anteriores, el francés Castex,...