Jaime Otero

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Vivir entre pinceles

Un viejo condiscípulo de colegio me confesaba su devoción, desde niño, por los melocotones. Un buen día, ya adentrado en la madurez, accedió al relato de cómo llegaron los melocotones a Occidente. Cuenta la leyenda que una linda princesa china, de amor movida, consintió en transportar las preciadas semillas almendradas, desafiando severas leyes. Y el cofre donde las escondió fue el mágico espacio entre sus núbiles senos. Mi amigo, desde esta lectura, ya  nunca pudo comerse un melocotón como antes.