Gabriel Morate

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Coordinador de Programas de la Fundación Caja de Madrid

Intereses creados el arte moderno

En 1916, Malevich hablaba de dos momentos en la balbuceante pintura moderna. Uno en el que el artista se declaró enemigo de la naturaleza, atentando contra sus formas, destrozándolas, despojándolas, decía Duchamp, siendo el cubismo la vía más esplendorosa. Y un segundo momento en el que el artista trabaja de espaldas a la naturaleza; y explicaba Malevich: «existe creación únicamente en los cuadros donde se muestra la forma que no toma nada de lo que ha sido creado por la naturaleza, sino que deriva de las masas pictóricas, sin repetir ni modificar las formas primeras de los objetos de la naturaleza». Después de la Primera Guerra Mundial ambas maneras de hacer arte se dieron simultáneamente, hasta hoy, predominando unas veces la primera, otra, la segunda. En «La deshumanización del arte» Ortega ofrece una renovación estética ya iniciada años antes en Alemania. En este ensayo, junto con «La rebelión de las masas», el más leído y meditado de la producción orteguiana; y sin embargo, desde 1925 (tiempo en el que podríamos fechar el fin del expresionismo alemán y, casualmente, año de la publicación de «La deshumanización del arte») el arte moderno se empecina en sus errores llegando en ocasiones a dejar de ser arte para convertirse en otras cosas. Lo inevitable Se quería algo tan imposible como es un arte deshumanizado. Sólo arte. Caminar hacia la nada destruyendo el ser, o crear de la nada obviando al ser. En ambos casos sólo quedaría, junto a la nada, el nombre del artista, más creador que nunca. Tan creador como un dios. Ya Renoir se percató de estas consideraciones tras ver la pintura de Rafael en 1881: «Es hermoso y debería haberlo visto antes. Está lleno de sabiduría. No buscaba como yo cosas imposibles. Pero es hermoso». Y dirá más tarde: «...Hacia 1883, se produjo en mi obra una fractura. Había ido hasta el límite del Impresionismo y llegué a la conclusión de que no sabía pintar ni dibujar. En una palabra, me hallaba en un callejón sin salida». Renoir tuvo la lucidez para darse cuenta de que los bellos experimentos del Impresionismo acabarían llevando al Arte a ese callejón sin salida en el que él ya creía encontrarse; y tuvo la humildad y, sobre todo, el amor al Arte necesarios para rectificar y volver a Ingres, volver hasta Rafael. Renoir tuvo la lucidez, la humildad y el amor necesarios para no seguir un camino que él creía llevaría al sacrificio del Arte, para no poner las bases del lento asesinato que contemplará el siglo XX. Y es que, era inevitable. Pocas personas pueden evitar el abrir las tripas a una gallina de los huevos de oro. «Tiene la razón humana el singular destino,en cierta especie de conocimientos de verse agobiada por cuestiones de índole tal que no puede evitarlas, pues su propia naturaleza las impone, y que tampoco puede alcanzar». Decía Kant. Y era también inevitable porque tan consustancial a la razón humana es el investigar como al artista rebelarse contra lo anterior. Sin duda;...
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