Antonio Piedra

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Cantata y fuga

NUEVA REVISTA publica ahora imagino que milagrosamente el segundo texto poético de José Jiménez Lozano: una Cantata sobre Las Edades del Hombre con destino a la cuarta edición de Salamanca 1994, y que ha musicado Pedro Aizpurúa. Pero partiendo, antes de nada, de la exención de este texto, y situándonos fuera de la bondad poderosa que le otorga la armonía de una música ideal y moderna, tiene la Cantata una virtud previa: la de aproximarnos a un poeta especialísimo y raro. Especialísimo, porque al tratarse de un poeta tardío su primer libro poético, "Tantas devastaciones", aparece en 1992, es decir, cuando su autor cuenta con sesenta y dos años, la divisoria entre arte y espíritu, forma y pensamiento, deja de existir para fundirse en un proceso biológico consumado, y porque el suyo es, además, un camino a la inversa: la poesía no es la primera, sino la última razón temporal y homogénea. Es, por tanto, su claridad inconfesable, la realización instintiva de un pudor metafísico. Y raro, además, porque no soporta la paradoja social que le hace poeta por el simple hecho de publicar un libro de poemas relativamente corto. "Tantas devastaciones", que tuvo una valoración positiva en la crítica general, fue, en cambio, desde el punto de vista del autor, un libro sin interés deducible. Salió de su almario como una traición o un rapto, como abandonado a una suerte editorial que no le competía. Y es que, al ser un libro de los adentros, sólo pretendía llenar una huella vacía, y se encontró con lo que no esperaba: hizo visible el rastro de la belleza más íntima y creó, a su vez, el espacio de una poética personal. Irremediablemente, se iniciaba el expediente de poeta. Y al poeta de siempre no le gustaba esa simplificación, porque al filo de la navaja de sus criaturas y de sus historias estuvo siempre una mirada melancólica, una pasión mortal. La protesta de Jiménez Lozano se hace patente con esta declaración iconoclasta: "Los poemas están, seguramente, en el hondón de mí mismo, pero lo único que debo añadir a su respecto es que lamento su publicación, aunque sea la que corresponde a una parte muy pequeña. Esos poemas estaban destinados al fuego, tras acompañarme un trecho de mi vida. Me debí oponer con mayor resolución a que se publicaran... nunca cederé a publicar más poesía. Nunca más". Pero la anulación traumática de esta huella dactilar, precisamente cuando hay mundo detrás, es compleja, porque resulta imposible negar la razón lírica, el único rostro que no comercia con el valor económico de las palabras. Platón quiso hacer lo propio con el proceso revenido de la poética postiza de su tiempo, y para ello se autoexilia de la República con la finalidad exclusiva de ser únicamente poeta. Las consecuencias de esa opción fueron de sobra conocidas, por capitales, para el mundo griego. En el caso concreto de Jiménez Lozano la renuncia es más próxima y por ello mucho más terrible. Como le ocurriera a Max Jacob...