Alfredo Taján

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ZELDA Y FRANCIS

Cuando a finales de los años veinte se produjeron las primeras tensiones graves en el matrimonio formado por el escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald y su mujer Zelda Zayre, simplemente se verificaba un hecho constatable si se sigue con detenimiento la exhaustiva biografía que Nancy Milford dedica a Zelda y que ha aparecido recientemente en nuestro país: Nancy Milford, Zelda, traducción de Susana Constante, Barcelona, Ediciones Destino, 1990. Ambos carecieron de residencia fija en el tiempo activo que duró su unión. Una existencia en común repleta de inseguridad y desasosiego e incapaz de edificar un hogar estable que hubiera sido un horizonte reconocible o al menos educativo para ellos. Primero se vieron atraídos por la ciudad de Nueva York, fábrica de sueños y brillante agencia de modelos creativos donde Zelda, hija de un estricto juez de la ciudad sureña de Montgomery, apoya la prometedora carrera literaria de su flamante marido, respaldada por una irresponsabilidad muy típica de los twenties, cegada por la cantidad ingente de oro que ofrecían las nuevas editoriales neoyorkinas. Poco después los vemos en París. Scott ya recibe 10, 20, 30.000 dólares de su agente Ober por las ventas de A este lado del paraíso y El gran Gatsby; desde ese Ínstame de éxito, Zelda actuará según las pautas dictadas por los personajes literarios femeninos del mundo fitzgeraldiano: es la encarnación más próxima a la flapper, jovencita alegre y descarada que busca el amor y el dinero con paralela ansia y desorden, encontrando ambos para su felicidad. En la Riviera tos Fitzgerald, acompañados por el también bello y deportista matrimonio americano Murphy, y con toda el aura romántica exigible, levantaban tablas de surf contra la espuma de veranos de vértigo. Entre 1926 y 1929, Zelda inicia y completa una serie de relatos que serán publicados en el Saturday Evening Post y en el College Humor de Nueva York. Títulos como La chica sureña, Chica con talento o Nuestra reina de! cine, este último en colaboración con Scott, son cuentos breves, ingenuos en su dificultad, que debían ser corregidos sintácticamente, pero que poseían un valor literario intrínseco, al margen del testimonial. Zelda no imitaba a Fitzgerald, sino que escogía de él rasgos generales, manejando un estilo peculiar y aplicando al argumento una estructura narrativa ensayística c impresionista. El material que utilizaba era de excepción: testigo y protagonista de una época y de unas relaciones sociales extremadamente marcadas, Zelda describe con firmeza y cierto desdén la complementariedad del binomio amor/dinero. Sin embargo, en los escritos de Zelda flotaba una sombra delicuescente escondida detrás de tanta luminosidad y esperanza: es la sombra, que luego se alargaría hasta bifurcarse en esquizofrenia, de Francis Scott Fitzgerald. En Francia vivieron siempre en casas alquiladas y amuebladas, por lo que acumularon pocas posesiones permanentes, bebían muchísimo y sus vernissages duraban semanas; no obstante, las fisuras comenzaban a aparecer y Zelda, que había sido el prototipo de chica popular, rebelde e independiente, va encontrándose cada vez más vacía y desorientada ante la programada autodestrucción etílica de Scott. En 1921 había...