Tiempo de lectura: 5 min.

Cuando a finales de los años veinte se produjeron las primeras tensiones graves en el matrimonio formado por el escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald y su mujer Zelda Zayre, simplemente se verificaba un hecho constatable si se sigue con detenimiento la exhaustiva biografía que Nancy Milford dedica a Zelda y que ha aparecido recientemente en nuestro país: Nancy Milford, Zelda, traducción de Susana Constante, Barcelona, Ediciones Destino, 1990. Ambos carecieron de residencia fija en el tiempo activo que duró su unión. Una existencia en común repleta de inseguridad y desasosiego e incapaz de edificar un hogar estable que hubiera sido un horizonte reconocible o al menos educativo para ellos.

Primero se vieron atraídos por la ciudad de Nueva York, fábrica de sueños y brillante agencia de modelos creativos donde Zelda, hija de un estricto juez de la ciudad sureña de Montgomery, apoya la prometedora carrera literaria de su flamante marido, respaldada por una irresponsabilidad muy típica de los twenties, cegada por la cantidad ingente de oro que ofrecían las nuevas editoriales neoyorkinas.

Poco después los vemos en París. Scott ya recibe 10, 20, 30.000 dólares de su agente Ober por las ventas de A este lado del paraíso y El gran Gatsby; desde ese Ínstame de éxito, Zelda actuará según las pautas dictadas por los personajes literarios femeninos del mundo fitzgeraldiano: es la encarnación más próxima a la flapper, jovencita alegre y descarada que busca el amor y el dinero con paralela ansia y desorden, encontrando ambos para su felicidad.

En la Riviera tos Fitzgerald, acompañados por el también bello y deportista matrimonio americano Murphy, y con toda el aura romántica exigible, levantaban tablas de surf contra la espuma de veranos de vértigo.

Entre 1926 y 1929, Zelda inicia y completa una serie de relatos que serán publicados en el Saturday Evening Post y en el College Humor de Nueva York. Títulos como La chica sureña, Chica con talento o Nuestra reina de! cine, este último en colaboración con Scott, son cuentos breves, ingenuos en su dificultad, que debían ser corregidos sintácticamente, pero que poseían un valor literario intrínseco, al margen del testimonial. Zelda no imitaba a Fitzgerald, sino que escogía de él rasgos generales, manejando un estilo peculiar y aplicando al argumento una estructura narrativa ensayística c impresionista. El material que utilizaba era de excepción: testigo y protagonista de una época y de unas relaciones sociales extremadamente marcadas, Zelda describe con firmeza y cierto desdén la complementariedad del binomio amor/dinero. Sin embargo, en los escritos de Zelda flotaba una sombra delicuescente escondida detrás de tanta luminosidad y esperanza: es la sombra, que luego se alargaría hasta bifurcarse en esquizofrenia, de Francis Scott Fitzgerald.

En Francia vivieron siempre en casas alquiladas y amuebladas, por lo que acumularon pocas posesiones permanentes, bebían muchísimo y sus vernissages duraban semanas; no obstante, las fisuras comenzaban a aparecer y Zelda, que había sido el prototipo de chica popular, rebelde e independiente, va encontrándose cada vez más vacía y desorientada ante la programada autodestrucción etílica de Scott.

En 1921 había nacido la pequeña Scottie, pero la maternidad no tuvo un efecto calmante para Zelda y la niña fue criada por institutrices y luego en prestigiosos internados. A mediados de los veinte, Scott conoce a Ernest Hemingway; Scott envidiaba la sana vitalidad de su amigo, y Hemingway envidiaba los dólares de su contrincante. Ernest y Zelda no congeniaron; Zelda no soportaba el humor cambiante del boxeador periodista (5tc Cocteau, según G. Stein) y le despreciaba como novelista. La respuesta no se hizo esperar, Hemingway destriparía al matrimonio Fitzgerald en su anecdotario París era una fiesta. Zelda acusó entonces a Scott y a Ernest de mantener una relación oculta de naturaleza homófila. Scott nunca se lo perdonó y la pareja estuvo a punto de irse a pique.

Hacia 1926 Zelda creyó encontrar un verdadero medio de expresión en la danza. Los distintos apartamentos que habitaba en París se convertían, como por arte de magia, en estudios de ballet. Se puso en manos de una ex bailarina de la compañía de Nijinsky llamada Egorova que le impuso severos ensayos, consciente de que había llegado un poco tarde.

La febril actividad que Zelda desarrolló entre 1926 y 1930 como escritora de cuentos y bailarina casi profesional, debilitaron su frágil equilibrio mental. Las depresiones se sucedían y en la primavera de 1930 ingresó en la clínica psiquiátrica suiza «Les Rives des Prangings» y ya no volvería a recuperarse totalmente. Zelda incide en la literatura por la vía del sufrimiento personal. Desde las clínicas escribe a Scott cartas que son talismanes de su pasado inmediato, cartas lúcidas y conmovedoras.

De vuelta a Estados Unidos redacta en seis semanas la novela Resérvame el vals. Un conflicto de intereses surge entre Scott y Zelda, al leer éste las pruebas del libro. La atmósfera de sospecha y plagio se fundamentaban en el paralelismo temático con Suave es la noche, la novela en la que Scott trabajaba incansablemente y a la que no daba una redacción definitiva. Scott aseguraba que Resérvame… comprometía su futuro literario.

La novela de Zelda es autobiográfica y se observa una excesiva acumulación de imágenes. La profunda huella que dejó la danza en su vida se manifiesta en la heroína protagonista, que pretende transformar la existencia cotidiana en arte, pero sus evoluciones se desdibujan en una prosa insustancial y algo retórica.

Resérvame… se puso a la venta en octubre de 1932, gracias a las gestiones de Scott con el editor Scribner. No se vendió bien, aunque no hay que olvidar que se publicó en pleno crack y la edición contó con sólo 3.000 ejemplares. Las recensiones criticas en el Suri o en la sección de libros del New York Times coincidieron al hablar de estilo sugerente.

El relativo fracaso de Resérvame… llevó a los Fitzgerald a unir las piezas deshechas en su matrimonio. Alquilaron una casa victoriana llamada «La paix», en Rodge Forge; allí Scott ultimó su grandiosa y agotadora novela Suave es la noche. Según Nancy Milford, en Suave es la noche hay transcripciones literales de las cartas que Zelda enviaba a Scott desde las clínicas en las que estuvo internada.

A mediados de los treinta Zelda ingresa en el carísimo hotel psiquiátrico de Sheppard Pratt. En este periodo Scott revisa dos ensayos de su esposa: Lleven al Sr. y a la Sra. F. a num. ? y Subasta-modelo 1934. Scott ajustó y afinó estos textos, e ideó una antología con todo lo que se había publicado hasta entonces, añadiendo pequeños artículos, pero el editor Scribner aceptó los dos artículos corregidos por Scott, que aparecieron en dos entregas en el Esquire en mayo y junio de 1934, y se desentendió del resto. Zelda no se daba por rendida: la obra de teatro Scandalabra —psicodrama de cartón piedra con diálogos soporíferos— llegó a montarse y estrenarse en Broadway, cosechando un rotundo pataleo. También expuso sus pinturas surreales en galerías de Nueva York, esta vez con buenas críticas.

El 20 de diciembre de 1940 Francis Scott Fitzgerald —que trabajaba en Hollywood como guionista— cayó fulminado por un ataque cardíaco, sin poder acabar su obra póstuma El último magnate. Zelda comentó que «nunca más iría a buscarla al Este con sus bolsillos llenos de promesas y su corazón repleto de esperanzas renovadas». Después de ¡a muerte de Scott, Zelda vuelve a Montgomery, con su madre, donde se aferrará a su pasado y recibirá a algunos admiradores de su marido. Tras varias recaídas, es ingresada en el Highland Hospital para recibir tratamiento y descansar. El 10 de marzo de 1948, un incendio que se declaró en la cocina principal destruyó un ala del Highland. Murieron seis mujeres; entre ellas se encontraba Zelda Zayre, más conocida como Zelda Fitzgerald. Cuando murió, dejó inconclusa una novela titulada Las cosas del César, en la que se repite hasta la saciedad la palabra exigencia.