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Ver productosSiempre nueva y siempre sorprendente, la pinacoteca alberga numerosas obras que hablan el idioma de los cuidados

27 de noviembre de 2025 - 14min.
Mª Dolores Martínez Ferrando. Historiadora del Arte, por la Universidad Complutense de Madrid y Bachelor of Fine Arts por la Escuela Diseño de Miami, también posee una diplomatura en Artes Decorativas (IADE). Es colaboradora del Museo del Prado.
Avance
Un recorrido por el Museo del Prado a la búsqueda de escenas que tienen que ver los cuidados conduce a obras del Bosco, Ribera, Goya, Velázquez, Guido Reni, Sorolla, Maíno… La sorpresa es que no solo no se agotan las referencias, sino que estas abordan con detalle temas que van desde los primeros auxilios y las patologías más comunes hasta las menos habituales y la salud mental, desde las distintas capacidades a la necesidad del ejercicio físico, pasando por temas colaterales como la lacra de los falsos profesionales o la creciente industria de la movilidad o el confort de los pacientes.
Parece mentira, pero todo todo está en el Prado y este recorrido lo prueba. Lo hacemos de la mano de una de sus colaboras habituales. ¿Vienes?
ArtÍculo
Es en la última década cuando se oye hablar con fuerza de la posibilidad de que las artes beneficien seriamente la salud. Christopher Bailey se dedica de lleno a ello desde el programa que dirige en la OMS (Organización Mundial de la Salud). En España, fundaciones como Cultura en vena han pasado a la acción con iniciativas como Arte Ambulatorio, que lleva exposiciones temporales itinerantes a centros hospitalarios de la sanidad española.
El viaje inverso, de la enfermedad y sus cuidados a la representación artística no es tan noticioso, no genera titulares… Es bien sabido que el arte refleja la vida y la patología forma parte de esta desde que el mundo es mundo. Aun así, merece la pena detenerse en este ángulo y descubrir desde esta perspectiva lo que puede ofrecernos el Museo del Prado. De nuevo, un tesoro. Un tesoro singular en forma de recorrido que permite detenerse en disciplinas como la enfermería sin salir de la pinacoteca. Allí están presentes la atención a la salud mental, a la discapacidad, los primeros auxilios y los cuidados al final de la vida, la importancia de la actividad física, la industria, la genética… Todo, y con ese grado de detalle, se encuentra en un número no escaso de obras que descubrimos de la mano de Lola Martínez Ferrando, apasionada de la enseñanza y la divulgación artística y colaboradora del museo desde hace más de tres décadas.
Abriendo el recorrido y antes de nada, frente al monumental cuadro de Luis Jiménez Aranda titulado Una sala del hospital durante la visita del médico en jefe (1889), quizá sea preciso recordar que esa escena prototípica de curación y cuidados es reciente. Por mucho que plasme la idea que viene a nuestras cabezas al cerrar los ojos y pensar en enfermería y medicina, pasaron siglos y fue necesaria la labor extenuante de algunas personas para que los hospitales existieran, en primer lugar y, después, para que se parecieran a los hospitales tal y como los entendemos hoy.
Una de esas personas por las que hay que pasar necesariamente cuando se habla de la labor y el arte de la enfermería es la infatigable Florence Nightingale (1820-1910). Ella misma hablaba, sí, del arte de la enfermería. Por esta disciplina, en su época se entendía «poco más que la administración de medicamentos y la aplicación de cataplasmas. Debería significar el uso adecuado del aire fresco, la luz, el calor, la limpieza, la tranquilidad y la selección y administración adecuadas de la dieta, todo ello con el menor gasto posible de energía vital para el paciente […]. Las malas condiciones sanitarias, arquitectónicas y administrativas a menudo la hacen imposible. El arte de la enfermería debe incluir aquellas condiciones que, por sí solas, hacen posible lo que yo entiendo por enfermería». Y lo que ella entendía por su profesión (y su pasión) lo plasmó en un libro titulado Notas sobre enfermería. Qué es y qué no es.
De vuelta a la pintura de Jiménez Aranda, encontramos una escena de hospital que parece una escena de hospital. Es una tautología, pero en la realidad costó mucho tiempo y mucho esfuerzo llegar a ese punto, aunque anteriormente existieran centros para cuidados (como el Hôtel-Dieu en el antiguo Ducado de Borgoña). Costó que los enfermos no fueran amontonados, sino distribuidos en salas ventiladas, donde se aspirara a un trato personalizado y donde la higiene no fuera la excepción. En esta obra, el médico ha dejado su ropa de calle sobre una silla y la enfermera y los asistentes también adecuan su vestimenta a la función que desempeñan, como la figura que aparece al fondo, interesándose por otro de los pacientes. Estos van uniformados con camisones blancos y la cabeza cubierta, lo que sugiere un servicio de lavandería del propio centro y buenas condiciones, en cuanto a la limpieza y la higiene.
Aparte de las novedades en el ámbito sanitario que refleja la obra, esta muestra también un cambio en el panorama artístico de la época. Por primera vez —con algunas excepciones— en la historia del arte, una escena de cuidados en un hospital es considerada objeto de estudio y representación. El siglo XIX generaliza el interés por los aspectos sociales de la realidad. Lo hace la pintura, sí, pero también la literatura, como recuerda Lola Martínez Ferrando: «En Francia, Zola, pero en España tenemos a Blasco Ibánez y a un montón de escritores que abordan temas reales, sociales. Y pintores. Sorolla gana dos premios nada menos que en París, en 1900, porque se entera —muy hábil siempre— de que el tema va a ser lo social. Presenta Triste herencia, con todos esos niños con problemas en las piernas bañándose junto al mar y atendidos por la Orden de san Juan de Dios. Ganó. Y ganó frente a Alma-Tadema, frente a Klimt… ¿Por qué? Porque presenta lo que se quiere ver».

De Sorolla, el Prado acoge ¡Aún dicen que el pescado es caro! (1894). Presenta un accidente laboral, unos primeros auxilios, que, por desgracia, no tendrán éxito. Un joven pescador, cuya carne empieza a palidecer, protagoniza la tabla. La vemos porque tiene el pecho desnudo y herido. Dos compañeros de faena lo cuidan: uno lo sostiene y otro le lava la herida con un trapo que acaba de mojar en un perol que aparece en primer término. El texto que acompaña a esta obra en la web del Prado explica que «el argumento y el título del cuadro están inspirados en el pasaje final de la novela Flor de mayo, escrita por Vicente Blasco Ibáñez a la vez que su paisano Sorolla pintaba este lienzo y publicada en 1895». Dicha novela, que narra la sacrificada vida de los pescadores, acaba con el accidente de una cuadrilla de marineros en alta mar y el rescate de uno de ellos… muerto.

Otra escena de primeros auxilios es la que representa Juan Bautista Maíno en su obra titulada La recuperación de Bahía de Todos los Santos (1634). Ilustra el momento en que las tropas españolas, junto con las portuguesas, recuperan la ciudad brasileña de San Salvador, en la bahía de Todos los Santos, que estaba en manos holandesas. Es un lienzo muy rico en referencias, teatral hasta el punto de ilustrar la obra de Lope de Vega El Brasil restituido. Un soldado herido en el pecho ocupa el primer plano, a la izquierda. A su alrededor, un grupo de personas atienden al arcabucero. Una mujer le limpia la sangre con un paño, mientras un hombre le sirve de apoyo y le sostiene la cabeza con sus manos. Atenta a los cuidados, otra mujer más joven, contempla la escena con un niño entre sus brazos, quizá intentando aprender las nociones más básicas del arte de la enfermería.
Junto con la observación, a la que tanta importancia le daba Florence Nightingale, el tacto es el otro superpoder de la labor de enfermería. También lo es de las personas con discapacidad visual, que se apoyan a menudo en los otros sentidos como el oído o el propio tacto. José de Ribera le dedicó un cuadro en el que aparece un ciego que palpa con sus manos un busto de escultura de belleza clásica. Está vestido de oscuro y también oscuro es el fondo quizá para acentuar la potente relación entre los dos focos de luz: la cabeza y las manos, el pensar y el sentir unidos por obra y gracia del tacto.

Junto con esta obra, Martínez Ferrando recuerda otra del mismo autor, de interpretación más sofisticada. Se trata de Isaac y Jacob (1637) y la escena representa el engaño del primero, el padre postrado y ciego, por parte de su hijo y con la colaboración de la madre. Para conseguir la bendición de Jacob, «Isaac se envuelve al brazo en pieles», explica la experta. «Quiere confundirlo y que crea que es el otro hijo, el primogénito Esaú, que tenía un brazo más velludo». La historiadora del arte nos invita a fijarnos en Rebeca, la madre, y en cómo empuja casi literalmente a Isaac a cometer el engaño. «Ella mira fijamente al espectador, busca su implicación más que complicidad. Es como si le estuviera diciendo que ni se atreva a decir una palabra. A mí me gusta relacionarlo con la IA. Rebeca e Isaac no hubieran dudado en ponerle a Isaac la voz del hijo mayor para que el engaño fuera más completo».
¿Sorprendente? La diseñadora de este recorrido, una apasionada de la docencia y la divulgación artística, realiza constantes llamadas a la actualidad, giros inesperados. Porque… ¿qué puede pintar Cristiano Ronaldo en esta charla sobre arte, el museo del Prado, los cuidados y la enfermería? La respuesta está en un cuadro de Guido Reni titulado Hipómenes y Atlanta (1618-1619): cuerpos desnudos perfectos en frenético movimiento para recrear un pasaje de las Metamorfosis, de Ovidio, pero también… «Yo lo relaciono con el fútbol y con el tenis», afirma Lola Martínez Ferrando. «Existe una foto de Ronaldo en esta misma posición. Y la de Atlanta es la de recoger una pelota de tenis». Huelga decir la insistencia con la que los profesionales de la salud recomiendan ejercicio físico para cuidar del cuerpo, cada vez con mayor intensidad hasta hacer de él parte del tratamiento de algunas dolencias y una pieza clave a la hora de retrasar el envejecimiento.

Aparte de ello, desde un punto de vista clásico, lo primero que hay que hacer para tratar el cuerpo es conocer sus partes: los huesos, los músculos, los movimientos… Es información imprescindible y valiosísima. Durante muchos siglos el cuerpo no se representaba descubierto y no solo los artistas, sino también el personal dedicado a la medicina y enfermería buscaban modelos en estatuas griegas y romanas para estudiar anatomía, como recordaba el paleontólogo Juan Luis Arsuaga en el comentario que hizo en el propio museo a las esculturas del Diadúmeno o la Venus del delfín, al hilo de la publicación de su libro Nuestro cuerpo. Siete millones de años de evolución.
No fue hasta el Renacimiento y el manierismo cuando el cuerpo se descubre literalmente y se redescubre en todos los sentidos. Las venus desnudas de Tiziano son, al igual que la obra de Reni, ejemplo de ello. Los pintores del XVI y del XVII tienen el canon griego y romano, que lo copió, muy presente. Ese canon llega a la actualidad con cuerpos lisos, sin imperfecciones esculpidos ahora a golpe de gimnasio.
A la hora de hablar de arte y patología enseguida vienen a la mente las personas con discapacidad física o intelectual que retrató Velázquez, los conocidos bufones. Como explica la web del Prado, el mero hecho de pintarlo ya es problemático: «En el siglo XIX abundaron las expresiones de desagrado ante algunas de estas pinturas, enfatizando la inhumanidad de Velázquez por haberse recreado en la caracterización de esos personajes. A lo largo del siglo XX, sin embargo, se reelaboró una interpretación humanista de los retratos, subrayando el sentimiento solidario del pintor ante el sufrimiento ajeno». Sea como fuere, personajes como el Niño de Vallecas, y su discapacidad intelectual diagnosticada como cretinismo con oligofrenia, además de acondroplasia; Sebastián de Morra que también padece esta última; o el bufón Calabacillas, largamente identificado como el Bobo de Coria, merecieron el mismo tratamiento por parte de Velázquez que los propios reyes, que a unos y otros acogían en su corte.

Más revelador aún si cabe es el retrato que de nuevo Ribera hizo en 1631 de la italiana Maddalena Ventura por encargo del virrey de Nápoles Fernando Afán de Ribera. Había oído hablar de una mujer casada, con hijos, a la que le había cambiado el cuerpo. El retrato se conoce como La mujer barbuda y responde a la costumbre de la pintura española de los siglos XVI y XVII de retratar cuerpos inusuales. Pero aquella mujer no está sola: la acompaña el marido que quiere estar ahí y quiere ser retratado con ella. «La pintura manifiesta un cariño enorme entre los esposos. Él con su presencia ya está diciendo que la acepta y que es la madre de sus tres hijos —y, de hecho, ella se presenta amamantando a un bebé—. Aparece vestida con una especie de delantal maravilloso, con bordados en el cuello, el turbante… Con el mismo detalle y mimo aparece retratado el bebé», explica nuestra guía por el Prado. No hay nada escabroso o sensacionalista en la mirada del pintor que retrata una familia feliz y unida en su circunstancia y su diversidad. Eso es lo que la enfermería hace o ha de hacer: tratar a todo el mundo por igual, con naturalidad, sin juzgar, sin dejarse impresionar. Una lección que los maestros españoles del XVII tenían bien aprendida y que hoy y siempre puede inspirar al personal que decida dedicarse a la enfermería.
Aunque, como en todo, siempre habrá buenos y malos profesionales. Y luego están los trileros de la profesión, estafadores que se hacen pasar por lo que no son para sacar provecho de la situación de enfermedad o vulnerabilidad. Durante siglos, existió una creencia que asociaba la locura con una piedra alojada en el cerebro: la solución era extraerla. El Bosco lo toma al pie de la letra en su obra y con su dosis habitual de ironía pinta el proceso adornándolo con los símbolos, tan de su gusto. En La extracción de la piedra de la locura (1501-1505) el embudo del supuesto cirujano hace referencia a la ignorancia: ni con esas puede entrarle en la cabeza algo de conocimiento. Y tampoco el saber puede llegar su destino al colocar sencillamente los libros sobre la cabeza, como hace la mujer de la derecha. Así, el Bosco reforzaba su denuncia de las figuras sin escrúpulos que no dudan en sacar provecho de la superstición y credulidad ajena.

No es la única obra que representa el proceso. La intención se repite en la obra de Jan Sanders van Hemessen, de igual título y temática, pero con menos simbología: la ávida expresión del personaje que alegremente hurga en la frente del incauto paciente hace evidente el propósito. Por desgracia, la existencia de sanadores sin escrúpulos que ofertan terapias milagrosas, seudoterapias, para enfermedades sin cura o ponen en marcha tratamientos sin titulación no se ha acabado. Las consecuencias desastrosas derivadas de la osadía son delitos hoy día y se convierten en noticias de cuando en cuando.
Goya no se resistió a denunciar esta peligrosa práctica o simplemente la poca formación y atrevimiento de los malos profesionales y en una de las estampas de los Caprichos convierte directamente al médico en un burro que se inclina sobre su paciente y le intenta tomar el pulso. ¿De qué mal morirá?, lo titula con toda su ironía.
Hay muchos más cuadros en el museo del Prado que tocan temas relacionados con la salud y los cuidados. El albañil herido (y asistido por dos compañeros), también de Goya, podría haber integrado a la perfección el apartado de accidentes laborales. Al mismo tiempo, el hecho de que dos hombres lo carguen hace pensar en toda la industria que ha nacido alrededor de la movilidad de personas discapacitadas de forma efímera o crónica y que se ha desarrollado enormemente en las últimas décadas. Muletas, andadores, sillas, vehículos adaptados… distan mucho de, por ejemplo, esas andas desde las que Fernando Girón, enfermo de gota, hubo de dirigir la Defensa de Cádiz contra los ingleses (1635-1635) y que Zurbarán llevó a uno de sus cuadros.

También ha sido exponencial en este tiempo el aumento de los trastornos relacionados con la salud mental y su diagnóstico. Visto con ojos de hoy, se considera que Felipe V podría padecer trastorno bipolar o depresión sicótica. El retrato que de él pintó Louis-Michel van Loo lo muestra agotado al lado de su mujer Isabel de Farnesio. Al parecer, en los momentos de crisis lo único que podía aliviarle era la música. Le dan la razón los numerosos estudios que en los últimos tiempos han indagado en sus bondades terapéuticas hasta dar lugar a la musicoterapia.
No se agotan ni los cuadros ni los temas relacionados con la salud y el cuidado que están presenten en la pinacoteca. Antes se agota el tiempo, el espacio o la atención que seamos capaces de prestar a un recorrido inabarcable que, una vez más recuerda que todos ¡todos! los mundos están en el Prado. El de la enfermería no iba a ser una excepción.
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